Celebramos hoy a San Vladimiro de Kiev. Las imágenes corresponden a la Catedral de Santa María del Patrocinio (iglesia católica de rito ucraniano ubicada en la calle Ramón Falcón de la ciudad de Buenos Aires).
El texto está tomado de la Carta Apostólica "Euntes in mundum" de San Juan Pablo II, emitida en 1988 con ocasión del milenario del bautismo de la Rus' de Kiev. El Papa menciona varias veces al santo que honramos hoy
«El proceso de cristianización de los pueblos y de las naciones es un fenómeno complejo y requiere mucho tiempo. En el territorio de la Rus' fue preparado por las tentativas de la Iglesia de Constantinopla en el siglo IX. Sucesivamente, en el transcurso del siglo X, la fe cristiana comenzó a penetrar en la región gracias a los misioneros que venían no sólo desde Bizancio, sino también de los territorios de los vecinos eslavos occidentales —que celebraban la liturgia en lengua eslava según el rito instaurado por los santos Cirilo y Metodio— e incluso desde las tierras del Occidente latino. Como testifica la antigua Crónica llamada de Néstor (Povest' Vremennykh Let), en el año 944 existía en Kiev una iglesia cristiana dedicada al profeta Elías. En este ambiente, ya preparado, la princesa Olga libre y públicamente se hizo bautizar hacia el 955, permaneciendo después siempre fiel a las promesas bautismales. A ella, en el transcurso de una visita realizada a Constantinopla el año 957, el patriarca Poliecto habría dirigido un saludo en cierto modo profético: "Bendita eres entre las mujeres rusas, porque has amado la luz y has arrojado las tinieblas. Por ello, te bendecirán los hijos rusos hasta la última generación". Pero Olga no tuvo la alegría de ver cristiano a su hijo Svjatoslav. La herencia espiritual fue recogida por su nieto Vladimiro, protagonista del bautismo en el año 988, el cual aceptó la fe cristiana y promovió la conversión estable y definitiva del pueblo de la Rus'. Vladimiro y los nuevos convertidos sintieron la belleza de la liturgia y de la vida religiosa de la Iglesia de Constantinopla. Fue así como la nueva Iglesia de la Rus' recogió de Constantinopla el patrimonio del Oriente cristiano y todas sus riquezas en el campo de la teología, de la liturgia, de la espiritualidad, de la vida eclesial y del arte.
Sin embargo, el carácter bizantino de esta herencia adquirió desde el comienzo una nueva dimensión: la lengua y la cultura eslavas se convirtieron en un nuevo contexto para todo aquello que hasta aquel momento encontraba su expresión bizantina en la capital del Imperio de Oriente y también en todo el territorio que se unió a él a través de los siglos. A los eslavos orientales la palabra de Dios y la gracia inherente les llegó también de una forma más cercana desde el punto de vista cultural y geográfico. Aquellos eslavos, acogiendo la Palabra con toda la obediencia de la fe, al mismo tiempo deseaban expresarla en sus formas de pensamiento y con la propia lengua. De este modo se realizó aquella particular «inculturación eslava» del evangelio y del cristianismo, que enlaza con la gran obra de los santos Cirilo y Metodio, los cuales, desde Constantinopla, llevaron el cristianismo, en la versión eslava, a la Gran Moravia y, gracias a sus discípulos, a los pueblos de la península Balcánica.
Fue así como San Vladimiro y los habitantes de la Rus' de Kiev recibieron el bautismo de Constantinopla, el centro más grande del Oriente cristiano y, gracias a esto, la joven Iglesia hizo su entrada en el ámbito del rico patrimonio bizantino, así como de su herencia de fe, de vida eclesial y de cultura. Este patrimonio se hizo rápidamente accesible a las grandes multitudes de los eslavos orientales y pudo ser asimilado más fácilmente, ya que su transmisión, desde el comienzo, fue favorecida por la obra de los dos santos hermanos de Tesalónica. La Sagrada Escritura y los libros litúrgicos llegaron desde los centros culturales religiosos de los eslavos, que habían acogido la lengua litúrgica introducida por ellos.
Vladimiro, merced a su sabiduría e intuición, movido por la solicitud hacia el bien de la Iglesia y del pueblo, aceptó en la liturgia, en lugar del griego, la lengua paleoeslava «haciendo de ella un instrumento eficaz para acercar las verdades divinas a los que hablaban esa lengua». Como he escrito en la carta encíclica Slavorum apostoli, los santos Cirilo y Metodio, aunque conscientes de la superioridad cultural y teológica de la herencia grecobizantina que llevaban consigo, tuvieron sin embargo el valor, por el bien de los pueblos eslavos, de servirse de otra lengua y de otra cultura para el anuncio de la fe.
De este modo la lengua paleoeslava constituyó con el bautismo de la Rus' un instrumento importante, ante todo para la evangelización y, después, para el original desarrollo del futuro patrimonio cultural de aquellos pueblos: desarrollo que se ha convertido en muchos aspectos en una riqueza para la vida y la cultura de todo el género humano.
Conviene pues subrayar con toda claridad, por fidelidad a la verdad histórica, que según la concepción de los dos santos hermanos de Tesalónica, con la lengua eslava se introdujo en la Rus' el estilo de la Iglesia bizantina, que en aquel tiempo estaba aún en plena comunión con Roma. Después esta tradición se ha desarrollado de modo original y tal vez irrepetible, gracias a la cultura autóctona y también a los contactos mantenidos con los pueblos vecinos de Occidente.
La plenitud de los tiempos para el bautismo del pueblo de la Rus' llegó, al final del primer milenio, cuando la Iglesia era indivisa. Debemos agradecer juntos al Señor este hecho, que representa hoy un auspicio y una esperanza. Dios quiso que la madre Iglesia, visiblemente unida, acogiera en su seno, ya rico de naciones y pueblos, y en un momento de expansión misionera tanto en Occidente como en Oriente, a esta nueva hija suya, nacida en las orillas del Dniéper. Existían las Iglesias de Oriente y Occidente, cada una desarrollada según sus tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas, con diferencias ciertamente notables, pero existía la plena comunión entre Oriente y Occidente, entre Roma y Constantinopla, con relaciones recíprocas. Y fue la Iglesia indivisa de Oriente y Occidente la que acogió y ayudó a la Iglesia de Kiev. Ya la princesa Olga había pedido al emperador Otón I, y obtenido en el año 961, un obispo qui ostenderet eis viam veritatis, el monje Adalberto de Tréveris, que se dirigió efectivamente a Kiev, donde el paganismo permanente le impidió desarrollar su misión. El príncipe Vladimiro advirtió que existía la unidad de la Iglesia y de Europa, y por ello mantuvo relaciones no sólo con Constantinopla, sino además con Occidente y con Roma, cuyo obispo era reconocido como el que presidía la comunión de toda la Iglesia. Según la «Crónica de Nikón», habrían existido algunas legaciones entre Vladimiro y los papas de entonces: Juan XV (que le habría enviado como obsequio, precisamente el año del bautismo — 988 —, algunas reliquias de San Clemente Papa, con una clara referencia a la misión de los santos Cirilo y Metodio que desde Cherson llevaron a Roma aquellas reliquias) y Silvestre II. El mismo Silvestre II mandó a Bruno de Querfurt a predicar con el título de archiepiscopus gentium, el cual hacia el año 1007 visitó a Vladimiro, conocido bajo el nombre de rex Russorum. Más tarde, el Papa san Gregorio VII concedió también el título real a los príncipes de Kiev, con su carta del 17 de abril de 1075, dirigida a «Demetrio (Isiaslaw) regi Ruscorum et reginae uxori eius», los cuales habían enviado a su hijo Jaropolk en peregrinación ad limina Apostolorum, consiguiendo que el reino fuera colocado bajo la protección de San Pedro. Merece subrayarse este reconocimiento, por parte de un Pontífice Romano, de la soberanía obtenida por el principado de Vladimiro que gracias al bautismo del año 988 había consolidado también políticamente su nación, favoreciendo su desarrollo y facilitando la integración de los pueblos que habitaban dentro de sus confines de aquel tiempo y posteriores. Este gesto profético de entrar en la Iglesia e introducir el propio principado en la esfera de las naciones cristianas, le supuso el loable título de Santo y de Padre de las Naciones, que tuvieron su origen en aquel principado.
Así Kiev, mediante el bautismo, se convirtió en el cruce privilegiado de culturas diversas, terreno de penetración religiosa, incluso de Occidente, como atestigua el culto de algunos santos venerados en la Iglesia latina y, con el paso del tiempo, un centro importante de vida eclesial y de irradiación misionera con un vastísimo campo de influencia: hacia Occidente hasta los montes Cárpatos, desde las orillas meridionales del Dniéper hasta Novgorod, y desde las riberas septentrionales del Volga —como ya se ha dicho— hasta las orillas del Océano Pacífico y aún más allá. En breve, a través del nuevo centro de vida eclesial como llegó a ser Kiev desde el momento en que recibió el bautismo, el evangelio y la gracia de la fe llegaron a aquellas poblaciones y aquellas tierras que hoy están unidas al Patriarcado de Moscú, por lo que se refiere a la Iglesia ortodoxa, y a la Iglesia Católica ucrania, cuya plena comunión con la Sede de Roma fue renovada en Brest».
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