30 de noviembre de 2017

30 de noviembre: Fiesta de San Andrés

La que ilustra nuestra entrada de hoy es una imagen de San Andrés que se venera en la iglesia a él dedicada en la localidad bonaerense de San Andrés de Giles.

El apóstol es representado con la cruz en aspa en la que, según la tradición, sufrió el martirio. 

Muchos títulos justifican la extraordinaria devoción de que, desde tiempos muy antiguos, es objeto San Andrés, tanto en la Iglesia de Oriente como en la de Occidente. En efecto, es “el primer llamado” por Jesús al ministerio apostólico, y hermano carnal de Pedro, a quien introduce en el seguimiento de Cristo (cfr. Jn 1, 35-42); además, el haber muerto crucificado, y el amor por la cruz que le atribuye la tradición, lo hacen particularmente cercano al Maestro.  

Tuvo el raro privilegio de ser nombrado, junto a Pedro y Pablo, en el embolismo del Padrenuestro de la Misa (hasta la reforma del Misal Romano).  En el Canon Romano, ocupa aun hoy el primer lugar después de los Príncipes de los Apóstoles, desde los tiempos de San Gregorio Magno.

La tradición popular, no documentada pero muy antigua, le ha asignado un campo de apostolado en Grecia (otras versiones indican la costa del Mar Negro, el Cáucaso, etc., pero prevalece la que menciona a Grecia).  Habría sido crucificado en Patrás de Acaya alrededor del año 60. La Iglesia de Oriente considera a Andrés como su Fundador. 

Los “Hechos de Andrés”, libro apócrifo de los primeros tiempos cristianos, no sólo nos cuentan con detalle la pasión y la muerte del apóstol,  sino que conservan incluso muchas de las palabras que habría dirigido a su juez,  al pueblo que contemplaba el suplicio, y a la cruz: 
«¡Oh cruz, instrumento de salud del Altísimo!  ¡Oh cruz, signo de victoria de Cristo sobre sus enemigos! ¡Oh cruz plantada en la tierra y que fructificas en el cielo! ¡Oh nombre de la cruz que abarcas en ti al universo! ¡Salve, cruz, que  has unido al mundo en toda su extensión!». 
En la antífona del Benedictus de la Liturgia de las Horas  se lee este texto, procedente de la passio latina:  

«Salve, oh cruz preciosa, 
recibe al discípulo de aquel que en ti estuvo clavado, 
Cristo, mi maestro». 

El himno de Laudes, «Captátor olim píscium», compuesto por San Pedro Damián en el siglo XI, también recoge el tema de la cruz:
«Tú, hermano de Pedro, obtuviste su misma muerte, 
pues la cruz engendró para el Cielo 
a los que habíais nacido de una misma carne».

Según la tradición, la cruz tenía forma de “X” (“aspada”), como en la imagen que ilustra esta entrada. Esa cruz no sólo se transformó en su atributo iconográfico principal, sino que es conocida popularmente como “cruz de San Andrés”.

Los restos de San Andrés se veneraron en Constantinopla desde el siglo IV y fueron trasladados a Amalfi a comienzos del siglo XIII.  Su cabeza, llevada a Roma en el año 1462, fue colocada en la Basílica de San Pedro,  pero el papa Pablo VI, como gesto ecuménico, la devolvió a la Iglesia greco-ortodoxa en 1964.

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25 de noviembre de 2017

25 de noviembre: Santa Catalina de Alejandría

Hoy se celebra la Memoria de Santa Catalina, mártir, que,  en palabras del Martirologio, "según la tradición, fue una virgen de Alejandría dotada tanto de agudo ingenio y sabiduría como de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se venera piadosamente en el célebre monasterio del monte Sinaí".

La imagen de Santa Catalina de Alejandría que vemos en la foto se venera en el templo porteño dedicado a la santa en Barracas.

Lleva la palma de los  mártires y su atributo iconográfico habitual: una rueda dentada, instrumento de su martirio, del que de todos modos fue salvada por el poder divino. Su testimonio tuvo lugar bajo el Emperador Maximiano (años 286-305). 

Cuando el Emperador llegó a Alejandría, "envió mensajeros a las ciudades de Egipto para invitar al pueblo a la fiesta en honor a los dioses paganos. Catalina estaba muy triste porque el emperador, en vez de ayudar a instruir al pueblo, extendía la superstición pagana. Cuando llegó el día de la fiesta ella fue al templo pagano, donde estaban reunidos los sacerdotes paganos, la nobleza y el pueblo y dijo sin miedo al emperador:
-Emperador, ¿no te da vergüenza orar a los repugnantes ídolos? Conoce al verdadero Dios eterno e infinito. Por Él apareció el universo y los reyes reinan. Él bajó a la tierra y se hizo hombre para nuestra salvación.
Maximiano se enojó con Catalina por la falta de respeto hacia la dignidad imperial y ordenó encarcelarla. Después, ordenó a la gente erudita convencer a Catalina de la autenticidad de la religión pagana. Durante varios días ellos exponían diferentes argumentos en pro de la religión pagana, pero Catalina los vencía con su lógica, y con sus razonamientos les demostraba que no tenían razón. Demostraba que solamente puede existir un Sabio, Creador de todo, quien con sus perfecciones se eleva infinitamente sobre los dioses paganos. Finalmente, los sabios paganos tuvieron que admitir que perdieron con los argumentos imbatibles de Catalina. Sin embargo, al sufrir la derrota sobre el campo intelectual, Maximiano no dejó su intención de convencer a Catalina. La llamó y trato de seducirla con regalos, promesas de favores y gloria. Pero Catalina no se dejó seducir".  El Emperador se ausentó un tiempo de la ciudad; en ese lapso, su esposa se interesó por Catalina y, convencida por su testimonio, se convirtió al cristianismo"Cuando Maximiano regresó a Alejandría llamó nuevamente a Catalina. Esta vez se quitó su mascara de benevolencia y empezó a amenazarla con torturas y muerte. Después mandó traer unas ruedas con sierras y ordenó matarla de esta horrible manera. Pero, ni bien empezaron las torturas, una fuerza invisible rompió el instrumento de tortura y santa Catalina salió ilesa. Cuando la emperatriz Augusta supo lo que pasó, vino a ver a su esposo y le reprochó que pretendiera él desafiar al mismo Dios. El emperador se enfureció por la intervención de su esposa y ordenó matarla ahí mismo. Al otro día Maximiano llamó a Catalina por última vez y le ofreció ser su esposa, prometiendo todos los bienes materiales. Pero Santa Catalina no quiso saber nada. Viendo la inutilidad de todos sus esfuerzos el emperador ordenó matarla y un guerrero la decapitó".

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21 de noviembre de 2017

21 de noviembre: Presentación de la Virgen María

El episodio de la Presentación de la Virgen Niña en el Templo, que celebramos hoy, no aparece en la Biblia, pero es recogido por tradiciones muy antiguas, como el Protoevangelio de Santiago, apócrifo del siglo II. Como fiesta litúrgica, aparece alrededor del siglo IX en el Oriente y es extendida luego a Occidente. En su Exhortación Apóstólica Marialis Cultus, el Beato Pablo VI pone la Memoria de hoy entre las que, "prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones, enraizadas sobre todo en Oriente".


El Martirologio no hace referencia al hecho mismo de la Presentación, que es dudoso, sino al motivo histórico que dio origen a esta Memoria y a la justificación teológica de la consagración de María a Dios: "Al día siguiente de la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, construida junto al muro del antiguo templo de Jerusalén, se celebra la dedicación que de sí misma hizo a Dios la futura Madre del Señor, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su Concepción Inmaculada".


El ábside del templo de Santa Ana, en Villa del Parque, trae en una pintura la representación de la Presentación de María en el Templo de Jerusalén, acompañada por sus padres Joaquín y Ana.

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17 de noviembre de 2017

17 de noviembre: Santa Isabel de Hungría


En el patio interno o claustro de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Nueva Pompeya, en el barrio porteño que por ese templo se llama justamente Pompeya, puede verse esta imagen de Santa Isabel de Hungría, cuya Memoria celebramos hoy.

Dice el Martirologio: "Memoria de Santa Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad".

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13 de noviembre de 2017

13 de noviembre: Beato Artémides Zatti

Aunque la Memoria del Beato Artémides Zatti figura el 15 de marzo en el Martirologio,  en la Argentina se la celebra el 13 de noviembre.

"Artémides Zatti nació en Boretto (Reggio Emilia) el 12 de octubre de 1880. (...) A a los nueve años ya se ganaba el jornal como peón. Obligada por la pobreza, la familia Zatti, a principios del 1897, emigró a Argentina y se estableció en Bahía Blanca. El joven Artémides comenzó enseguida a frecuentar la parroquia dirigida por los Salesianos, encontrando en el párroco don Carlos Cavalli, hombre piadoso y de extraordinaria bondad, su director espiritual. Fue éste quien lo orientó hacia la vida salesiana. Tenía 20 años cuando entró en el aspirantado de Bernal".



Asistiendo a un joven sacerdote enfermo de tuberculosis, contrajo esa enfermedad. Entonces fue trasladado a Viedma en busca de clima más propicio; allí había además un hospital en el que trabajaba un estupendo enfermero salesiano que hacía prácticamente de médico: el padre P. Evasio Garrone. El sacerdote invitó a Artémides a rezarle a María Auxiliadora para obtener la curación, sugiriéndole lo siguiente: «Si Ella me cura, tú te dedicarás toda la vida a estos enfermos». "Artémides hizo de buen gusto tal promesa; y se curó misteriosamente. Más tarde dirá «Creí, prometí, curé». Estaba ya trazado su camino con claridad y él lo comenzó con entusiasmo. Aceptó con humildad y docilidad el no pequeño sufrimiento de renunciar al sacerdocio". Emitió votos como hermano coadjutor en 1908 e hizo la Profesión Perpetua en 1911. "Coherente con la promesa hecha a la Virgen, se consagró inmediata y totalmente al Hospital, ocupándose en un primer momento de la farmacia aneja, pero después, cuando en 1913 murió el P. Garrone, toda la responsabilidad del hospital cayó sobre sus espaldas". Cumplió tareas de vicedirector, administrador, y sobre todo diestro enfermero, apreciado por todos los enfermos y por todo el personal sanitario.

"Su servicio no se limitaba al hospital sino que se extendía a toda la ciudad, y hasta a las dos localidades situadas en las orillas del Río Negro: Viedma y Patagones. En caso de necesidad se movía a cualquier hora del día y de la noche, sin preocuparse del tiempo, llegando a los tugurios de la periferia y haciéndolo todo gratuitamente. Su fama de enfermero santo se propagó por todo el Sur y de toda la Patagonia le llegaban enfermos. No era raro el caso de enfermos que preferían la visita del enfermero santo a la de los médicos".




"Artémides Zatti amó a sus enfermos de manera verdaderamente conmovedora. Veía en ellos a Jesús mismo"; por ejemplo, cuando les pedía ropa a las hermanas  para un muchacho recién llegado, decía: «Hermana, ¿tiene ropa para un Jesús de 12 años?». "La atención hacia sus enfermos alcanzaba rasgos muy delicados. (...) Fiel al espíritu salesiano y al lema dejado como herencia por D. Bosco a sus hijos – «trabajo y templanza» – desarrolló una actividad prodigiosa con habitual prontitud de ánimo, con heroico espíritu de sacrificio, con despego absoluto de toda satisfacción personal, sin tomarse nunca vacaciones ni reposo. Hay quien ha dicho que sus únicos cinco días de descanso fueron los que transcurrió... ¡en la cárcel! Sí, conoció también la prisión por la fuga de un preso recogido en el Hospital",  fuga que quisieron atribuirle. Pero fue absuelto y su vuelta a casa fue triunfal.

"Fue hombre de fácil relación humana, con una visible carga de simpatía, alegre cuando podía entretenerse con la gente humilde. Pero sobre todo, fue un hombre de Dios". Artémides  irradiaba a Dios. "Un médico más bien incrédulo del Hospital, decía: «Cuando veía al señor Zatti, vacilaba mi incredulidad». Y otro: «Creo en Dios desde que conozco al señor Zatti»".



"En 1950 el infatigable enfermero cayó de una escalera y fue en esa ocasión cuando se manifestaron los síntomas de un cáncer que él mismo lúcidamente diagnosticó. Continuó sin embargo cuidando de su misión todavía un año más, hasta que tras sufrimientos heroicamente aceptados, se apagó el 15 de marzo de 1951 con total conocimiento, rodeado del afecto y del agradecimiento de toda la población".

Hemos seguido la biografía publicada en el sitio web del vaticano con motivo de su beatificación, celebrada en 2002; los párrafos entrecomillados y en cursiva son textuales. Las tres fotografías fueron tomadas en la Basílica de María Auxiliadora y San Carlos. 

11 de noviembre de 2017

11 de noviembre: Solemnidad de San Martín de Tours

Como sabemos, en Buenos Aires la Memoria de San Martín de Tours es celebrada con la categoría de Solemnidad,  pues el santo obispo es Patrono de la ciudad desde 1580.

Martín nació en 317 en Panonia, en la actual Hungría; este año se han cumplido 1800 años de su nacimiento.

Era hijo de un tribuno romano. Fue educado en Pavía; luego se enroló en la guardia imperial. En el año 334 tuvo lugar su gesto más conocido: la entrega de la mitad de su capa a un pobre en la puerta de Amiens. 

En el año 337 fue bautizado, después de seis años de catecumenado. Fue discípulo de San Hilario de Poitiers. Se sintió atraído por la vida religiosa y en particular por la monástica. 

Tras resucitar a un catecúmeno, hecho que le ganó fama de taumaturgo, fue elegido obispo de Tours en el año 371, dedicándose, con el apoyo del emperador, a la evangelización incluso en las regiones más distantes de su Iglesia.

Se destacó por sus valientes intervenciones ante los agentes imperiales, igual que San Ambrosio en Milán. Tuvo que sufrir diversos ataques, incluso de sus sacerdotes, que no compartían el estilo de vida austero del clero formado por él.

Mientras se dirigía a una parroquia rural a pacificar al clero dividido, fue sorprendido por la muerte. Murió el 8 de noviembre del año 397 y fue enterrado en su ciudad episcopal el 11 de ese mes, fecha que quedó fijada para su Memoria. Fue desde el primer momento un santo muy popular, sobre todo en Francia; su culto se difundió en Roma desde el siglo VIII y en toda la alta Edad Media se expandió su devoción a lo largo de Europa. 

Cuando Juan de Garay fundó la ciudad de Buenos Aires, le asignó un santo Patrono por sorteo, y salió elegido San Martín de Tours.  En el pequeño pero bonito templo porteño dedicado al Patrono de la ciudad tomé la foto que ilustra nuestra entrada de hoy.

10 de noviembre de 2017

10 de noviembre: San León Magno


Con tres fotos tomadas en mayo en la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo, de los claretianos, ilustramos la entrada en la Memoria de San León I, Papa. Se trata de una magnifica imagen del santo, de medio cuerpo, con capa pluvial y tiara pontificia, en actitud de bendecir con la mano derecha mientras lleva un libro en la otra. El texto al pie de la imagen tiene una evidente errata, ya que León I fue Papa entre el 440 y el 461.

Transcribimos a continuación la catequesis del Papa Benedicto XVI sobre San León Magno, pronunciada el 5 de marzo de 2008:

«Continuando nuestro camino entre los Padres de la Iglesia, auténticos astros que brillan desde lejos, en el encuentro de hoy vamos a considerar la figura de un Papa que en 1754 fue proclamado por Benedicto XIV doctor de la Iglesia: se trata de San León Magno. Como indica el apelativo que pronto le atribuyó la tradición, fue verdaderamente uno de los más grandes Pontífices que han honrado la Sede de Roma, contribuyendo en gran medida a reforzar su autoridad y prestigio. Primer Obispo de Roma que llevó el nombre de León, adoptado después por otros doce Sumos Pontífices, es también el primer Papa cuya predicación, dirigida al pueblo que le rodeaba durante las celebraciones, ha llegado hasta nosotros. Viene espontáneamente a la mente su recuerdo en el contexto de las actuales audiencias generales del miércoles, citas que en los últimos decenios se han convertido para el Obispo de Roma en una forma habitual de encuentro con los fieles y con numerosos visitantes procedentes de todas las partes del mundo.

San León era originario de la Tuscia. Fue diácono de la Iglesia de Roma en torno al año 430, y con el tiempo alcanzó en ella una posición de gran importancia. Este papel destacado impulsó en el año 440 a Gala Placidia, que entonces gobernaba el Imperio de Occidente, a enviarlo a la Galia para resolver una situación difícil. Pero en el verano de aquel año, el Papa Sixto III, cuyo nombre está ligado a los magníficos mosaicos de la basílica de Santa María la Mayor, falleció; y como su sucesor fue elegido precisamente San León, que recibió la noticia mientras desempeñaba su misión de paz en la Galia.

Tras regresar a Roma, el nuevo Papa fue consagrado el 29 de septiembre del año 440. Así inició su pontificado, que duró más de 21 años y que ha sido sin duda uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. Al morir, el 10 de noviembre del año 461, el Papa fue sepultado junto a la tumba de San Pedro. Sus reliquias se conservan todavía hoy en uno de los altares de la basílica vaticana.

El Papa San León vivió en tiempos sumamente difíciles: las repetidas invasiones bárbaras, el progresivo debilitamiento de la autoridad imperial en Occidente y una larga crisis social habían obligado al Obispo de Roma —como sucedería con mayor evidencia aún un siglo y medio después, durante el pontificado de San Gregorio Magno— a asumir un papel destacado incluso en las vicisitudes civiles y políticas. Esto no impidió que aumentara la importancia y el prestigio de la Sede romana.

Es famoso un episodio de la vida de San León. Se remonta al año 452, cuando el Papa en Mantua, junto a una delegación romana, salió al encuentro de Atila, el jefe de los hunos, y lo convenció de que no continuara la guerra de invasión con la que ya había devastado las regiones del nordeste de Italia. De este modo salvó al resto de la península. Este importante acontecimiento pronto se hizo memorable y permanece como un signo emblemático de la acción de paz llevada a cabo por el Pontífice.

No fue tan positivo, por desgracia, tres años después, el resultado de otra iniciativa del Papa, que de todos modos manifestó una valentía que todavía hoy nos sorprende: en la primavera del año 455, San León no logró impedir que los vándalos de Genserico, tras llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del Papa que, inerme y rodeado de su clero, salió al encuentro del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada y logró que no fueran saqueadas las Basílicas de San Pedro, San Pablo y San Juan, en las que se refugió parte de la población aterrorizada.

Conocemos bien la acción del Papa San León gracias a sus hermosísimos sermones —se han conservado casi cien en un latín espléndido y claro— y gracias a sus cartas, unas ciento cincuenta. En estos textos, el Pontífice se muestra en toda su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a través de un ejercicio asiduo de la palabra, que lo muestra a la vez como teólogo y pastor. San León Magno, constantemente solícito por sus fieles y por el pueblo de Roma, así como por la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó y promovió incansablemente el primado romano, presentándose como auténtico heredero del apóstol San Pedro: los numerosos obispos, en gran parte orientales, reunidos en el Concilio de Calcedonia, fueron plenamente conscientes de esto.

Este concilio, que tuvo lugar en el año 451, con 350 obispos participantes, fue la asamblea más importante celebrada hasta entonces en la historia de la Iglesia. Calcedonia representa la meta segura de la cristología de los tres concilios ecuménicos anteriores: el de Nicea, del año 325; el de Constantinopla, del año 381; y el de Éfeso, del año 431. Ya en el siglo VI estos cuatro concilios, que resumen la fe de la Iglesia antigua, fueron comparados a los cuatro Evangelios: lo afirma San Gregorio Magno en una famosa carta (I, 24), en la que declara que «acoge y venera los cuatro concilios como los cuatro libros del santo Evangelio», porque sobre ellos —sigue explicando San Gregorio— «se eleva la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada». El Concilio de Calcedonia, al rechazar la herejía de Eutiques, que negaba la verdadera naturaleza humana del Hijo de Dios, afirmó la unión en su única Persona, sin confusión ni separación, de las dos naturalezas humana y divina.



Esta fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, fue afirmada por el Papa en un importante texto doctrinal dirigido al obispo de Constantinopla, el así llamado «Tomo a Flaviano», que al ser leído en Calcedonia, fue acogido por los obispos presentes con una aclamación elocuente, registrada en las actas del Concilio: «Pedro ha hablado por la boca de León», exclamaron al unísono los padres conciliares. Sobre todo a partir de esa intervención, y de otras realizadas durante la controversia cristológica de aquellos años, resulta evidente que el Papa sentía con particular urgencia la responsabilidad del Sucesor de Pedro, cuyo papel es único en la Iglesia, pues «a un solo apóstol se le confía lo que a todos los apóstoles se comunica», como afirma san León en uno de sus sermones con motivo de la fiesta de San Pedro y San Pablo (83, 2). Y el Pontífice supo ejercer esta responsabilidad tanto en Occidente como en Oriente, interviniendo en diferentes circunstancias con prudencia, firmeza y lucidez, a través de sus escritos y mediante sus legados. Así mostraba cómo el ejercicio del primado romano era necesario entonces, como lo es hoy, para servir eficazmente a la comunión, característica de la única Iglesia de Cristo.

Consciente del momento histórico en el que vivía y de la transición que estaba produciéndose de la Roma pagana a la cristiana —en un período de profunda crisis—, san León Magno supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Impulsó la caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados, por las injusticias y por la pobreza. Se enfrentó a las supersticiones paganas y a la acción de los grupos maniqueos. Vinculó la liturgia a la vida diaria de los cristianos: por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y la limosna, sobre todo con motivo de las Cuatro témporas, que marcan en el transcurso del año el cambio de las estaciones.

En particular, san León Magno enseñó a sus fieles —y sus palabras siguen siendo válidas para nosotros— que la liturgia cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada uno. Lo subraya en un sermón (64, 1-2) a propósito de la Pascua, que debe celebrarse en todo tiempo del año, «no como algo del pasado, sino más bien como un acontecimiento del presente». Todo esto se enmarca en un proyecto preciso, insiste el santo Pontífice: así como el Creador animó con el soplo de la vida racional al hombre modelado con el barro de la tierra, del mismo modo, tras el pecado original, envió a su Hijo al mundo para restituir al hombre la dignidad perdida y destruir el dominio del diablo mediante la nueva vida de la gracia.

Este es el misterio cristológico al que san León Magno, con su carta al concilio de Éfeso, dio una contribución eficaz y esencial, confirmando para todos los tiempos, a través de ese concilio, lo que dijo san Pedro en Cesarea de Filipo. Con Pedro y como Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Por este motivo, al ser a la vez Dios y hombre, «no es ajeno al género humano, pero es ajeno al pecado» (cf. Serm. 64). Con la fuerza de esta fe cristológica, fue un gran mensajero de paz y de amor. Así nos muestra el camino: en la fe aprendemos la caridad. Por tanto, con san León Magno, aprendamos a creer en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y a vivir esta fe cada día en la acción por la paz y en el amor al prójimo».

4 de noviembre de 2017

4 de noviembre: San Carlos Borromeo

San Pío V, San Felipe Neri, San Ignacio de Loyola y San Carlos Borromeo son seguramente las cuatro figuras más grandes de la Reforma Católica. Hoy celebramos la Memoria del último de ellos, fallecido el 3 de noviembre de 1584.

Carlos Borromeo era de familia noble; su padre era conde  y su madre pertenecía a la rama milanesa de los Médicis; un hermano de ella fue elegido Papa y tomó el nombre de Pío IV. 

Carlos, nacido en 1538, desde pequeño dio muestras de gran devoción. A los doce años recibió la tonsura.  Estudió primero en Milán y luego en la Universidad de Pavía. No se destacaba en los estudios, pero hizo grandes progresos gracias a su seriedad y responsabilidad. 

En 1559 su tío fue elegido Papa, como dijimos; al año siguiente Carlos -que no tenía aun 20 años- fue creado Cardenal Diácono. También fue designado para la sede de Milán, primero como Administrador y más tarde como Arzobispo, aunque no asumió inmediatamente.

Recibió la ordenación sacerdotal y la episcopal en 1563, y fue elevado a Cardenal Presbítero, pero ya antes le había encomendado el Pontífice importantes funciones; tuvo también la misión de colaborar con el reinicio de las sesiones del Concilio de Trento, que había sido interrumpido años antes. Luego se ocupó de la puesta en práctica de los decretos conciliares. 

Como Arzobispo de Milán desplegó una extraordinaria acción evangelizadora, organizativa, legislativa, pastoral,  caritativa y litúrgica. Nos detendremos un instante en esta última, ya que atañe directamente a la temática de este blog.  Estuvo a cargo de la supervisión de la reforma de los libros litúrgicos y de la música sagrada según los decretos tridentinos;  él fue quien encomendó a Palestrina la composición de la célebre «Missa Papae Marcelli». Además, tenía un gran respeto por la sagrada liturgia, por lo que jamás decía una oración ni administraba un sacramento apresuradamente, aunque llevara prisa.

San Carlos Borromeo murió en 1584, cuando tenía apenas 46 años,  y fue canonizado en 1610.


Las fotos que ilustran esta entrada corresponden a la imagen que se venera en un altar lateral de la Basílica de la que es Titular, junto con María Auxiliadora, en el barrio de Almagro. En la imagen viste indumentaria cardenalicia y lleva una cruz en sus manos.

2 de noviembre de 2017

2 de noviembre: Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos



Dice el Martirologio:  «Conmemoración de todos los fieles difuntos. La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud en celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe sólo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha del pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna».

Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica  (958): "«La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos; "pues es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados" (2 Mac 12, 46)"» (Lumen Gentium, 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor".  

En el 1032 afirma: "Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios".

Y en el punto 1689, hablando de la celebración de las exequias, añade:  "Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana (cf. Ritual de exequias, Prenotandos, 1). La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino (cf. Ritual de exequias, Primer tipo de exequias, 56). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión con quien "se durmió en el Señor" , comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él".




Un gran relieve en la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación (Scalabrini Ortiz y Córdoba) representa este gran misterio: la celebración del sacrificio eucarístico es fuente de esperanza y salvación para los difuntos que aguardan en el Purgatorio la purificación de sus pecados.

Oración Colecta de la Misa 2  de la sección 
de las Misas de Difuntos "por varios o por todos los difuntos":

Dios todopoderoso y eterno,
vida de los mortales y gozo de los santos,
te pedimos humildemente por tus hijos;
haz que liberados de toda atadura terrenal,
participen de la gloria eterna en tu Reino.


Próxima entrada:  4 de noviembre (San Carlos)