30 de agosto de 2021

30 de agosto: Fiesta de Santa Rosa de Lima


La iglesia parroquial de la ciudad de Bragado está consagrada a Santa Rosa de Lima. Allí tomamos, en octubre de 2019, las fotos que publicamos en esta entrada. Corresponden a dos imágenes de la santa (una en el retablo mayor y otra en una dependencia menor del templo) y a una reliquia que se venera allí. 

Compartimos además la homilía que el Cardenal Bertone,
Secretario de Estado de Su Santidad,
pronunció el 30 de agosto de 2007
en el Santuario de Santa Rosa de Lima 
en la capital del Perú. 

«"El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza... Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es más alta que las hortalizas" (Mt 13, 31-32). En la página evangélica que la liturgia nos propone en la fiesta de Santa Rosa de Lima, Jesús compara el reino de los cielos con un grano de mostaza, una de las semillas más pequeñas que, en cambio, cuando crece, se convierte en un lozano arbusto de hasta tres metros de altura. No existe proporción entre la pequeñez de la semilla y el desarrollo posterior de la planta, con las flores y los frutos que produce. No resulta muy difícil entender la enseñanza que el Señor quiere darnos a través de esta metáfora. En efecto, de la misma manera que se aprecia una clara desproporción entre un arbusto alto que crece de una semilla muy pequeña, tampoco hay una proporción lógica entre las limitaciones del hombre y los prodigios de santidad que la gracia divina obra en él. ¿Acaso la vida de los santos y el camino de la Iglesia a lo largo de los siglos no son un testimonio constante de esta acción misteriosa del Señor? Todos nosotros somos como pequeñas semillas, pero de nuestra limitación Dios puede hacer surgir maravillosos portentos de bondad y amor. A este respecto, resulta muy elocuente la historia humana y espiritual de Santa Rosa. He aquí lo que es la santidad: una obra gratuita del Creador todopoderoso, cuando encuentra en la criatura humana una correspondencia fiel y humilde.


Pero podemos añadir una consideración más. En la actualidad, estamos preocupados, con razón, porque algunos cristianos abandonan la Iglesia atraídos por el señuelo de las sectas o seducidos por el espejismo del hedonismo moderno y por una cultura que, acentuando la autonomía del hombre, acaba por proponer un humanismo sin Dios o incluso contra Dios. ¿Qué podemos hacer? El texto evangélico nos indica una vía que hemos de seguir: toda acción pastoral y misionera es útil para una acción apostólica más incisiva, pero lo que más cuenta es que cada uno de nosotros sea la buena semilla que, gracias a la ayuda divina, es capaz de producir frutos abundantes. Los cristianos, por tanto, están llamados a testimoniar con su ejemplo su pertenencia convencida a Cristo y a su Iglesia. Así se convierten en fermento de santidad. Jesús lo afirma claramente cuando, en el mismo pasaje del evangelio de San Mateo, identifica el reino de los cielos no sólo con una pequeña semilla sino con la levadura que hace fermentar la masa. "El reino de los cielos —nos dice— se parece a la levadura... que se amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente" (Mt 13, 33). Para tener buen pan no basta simplemente otra masa aunque sea fresca; es necesaria la levadura que, cuando se pone en la harina, da lugar a un fenómeno casi mágico: la masa crece hasta desbordar el recipiente. En efecto, se trata de la fuerza de la vida que la levadura lleva en sí misma. Un autor cristiano de los primeros siglos llamado Orígenes ofrece un comentario interesante de esta breve parábola. Identifica las "tres medidas de harina", de las que habla el Evangelio, con los elementos de la persona humana: cuerpo, alma y espíritu, que para fermentar, es decir, para elevarse, necesitan el Espíritu Santo. También aquí podemos hacer una aplicación muy actual. Hoy es frecuente la tentación de un moderno gnosticismo que concibe la religión casi como una opción individual y privada que se ha de vivir de modo intimista. Pero aunque es verdad que la fe es ante todo amistad íntima con Cristo, cuando esta fe es auténtica no puede dejar de ser "contagiosa" hasta llegar a renovar la sociedad e incluso la creación, puesto que toda la creación forma parte del plan de salvación. El cristiano no debe conformarse con ser sólo "buen pan", sino que necesita ser levadura de santidad.



Esta ha sido la experiencia de Isabel Flores y de Oliva, llamada Rosa por el frescor de su rostro. Aunque provenía de una noble familia de inmigrantes españoles que se establecieron en el Perú, no dudó en afrontar la situación cuando sus parientes se encontraron con estrecheces económicas debido a una serie de desgracias. Desde la adolescencia optó por seguir a Jesús con pasión ardiente, entrando a formar parte de la Tercera Orden dominicana y teniendo como modelo y guía espiritual a Santa Catalina de Siena. Entregada al cuidado de los pobres y a los trabajos ordinarios que una chica desempeña cotidianamente en la casa, se impuso un régimen de vida austero marcado por una extraordinaria penitencia. A los veintitrés años se encerró en una celda de apenas dos metros cuadrados, que mandó a su hermano construir en el jardín de su casa y de la que sólo salía para ir a las funciones religiosas. Y es precisamente en esta estrecha prisión voluntaria donde transcurrió la mayor parte de sus días en contemplación, en intimidad con su Señor. Como a Santa Catalina de Siena, también a ella se le concedió la gracia mística de participar físicamente en la pasión de Jesús, al que eligió como su Esposo, y durante 15 años tuvo que atravesar la dura experiencia interior de la ausencia de Dios, ese sufrimiento del espíritu que San Juan de la Cruz, el reformador del Carmelo, llama la "noche oscura".

La de Rosa fue, pues, una vida escondida y atormentada que, dócil al Espíritu Santo, alcanzó las más altas cumbres de la santidad. El mensaje que sigue comunicando a los devotos que la invocan como protectora, no sólo en el Perú y en el continente latinoamericano, sino en todo el mundo, está bien expresado en uno de los misteriosos mensajes que recibió del Señor. "Que sepan todos —le confió Jesús— que la gracia sigue a la tribulación; entiendan que sin el peso de las aflicciones no se llega a la cumbre de la gracia; comprendan que en la medida en que crece la intensidad de los dolores, aumenta la de los carismas. Ninguno se equivoque ni se engañe; esta es la única y verdadera escalera hacia el paraíso y, fuera de la cruz, no hay otra vía por la que se pueda subir al cielo". Son palabras que hacen pensar enseguida en las condiciones exigentes que Jesús mismo pone a sus discípulos: "El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga... ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" (Mt 16, 24.26). Aquí está precisamente la paradoja evangélica, la verdadera sabiduría de la cruz, el escándalo de la cruz. "El mensaje de la cruz, en efecto —escribe San Pablo a los Corintios— es necedad para los que están en vías de perdición, pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios" (1 Co 1, 18). Que Santa Rosa nos ayude a abrazar la cruz con confianza como lo hizo ella, incluso cuando esto comporte sufrimientos y fracasos aparentes. En uno de sus escritos leemos: "Nadie se quejaría de la cruz y de los dolores que le tocan en suerte si conociera con qué balanzas son pesados al distribuirse entre los hombres".


Su breve existencia —murió con sólo 32 años— estuvo marcada por innumerables pruebas y sufrimientos, pero al mismo tiempo estuvo totalmente impregnada por el amor a Cristo y por una gran serenidad. Se puede decir perfectamente que en Santa Rosa se manifestó la potencia de la gracia divina: cuanto más débil es el hombre y confía en Dios, tanto más encuentra en él su consuelo y experimenta la fuerza renovadora de su Espíritu. La primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, nos exhorta a vivir en el abandono humilde y confiado en el Señor. "En tus asuntos —escribe el autor sagrado— procede con humildad, y te querrán más que al hombre generoso", y añade: "Grande es la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes" (Si 3, 17-20). "En el día de la tribulación Dios se acordará de ti" (Si 3, 15). En el día de su fiesta, Santa Rosa nos recuerda que Dios es bueno y misericordioso, nunca abandona a sus hijos en la hora de la prueba y de la necesidad; nos invita a tener siempre confianza en él y a ser sencillos y humildes. La sencillez y la humildad son virtudes que hemos de aprender a practicar si queremos seguir a Jesús. Él repite a sus amigos: "Vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, y yo les aliviaré. Carguen con mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 28-29).

Reliquia de Santa Rosa de Lima
en la iglesia parroquial de Bragado
Santa Rosa respondió a esta invitación con conciencia plena y disponible; se dejó abrazar por Dios, segura de estar en las manos de un Padre, sostenida por una intensa piedad eucarística y mariana. En una ocasión, el amor a la Eucaristía la impulsó a abrazarse al tabernáculo para defenderlo de las invasiones de los calvinistas holandeses que asediaron la ciudad de Lima. También acudía constantemente a María Santísima, invocándola sobre todo bajo el título de "Reina del Rosario". Incluso, como ustedes saben, fue precisamente la Virgen del Rosario la que le indicó la forma de vida con la que se debía consagrar para siempre a Jesús en la Tercera Orden dominicana. En efecto, sucedió que, cuando la familia se resignó a su negativa a casarse, Rosa entró en el monasterio de Santa Clara. Sin embargo, no estaba completamente segura de que fuese esa la elección justa, por lo que cuando, acompañada por su hermano, dejó la casa para ir definitivamente al monasterio, se detuvo delante de "su" Virgen. Rezó con tal intensidad que se sintió tan pesada como el plomo: ni su hermano, ni el sacristán lograron levantarla. Y sólo cuando prometió a la Virgen que volvería a casa, la Virgen le sonrió y Rosa pudo levantarse fácilmente. Se convenció entonces de que podía llegar a Jesús a través del amor materno de la Virgen María. Así vivió consagrándose totalmente a Jesús y a María; cuando murió, tenía en sus labios como últimas palabras: "Jesús, Jesús, Jesús, que esté siempre conmigo".

Queridos hermanos y hermanas, doy gracias al Señor que me ofrece la posibilidad de terminar mi estancia en el Perú con esta peregrinación a los pies de Santa Rosa, excelsa hija de su nación, en esta hermosa iglesia en la que se conservan sus reliquias. 
(...) 
En el momento en que me despido de su bello país con esta celebración eucarística, invoco sobre todos y cada uno la protección de Santa Rosa y la ayuda materna de María, tan venerada en cada rincón de esta nación. A ustedes les pido un recuerdo en la oración por mí, pero sobre todo por el Santo Padre Benedicto XVI, que sigue con paternal atención y afecto la vida y el camino de la Iglesia y de la nación peruana. Ojalá que el Perú pueda perseverar y crecer en una fe firme y llena de alegría, en la concordia y en la paz, bajo la mirada benevolente del Señor de los Milagros, de la Santísima Virgen y de Santa Rosa.

Que el Señor de los Milagros, la Virgen santa y Santa Rosa estén particularmente cercanos a cuantos sufren por el terremoto ocurrido recientemente y cuyas consecuencias todavía están muy presentes. Yo conservaré en el corazón las emociones y los sentimientos experimentados en estos días y seguiré recordándoles a todos ante el Señor. Al final de mi visita, queridos hermanos y hermanas, recemos por los difuntos, por los heridos, por las familias que han quedado sin casa; roguemos por todo el pueblo peruano, para que unido sepa superar también esta prueba y construir con confianza su propio futuro, confiando siempre en la ayuda divina. La palabra del Señor lo ha repetido hace poco: "En el día de la tribulación Dios se acordará de ti" (Sr 3, 15). Con esta segura esperanza celebramos el sacrificio divino, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia y del mundo redimidos por la cruz de Cristo. ¡Amén!»

27 de agosto de 2021

27 de agosto: San Fanurio


El 27 de agosto la iglesia ortodoxa venera al «Santo, Glorioso y Gran Mártir Fanurio».


«San Fanurio es uno de los santos más queridos por pueblo griego, que cada año honra y celebra su memoria el 27 de agosto. El conocimiento de este tan querido santo podría describirse sin lugar a dudas como un don de Dios, porque fue desconocido por muchos siglos. Se hizo conocido a partir del descubrimiento accidental del  icono en el siglo XIV d.C. en Rodas. Mientras excavaban sobre unas antiguas casas para reforzar el lugar en la parte sur de la antigua muralla, descubrieron una iglesia muy hermosa, que estaba parcialmente enterrada en ruinas. Continuaron excavando hasta el suelo del templo, y encontraron muchos iconos sagrados, todos en muy mal estado, pero un icono de San Fanurio estaba completo y muy bien conservado; de hecho, parecía como si hubiera sido pintado ese mismo día. Y cuando este templo fue descubierto junto con sus sagrados iconos, el entonces Metropolita de Rodas Nilo II el Diasporinos (1355 - 1369 d.C.), un hombre de gran santidad y conocimiento, vino y leyó la inscripción del icono, que decía: "El Santo Fanurio". 
En el icono, el santo estaba representado como un joven soldado, sosteniendo en su mano derecha una cruz, sobre la cual había una vela encendida, rodeada de doce imágenes de la vida del santo. Alrededor del perímetro del icono había doce escenas, que mostraban al santo siendo interrogado ante el magistrado; luego en medio de los soldados, que lo golpeaban en la boca y la cabeza con piedras; luego se tendió en el suelo mientras los soldados lo azotaban; luego, desnudo mientras ellos rasgaban su carne con ganchos de hierro; luego encarcelado en una mazmorra; y otra vez de pie ante el tribunal del tirano; luego siendo quemado con velas; luego atado a un poste; luego arrojado en medio de bestias salvajes; luego aplastado por una gran roca; luego de pie frente a ídolos sosteniendo brasas en sus manos, mientras un demonio cercano lloraba y se lamentaba: Y finalmente se le muestra erguido en medio de un horno de fuego, con sus manos elevadas hacia el Cielo. A partir de estas doce escenas representadas en el icono, el metropolita dedujo que se trataba de un gran mártir» y solicitó a los gobernantes de ese lugar que le dieran ese templo para su restauración; como no lo logró, viajó a Constantinopla «y allí obtuvo un decreto que lo facultaba para reconstruir la iglesia», lo que se hizo. Se verificaron allí numerosos milagros.

Esta nota biográfica procede del sitio ortodoxo "La Ortodoxia es la Verdad", que remite a un himno akathisto en honor de San Fanurio, cuyos fragmentos iniciales compartimos:
Condaquio I
Defensor de la Fe Ortodoxa, Gran Mártir Fanurio, llenos de alegría y con el corazón lleno de gratitud por los grandes milagros que Dios obra por medio de tu intercesión, e iluminados por tus martirios te decimos:
Regocíjate, San Fanurio, gran taumaturgo.

Icos I
Una innumerable multitud de creyentes, da testimonio de las maravillas de tus innumerables milagros con los cuales humillaste a los herejes haciendo resplandecer la fe ortodoxa y llenos de regocijo espiritual te dicen:
Regocíjate, gran Mártir de Cristo el Salvador.
Regocíjate, pues innumerables son los que buscan tu intercesión.
Regocíjate, defensor de la Fe Ortodoxa.
Regocíjate, ayuda de los que te suplican.
Regocíjate, tú que derrotas los oscuros razonamientos de los paganos.
Regocíjate, tú que haces resplandecer la verdadera Fe.
Regocíjate, ornamento de los soldados cristianos.
Regocíjate, guerrero victorioso.
Regocíjate, vencedor del maligno.
Regocíjate, maestro de los cristianos.
Regocíjate, tú que iluminas nuestra ignorancia.
Regocíjate, San Fanurio, gran taumaturgo.
Condaquio II
Aunque pobres sean nuestras alabanzas y no seamos capaces de ensalzarte como es debido, acepta las suplicas de aquellos que con el corazón lleno de humildad y amor te dicen: ¡Aleluya!
Icos II
Ninguno de nosotros los pecadores podemos decir que no hayas recibido nuestras oraciones, pues conoces nuestra debilidad intercediendo por nosotros ante Cristo; por ello, agradecidos te decimos:
Regocíjate, tú que fuiste elegido por Dios.
Regocíjate, pues sin el conocimiento filosófico desbarataste los errores de los filósofos.
Regocíjate, tú que nos muestras el tesoro de los mandamientos divinos.
Regocíjate, tú que enseñas las leyes a los legisladores.
Regocíjate, alabanza de padres y maestros.
Regocíjate, ornamento de la Iglesia de Cristo.
Regocíjate, tú que pones en evidencia a los herejes.
Regocíjate, tú que te mostraste lleno de la sabiduría divina.
Regocíjate, tú que resplandeces como luminaria del Espíritu Santo
Regocíjate, valiente luchador del ejército de Cristo.
Regocíjate, ayuda del pueblo ortodoxo.
Regocíjate, San Fanurio, gran taumaturgo.
La imagen se venera en el templo ortodoxo griego de Buenos Aires dedicado a la Dormición de la Virgen. 

25 de agosto de 2021

25 de agosto: San Luis, Rey de Francia

En el Museo Nacional de Arte Decorativo se exhibe esta obra de arte:





A los datos biográficos sobre San Luis IX, que publicamos en nuestra entrada del 25 de agosto de 2016, añadamos este sabroso comentario que tomamos de El Testigo Fiel: «San Luis IX poseía las cualidades de un gran monarca, de un héroe de epopeya y de un santo. A la sabiduría en el gobierno unía el arte de la paz y de la guerra; al valor y amplitud de miras, una gran virtud. En sus empresas la ambición no tenía lugar alguno; lo único que buscaba el santo rey era la gloria de Dios y el bien de sus súbditos. Aunque las dos cruzadas en que participó resultaron un fracaso, es un hecho que San Luis fue uno de los caballeros más valientes de todas las épocas, un ejemplo perfecto del caballero medieval, sin miedo y sin tacha»..

20 de agosto de 2021

20 de agosto: San Bernardo

 

«Hoy quiero hablar sobre San Bernardo de Claraval, llamado el "último de los Padres" de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los Padres. 

No conocemos con detalles los años de su juventud, aunque sabemos que nació en el año 1090 en Fontaines, en Francia, en una familia numerosa y discretamente acomodada. De joven, se entregó al estudio de las llamadas artes liberales —especialmente de la gramática, la retórica y la dialéctica— en la escuela de los canónigos de la iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, y maduró lentamente la decisión de entrar en la vida religiosa. Alrededor de los veinte años entró en el Císter, una fundación monástica nueva, más ágil respecto de los antiguos y venerables monasterios de entonces y, al mismo tiempo, más rigurosa en la práctica de los consejos evangélicos. 

Algunos años más tarde, en 1115, San Bernardo fue enviado por San Esteban Harding, tercer abad del Císter, a fundar el monasterio de Claraval (Clairvaux). Allí el joven abad, que tenía sólo 25 años, pudo afinar su propia concepción de la vida monástica, esforzándose por traducirla en la práctica. Mirando la disciplina de otros monasterios, San Bernardo reclamó con decisión la necesidad de una vida sobria y moderada, tanto en la mesa como en la indumentaria y en los edificios monásticos, recomendando la sustentación y la solicitud por los pobres. Entretanto la comunidad de Claraval crecía en número y multiplicaba sus fundaciones.

En esos mismos años, antes de 1130, San Bernardo inició una vasta correspondencia con muchas personas, tanto importantes como de modestas condiciones sociales. A las muchas Cartas de este período hay que añadir numerosos Sermones, así como Sentencias y Tratados. También a esta época se remonta la gran amistad de Bernardo con Guillermo, abad de Saint-Thierry, y con Guillermo de Champeaux, personalidades muy importantes del siglo XII. Desde 1130 en adelante empezó a ocuparse de no pocos y graves asuntos de la Santa Sede y de la Iglesia. Por este motivo tuvo que salir cada vez más a menudo de su monasterio, en ocasiones incluso fuera de Francia. Fundó también algunos monasterios femeninos, y fue protagonista de un notable epistolario con Pedro el Venerable, abad de Cluny (...). Dirigió principalmente sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico.

Otro frente contra el que San Bernardo luchó fue la herejía de los cátaros, que despreciaban la materia y el cuerpo humano, despreciando, en consecuencia, al Creador. Él, en cambio, sintió el deber de defender a los judíos, condenando los rebrotes de antisemitismo cada vez más generalizados. Por este último aspecto de su acción apostólica, algunas decenas de años más tarde, Ephraim, rabino de Bonn, rindió a San Bernardo un vibrante homenaje. 

En ese mismo periodo el santo abad escribió sus obras más famosas, como los celebérrimos Sermones sobre el Cantar de los Cantares. En los últimos años de su vida —su muerte sobrevino en 1153— San Bernardo tuvo que reducir los viajes, aunque sin interrumpirlos del todo. Aprovechó para revisar definitivamente el conjunto de las Cartas, de los Sermones y de los Tratados. Es digno de mención un libro bastante particular, que terminó precisamente en este período, en 1145, cuando un alumno suyo, Bernardo Pignatelli, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio III. En esta circunstancia, San Bernardo, en calidad de padre espiritual, escribió a este hijo espiritual suyo el texto De Consideratione, que contiene enseñanzas para poder ser un buen Papa. En este libro, que sigue siendo una lectura conveniente para los Papas de todos los tiempos, San Bernardo no sólo indica cómo ser un buen Papa, sino que también expresa una profunda visión del misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que desemboca, al final, en la contemplación del misterio de Dios trino y uno:  "Debería proseguir la búsqueda de este Dios, al que no se busca suficientemente —escribe el santo abad—, pero quizá se puede buscar mejor y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión. Pongamos, por tanto, aquí término al libro, pero no a la búsqueda" (XIV, 32:  PL 182, 808) (...).

Ahora quiero detenerme sólo en dos aspectos centrales de la rica doctrina de San Bernardo:  se refieren a Jesucristo y a María santísima, su Madre. Su solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatuto científico de la teología. Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval relaciona al teólogo con el contemplativo y el místico. Sólo Jesús —insiste san Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo—, sólo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón" (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". Precisamente de aquí proviene el título, que le atribuye la tradición, de Doctor Mellifluus: de hecho, su alabanza de Jesucristo "fluye como la miel". 

En las intensas batallas entre nominalistas y realistas —dos corrientes filosóficas de la época— el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma —confiesa— si no se lo rocía con este aceite; insípido, si no se lo sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo allí a Jesús". Y concluye:  "Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús" (Sermones in Cantica canticorum XV, 6:  PL 183, 847). Para San Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano:  la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerlo cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto nos suceda a cada uno de nosotros!

En otro célebre Sermón en el domingo dentro de la octava de la Asunción, el santo abad describe en términos apasionados la íntima participación de María en el sacrificio redentor de su Hijo. "¡Oh santa Madre —exclama—, verdaderamente una espada ha traspasado tu alma!... Hasta tal punto la violencia del dolor ha traspasado tu alma, que con razón te podemos llamar más que mártir, porque en ti la participación en la pasión del Hijo superó con mucho en intensidad los sufrimientos físicos del martirio" (14:  PL 183, 437-438). San Bernardo no tiene dudas:  "per Mariam ad Iesum", a través de María somos llevados a Jesús. Él atestigua con claridad la subordinación de María a Jesús, según los fundamentos de la mariología tradicional. Pero el cuerpo del Sermón documenta también el lugar privilegiado de la Virgen en la economía de la salvación, dada su particularísima participación como Madre (compassio) en el sacrificio del Hijo. Por eso, un siglo y medio después de la muerte de san Bernardo, Dante Alighieri, en el último canto de la Divina Comedia, pondrá en los labios del Doctor melifluo la sublime oración a María:  "Virgen Madre, hija de tu Hijo, / humilde y elevada más que cualquier criatura / término fijo de eterno consejo..." (Paraíso 33, vv. 1 ss).


Estas reflexiones, características de un enamorado de Jesús y de María como San Bernardo, siguen inspirando hoy de forma saludable no sólo a los teólogos, sino a todos los creyentes. A veces se pretende resolver las cuestiones fundamentales sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo únicamente con las fuerzas de la razón. San Bernardo, en cambio, sólidamente fundado en la Biblia y en los Padres de la Iglesia, nos recuerda que sin una profunda fe en Dios, alimentada por la oración y por la contemplación, por una relación íntima con el Señor, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de ser un vano ejercicio intelectual, y pierden su credibilidad. La teología remite a la "ciencia de los santos", a su intuición de los misterios del Dios vivo, a su sabiduría, don del Espíritu Santo, que son punto de referencia del pensamiento teológico. Junto con San Bernardo de Claraval, también nosotros debemos reconocer que el hombre busca mejor y encuentra más fácilmente a Dios "con la oración que con la discusión". Al final, la figura más verdadera del teólogo y de todo evangelizador sigue siendo la del apóstol San Juan, que reclinó su cabeza sobre el corazón del Maestro.

Quiero concluir estas reflexiones sobre San Bernardo con las invocaciones a María que leemos en una bella homilía suya:  "En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres —dice— piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta..." (Hom. ii super "Missus est", 17:  PL 183, 70-71)».

Palabras del papa Benedicto XVI en la audiencia general del 21 de octubre de 2009.  La imagen de San Bernardo es la que preside el retablo mayor de la iglesia porteña que lleva su nombre.

18 de agosto de 2021

18 de agosto: Santa Elena

 


El Martirologio Romano recuerda hoy a esta santa, unida a la veneración de la Cruz redentora, con estas palabras: «En Roma, en la vía Labicana, Santa Elena, madre del emperador Constantino, que tuvo un interés singular en ayudar a los pobres y acudía a la iglesia piadosamente confundida entre los fieles. Habiendo peregrinado a Jerusalén para descubrir los lugares del Nacimiento de Cristo, de su Pasión y Resurrección, honró el pesebre y la cruz del Señor con basílicas dignas de veneración (c. 329)».

La imagen es de la iglesia de San Antonio, en Areco, y la foto del Introito y la Colecta de la misa del día corresponde al Misal Diario del padre Azcárate, en el apéndice «Misas Propias de América»:



En ediciones del Misal Romano de 1962 (es decir en la Forma Extraordinaria del Rito Romano) aparece en el apartado  de las  misas propias «pro aliquibus locis»: «de algunos lugares».

15 de agosto de 2021

15 de agosto: Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María


Como es lógico, el misterio de la Asunción de María es especialmente venerado en el Paraguay, y de manera particular en su capital, fundada un día como hoy y que lleva el glorioso nombre de Asunción.  Por ello esta imagen de la Virgen llevada al cielo (que se venera en la iglesia asuncena de San José Obrero), como muchas otras que hemos visto en la nación vecina, lleva una cinta con los colores nacionales paraguayos. Completa esta entrada un hermoso fragmento de la encíclica "Redemptoris Mater" de San Juan Pablo II:

«María, por su mediación subordinada a la del Redentor, contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina en la tierra con la realidad escatológica y celestial de la comunión de los santos, habiendo sido ya «asunta a los cielos». La verdad de la Asunción, definida por Pío XII, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II, que expresa así la fe de la Iglesia: «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte». Con esta enseñanza Pío XII enlazaba con la Tradición, que ha encontrado múltiples expresiones en la historia de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente.

Con el misterio de la Asunción a los cielos, se han realizado definitivamente en María todos los efectos de la única mediación de Cristo Redentor del mundo y Señor resucitado: «Todos vivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego, los de Cristo en su Venida» (1 Co 15, 22-23). En el misterio de la Asunción se expresa la fe de la Iglesia, según la cual María «está también íntimamente unida» a Cristo porque, aunque como madre-virgen estaba singularmente unida a él en su primera venida, por su cooperación constante con él lo estará también a la espera de la segunda; «redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo», ella tiene también aquella función, propia de la madre, de mediadora de clemencia en la venida definitiva, cuando todos los de Cristo revivirán, y «el último enemigo en ser destruido será la Muerte» (1 Co 15, 26).

A esta exaltación de la «Hija excelsa de Sión», mediante la asunción a los cielos, está unido el misterio de su gloria eterna. En efecto, la Madre de Cristo es glorificada como «Reina universal». La que en la anunciación se definió como «esclava del Señor» fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera «discípula» de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, «sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar», y ha conseguido plenamente aquel «estado de libertad real , propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar!

«Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte y habiendo sido por ello exaltado por el Padre (cf. Flp 2, 8-9), entró en la gloria de su reino. A Él están sometidas todas las cosas, hasta que Él se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1 Co 15, 27-28)». María, esclava del Señor, forma parte de este Reino del Hijo. La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico, en el que se manifiesta la mediación materna, «hasta la consumación perpetua de todos los elegidos». Así aquella, que aquí en la tierra «guardó fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz», sigue estando unida a él, mientras ya «a El están sometidas todas las cosas, hasta que Él se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre». Así en su asunción a los cielos, María está como envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos, y su misma unión con el Hijo en la gloria está dirigida toda ella hacia la plenitud definitiva del Reino, cuando «Dios sea todo en todas las cosas»».

13 de agosto de 2021

13 de agosto: San Juan Berchmans

«En Roma, San Juan Berchmans, religioso de la Orden de la Compañía de Jesús, que, amadísimo por todos por su sincera piedad, caridad auténtica y alegría constante, murió serenamente después de una breve enfermedad», dice hoy el Martirologio, resumiendo admirablemente la vida de este joven jesuita.  


Nació en 1599 y murió el 13 de agosto de 1621, hace hoy 400 años. Pese a la fama de santidad de la que gozó ya en vida, su canonización tuvo lugar recién en 1888.

Compartimos a continuación la Oración Colecta de la Memoria de San Juan Berchmans en el Propio de la Compañía de Jesús, que lo celebra el 26 de noviembre:

Dios nuestro, 

que nos invitas siempre a amarte 

y amas al que da con alegría, 

concédenos, a imitación del santo joven Juan Berchmans, 

buscarte en todas las cosas con prontitud de corazón,

 y agradarte siempre. 

11 de agosto de 2021

11 de agosto: Santa Clara de Asís



En la capilla San Roque, contigua a la Basílica de San Francisco, hay numerosas imágenes antiguas, de santos y santas. Lamentablemente la mayoría de ellas no está identificada, de modo que no es fácil conocer qué santos están representados.

Sin embargo, es claro que la imagen del nicho central representa al Titular del templo, que está flanqueado por las imágenes de San Francisco y Santa Clara. 

Hoy es la «Memoria de Santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de la Orden de los Hermanos Menores, siguió a San Francisco, llevando en Asís, en la Umbría, una vida austera pero rica en obras de caridad y de piedad. Insigne amante de la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la más extrema indigencia y en la enfermedad» (Martirologio Romano).

Transcribimos algunos fragmentos de la catequesis de Benedicto XVI referida a Santa Clara, el 15 de septiembre de 2010.

«Una de las santas más queridas es sin duda Santa Clara de Asís, que vivió en el siglo XIII, contemporánea de san Francisco. Su testimonio nos muestra cuánto debe la Iglesia a mujeres valientes y llenas de fe como ella, capaces de dar un impulso decisivo para la renovación de la Iglesia.

¿Quién era Clara de Asís? Para responder a esta pregunta contamos con fuentes seguras: no sólo las antiguas biografías, como la de Tomás de Celano, sino también las Actas del proceso de canonización promovido por el Papa sólo pocos meses después de la muerte de Clara y que contiene los testimonios de quienes vivieron a su lado durante mucho tiempo.

Clara nació en 1193, en el seno de una familia aristocrática y rica. Renunció a la nobleza y a la riqueza para vivir humilde y pobre, adoptando la forma de vida que proponía Francisco de Asís. Aunque sus parientes, como sucedía entonces, estaban proyectando un matrimonio con algún personaje de relieve, Clara, a los 18 años, con un gesto audaz inspirado por el profundo deseo de seguir a Cristo y por la admiración por Francisco, dejó su casa paterna y, en compañía de una amiga suya, Bona de Guelfuccio, se unió en secreto a los Frailes Menores en la pequeña iglesia de la Porciúncula. Era la noche del Domingo de Ramos de 1211. En la conmoción general, se realizó un gesto altamente simbólico: mientras sus compañeros empuñaban antorchas encendidas, Francisco le cortó su cabello y Clara se vistió con un burdo hábito penitencial. Desde ese momento se había convertido en virgen esposa de Cristo, humilde y pobre, y se consagraba totalmente a él. (...)

En una de las cuatro cartas que Clara envió a Santa Inés de Praga, la hija del rey de Bohemia, que quiso seguir sus pasos, habla de Cristo, su Esposo amado, con expresiones nupciales, que pueden ser sorprendentes, pero conmueven: «Amándolo, eres casta; tocándolo, serás más pura; dejándote poseer por él eres virgen. Su poder es más fuerte, su generosidad más elevada, su aspecto más bello, su amor más suave y toda gracia más fina. Ya te ha estrechado en su abrazo, que ha adornado tu pecho con piedras preciosas… y te ha coronado con una corona de oro grabada con el signo de la santidad».

Para Clara, sobre todo al principio de su experiencia religiosa, Francisco de Asís no sólo fue un maestro cuyas enseñanzas seguir, sino también un amigo fraterno. La amistad entre estos dos santos constituye un aspecto muy hermoso e importante. De hecho, cuando dos almas puras y enardecidas por el mismo amor a Dios se encuentran, la amistad recíproca supone un estímulo fortísimo para recorrer el camino de la perfección. (...) 

Después de pasar algunos meses en otras comunidades monásticas, resistiendo a las presiones de sus familiares, que inicialmente no aprobaron su elección, Clara se estableció con sus primeras compañeras en la iglesia de San Damián, donde los frailes menores habían arreglado un pequeño convento para ellas. En aquel monasterio vivió más de cuarenta años, hasta su muerte, acontecida en 1253. (...) 

(...) Un rasgo característico de la espiritualidad franciscana al que Clara fue muy sensible [fue] la radicalidad de la pobreza, unida a la confianza total en la Providencia divina. Por este motivo, ella actuó con gran determinación, obteniendo del Papa Gregorio IX o, probablemente, ya del Papa Inocencio III, el llamado Privilegium paupertatis, «Privilegio de la pobreza». De acuerdo con este privilegio, Clara y sus compañeras de San Damián no podían poseer ninguna propiedad material. Se trataba de una excepción verdaderamente extraordinaria respecto al derecho canónico vigente, y las autoridades eclesiásticas de aquel tiempo lo concedieron apreciando los frutos de santidad evangélica que reconocían en el modo de vivir de Clara y de sus hermanas. Esto demuestra que en los siglos de la Edad Media el papel de las mujeres no era secundario, sino considerable. Al respecto, conviene recordar que Clara fue la primera mujer en la historia de la Iglesia que compuso una Regla escrita, sometida a la aprobación del Papa, para que el carisma de Francisco de Asís se conservara en todas las comunidades femeninas que ya se iban fundando en gran número en su tiempo y que deseaban inspirarse en el ejemplo de Francisco y de Clara.



En el convento de San Damián Clara practicó de modo heroico las virtudes que deberían distinguir a todo cristiano: la humildad, el espíritu de piedad y de penitencia, y la caridad. Aunque era la superiora, ella quería servir personalmente a las hermanas enfermas, dedicándose incluso a tareas muy humildes, pues la caridad supera toda resistencia y quien ama hace todos los sacrificios con alegría. Su fe en la presencia real de la Eucaristía era tan grande que, en dos ocasiones, se verificó un hecho prodigioso. Sólo con la ostensión del Santísimo Sacramento, alejó a los soldados mercenarios sarracenos, que estaban a punto de atacar el convento de San Damián y de devastar la ciudad de Asís».  

Este hecho explica la tradicional representación iconográfica de la santa, que porta una custodia con el Santísimo Sacramento. De ese modo es representada en la capilla San Roque, donde obtuvimos estas fotos en febrero de 2018.

Clara fue canonizada en 1255, sólo dos años después de su muerte.

7 de agosto de 2021

7 de agosto: San Alberto degli Abbati

La Iglesia venera hoy la memoria de «San Alberto degli Abbati, presbítero de la Orden de los  carmelitas, que convirtió a muchos judíos a la fe en Cristo y proveyó de víveres a su ciudad sitiada», como dice el Martirologio. También es llamado Alberto de Trápani.

De un sitio carmelita tomamos los datos que siguen:

«Nació en Trápani (Sicilia) en el siglo XIII. 
Se distinguió por la dedicación a la predicación mendicante y por la fama de sus milagros. 
En los años 1280 y 1289 estaba en Trápani, y poco después en Mesina. En el año 1296 gobernaba la provincia carmelita de Sicilia como Provincial.
Célebre por su amor apasionado a la pureza y a la oración. 
Murió en Mesina probablemente en 1307. 
Fue el primer santo que recibió culto en la Orden, y por tanto fue considerado su patrono y protector o "padre", título que compartió con otro santo de su tiempo, Ángel de Sicilia. 
En el siglo XVI se estableció que cada iglesia carmelita le dedicase un altar. 
Muy devotos suyos fueron también Santa Teresa de Jesús y Santa María Magdalena de Pazzis».

Otro sitio carmelita nos ofrece la siguiente oración:

«Señor, Padre Santo, que hiciste de San Alberto un modelo de oración y de pureza y un fiel servidor de la Virgen María: concédenos revestirnos de sus virtudes para participar dignamente en el banquete eterno de la gloria. Por nuestro Señor Jesucristo...».

Su culto fue oficialmente aprobado por Sixto IV en 1476, lo que equivale a una canonización.

La imagen que ilustra esta entrada se venera en la iglesia de Nuestra Señora del Carmelo de Buenos Aires. Tomamos la foto en agosto de 2019.

4 de agosto de 2021

4 de agosto: San Juan María Vianney

El elogio del Martirologio: «Memoria de San Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con asidua predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la santa Eucaristía, brilló de tal modo que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa, y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas».


La Oración Colecta de hoy:  

Dios de poder y misericordia, 

que hiciste admirable a san Juan María Vianney por su celo pastoral, 

concédenos por su intercesión y su ejemplo, 

ganar para Cristo a nuestros hermanos 

y alcanzar, juntamente con ellos, los premios de la vida eterna. 

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo 

en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.


El Santo Cura de Ars  nació en 1786  y murió en 1859. Fue beatificado en 1905 y canonizado en el Año Santo de 1925. La imagen que ilustra esta entrada se venera en la Basílica del Socorro.

«Oremos -dijo en 2009 Benedicto XVI- para que, por intercesión de san Juan María Vianney, Dios conceda a su Iglesia el don de santos sacerdotes, y para que aumente en los fieles el deseo de sostener y colaborar con su ministerio. Encomendemos esta intención a María».

2 de agosto de 2021

2 de agosto: Santa María de los Angeles de la Porciúncula

De un sitio franciscano tomamos la siguiente información acerca de la celebración de hoy, que tiene la categoría de Fiesta para toda la Orden:


«La ermita de Santa María de los Ángeles, situada en el paraje llamado Porciúncula, a pocos kilómetros de Asís, fue el lugar sagrado preferido por San Francisco. En la ermita y sus alrededores se desarrollaron muchos hechos decisivos de la vida y obra del Santo. Allí comenzó la Orden Franciscana, allí inició Santa Clara su aventura evangélica, allí tenían los frailes su casa solariega, allí murió Francisco. Pero antes, en 1216, obtuvo allí de Cristo, por intercesión de la Virgen, el privilegio del «Perdón de Asís» o «Indulgencia de la Porciúncula», confirmado por Honorio III a partir del 2 de agosto de aquel año, renovado y extendido luego por otros papas. En el siglo XVI, para acoger a los numerosos fieles que acudían a lucrar la indulgencia, se construyó el grandioso templo, que alberga en su centro la humilde ermita, declarado en 1909 basílica patriarcal. Las condiciones para ganar la indulgencia son: visitar una iglesia franciscana, rezar un padrenuestro y un credo, confesar y comulgar y orar por las intenciones del Papa».


En la ciudad de Buenos Aires hay una iglesia dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles, en la que tomamos las fotos de esta entrada.


Oración Colecta (del Propio de los Frailes Menores)

Concédenos, Señor,
por intercesión de la Virgen, Reina de los Ángeles,
cuya gloriosa fiesta celebramos hoy,
que participemos como ella de la plenitud de tu gracia. 
Por nuestro Señor Jesucristo...