27 de febrero de 2019

27 de febrero: San Gregorio de Narek

La Liturgia honra hoy a San Gregorio de Narek, Doctor de la Iglesia -el último santo honrado hasta ahora con ese título-, muy venerado en Armenia (tanto por los católicos como por la Iglesia Apostólica) pero poco conocido en Occidente.

San Gregorio nació a mediados del siglo X. Siendo muy joven, ingresó al monasterio de Narek, donde pasó toda su vida monástica. Ese monasterio era un floreciente centro de estudios, en un momento en que Armenia vivía una época de renacimiento de sus artes y de su teología. Gregorio «fue venerado y apreciado tanto por sus limpias cualidades morales como por sus obras. Su nombre ha permanecido, hasta hoy, objeto de veneración de toda la nación».

«Entre sus numerosas obras y comentarios de sublime elocuencia poética, se destaca su "Libro de lamentaciones", que le asegura un lugar único en la literatura religiosa mundial» . Esa obra -también llamada "Libro de Oraciones" es «una conversación con Dios»; «todas estas meditaciones piadosas intercaladas de temas teológicos muy elevados». 

Los párrafos entrecomillados los hemos tomado del libro «Armenia a través de sus poetas», editado en 1983 por Jorge Sarafian, quien tuvo a su cargo la selección de las poesías y la traducción del armenio. De allí mismo procede el poema que cierra esta entrada, que transcribimos con leves ajustes gramaticales.

Gregorio de Narek (Naregatsi Krikor, Grigor Narekatsi) murió a comienzos del siglo XI.  Fue declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Francisco I el 12 de abril de 2015.



La imagen que ilustra esta entrada se venera en la Catedral Apostólica Armenia de San Gregorio Iluminador. 


San Gregorio de Narek: Oración a la Santa Virgen (fragmento)

...
Reina celeste, pura como el aire,
serena como la luz,
casta como la estrella de la madrugada, 
más apreciada que loza impisable del Santo Sanctorum, 
sede de las promesas de felicidad, 
Edén viviente,
árbol de la vida inmortal, rodeado por espadas de llama.. 
Con tu pureza sin tacha, casta y buena, 
con tu santidad inmaculada, 
con tus oraciones perfumadas de incienso, 
¡oh, tú! planta bendecida de la fruta de la vida, 
rectora e intercesora, 
recibe los ruegos de ese suplicante que tiene fe en tí; 
entrelaza los gemidos del pecador que soy, 
para que yo reciba tu ayuda, tu caridad, 
y refugiándome en tu inmaculada concepción, 
e iluminándome de ella, 
yo pueda vivir en tu Hijo, Jesucristo y contigo. 
Con las alas de tu oración, ayúdame, 
¡oh reconocida Madre de los vivos! 
a elevarme sin penas, al salir del valle terrestre, 
hacia la posada dispuesta; 
haz de mi día de angustia una fiesta de alegría;
intercede, pide, ruega, 
por tu palabra escogida según la medida de tu pureza;
con tus lágrimas, ayúdame a hacer frente al peligro. 
Tú, elogiada entre las mujeres, 
Tú, la única bendecida por los labios de las castas bocas;
una sola gota de la leche de tu virginidad 
derramada sobre mí, 
me devolvería la vida. 


Próxima entrada: 2 de marzo (Santa María "en sábado")

23 de febrero de 2019

Sábado de la Semana VI Durante el Año

En el Sábado 
de la  
Semana VI 
del 
Tiempo Ordinario 
se lee un fragmento
del Evangelio 
de San Marcos   
(9, 2-13), 
cuyos primeros
versículos transcribimos: 







 




Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. 

Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. 

Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 

Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. 

Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». 

De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. 

Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se  
preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos».


La escena está representada en un vitral de la iglesia ortodoxa de San Jorge del Patriarcado de Antioquía.
  

18 de febrero de 2019

18 de febrero: San Francisco Régis Clet

«En la ciudad de Uchangfou, en la provincia de Hupei, en China, San Francisco Régis Clet, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que durante treinta años, y en medio de grandes dificultades, anunció el Evangelio, pero, denunciado por un apóstata, después de una larga cautividad fue estrangulado por su condición de cristiano (1820)».  Así recuerda el Martirologio a nuestro santo de hoy, a quien vemos representado en un vitral de la iglesia de la Medalla Milagrosa en el barrio de Parque Chacabuco.



Nacido en Francia en 1748, entró en la Congregación de la Misión a los 21 años. Cuando tuvo ocasión, partió como misionero a la China, donde permaneció hasta su muerte, ocurrida en 1820. Debió allí sortear innumerables dificultades, persecuciones y torturas por anunciar el Evangelio. 

Fue beatificado en el Año Santo de 1900 por León XIII y canonizado por San Juan Pablo II también en un Año Santo: el 1° de octubre de 2000, junto con  Agustín Zhao Rong y otros 118 mártires en China. En esa ocasión dijo el Pontífice: 
"Los mandatos del Señor alegran el corazón". Estas palabras del Salmo Responsorial reflejan muy bien la experiencia de Agustín Zhao Rong y sus 119 compañeros, mártires en China. Los testimonios que nos han llegado permiten vislumbrar en ellos un estado de ánimo caracterizado por una serenidad y una alegría profundas.
La Iglesia hoy da gracias a su Señor, que la bendice y la inunda de luz con el resplandor de la santidad de estos hijos e hijas de China. El Año Santo es el momento más oportuno para hacer que resplandezca su heroico testimonio.
(...)
Hombres y mujeres de todas las edades y condiciones, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, (...), con la entrega de su vida, sellaron su fidelidad indefectible a Cristo y a la Iglesia. Esto sucedió en el arco de varios siglos y en épocas complejas y difíciles de la historia de China. (...) Hoy, con esta solemne proclamación de santidad, la Iglesia quiere solamente reconocer que aquellos mártires son un ejemplo de valentía y coherencia para todos nosotros y honran al noble pueblo chino.
En esta multitud de mártires brillan también 33 misioneros y misioneras, que dejaron su tierra y trataron de introducirse en la realidad china, asumiendo con amor sus características, con el deseo de anunciar a Cristo y servir a ese pueblo. Sus tumbas están allá, como un signo de su pertenencia definitiva a China, que ellos, aun con sus límites humanos, amaron sinceramente, gastando por ella sus energías. 

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16 de febrero de 2019

Santa María "en sábado"

En una nueva Memoria sabatina de la Bienaventurada Virgen María, compartimos una bella imagen que se venera en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Misericordia, en Mataderos.



Y añadimos la oración que se exhibe, en el templo, cerca de la imagen mariana:


Próxima entrada: 18 de febrero (San Francisco Régis Clet)

11 de febrero de 2019

11 de febrero: Nuestra Señora de Lourdes

Un hermoso vitral circular, que puede verse en un vestíbulo interior que da acceso al antiguo bautisterio de la Basílica del Espíritu Santo, muestra una imagen de Nuestra Señora de Lourdes, cuya fiesta celebramos hoy.

El 11 de febrero de 1858, Bernadette Soubirous, que tenía entonces  catorce años, en  una gruta natural abierta en los peñascos de Massabielle que bordeaban el cauce de un río, vio  la figura de «una joven vestida de blanco, no más alta que yo, saludándome con ligeras inclinaciones de la cabeza», como dijo más tarde Bernadette. La aparición era muy hermosa: la joven vestía túnica blanca, ceñida por una banda azul y llevaba un largo rosario colgado del brazo. El lugar de la aparición era cercano a Lourdes, un pueblito prácticamente desconocido, perdido en  la zona de los Pirineos.

Unos días más tarde Bernadette volvió al sitio y -en sus palabras- «la misma joven blanca se hizo presente en el mismo lugar de antes». Pero ni sus amigas, ni sus padres, ni las monjas que enseñaban catecismo, ni el sacerdote del lugar, le creyeron.

En la tercera aparición, el 18 de febrero, la Señora habló por primera vez, utilizando el patois (dialecto de Lourdes) y le pidió a la niña: «¿Quieres tener la amabilidad de venir aquí todos los días durante una quincena?». Y añadió: «No prometo hacerte feliz en esta vida, pero sí en la otra».

Desde entonces, en un total de 18 apariciones, un número creciente de personas acompañó en cada ocasión a Bernadette a la gruta. 

Un funcionario estatal  interrogó detenidamente a la niña; el comisario también la sometió a un interrogatorio muy severo, y le advirtió que se mantuviera lejos de la gruta. No sólo consideraban ambos que la conducta de la chiquilla perturbaba el orden público, sino que también temían por la seguridad de las crecientes multitudes que iban a reunirse en un lugar tan poco apropiado.   Pese a la advertencia, Bernadette  continuó yendo a la gruta.  Sólo ella veía la aparición, y solía caer en trance. 



El 25 de febrero fue un día especial. La Señora le dijo a Bernadette que fuera a tomar agua de la fuente y que comiera de las plantas que crecían allí. Ella interpretó que debía ir a tomar agua del cercano río Gave y hacia allá se dirigió, pero la Señora le señaló con el dedo indicando que escarbara en el suelo. Al excavar en el fango e intentar beber, Bernadette ensució su rostro, por lo que fue motivo de burla y de escepticismo por parte de muchas de los presentes, ya que el manantial no se manifestó de inmediato. Sin embargo, al día siguiente surgió una fuente de agua​ que, hasta el día de hoy, es meta de peregrinaciones y sitio donde se verificaron numerosos milagros. El manantial que brotó el 25 de febrero de 1858 produce cien mil litros de agua por día de forma continua desde aquella fecha hasta nuestros días.

El 2 de marzo la Señora le rogó a Bernadette que hiciera saber a los sacerdotes su deseo de que se construyera una capilla en el lugar y se realizara una procesión.  Pero el cura del lugar la recibió fríamente y la despidió con brusquedad.

El 25 de marzo, cuando la Señora apareció, Bernadette le pidió «¿Quieres tener la bondad de decirme quién eres?». Primero la aparición sonrió sin responder nada, pero ante la insitencia de la niña, la Señora juntó las manos, levantó la vista al cielo y respondió en patois: «Que soy era Inmaculada Conceptiou», «Yo soy la Inmaculada Concepción». 



Después siguió hablando: «Deseo que se me construya aquí una capilla». Bernadette replicó: «Ya les he dicho lo que tú quieres, pero ellos piden un milagro como prueba de tu deseo». 

La última aparición tuvo lugar el 16 de julio, fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Desde entonces, Bernadette Soubirous nunca volvió a tener visiones de la Santísima Virgen durante los veintiún años que aún vivió. Sólo ella tuvo el privilegio de esas visiones.  

El obispo de Tarbes intervino en nombre de la Iglesia y declaró en 1862 que «la Inmaculada Madre de Dios se ha aparecido verdaderamente a Bernadette». El Papa autorizó ese mismo año el culto a la Virgen en Lourdes. Desde entonces, Lourdes es una meta de  peregrinaciones de todas partes del mundo: a una ciudad de apenas 15.ooo habitantes llegan más de 8.000.000 de personas al año. Las aguas del manantial han producido innumerables curaciones, certificadas por un riguroso comité médico internacional;  tan estricto es el examen que sólo unas 70 de las casi 7000 curaciones registradas son oficialmente consideradas milagrosas.



«Cerca de un pueblo de Francia, en las estribaciones de los Pirineos, la Santísima Virgen, vestida de blanco, cubierta con cándido manto y ceñida su cintura de faja azul, se apareció con aspecto juvenil y afable en la cueva de Massabielle a una niña inocente y sencilla, a la que, como insistiera en saber el nombre de quien se le había dignado aparecer, ella, con una suave sonrisa y alzando los ojos al cielo, respondió: «Yo soy la Inmaculada Concepción». Bien entendieron esto, como era natural, los fieles, que en muchedumbres casi innumerables, acudiendo de todas las partes en piadosas peregrinaciones a la gruta de Lourdes, reavivaron su fe, estimularon su piedad y se esforzaron por ajustar su vida a los preceptos de Cristo (...)»  Pío XII, Carta encíclica Fulgens Corona, 1954.

Próxima entrada:  Santa María en Sábado - 16 de febrero

8 de febrero de 2019

8 de febrero: Santa Josefina Bakhita

«Para nosotros, que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible. El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II. Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí, después de los terribles «dueños» de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un «dueño» totalmente diferente –que llamó «paron» en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un «Paron» por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el «Paron» supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba «a la derecha de Dios Padre». En este momento tuvo «esperanza»; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue «redimida», ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su «Paron». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había «redimido» no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos».

Estas palabras del Papa Benedicto XVI en su encíclica "Spe salvi" iluminan la entrada de hoy. La imagen de Santa Josefina Bakhita se venera en la iglesia de los Santos Sabino y Bonifacio.

Próxima entrada: 11 de febrero (Nuestra Señora de Lourdes)

5 de febrero de 2019

5 de febrero: Santa Águeda



Hoy celebramos la  «Memoria de Santa Águeda, virgen y mártir, que en Catania, ciudad de Sicilia, siendo aún joven, en medio de la persecución mantuvo su cuerpo incontaminado y su fe íntegra en el martirio, dando testimonio en favor de Cristo Señor» (Martirologio Romano).


«La santa de Catania, donde sufrió el martirio en el 250, ha sido venerada desde el siglo VI en Milán, Roma y Rávena en la fecha del 5 de febrero, y también en Oriente. Aunque las actas de su martirio, ocurrido en tiempos de Diocleciano, sean tardías y apócrifas, las noticias de su culto son muy antiguas. El patricio Ricimero había hecho construir en Roma una iglesia dedicada a la santa (siglo V) y destinada a los arrianos: Santa Águeda de los Godos; y el papa Símaco, a comienzos del siglo VI, había introducido oficialmente el culto litúrgico de la mártir en Roma, dedicándole una basílica en la vía Aurelia. Se atribuye a Gregorio Magno la introducción del nombre en el canon romano, por lo que es venerada con memoria obligatoria también hoy. Tal vez la devoción de los papas por la mártir se deba al hecho de que San Pedro, según la leyenda, se le habría aparecido a la virgen cruelmente torturada para curarle las heridas. Fue preludio de su culto la milagrosa salvación de Catania de una erupción del Etna, cuya lava se detuvo en el primer aniversario de la muerte de Águeda» (Enzo Lodi: "Santos del Calendario Romano").

Una imagen de Santa Águeda se venera en la iglesia de la Natividad del Señor, en la calle Concepción Arenal a metros de la avenida Córdoba, donde tomamos las fotos de esta entrada hace casi un año. Al pie de la imagen se lee este mensaje:


Próxima entrada: 8 de febrero (Santa Josefina Bakhita)

3 de febrero de 2019

Domingo IV Durante el Año

El Cuarto Domingo "Durante el Año" del Ciclo C se lee, como Segunda Lectura de la misa, un célebre fragmento de la Primera Carta a los Corintios  (12, 31--13, 13):



Hermanos: 
Aspiren a los dones más perfectos. 
Y ahora voy a mostrarles 
un camino más perfecto todavía.

Aunque yo hablara 
todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, 
si no tengo amor, 
soy como una campana que resuena 
o un platillo que retiñe. 
Aunque tuviera el don de la profecía 
y conociera todos los misterios y toda la ciencia, 
aunque tuviera toda la fe, 
una fe capaz de trasladar montañas, 
si no tengo amor, no soy nada. 
Aunque repartiera todos mis bienes 
para alimentar a los pobres 
y entregara mi cuerpo a las llamas, 
si no tengo amor, no me sirve para nada.

El amor es paciente, es servicial; 
el amor no es envidioso, 
no hace alarde, no se envanece, 
no procede con bajeza, 
no busca su propio interés, 
no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, 
no se alegra de la injusticia, 
sino que se regocija con la verdad.

El amor todo lo disculpa, todo lo cree, 
todo lo espera, todo lo soporta. 
El amor no pasará jamás. 

Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará,  la ciencia desaparecerá; 
porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. 
Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto.  
Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, 
pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño.  
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. 
Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. 

En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, 

pero la más grande todas es el amor.




A la última frase («Ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor») aluden las imágenes de nuestra entrada de hoy. Se trata de dos fotos de un mismo vitral en la iglesia de la Consolata con las representaciones alegóricas de las tres virtudes teologales.

Próxima entrada: 5 de febrero (Santa Águeda)

2 de febrero de 2019

2 de febrero: Fiesta de la Presentación del Señor

   

«Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor
.
También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él  y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
“Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,  porque mis ojos han visto la salvación  que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo, Israel
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él»  (Lucas 2, 22-33).

Así comienza el texto evangélico que se proclama hoy, Fiesta de la Presentación del Señor;  en la misa puede leerse el episodio completo (2, 22-40) o una versión más breve que termina en el versículo 32. 

Nosotros optamos por la versión breve añadiendo un versículo más, para nombrar expresamente lo que vemos en la imagen: el Niño Jesús con «su padre y su madre»; al pie de  José y María se ve la ofenda de «un par de tórtolas o de pichones de paloma». 

La imagen se venera junto al altar de la iglesia parroquial de la Presentación del Señor, en Parque Saavedra.   

Próxima entrada: Domingo IV Durante el Año (3 de febrero)