30 de septiembre de 2021

30 de septiembre: San Jerónimo

"San Gerónimo en su estudio" se titula esta obra de arte, que se conserva en el Museo Nacional de Arte Decorativo.




Publicamos esta imagen en honor de San Jerónimo, de quien dice el Martirologio: «Memoria de San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, ciudad en la que cultivó con esmero todos los saberes y recibió el bautismo cristiano. Después, seducido por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética al ir a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, tras fijar su residencia en Belén de Judea, vivió una vida monástica dedicado a traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor. De modo admirable fue partícipe en muchas necesidades de la Iglesia y, finalmente, llegado a una edad provecta, descansó en la paz del Señor».

29 de septiembre de 2021

29 de septiembre: Santas Rípsimes, Gayana y compañeras

Según la tradición, las mártires Ripsima (o Rípsimes), Gayana y sus compañeras, a quienes hoy recuerda el Martirologio, eran romanas, y -el texto procede del libro "Todos los Santos", de Repetto Betes- «hubieron de huir cuando la persecución, llegando hasta Varlasapat, la capital de Armenia. Aquí tuvo lugar su martirio, en tiempos de la predicación de San Gregorio el Iluminador», al comienzo del siglo IV.


En el sitio web de la parroquia armenia católica Nuestra Señora de Narek se  llama a Ripsima y Gayana con sus nombres transcriptos al modo tradicional como  Hripsimé y Kaiané; la siguiente es la biografía que allí se publica:

«Hripsimé era una noble doncella que había ingresado a una comunidad de vírgenes consagradas en Roma, presidida por la doncella Kaiané. Cuando el emperador Diocleciano decidió tomar esposa, contrató a un pintor para que recorriese Roma y pintara el retrato de las doncellas más hermosas para elegir entre ellas a la que habría de ser su mujer. En cuanto examinó las pinturas eligió a Hripsimé, pero ella rehusó enérgicamente contraer nupcias con Diocleciano. Entonces Kaiané condujo a todas sus pupilas fuera de Roma hasta llegar a Armenia, temiendo las represalias del emperador. Diocleciano envió un mensaje al rey Tirídates de Armenia para pedirle que hiciese morir a la virgen Kaiané y rescatase a Hripsimé para mandarla de regreso a Roma, a menos que desease conservarla para su propio placer. Entonces, el rey dispuso un banquete en el palacio para recibirla. Al enterarse Tirídates de que Hripsimé se negaba a acudir, ordenó que fuese llevada por la fuerza y, cuando estuvo en su presencia, se sintió como hechizado por su belleza y avanzó hacia ella con intenciones de abrazarla y besarla. Ella resistió con tanta energía los asaltos del monarca, que acabó por derribarlo al suelo. El rey montó en cólera y mandó que la doncella fuese encarcelada. Sin embargo, durante la noche consiguió escapar y regresó al convento. Al día siguiente, el rey llamó mandó a matar a ella y a las otras doncellas que la acompañaban. En el mismo convento se procedió a torturar a Hripsimé, a la que se asó en vida a fuego lento y, sobre la parrilla, se le cortaron uno a uno, todos sus miembros. Santa Kaiané y las otras 35 doncellas sufrieron una muerte igualmente cruel».


Las imágenes corresponden a una gran pintura ubicada sobre el altar de la Catedral Armenia Católica Nuestra Señora de Narek. En la puerta del templo se exhibe además este cartel, que identifica a los personajes del mural:

25 de septiembre de 2021

Santa María "en sábado"

La memoria sabatina de María adopta en esta ocasión una fisonomía especial, porque el 25 de septiembre es el día en que se celebra a la Virgen del Rosario de San Nicolás, advocación argentina muy popular, pero que hasta ahora, que sepamos, no tiene una celebración propiamente litúrgica. Por ello no titulamos a esta entrada con el nombre de la advocación, sino con el genérico "Santa María en sábado".

El 25 de septiembre de 1983 tuvo lugar la primera de una serie de manifestaciones privadas de la Virgen María a una mujer sencilla de la localidad de San Nicolás, de nombre Gladys. Días más tarde la Virgen le pidió a Gladys la edificación de un templo, señalando expresamente el lugar. En noviembre de ese mismo año, la mujer reconoció la aparición al ver una imagen de la Virgen del Rosario, relegada en el campanario de la Catedral de San Nicolás. En efecto, la parroquia de San Nicolás había sido dedicada originalmente a Nuestra Señora del Rosario; la imagen, bendecida por el Papa León XIII, había sido traída desde Roma y entronizada en ese templo, pero luego, a raíz de su deterioro, había sido depositada en el campanario.

Se sucedieron numerosas apariciones y mensajes de la Virgen hasta el año 1990. El templo pedido por la Virgen, que comenzó a construirse un par de años después de la primera aparición, es un enorme santuario al que peregrinan miles de fieles, sobre todo los días 25 y de manera particular los 25 de septiembre. Muchas personas (entre ellas algunas que me son muy cercanas) manifiestan haber sido testigos en San Nicolás de hechos portentosos (como por ejemplo la "danza del sol" similar  a las de Fátima). Las apariciones recibieron aprobación diocesana en 2016.

No hemos tenido todavía ocasión de conocer el santuario, pero en muchos lugares de la ciudad de Buenos Aires hay imágenes de la Virgen del Rosario de San Nicolás. De modo particular, es muy lógico que se la venere en la basílica porteña consagrada a San Nicolás de Bari. Allí tomamos, en 2019, las dos fotos de la entrada de hoy.

21 de septiembre de 2021

21 de septiembre: Fiesta de San Mateo

 


San Matías, San Mateo y San Pedro están representados en esta sección de la puerta de la Basílica de San Ponciano, en La Plata. Hoy celebramos la fiesta del Apóstol y Evangelista Mateo, de quien dijo en 2008 el papa Benedicto XVI:

«San Mateo, apóstol y evangelista, cuya fiesta litúrgica, por lo demás, se celebra precisamente hoy (...), antes de que Jesús lo llamara, ejercía el oficio de publicano y, por eso, era considerado pecador público, excluido de la "viña del Señor". Pero todo cambia cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le dice:  "Sígueme". Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió inmediatamente en discípulo de Cristo. De "último" se convirtió en "primero", gracias a la lógica de Dios, que —¡por suerte para nosotros!— es diversa de la del mundo. "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos", dice el Señor por boca del profeta Isaías (Is 55, 8)».


Oración sobre las ofrendas

En la fiesta de San Mateo te presentamos, Señor,
nuestras oraciones y ofrendas,
y te suplicamos que mires con amor a tu Iglesia,
cuya fe alimentaste con la predicación de los apóstoles.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

17 de septiembre de 2021

17 de septiembre: Impresión de las Llagas de San Francisco



Hoy, el calendario de la familia franciscana celebra la Fiesta de la Impresión de las Llagas de San Francisco. 

Celebramos la fecha con unas imágenes que obtuvimos en la iglesia dedicada al Poverello en la ciudad de Santa Fe, y con la Segunda Lectura del Oficio de Lecturas del día, según el Propio de la Orden de Frailes Menores.

«De la Leyenda Menor de San Buenaventura, obispo ¹

Francisco, imagen del Crucificado

Francisco, fiel siervo y ministro de Cristo, dos años antes de entregar su espíritu a Dios, habiendo iniciado en un lugar elevado y solitario, llamado monte Alverna, la cuaresma de ayuno en honor del arcángel san Miguel –inundado más abundantemente que de ordinario por la dulzura de la suprema contemplación y abrasado en una llama más ardiente de deseos celestiales–, comenzó a experimentar un mayor cúmulo de dones y gracias divinas.

Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado, por el efecto de su tierna compasión, en aquel que, en aras de su extremada caridad, aceptó ser crucificado, una mañana próxima a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio bajar de lo más alto del cielo así como la figura de un serafín, que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se hallaba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Y apareció no sólo alado, sino también crucificado: tenía las manos y los pies extendidos y clavados a la cruz, y las alas dispuestas, de una parte a otra, en forma tan maravillosa, que dos de ellas se alzaban sobre su cabeza, las otras dos estaban extendidas para volar, y las dos restantes rodeaban y cubrían todo el cuerpo.

Ante tal visión quedó lleno de estupor y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. En efecto, el aspecto gracioso de Cristo, que se le presentaba de forma tan misteriosa como familiar, le producía una intensa alegría, al par que la contemplación de la terrible crucifixión atravesaba su alma con la espada de un dolor compasivo. Al desaparecer la visión después de un arcano y familiar coloquio, quedó su alma interiormente inflamada en ardores seráficos y exteriormente se le grabó en su carne la efigie conforme al Crucificado, como si a la previa virtud licuefactiva del fuego le hubiera seguido una cierta grabación configurativa.

Al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales de los clavos, viéndose las cabezas de los mismos en la parte interior de las manos y en la superior de los pies, mientras que sus puntas se hallaban al lado contrario.

Asimismo, el costado derecho –como si hubiera sido traspasado por una lanza– llevaba una roja cicatriz, que derramaba con frecuencia sangre sagrada.

Y, luego que este hombre nuevo Francisco fue marcado con este nuevo y portentoso milagro –singular privilegio no concedido en los siglos pretéritos–, descendió del monte el angélico varón llevando consigo la efigie del Crucificado, no esculpida por mano de algún artífice en tablas de piedra o de madera, sino impresa por el dedo de Dios vivo en los miembros de su carne».


RESPONSORIOCf. Gal 6, 14.17R. Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. * Por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.V. En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.* Por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.
----------
¹ (Lm 6, 1-4: San Francisco de Asís: Escritos, biografías y documentos de la época. Nueva edición corregida y actualizada, BAC, Madrid 2011 , pp. 529-530)

15 de septiembre de 2021

15 de septiembre: Nuestra Señora de las Angustias

En el templo dedicado en Buenos Aires a Nuestra Señora del Carmelo, sede de la parroquia homónima, se venera una hermosa imagen de la Virgen de las Angustias. Le tomamos fotos en 2011, 2015,  2016, 2017 y 2019.


La Virgen de las Angustias es una bella imagen atribuida al escultor Gaspar Becerra, y que entre otros títulos honoríficos ostenta el patronazgo sobre la ciudad de Granada y sobre su arquidiócesis. El conjunto escultórico, compuesto por la imagen de la Virgen y de Cristo muerto en su regazo, se venera en la Basílica Real de Nuestra Señora de las Angustias, en Granada.

La imagen del templo porteño es una reproducción muy  fiel de la imagen original. La Virgen, ricamente ataviada, espléndidamente coronada y con una profunda expresión de dolor en su rostro, sostiene en sus rodillas a Cristo muerto. 

Detrás, una cruz de plata, radiante, con un sudario, nos recuerda el Calvario y la muerte redentora de Cristo.

Una placa al pie de la imagen que fotografiamos señala expresamente:


En efecto, en 1885, el Ayuntamiento de Granada solicitó al Papa que declarara Patrona de la Ciudad de Granada a la Virgen de las Angustias. El 5 de mayo de 1887, León XIII concedió esa gracia, y más tarde Pío X dispuso la coronación de la imagen, que tuvo lugar el 20 de septiembre de 1913. 

En 1948,  con ocasión de la confirmación del patronazgo de "la Virgen de los Siete Dolores, vulgarmente llamada de las Angustias", sobre la Arquidiócesis de Granada, fue compuesto un himno, con cuyo Coro y Estribillo cerramos esta entrada.

Coro

 Oh Virgen de las Angustias,

Reina y Madre de Granada,

que es, a tus plantas postrada,

hoguera de fe y de amor;

en la vida y en la muerte,

protégenos con tu manto,

y nos consiga tu llanto

el amparo del Señor.

 

Estribillo

 Hay una Madre de amores

que adora Granada entera;

la Virgen de las Angustias;

la que vive en la Carrera.



13 de septiembre de 2021

13 de septiembre: San Juan Crisóstomo

El sabio y admirado Benedicto XVI dedicó dos audiencias a hablar de la figura de San Juan Crisóstomo. Hoy publicamos la primera de ellas, pronunciada el 19 de septiembre de 2007; Dios mediante, el año entrante publicaremos la segunda.  

La imagen que ilustra esta entrada se encuentra en la Catedral de Morón.

«Podría decirse que Juan de Antioquía, llamado Crisóstomo, o sea, "boca de oro" por su elocuencia, sigue vivo hoy, entre otras razones, por sus obras. Un copista anónimo dejó escrito que estas "atraviesan todo el orbe como rayos fulminantes". Sus escritos nos permiten también a nosotros, como a los fieles de su tiempo, que en varias ocasiones se vieron privados de él a causa de sus destierros, vivir con sus libros, a pesar de su ausencia. Es lo que él mismo sugería en una carta desde el destierro (cf. A Olimpia, Carta 8, 45).

Nacido en torno al año 349 en Antioquía de Siria (actualmente Antakya, en el sur de Turquía), desempeñó allí su ministerio presbiteral durante cerca de once años, hasta el año 397, cuando, nombrado obispo de Constantinopla, ejerció en la capital del Imperio el ministerio episcopal antes de los dos destierros, que se sucedieron a breve distancia uno del otro, entre los años 403 y 407. Hoy nos limitamos a considerar los años antioquenos de San Juan Crisóstomo.


Huérfano de padre en tierna edad, vivió con su madre, Antusa, que le transmitió una exquisita sensibilidad humana y una profunda fe cristiana. Después de los estudios primarios y superiores, coronados por los cursos de filosofía y de retórica, tuvo como maestro a Libanio, pagano, el más célebre retórico de su tiempo. En su escuela, san Juan se convirtió en el mayor orador de la antigüedad griega tardía.

Bautizado en el año 368 y formado en la vida eclesiástica por el obispo Melecio, fue por él instituido lector en el año 371. Este hecho marcó la entrada oficial de Crisóstomo en la carrera eclesiástica. Del año 367 al 372, frecuentó el Asceterio, una especie de seminario de Antioquía, junto a un grupo de jóvenes, algunos de los cuales fueron después obispos, bajo la guía del famoso exegeta Diodoro de Tarso, que encaminó a San Juan a la exégesis histórico-literal, característica de la tradición antioquena.

Después se retiró durante cuatro años entre los eremitas del cercano monte Silpio. Prosiguió aquel retiro otros dos años, durante los cuales vivió solo en una caverna bajo la guía de un "anciano". En ese período se dedicó totalmente a meditar "las leyes de Cristo", los evangelios y especialmente las cartas de Pablo. Al enfermarse y ante la imposibilidad de curarse por sí mismo, tuvo que regresar a la comunidad cristiana de Antioquía (cf. Palladio, Vida 5). El Señor —explica el biógrafo— intervino con la enfermedad en el momento preciso para permitir a Juan seguir su verdadera vocación.

En efecto, escribirá él mismo que, ante la alternativa de elegir entre las vicisitudes del gobierno de la Iglesia y la tranquilidad de la vida monástica, preferiría mil veces el servicio pastoral (cf. Sobre el sacerdocio, 6, 7): precisamente a este servicio se sentía llamado San Juan Crisóstomo. Y aquí se realiza el giro decisivo de la historia de su vocación:  pastor de almas a tiempo completo. La intimidad con la palabra de Dios, cultivada durante los años de la vida eremítica, había madurado en él la urgencia irresistible de predicar el Evangelio, de dar a los demás lo que él había recibido en los años de meditación. El ideal misionero lo impulsó así, alma de fuego, a la solicitud pastoral.

Entre los años 378 y 379 regresó a la ciudad. Diácono en el 381 y presbítero en el 386, se convirtió en un célebre predicador en las iglesias de su ciudad. Pronunció homilías contra los arrianos, seguidas de las conmemorativas de los mártires antioquenos y de otras sobre las principales festividades litúrgicas:  se trata de una gran enseñanza de la fe en Cristo, también a la luz de sus santos. El año 387 fue el "año heroico" de San Juan Crisóstomo, el de la llamada "rebelión de las estatuas". El pueblo derribó las estatuas imperiales como protesta contra el aumento de los impuestos. En aquellos días de Cuaresma y de angustia a causa de los inminentes castigos por parte del emperador, pronunció sus veintidós vibrantes Homilías sobre las estatuas, orientadas a la penitencia y a la conversión. Siguió un período de serena solicitud pastoral (387-397).

San Juan Crisóstomo es uno de los Padres más prolíficos: de él nos han llegado 17 tratados, más de 700 homilías auténticas, los comentarios a San Mateo y a San Pablo (cartas a los Romanos, a los Corintios, a los Efesios y a los Hebreos) y 241 cartas. No fue un teólogo especulativo. Sin embargo, transmitió la doctrina tradicional y segura de la Iglesia en una época de controversias teológicas suscitadas sobre todo por el arrianismo, es decir, por la negación de la divinidad de Cristo.

Por tanto, es un testigo fiable del desarrollo dogmático alcanzado por la Iglesia en los siglos IV y V. Su teología es exquisitamente pastoral; en ella es constante la preocupación de la coherencia entre el pensamiento expresado por la palabra y la vivencia existencial. Este es, en particular, el hilo conductor de las espléndidas catequesis con las que preparaba a los catecúmenos para recibir el bautismo. Poco antes de su muerte, escribió que el valor del hombre está en el "conocimiento exacto de la verdadera doctrina y en la rectitud de la vida" (Carta desde el destierro). Las dos cosas, conocimiento de la verdad y rectitud de vida, van juntas:  el conocimiento debe traducirse en vida. Todas sus intervenciones se orientaron siempre a desarrollar en los fieles el ejercicio de la inteligencia, de la verdadera razón, para comprender y poner en práctica las exigencias morales y espirituales de la fe.

San Juan Crisóstomo se preocupa de acompañar con sus escritos el desarrollo integral de la persona, en sus dimensiones física, intelectual y religiosa. Compara las diversas etapas del crecimiento a otros tantos mares de un inmenso océano: "El primero de estos mares es la infancia" (Homilía 81, 5 sobre el evangelio de san Mateo). En efecto "precisamente en esta primera edad se manifiestan las inclinaciones al vicio y a la virtud". Por  eso, la ley de Dios debe imprimirse desde el principio en el alma "como  en una tablilla de cera" (Homilía 3, 1 sobre el evangelio de san Juan):  de hecho esta es la edad más importante. Debemos tener presente cuán fundamental es que en esta primera etapa de la vida entren realmente en el hombre las grandes orientaciones que dan la perspectiva correcta a la existencia. Por ello, San Juan Crisóstomo recomienda:  "Desde la más tierna edad proporcionad a los niños armas espirituales y enseñadles a persignarse la frente con la mano" (Homilía  12, 7 sobre  la primera carta a los Corintios).

Vienen luego la adolescencia y la juventud: "A la infancia le sigue el mar de la adolescencia, donde los vientos soplan con fuerza..., porque en nosotros crece... la concupiscencia" (Homilía 81, 5 sobre el evangelio de san Mateo). Por último, llegan el noviazgo y el matrimonio:  "A la juventud le sucede la edad de la persona madura, en la que sobrevienen los compromisos de familia:  es el tiempo de buscar esposa" (ib.). Recuerda los fines del matrimonio, enriqueciéndolos —mediante la alusión a la virtud de la templanza— con una rica trama de relaciones personalizadas. Los esposos bien preparados cortan así el camino al divorcio:  todo se desarrolla con  alegría y se puede educar a los hijos en la virtud. Cuando nace el primer hijo, este es "como un puente; los tres se convierten en una sola carne, dado que el hijo une las dos partes" (Homilía 12, 5 sobre la carta a los Colosenses) y los tres constituyen "una familia, pequeña Iglesia" (Homilía 20, 6 sobre la carta a los Efesios).

La predicación de San Juan Crisóstomo se desarrollaba habitualmente durante la liturgia, "lugar" en el que la comunidad se construye con la Palabra y la Eucaristía. Aquí la asamblea reunida expresa la única Iglesia (Homilía 8, 7 sobre la carta a los Romanos); en todo lugar la misma palabra se dirige a todos (Homilía 24, 2 sobre la Primera Carta a los Corintios) y la comunión eucarística se convierte en signo eficaz de unidad (Homilía 32, 7 sobre el evangelio de San Mateo).

Su proyecto pastoral se insertaba en la vida de la Iglesia, en la que los fieles laicos con el bautismo asumen el oficio sacerdotal, real y profético. Al fiel laico dice:  "También a ti el bautismo te hace rey, sacerdote y profeta" (Homilía 3, 5 sobre la segunda carta a los Corintios). De aquí brota el deber fundamental de la misión, porque cada uno en alguna medida es responsable de la salvación de los demás:  "Este es el principio de nuestra vida social...:  no interesarnos sólo por nosotros mismos" (Homilía 9, 2 sobre el Génesis). Todo se desarrolla entre dos polos:  la gran Iglesia y la "pequeña Iglesia", la familia, en relación recíproca.

Como podéis ver, queridos hermanos y hermanas, esta lección de San Juan Crisóstomo sobre la presencia auténticamente cristiana de los fieles laicos en la familia y en la sociedad, es hoy más actual que nunca. Roguemos al Señor para que nos haga dóciles a las enseñanzas de este gran maestro de la fe». 

10 de septiembre de 2021

10 de septiembre: San Nicolás de Tolentino

«San Nicolás de Tolentino fue un monje italiano agustino del siglo XIII, conocido por la dureza de su vida ascética, así como por su obediencia, humildad y caridad cristiana.  Nicolás nació en Sant’Angelo, en la región de Marche, actualmente parte de Italia, en el año de 1245». Cuenta la tradición que sus padres eran ya muy mayores y aún no habían podido tener hijos, por lo que peregrinaron a la tumba de San Nicolás de Bari para pedir esa gracia; se perdieron por el camino, pero un ángel se les apareció y los guió hasta la tumba del santo.  Cuando nació su hijo, lo llamaron Nicolás, en honor del  santo obispo.

Nicolás desde pequeño era muy piadoso. Ingresó a la orden ermitaña de San Agustín, y fue ordenado sacerdote a los veinticuatro años. En 1275 fue enviado al monasterio de Tolentino, donde pasó el resto de su vida.

La santidad de Nicolás en el monasterio eremita pasó casi desapercibida durante su vida; sólo sus hermanos de la orden «alcanzaban a ver las virtudes de este hombre sencillo, que vivía en el anonimato. Sus superiores admiraban de él la humildad y la presteza con la que acataba las órdenes que le daban, así como las tareas que le tocaba realizar. En una época en la que el mundo se entregaba a los excesos, el joven sacerdote se retiró a la vida monacal, dando testimonio diario de su entrega absoluta a Dios, su intachable cumplimiento de la castidad sacerdotal, la autoimposición de duros ayunos y una profunda vida de oración». Nicolás abandonaba el convento sólo por un motivo,  y  era para llevar comida a los pobres. Vivía con gran sobriedad y trataba a todos con gran dulzura y delicadeza; así lograba atraer los corazones de los pobres al Señor. 

Nicolás de Tolentino murió el 10 de septiembre de 1305. Cuarenta años después de su muerte, su cuerpo fue encontrado incorrupto. Numerosos milagros fueron aprobados para su canonización, ocurrida en 1446. 



En el sitio oficial de la Parroquia  Nuestra Señora de la Consolación leemos:
Comenzando por la izquierda el altar del brazo izquierdo del crucero el altar (realizado en 1945) está dedicado a San Nicolás de Tolentino, santo agustino que vivió entre 1245 y 1305; además de ser el primer agustino canonizado, es considerado el patrón de las almas del Purgatorio; en la parte superior de dicho altar el santo está representado en un sobrerrelieve de estuco policromado, celebrando misa por las almas del purgatorio y bajo la mesa del altar está representado yacente esculpido en el mismo mármol.

Todos los altares de las naves laterales del templo son obra de la Casa Mahlknecht; «destacan por la finura de su hechura, el colorido y la combinación de sus mármoles, las inscripciones alusivas y los detalles que los hermosean y aluden al misterio o a la persona a la que están dedicados».

8 de septiembre de 2021

8 de septiembre: San Isaac de Armenia

San Isaac de Armenia (izq.) junto a San Mesrob

En el Martirologio se consigna hoy la Memoria de San Isaac de Armenia: 

«En la ciudad de Bagrevand, en Armenia Mayor, San Isaac, obispo, que, para fomentar la vida cristiana, tradujo al idioma armenio la Sagrada Escritura y la Liturgia, se adhirió a la fe del Sínodo Efesino y, finalmente, expulsado de la sede, murió en el destierro».



El sitio de la parroquia armenia católica de Buenos Aires trae esta biografía del santo (llamado allí San Sahág):

«Era hijo de San Nersés el Grande y recibió su educación primaria y superior en Cesarea y Bizancio. Fue Catholicós de los Armenios durante fines del siglo IV. También es recordado por sus obras literarias. Fue él quien animó a San Mesrob en sus obras. Tras el descubrimiento del alfabeto, San Sahág se puso a trabajar en la primera traducción de la Biblia. Fundó escuelas y mejoró las ya existentes. Formuló los primeros libros de ritual y traducido las obras de los Santos Padres en Armenia. Escribió una serie de cánones, himnos y oraciones, y es reconocido como uno de los fundadores de la literatura armenia eclesiástica y nacional. La Iglesia Armenia lo venera como uno de los santos traductores junto con San Mersob». 

En la primera imagen vemos a San Isaac junto a San Mesrob; la segunda es un recorte de la primera. Aunque el texto biográfico lo tomamos del sitio de la parroquia armenia católica de Buenos Aires (Nuestra Señora de Narek, Charcas casi Salguero), las imágenes proceden del templo de la Iglesia Apostólica Armenia (San Gregorio Iluminador, Armenia casi Niceto Vega).

El libro de Jorge Sarafian, "Armenia a través de sus poetas", trae esta poesía de San Isaac (Sahag Bartev),  que, en razón de su tema, ilustramos con una imagen del mismo templo armenio apostólico:

Hoy,  llegando a Betania,
con su omnipotente mandato
llamó a Lázaro;
se estremeció la muerte,
fue derrotado el infierno,
y la contaminación se disolvió.

De pie, a la entrada de la caverna
hizo retumbar su orden:
-¡Lázaro, levántate y sal purificado!
Y la llamada resonante de la Voz
estremeció de miedo a los precursores del infierno
y el muerto fue purificado,
y salió de la tumba
envuelto en su sudario;
y Cristo le impartió la orden
de entrar en la vida eterna.

3 de septiembre de 2021

3 de septiembre: San Gregorio Magno

En la Memoria de San Gregorio Magno, publicamos parte de una de las catequesis de Benedicto XVI referidas a ese gran pontífice, pronunciada en este caso en la audiencia general del 28 de mayo de 2008. 

«Hoy quiero presentar la figura de uno de los Padres más grandes de la historia de la Iglesia, uno de los cuatro doctores de Occidente, el Papa San Gregorio, que fue Obispo de Roma entre los años 590 y 604, y que mereció de parte de la tradición el título Magnus, Grande. San Gregorio fue verdaderamente un gran Papa y un gran doctor de la Iglesia.

Nació en Roma, en torno al año 540, en una rica familia patricia de la gens Anicia, que no sólo se distinguía por la nobleza de su sangre, sino también por su adhesión a la fe cristiana y por los servicios prestados a la Sede apostólica. De esta familia habían salido dos Papas: Félix III (483-492), tatarabuelo de San Gregorio, y Agapito (535-536). La casa en la que San Gregorio creció se encontraba en el Clivus Scauri, rodeada de solemnes edificios que atestiguaban la grandeza de la antigua Roma y la fuerza espiritual del cristianismo. Los ejemplos de sus padres Gordiano y Silvia, ambos venerados como santos, y los de sus tías paternas Emiliana y Tarsilia, que vivían en su misma casa como vírgenes consagradas en un camino compartido de oración y ascesis, le inspiraron elevados sentimientos cristianos.

San Gregorio ingresó pronto en la carrera administrativa, que había seguido también su padre, y en el año 572 alcanzó la cima, convirtiéndose en prefecto de la ciudad. Este cargo, complicado por la tristeza de aquellos tiempos, le permitió dedicarse en un amplio radio a todo tipo de problemas administrativos, obteniendo de ellos luz para sus futuras tareas. En particular le dejó un profundo sentido del orden y de la disciplina: cuando llegó a ser Papa, sugirió a los obispos que en la gestión de los asuntos eclesiásticos tomaran como modelo la diligencia y el respeto que los funcionarios civiles tenían por las leyes.

Sin embargo, esa vida no le debía satisfacer, dado que, no mucho tiempo después, decidió dejar todo cargo civil para retirarse en su casa y comenzar la vida de monje, transformando la casa de la familia en el monasterio de San Andrés en el Celio. Este período de vida monástica, vida de diálogo permanente con el Señor en la escucha de su palabra, le dejó una perenne nostalgia que se manifiesta continuamente en sus homilías: en medio del agobio de las preocupaciones pastorales, lo recordará varias veces en sus escritos como un tiempo feliz de recogimiento en Dios, de dedicación a la oración, de serena inmersión en el estudio. Así pudo adquirir el profundo conocimiento de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia del que se sirvió después en sus obras.

Pero el retiro claustral de San Gregorio no duró mucho. La valiosa experiencia que adquirió en la administración civil en un período lleno de graves problemas, las relaciones que mantuvo con los bizantinos mientras desempeñaba ese cargo, y la estima universal que se había ganado, indujeron al Papa Pelagio a nombrarlo diácono y a enviarlo a Constantinopla como su "apocrisario" —hoy se diría "nuncio apostólico"— para acabar con los últimos restos de la controversia monofisita y sobre todo para obtener el apoyo del emperador en el esfuerzo por contener la presión longobarda.

La permanencia en Constantinopla, donde junto con un grupo de monjes había reanudado la vida monástica, fue importantísima para San Gregorio, pues le permitió tener experiencia directa del mundo bizantino, así como conocer de cerca el problema de los longobardos, que después pondría a dura prueba su habilidad y su energía en el período del pontificado. Tras algunos años, fue llamado de nuevo a Roma por el Papa, quien lo nombró su secretario. Eran años difíciles: las continuas lluvias, el desbordamiento de los ríos y la carestía afligían a muchas zonas de Italia y en particular a Roma. Al final se desató la peste, que causó numerosas víctimas, entre ellas el Papa Pelagio II. El clero, el pueblo y el senado fueron unánimes en elegirlo precisamente a él, Gregorio, como su sucesor en la Sede de Pedro. Trató de resistirse, incluso intentando la fuga, pero todo fue inútil: al final tuvo que ceder. Era el año 590.

Reconociendo que lo que había sucedido era voluntad de Dios, el nuevo Pontífice se puso inmediatamente al trabajo con empeño. Desde el principio puso de manifiesto una visión singularmente lúcida de la realidad que debía afrontar, una extraordinaria capacidad de trabajo para resolver los asuntos tanto eclesiales como civiles, un constante equilibrio en las decisiones, incluso valientes, que su misión le imponía. De su gobierno se conserva una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas (aproximadamente 800), en las que se refleja cómo afrontaba diariamente los complejos interrogantes que llegaban a su despacho. Eran cuestiones que procedían de los obispos, de los abades, de los clérigos, y también de las autoridades civiles de todo orden y grado.

[...]

A pesar de las dificilísimas condiciones en las que tuvo que actuar, gracias a su santidad de vida y a su rica humanidad consiguió conquistar la confianza de los fieles, logrando para su tiempo y para el futuro resultados verdaderamente grandiosos. Era un hombre inmerso en Dios: el deseo de Dios estaba siempre vivo en el fondo de su alma y, precisamente por esto, estaba siempre muy atento al prójimo, a las necesidades de la gente de su época. En un tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear paz y dar esperanza. Este hombre de Dios nos muestra dónde están las verdaderas fuentes de la paz y de dónde viene la verdadera esperanza; así se convierte en guía también para nosotros hoy».

La imagen es una de las que embellecen el púlpito de la Basílica de Santa Rosa de Lima.