29 de diciembre de 2022

29 de diciembre - Día V dentro de la Octava de Navidad


El 29 de diciembre, quinto día dentro de la Octava de Navidad, se proclama el fragmento del Evangelio de Lucas (2, 22-35) que corresponde a la primera parte del relato de la Presentación de Jesús en el Templo. La segunda parte del relato (2, 22. 36-40) se lee en la misa del  sexto día de la Octava, impedido este año por la Fiesta de la Sagrada Familia. 

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».

La imagen que abre esta entrada corresponde a un relieve en la parte inferior del altar de la Virgen Dolorosa de la Basílica del Espíritu Santo, como vemos en la foto que sigue. Esa ubicación guarda relación con la frase de Simeón dirigida a María en el momento de la Presentación del Niño: «a ti misma una espada te atravesará el corazón» (Lc 2, 35).


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Un aviso final:

Desde que comenzamos con este blog y durante los primeros seis años, tuvimos un número variable de entradas por mes; lo más común fue tener 9 ó 10 entradas cada mes, con un mínimo de 5 (en febrero de 2017)  y un máximo de 13 (en junio de 2020). En el año que termina "estandarizamos" en 10 entradas cada mes. Ahora, en un nuevo crecimiento del blog, nos complace anunciar que durante el año 2023 este blog tendrá un número fijo de 11 entradas por mes. 
Muchas gracias por todo y un feliz y bendecido año del Señor 2023.

26 de diciembre de 2022

26 de diciembre: Fiesta de San Esteban

 

«Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y signos en el pueblo. Algunos miembros de la sinagoga llamada «de los Libertos», como también otros, originarios de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de la provincia de Asia, se presentaron para discutir con él. Pero no encontraban argumentos, frente a la sabiduría y al espíritu que se manifestaba en su palabra.

Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios. Entonces exclamó: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».

Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre él como un solo hombre; y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo.

Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y al decir esto, expiró. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban y lo lloraron con gran pesar».

Este fragmento entresacado del libro de los Hechos de los Apóstoles (6, 8-10; 7, 54-60; 8,2) nos presenta a Esteban, el primer mártir de la Iglesia de Cristo, cuya  Fiesta se celebra al día siguiente a la Navidad.

Aludiendo a su condición de diácono, el vitral que vemos en la imagen lo presenta revestido con dalmática; por el modo de su martirio, se lo ve sosteniendo unas piedras. Se encuentra junto a otros santos (por ejemplo se llega a distinguir la parrilla de San Lorenzo y a un obispo mártir) mirando hacia la Reina de los Mártires, que aparece en el vitral central de la Basílica de la Natividad de María, en Esperanza. 


20 de diciembre de 2022

Adviento: 20 de diciembre

A partir del 17 de diciembre, el Evangelio de las misas de los días feriales van recogiendo, en orden cronológico, después de la genealogía que trae Mateo (17 de diciembre) los hechos inmediatamente anteriores al nacimiento de Jesús. El texto que corresponde al 20 de diciembre es el de la Anunciación (Lucas 1, 26-38):



El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».

María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?».

El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».

María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».

Y el Ángel se alejó.

Infinitamente representado en el arte, el episodio lo vemos hoy en la fachada de la iglesia de Santa María, en el barrio de Caballito.

17 de diciembre de 2022

17 de diciembre: San Lázaro

En el Martirologio Romano anterior al actualmente vigente, en la entrada correspondiente al 17 de diciembre, se leía lo siguiente:




La creencia de que Lázaro, el amigo de Jesús, llorado a su muerte y resucitado por  Él,  haya sido luego Obispo de Marsella, tiene su origen en una curiosa leyenda medieval para cuya comprensión compartimos a continuación fragmentos de la entrada correspondiente del "Año Cristiano" de Juan Croisset:


(...) Entre todos los discípulos de Jesucristo, fue San Lázaro uno de los que tuvieron más parte así en las humillaciones como en su gloria (...). Amándole San Lázaro tan extremadamente, no se duda que sería uno de los testigos ordinarios de sus apariciones después de su resurrección, y que recibiría el Espíritu Santo con los apóstoles y demás discípulos el día de Pentecostés.
Habiendo el furor de los judíos contra los discípulos de Jesucristo hecho morir a San Esteban, el primero de los mártires, se excitó una furiosa persecución contra todos los fieles, en la que fueron echados de Jerusalén, y la mayor parte precisados a salir de Judea; pero la rabia de los príncipes de los sacerdotes, y de todos los que ocupaban los primeros puestos entre los judíos, descargó con más particularidad contra Lázaro y su familia. Ninguna cosa los confundía más, ni probaba más invenciblemente que habían quitado la vida al Mesías, al verdadero Hijo de Dios, que este hombre resucitado, mientras estuviese en vida. El hacerle morir era un delito que manifestaba su injusticia y su impiedad. Era Lázaro un hombre de calidad, irreprensible en sus costumbres, que no podía tener otro delito que el ser amigo de Jesucristo, y el haber sido resucitado por medio del más insigne milagro. Dejarle en la Judea era dejar una prueba viva de la divinidad del Salvador y de su horrendo deicidio; y así tomaron el partido de hacer desaparecer a Lázaro y a sus hermanas, que durante la sublevación del pueblo de Jerusalén contra los fieles se habían retirado á Jope, hoy Jafa, ciudad marítima, distante seis o siete leguas de Jerusalén;  y habiéndolos metido en una nave muy maltratada, sin timón, sin mástiles, sin pertrechos, con todos los fieles que se encontraron con ellos , los expusieron de esta suerte a un evidente naufragio. Esto nos dicen muchos antiguos manuscritos, fundados en una antigua y piadosa tradición (...).

La divina Providencia, que saca siempre su gloria de los designios más siniestros y más malignos de los enemigos de Jesucristo, permitió que esta nave aportase dichosamente a las costas de Marsella. Esta maravilla aturdió a aquellos pueblos gentiles, naturalmente corteses y tratables, y dispuso los espíritus para oír a unas gentes a quienes protegía el cielo de una manera tan visible. No se duda que los apóstoles consagraron obispos a la mayor parte de los discípulos de Jesucristo, antes de esparcirse por el universo; y sobre todo a Lázaro, como que era el más ilustre y más privilegiado de todos los discípulos. Luego que esta santa colonia de héroes cristianos desembarcó, anunciaron la fe de Jesucristo en aquella célebre ciudad, que después de Roma era de las más considerables del mundo (...).

San Lázaro, que sabía bien que Dios le había destinado para ser apóstol de ella, y su primer pastor, dio desde luego muestras de su celo. Marsella era a la sazón muy célebre, no solo por su antigüedad, sino también por sus victorias, por su alianza con los Romanos y por su academia. Las ciencias y las artes florecían en ella, y había un gran número de personas hábiles, a quienes se confiaba la educación de la juventud de todas las Galias y aun de Roma; lo. que adquirió a Marsella el nombre de ciudad de las ciencias, y a los antiguos marselleses la gloria de haber civilizado casi toda la Galia, y haber aumentado y dado lustre a la religión. A esta ilustre ciudad fue a quien dio el Señor por primer obispo a San Lázaro, su grande amigo. El buen acogimiento que hacían a los extranjeros en ella, dio a nuestro santo toda la libertad de anunciar a sus habitantes las divinas verdades del Evangelio; oyéronle con gusto al principio, y muy pronto con admiración: un aire noble y agraciado, unos modales suaves, afables y corteses; una religión tan pura, tan santa, tan racional; una moral que, reglando el corazón y el entendimiento, rectificaba la razón; una doctrina sostenida y confirmada con toda especie de milagros; todo esto hizo triunfar en breve la fe de Jesucristo, y convertirse a ella un prodigioso número de personas. San Lázaro veía aumentarse todos los días su rebaño; su maravilloso celo consiguió que en menos de un año se levantase la religión cristiana, y se fundase en todas partes sobre las ruinas del paganismo. Se vio cuánto contribuyeron a esta milagrosa obra Santa Magdalena y Santa Marta con sus palabras y sus ejemplos. El célebre templo de Diana , convertido con el tiempo en una iglesia con el título de Nuestra .Señora la Mayor, que es la catedral, es un augusto monumento de este insigne triunfo del cristianismo sobre los paganos, y del prodigioso celo de San Lázaro. En el siglo IV se creía ya que tenía treinta años cuando fue resucitado, y las actas de la iglesia de Marsella le dan treinta años de obispado, durante los cuales el santo obispo hizo un prodigioso número de conversiones, derribó muchos templos dedicados a los falsos dioses, e hizo pedazos una pasmosa multitud de ídolos.

Se cree que fue en el imperio de Vespasiano cuando el procónsul, que había sido enviado a Marsella por gobernador, infatuado de las supersticiones paganas, solicitado por los sacerdotes de los ídolos, rabiosos por ver su reputación y sus rentas reducidas a nada después que San Lázaro convirtió a la fe de Jesucristo una parte de la ciudad, mandó prender al santo obispo, y habiéndole hecho comparecer ante su tribunal, le echó en cara con un tono áspero todo lo que había hecho contra la religión y el culto de los dioses del imperio. Después, con un aire colérico y dominante, le dijo: 'Es preciso, o que sacrifiques a nuestros dioses, o que pierdas la vida en medio de los mayores suplicios'. Por lo que mira al sacrificio, respondió el santo, no puedo ofrecerle sino al verdadero Dios, y tú, señor, tienes demasiadas luces para no ver que los que llamas tus dioses no merecen sacrificios; por lo que mira al último suplicio con que me amenazas, sé que no me puede suceder cosa más dulce ni más gloriosa que el dar la vida por aquel que me la volvió a dar a mí después de haberla perdido, y que se dignó morir por mí para que yo viva eternamente'. El prefecto, irritado con esta generosa respuesta, le hizo despedazar con látigos armados de puntas de hierro, con tanta crueldad, que su cuerpo quedó hecho todo una llaga. Acabado este cruel suplicio, le encerraron en un horrible calabozo: se creyó que este tormento le hubiera hecho negar la fe, pero habiéndole preguntado de nuevo el prefecto si permanecía todavía en su creencia, y habiéndole encontrado siempre más inflexible, le hizo atar a un poste, y atravesar con una multitud de flechas; más Dios le conservó la vida en medio de este suplicio. Cada llaga, dicen las actas de su martirio, era una boca que publicaba la gloria y el poder de su Dios. Le aplicaron después sobre el cuerpo planchas de hierro hechas ascuas: el tormento era espantoso, pero la constancia del santo no se disminuyó ni aflojó un punto. Finalmente, corrido el juez de verse vencido de la paciencia heroica del santo, mandó que le cortaran la cabeza, lo que se ejecutó el día 17 de diciembre del año 76 de nuestro Señor Jesucristo, a los setenta y tres de su edad, y treinta de su obispado. Su cuerpo fue enterrado por los cristianos en una cueva con los ornamentos pontificales de que se servía en la celebración de los divinos misterios. Se ve todavía el horrible calabozo donde fue encerrado en el célebre monasterio de religiosas de San Benito, llamado San Salvador, delante del cual está la plaza donde le cortaron la cabeza.

 

Se guarda con mucha veneración en la iglesia catedral de Marsella la cabeza de San Lázaro en un relicario de plata sobredorado, que pasa por el más rico y de más bello gusto que hay en Francia. Se asegura que el año 957 el resto de sus reliquias se llevó a Autun por el obispo Vivaldo, en el reinado de Lotario, rey de Francia. Lo cierto es que se conserva en Marsella, en la misma caja donde está la preciosa cabeza, un escrito muy antiguo, hecho por un sacerdote que parece haber sido sacristán de esta iglesia, y firmado por dos testigos, en que afirman que, habiendo sabido que querían llevarse el cuerpo de San Lázaro, el sacerdote había quitado secretamente la cabeza, y había sustituido otra en su lugar. Este escrito, que se leyó durante la visita de la catedral que hizo monseñor Guillelmo de Veintimilla de Luco, entonces Obispo de Marsella, y después Arzobispo de París, tiene todas las señales de autenticidad que se pueden desear en uno de los más antiguos testimonios. (...) 

San Lázaro ha tenido ilustres sucesores, entre los cuales se cuentan veintiuno reconocidos por santos. Las crueles persecuciones contra los fieles, que dieron a la Iglesia tantos malones de mártires desde el año 180 hasta el 306, han hecho perder el nombre de un gran número de ilustres prelados que gobernaron esta iglesia durante aquel largo intervalo. (...)

Nótese que se da por sentado que las hermanas de Lázaro son Marta y María Magdalena, por la identificación de la María mencionada en Jn 11 («Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos») con la María Magdalena mencionada en Lc 8 («...algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios...») y de esta última con la mujer pecadora mencionada en el mismo Evangelio unos párrafos antes («...una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume»). Acerca de esta tradicional pero incorrecta identificación, hablamos en nuestra entrada del 22 de julio de 2016.

Esa identificación de las tres mujeres, que determinaba cierto vínculo litúrgico entre celebración de Santa María Magdalena (el 22 de julio) y la de su supuesta hermana Marta (en la octava de Magdalena, es decir el 29 de julio), terminó "oficialmente" el año pasado con un decreto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino que estableció «la celebración de los santos Marta, María y Lázaro en el Calendario Romano General» el mismo día 29 de julio.

Las dos fotos de esta entrada son muy similares, pero la primera la tomamos en 2015 y la segunda en 2017. La imagen se venera en San José de Flores.

14 de diciembre de 2022

14 de diciembre: San Juan de la Cruz

 

En 2015 y en 2016 nos ocupamos de este gran santo, Doctor de la Iglesia.

En esta ocasión, de un blog dedicado a la espiritualidad carmelita tomamos la biografía que publicamos a cotinuación:

«San Juan de la Cruz nació en Fontiveros (Ávila), en 1542, en el seno de una familia pobre. Su  padre murió siendo él muy pequeño, por lo que se vio obligado a emigrar y a mendigar en compañía  de su madre y de su hermano. En su infancia, trabajó en un hospital, compaginando la atención a los  enfermos y los estudios. Ingresó en el Carmelo a los 21 años y fue enviado a la universidad de  Salamanca, que era una de las más prestigiosas de la época. Su encuentro con Santa Teresa de Jesús le  movió a fundar el primer convento de carmelitas descalzos en Duruelo, lugar apartado y pobre. Allí  fue el primer formador de los aspirantes al Carmelo descalzo. Durante nueve meses estuvo  encarcelado, por su fidelidad a la reforma de Santa Teresa. En la prisión compuso el Cántico espiritual y otras poesías. Más tarde ocupó diversos cargos de gobierno y unió admirablemente un alto espíritu  contemplativo con una incansable actividad como director de almas, formador, fundador de conventos  y escritor de tratados espirituales, entre los que destacan sus cuatro obras mayores: Subida del Monte  Carmelo, Noche oscura, Cántico espiritual y Llama de amor viva. Murió en Úbeda (Jaén) en la noche  del 13 de diciembre de 1591. Fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII, y declarado Doctor de  la Iglesia en 1926 por el papa Pío XI. Desde 1952 es patrono de los poetas españoles».

La imagen, que fotografiamos en el año 2017, se venera en el retablo mayor de la iglesia porteña de Nuestra Señora del Carmelo.

12 de diciembre de 2022

12 de diciembre: Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe


Visitamos hoy la pequeña  iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, en el barrio de Palermo, restaurada hace poco. En ella vemos una hermosa representación de la Trinidad (el Thronum Gratiae)  flanqueada a ambos lados por ángeles; más abajo, en la parte central y superior del retablo, la imagen de la Virgen de Guadalupe, Titular del templo.

A partir de esa relación "plástica" que se establece en el retablo entre la Virgen y Dios Uno y Trino, parece oportuno citar aquí a Juan Pablo II, quien el 12 de diciembre de 1981 -al celebrarse 450 años de las apariciones de la Virgen en México- dijo: 
«El pueblo fiel ... ha tenido siempre viva conciencia de que la buena Madre del cielo a la que se acerca implorante es la “perfecta siempre Virgen” de la antigua tradición cristiana, la aeiparthénos de los Padres griegos, la doncella virgen del Evangelio (cf Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), la “llena de gracia” (Lc 1, 28), objeto de una singularísima benevolencia divina que la destina a ser la Madre del Dios encarnado, la Theotókos del Concilio de Efeso, la Deípara venerada en la continuidad del Magisterio eclesial hasta nuestros días».

9 de diciembre de 2022

9 de diciembre: San Juan Diego


«“¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!” (Mt 11, 25).

Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para nosotros una invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo indígena del Continente americano.

Con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.

¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios “es poderoso y sólo los humildes le dan gloria” (3, 20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: “Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios” (1 Co 1, 28.29).

Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava “que glorifica al Señor” (Lc 1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.

“El acontecimiento guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación” (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente inculturada».

Palabras de Juan Pablo II en la misa de canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el 31 de julio de 2002, en la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe de la ciudad de México. 

La imagen del santo con la tilma se ve en el techo de la Basílica de la Inmaculada Concepción  de la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay.

7 de diciembre de 2022

7 de diciembre: San Ambrosio


«El santo obispo Ambrosio, de quien os hablaré hoy, murió en Milán en la noche entre el 3 y el 4 de abril del año 397. Era el alba del Sábado Santo. El día anterior, hacia las cinco de la tarde, se había puesto a rezar, postrado en la cama, con los brazos abiertos en forma de cruz. Así participaba en el solemne Triduo Pascual, en la muerte y en la resurrección del Señor. "Nosotros veíamos que se movían sus labios", atestigua Paulino, el diácono fiel que, impulsado por San Agustín, escribió su Vida, "pero no escuchábamos su voz". En un momento determinado pareció que llegaba su fin. Honorato, Obispo de Vercelli, que se encontraba prestando asistencia a San Ambrosio y dormía en el piso superior, se despertó al escuchar una voz que le repetía:  "Levántate pronto. Ambrosio está a punto de morir". Honorato bajó de prisa —prosigue Paulino— "y le ofreció al santo el Cuerpo del Señor. En cuanto lo tomó, Ambrosio entregó el espíritu, llevándose consigo el santo viático. Así su alma, robustecida con la fuerza de ese alimento, goza ahora de la compañía de los ángeles" (Vida 47).

En aquel Viernes Santo del año 397 los brazos abiertos de San Ambrosio moribundo manifestaban su participación mística en la muerte y la resurrección del Señor. Esa era su última catequesis:  en el silencio de las palabras seguía hablando con el testimonio de la vida. 


San Ambrosio no era anciano cuando murió. No tenía ni siquiera sesenta años, pues nació en torno al año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de las Galias. La familia era cristiana. Cuando falleció su padre, su madre lo llevó a Roma, siendo todavía un muchacho, y lo preparó para la carrera civil, proporcionándole una sólida instrucción retórica y jurídica. Hacia el año 370 fue enviado a gobernar las provincias de Emilia y Liguria, con sede en Milán. Precisamente allí se libraba con gran ardor la lucha entre ortodoxos y arrianos, sobre todo después de la muerte del obispo arriano Ausencio. San Ambrosio intervino para pacificar a las dos facciones enfrentadas, y actuó con tal autoridad que, a pesar de ser solamente un catecúmeno,  fue aclamado por el pueblo Obispo de Milán.

Hasta ese momento, San Ambrosio era el más alto magistrado del Imperio en el norte de Italia. Muy bien preparado culturalmente, pero desprovisto del conocimiento de las Escrituras, el nuevo obispo se puso a estudiarlas con empeño. Aprendió a conocer y a comentar la Biblia a través de las obras de Orígenes, el indiscutible maestro de la "escuela de Alejandría". De este modo, San Ambrosio introdujo en el ambiente latino la meditación de las Escrituras iniciada por Orígenes, impulsando en Occidente la práctica de la lectio divina. El método de la lectio llegó a guiar toda la predicación y los escritos de San Ambrosio, que surgen precisamente de la escucha orante de la palabra de Dios.



Un célebre exordio de una catequesis ambrosiana muestra admirablemente la manera como el santo obispo aplicaba el Antiguo Testamento a la vida cristiana:  "Cuando leíamos las historias de los Patriarcas y las máximas de los Proverbios, tratábamos cada día de moral —dice el santo Obispo de Milán a sus catecúmenos y a los neófitos— para que vosotros, formados e instruidos por ellos, os acostumbréis a entrar en la senda de los Padres y a seguir el camino de la obediencia a los preceptos divinos" (Los misterios 1, 1).

En otras palabras, según el Obispo, los neófitos y los catecúmenos, después de aprender el arte de vivir rectamente, ya podían considerarse preparados para los grandes misterios de Cristo. De este modo, la predicación de San Ambrosio, que representa el núcleo fundamental de su ingente obra literaria, parte de la lectura de los Libros sagrados ("Los Patriarcas", es decir, los Libros históricos; y "Los Proverbios", o sea, los Libros sapienciales) para vivir de acuerdo con la Revelación divina.

Es evidente que el testimonio personal del predicador y la ejemplaridad de la comunidad cristiana condicionan la eficacia de la predicación. Desde este punto de vista es significativo un pasaje de las Confesiones de San Agustín, el cual había ido a Milán como profesor de retórica; era escéptico, no cristiano. Estaba buscando, pero no era capaz de encontrar realmente la verdad cristiana. Lo que movió el corazón del joven retórico africano, escéptico y desesperado, y lo que lo impulsó definitivamente a la conversión, no fueron las hermosas homilías de San Ambrosio (a pesar de que las apreciaba mucho), sino más bien el testimonio del Obispo y de su Iglesia milanesa, que oraba y cantaba, compacta como un solo cuerpo. Una Iglesia capaz de resistir a la prepotencia del emperador y de su madre, que en los primeros días del año 386 habían vuelto a exigir la expropiación de un edificio de culto para las ceremonias de los arrianos. En el edificio que debía ser expropiado, cuenta San Agustín, "el pueblo devoto velaba, dispuesto a morir con su obispo". Este testimonio de las Confesiones es admirable, pues muestra que algo se estaba moviendo en lo más íntimo de San Agustín, el cual prosigue:  "Nosotros mismos, aunque insensibles a la calidez de vuestro espíritu, compartíamos la emoción y la consternación de la ciudad" (Confesiones 9, 7).

De la vida y del ejemplo del obispo San Ambrosio, San Agustín aprendió a creer y a predicar. Podemos referir un pasaje de un célebre sermón del Africano, que mereció ser citado muchos siglos después en la constitución conciliar Dei Verbum:  "Todos los clérigos —dice la Dei Verbum en el número 25—, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse —aquí viene la cita de san Agustín— "predicadores vacíos de la Palabra, que no la escuchan en su interior"". Precisamente de San Ambrosio había aprendido esta "escucha en su interior", esta asiduidad en la lectura de la Sagrada Escritura, con actitud de oración, para acoger realmente en el corazón y asimilar la palabra de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, quisiera presentaros una especie de "icono patrístico" que, interpretado a la luz de lo que hemos dicho, representa eficazmente "el corazón" de la doctrina de San Ambrosio. En el sexto libro de las Confesiones, san Agustín narra su encuentro con san Ambrosio, ciertamente un encuentro de gran importancia en la historia de la Iglesia. Escribe textualmente que, cuando visitaba al Obispo de Milán, siempre lo veía rodeado de numerosas personas llenas de problemas, por quienes se desvivía para atender sus necesidades. Siempre había una larga fila que esperaba hablar con San Ambrosio para encontrar en él consuelo y esperanza. Cuando San Ambrosio no estaba con ellos, con la gente (y esto sucedía en pocos momentos de la jornada), era porque estaba alimentando el cuerpo con la comida necesaria o el espíritu con las lecturas.

Aquí San Agustín expresa su admiración porque San Ambrosio leía las escrituras con la boca cerrada, sólo con los ojos (cf. Confesiones 6, 3). De hecho, en los primeros siglos cristianos la lectura sólo se concebía con vistas a la proclamación, y leer en voz alta facilitaba también la comprensión a quien leía. El hecho de que San Ambrosio pudiera repasar las páginas sólo con los ojos era para el admirado San Agustín una capacidad singular de lectura y de familiaridad con las Escrituras. Pues bien, en esa lectura "a flor de labios", en la que el corazón se esfuerza por alcanzar la comprensión de la palabra de Dios —este es el "icono" del que hablamos—, se puede entrever el método de la catequesis de San Ambrosio:  la Escritura misma, íntimamente asimilada, sugiere los contenidos que hay que anunciar para llevar a los corazones a la conversión.

Así, según el magisterio de San Ambrosio y San Agustín, la catequesis es inseparable del testimonio de vida. Puede servir también para el catequista lo que escribí en la Introducción al cristianismo con respecto al teólogo. Quien educa en la fe no puede correr el riesgo de presentarse como una especie de payaso, que recita un papel "por oficio". Más bien, con una imagen de Orígenes, escritor particularmente apreciado por San Ambrosio, debe ser como el discípulo amado, que apoyó la cabeza sobre el corazón del Maestro, y allí aprendió su manera de pensar, de hablar, de actuar. En definitiva, el verdadero discípulo es el que anuncia el Evangelio de la manera más creíble y eficaz.

Al igual que el apóstol San Juan, el obispo San Ambrosio —que nunca se cansaba de repetir:  "Omnia Christus est nobis", "Cristo lo es todo para nosotros"— es un auténtico testigo del Señor. Con sus mismas palabras, llenas de amor a Jesús, concluimos así nuestra catequesis:  "Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por la injusticia, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si tienes miedo a la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las tinieblas, él es la luz. (...) Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bienaventurado el hombre que espera en él" (De virginitate 16, 99). También nosotros esperamos en Cristo. Así seremos bienaventurados y viviremos en la paz».


Compartimos hoy, en la Memoria de San Ambrosio, esta catequesis del papa Benedicto XVI del 24 de octubre de 2007, acompañada por un conjunto de imágenes que registré en la parroquia dedicada al santo obispo, en Buenos Aires (Elcano 3265). Junto a la imagen del santo se exhibe allí esta oración.


4 de diciembre de 2022

Domingo II de Adviento

 

El Evangelio del Segundo Domingo de Adviento en el Ciclo A (Mateo   3, 1-12) nos describe la figura de San Juan bautista y nos presenta su predicación,  que anuncia al Salvador:


 

En aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo:

«Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: "Tenemos por padre a Abraham". Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.

Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible».

La imagen del Bautista que ilustra esta entrada -con las vestimentas descriptas en la perícopa y en actitud de predicar-  se  venera en el templo mercedario dedicado al santo en la ciudad de Salta.

3 de diciembre de 2022

3 de diciembre: San Francisco Javier

 

Señala hoy el Martirologio:


«Memoria de San Francisco Javier, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, evangelizador de la India, el cual, nacido en Navarra, fue uno de los primeros compañeros de San Ignacio que, movido por el ardor de dilatar el Evangelio, anunció diligentemente a Cristo a innumerables pueblos en la India, en las Molucas y otras islas, y después en Japón. Convirtió a muchos a la fe y, finalmente, murió en la isla de San Xon, en China, consumido por la enfermedad y los trabajos».

Nació en 1506 y murió en 1552. Fue canonizado  por Gregorio XV  en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro Labrador.



Oración Colecta: 

Señor y Dios nuestro, tú has querido que numerosas naciones llegaran al conocimiento de tu nombre por la predicación de san Francisco Javier; infúndenos su celo generoso por la propagación de la fe, y haz que tu Iglesia encuentre su gozo en evangelizar a todos los pueblos.