En el Oficio de Lectura del Lunes XII Durante el Año se lee hoy (en el leccionario par-impar) este fragmento del libro de los Jueces (16,4-6.16-31):
En aquellos días, se enamoró Sansón de una mujer del torrente Sorec, llamada Dalila.
Los príncipes de los filisteos subieron a verla y le dijeron:
«Sedúcelo y averigua en qué reside su enorme fuerza y con qué se le podría atar para doblegarlo. Nosotros te daremos doce kilos y medio de plata cada uno».
Dalila dijo a Sansón:
«Aclárame en qué reside tu enorme fuerza y con qué se te había de atar para doblegarte».
Y como le asediase todos los días con sus palabras y le importunara tanto, su espíritu se abatió.
Entonces le puso al descubierto su corazón y le dijo:
«La navaja no ha pasado por mi cabeza, pues soy nazir de Dios desde el seno de mi madre. Si me raparan, mi fuerza se alejaría de mí. Me debilitaría y vendría a ser como cualquier hombre».
Dalila se dio cuenta de que le había abierto completamente el corazón y mandó llamar a los príncipes filisteos:
«Subid, porque esta vez me ha abierto completamente el corazón».
Los príncipes filisteos subieron allá, llevando la plata en sus manos.
Lo adormeció sobre sus rodillas y llamó a un hombre que le rapó las siete guedejas de su cabeza. Entonces comenzó a debilitarse y su fuerza se alejó de él.
Dalila le gritó:
«Los filisteos sobre ti, Sansón».
Él se despertó de su sueño, pensando:
«Saldré como las otras veces y me libraré de ellos».
No sabía que el Señor se había alejado de él. Los filisteos lo apresaron y le sacaron los ojos. Le bajaron a Gaza y lo ataron con una doble cadena de bronce. En la cárcel estuvo dando vueltas a la muela. Ahora bien, después que lo hubieron rapado, el cabello de su cabeza comenzó a crecer.
Los príncipes de los filisteos se congregaron para ofrecer un gran sacrificio a su dios Dagón y para hacer un festejo. Decían:
«Nuestro dios ha entregado en nuestras manos a Sansón, nuestro enemigo».
Cuando lo vio la gente, alababan a su dios diciendo:
«Nuestro dios ha entregado en nuestras manos al enemigo, que asolaba nuestro territorio y multiplicaba nuestros muertos».
Cuando ya tenían el corazón alegre, dijeron:
«Llamad a Sansón para que nos divierta».
Llamaron a Sansón de la cárcel y bailó ante ellos. Luego lo colocaron entre las columnas.
Sansón dijo al lazarillo:
«Déjame tocar las columnas sobre las que se asienta el templo, para que pueda apoyarme en ellas».
El templo estaba lleno de hombres y mujeres. Se encontraban allí todos los príncipes filisteos. En la azotea había unos tres mil hombres y mujeres, viendo los juegos de Sansón.
Entonces Sansón invocó al Señor:
«Dueño y Señor mío, acuérdate de mí y dame fuerzas solo esta vez, oh Dios, para que de un solo golpe pueda vengarme de los filisteos, por lo de mis dos ojos».
Sansón palpó las dos columnas centrales sobre las que se asentaba el templo y se apoyó sobre ellas, en una con la derecha y en la otra con la izquierda. Entonces gritó:
«Muera yo también con los filisteos».
Empujó con fuerza, y el templo se desplomó sobre los príncipes y sobre toda la gente que había en él. Los que mató al morir fueron más que los que había matado en vida.
Sus hermanos y toda la casa paterna bajaron a recogerlo y lo subieron a enterrar entre Sorá y Estaol, en el sepulcro de su padre Manoj. Sansón había juzgado a Israel veinte años.

Sansón y Dalila, protagonistas de este célebre pasaje, están representados en una escultura en el Museo de la Virgen del Valle, que depende de la Catedral de Catamarca. Hoy visitamos por primera vez en este blog ese museo de arte religioso.