27 de noviembre de 2020

27 de noviembre: Beata Catalina de María

El 27 de noviembre se celebra la memoria de la Beata Catalina de María Rodríguez, en el día de su natalicio.

Josefina Saturnina Rodríguez nació en Córdoba el 27 de noviembre de 1823 en una familia marcada por la fe católica. Perdió a sus padres siendo niña, y ella y sus hermanas fueron criadas por sus tías.  A los 17 años hizo sus primeros Ejercicios Espirituales y allí descubrió su vocación de consagrar su vida a Dios; por ello en un principio se dedicó a promover y sostener la obra de los Ejercicios. 

A los 29 años se casó -por consejo de su confesor- con el Coronel Manuel Antonio Zavalía, viudo con dos hijos. Cuando su marido fue nombrado edecán del Presidente Derqui, ambos se fueron a vivir a Paraná; en esa ciudad tuvieron una hija que murió al nacer. 

A los 42 años, ya de vuelta en Córdoba, Catalina quedó viuda. Entonces renació su primera vocación y surgió el sueño de formar una comunidad de señoras al servicio de las mujeres más vulnerables para catequizarlas, enseñarles a trabajar y vivir con ellas.

Tras siete años de pruebas y contratiempos, el 29 de septiembre de 1872 nacieron las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, primera congregación de vida apostólica de la Argentina.

Por pedido del Cura Brochero, en 1880, dieciséis hermanas cruzaron las Sierras Grandes a caballo para atender la Casa de Ejercicios y el Colegio de Niñas fundados por Brochero.

Catalina de María Rodríguez, siempre apasionada por el Corazón de Jesús y por la humanidad, murió el 5 de abril de 1896, y fue beatificada por Francisco I el 25 de noviembre de 2017.


Las imágenes corresponden a grandes afiches ubicados en el exterior del Colegio Divino Corazón de la ciudad de Buenos Aires.

Próxima entrada: 2 de diciembre (Aniversario de la ordenación episcopal de monseñor Charbel Mehri)

26 de noviembre de 2020

26 de noviembre: San Leonardo de Puerto Mauricio

«San Leonardo estimaba muchísimo el rezo del santo Vía Crucis (...). A él se debe que esta devoción se volviera tan popular y tan estimada entre la gente devota. (..) Otras tres devociones que propagaba por todas partes eran la del Santísimo Sacramento, la del Sagrado Corazón de Jesús y la del Inmaculado Corazón de María», nos dice el conocido sitio católico Aciprensa respecto de San Leonardo de Puerto Mauricio, cuya memoria se celebra hoy. 

El papel de San Leonardo respecto de la difusión del ejercicio del Vía Crucis y, sobre todo, de la devoción al Corazón de Jesús justifican su destacada presencia en un altar lateral de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en Barracas.


Leonardo nació en 1676 y murió en 1751. Fue beatificado en 1796 y canonizado en 1867. El Martirologio lo elogia así en la entrada de hoy: «En Roma, en el convento de San Buenaventura, San Leonardo de Porto Maurizio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, desbordante de celo por las personas, empleó casi toda su vida en la predicación, en la publicación de libros de piedad y en dar más de trescientas misiones en la Urbe, en la isla de Córcega y por toda Italia septentrional».

Próxima entrada: 27 de noviembre (Bta. Catalina de María)

23 de noviembre de 2020

Lunes de la Semana XXXIV Durante el Año

El Lunes de la XXXIV Semana Durante el Año se lee como Primera Lectura un fragmento del capítulo 14 del Apocalipsis (14, 1-3. 4b-5):
Yo, Juan, vi al Cordero que estaba de pie sobre el monte Sión, acompañado de ciento cuarenta y cuatro mil elegidos, que tenían escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre.Oí entonces una voz que venía del cielo, semejante al estrépito de un torrente y al ruido de un fuerte trueno, y esa voz era como un concierto de arpas: los elegidos cantaban un canto nuevo delante del trono de Dios, y delante de los cuatro Seres Vivientes y de los Ancianos. Y nadie podía aprender este himno, sino los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido rescatados de la tierra.Ellos siguen al Cordero donde quiera que vaya. Han sido los primeros hombres rescatados para Dios y para el Cordero. En su boca nunca hubo mentira y son inmaculados.

En la proclamación litúrgica -como se advierte por la cita- se omiten las palabras iniciales del versículo 4,  el cual, completo, dice: «Estos son los que no se han contaminado con mujeres y son vírgenes. Ellos siguen al Cordero donde quiera que vaya. Han sido los primeros hombres rescatados para Dios y para el Cordero». La palabras en negrita aparecen casi en forma textual en la pintura que vemos, que corresponde a un altar lateral de la Basílica del Espíritu Santo.

Próxima entrada: 26 de noviembre (San Leonardo de Puerto Mauricio)

22 de noviembre de 2020

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

En la misa de hoy (Solemnidad de Cristo Rey, Ciclo A) se proclama el célebre texto de San Mateo (25, 31-46) en que -en palabras de Rábano citadas en la Catena Áurea- «después de las parábolas sobre el fin del mundo expone el Señor el modo cómo será juzgado»:
   Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.    Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver».    Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?»    Y el Rey les responderá: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo» (...).
En la entrada de la iglesia de Nuestra Señora Madre de los Emigrantes hay una imagen de Jesús que parafrasea las expresiones del Señor en este fragmento evangélico, de modo particular, según nos parece, aquella que dice "Estaba de paso y me alojasteis", traducida a veces como "Fui forastero, y me acogisteis": «Fui emigrante y me recibisteis».




«La Iglesia ha contemplado siempre en los emigrantes la imagen de Cristo que dijo: "era forastero, y me hospedasteis" (Mt 25,35)». 

«El cristiano contempla en el extranjero ...  el rostro mismo de Cristo, nacido en un pesebre y que, como extranjero, huye a Egipto, asumiendo y compendiando en sí mismo esta fundamental experiencia de su pueblo (cfr. Mt 2, 13ss.). Nacido fuera de su tierra y procedente de fuera de la Patria (cfr. Lc 2, 4-7), "habitó entre nosotros" (Jn 1, 11.14), y pasó su vida pública como itinerante, recorriendo "pueblos y aldeas" (cfr. Lc 13, 22; Mt 9, 35). Ya resucitado, pero todavía extranjero y desconocido, se apareció en el camino de Emaús a dos de sus discípulos que lo reconocieron solamente al partir el pan (cfr. Lc 24, 35). Los cristianos siguen, pues, las huellas de un viandante que "no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20; Lc 9, 58).

María, la Madre de Jesús, siguiendo esta línea de consideraciones, se puede contemplar también como icono viviente de la mujer emigrante. Da a la luz a su hijo lejos de casa (cfr. Lc 2,1-7) y se ve obligada a huir a Egipto (cfr. Mt 2,13-14)».


PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES,
INSTRUCCIÓN “ERGA MIGRANTES CARITAS CHRISTI”, 12. 15


Próxima entrada: 23 noviembre (Lunes de la Semana XXXIV Durante el Año)

21 de noviembre de 2020

21 de noviembre: Presentación de la Bienaventurada Virgen María

El Calendario Romano incluye, entre las fiestas dedicadas a María, algunas que "prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones, enraizadas sobre todo en Oriente", dice Pablo VI en la Exhortación Marialis Cultus.

Entre ellas está la Memoria de hoy. En efecto, la Presentación de María en el templo es un episodio que no aparece en la Biblia, pero que es recogido, por ejemplo, en el Protoevangelio de Santiago (VII y VIII):

«Cuando llegó a la edad de dos años, Joaquín dijo: Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda. Y Ana respondió: Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos. Y Joaquín repuso: Esperemos.
Y, cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el Gran Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel.
E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.
Y sus padres salieron del templo llenos de admiración, y glorificando al Omnipotente, porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el templo del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibía su alimento de manos de un ángel».

A su vez, otro apócrifo, el  Evangelio del Pseudo Mateo (IV), dice:

«Ana dio a luz una hija y le puso por nombre María. Al tercer año, sus padres la destetaron. Luego se marcharon al templo, y después de ofrecer sus sacrificios a Dios, le hicieron donación de su hijita María, para que viviera entre aquel grupo de vírgenes que se pasaban día y noche alabando a Dios. 

Y, cuando hubo sido depositada delante del templo del Señor, subió corriendo las quince gradas, sin mirar atrás, y sin reclamar la ayuda de sus padres, como hacen de ordinario los niños. Y este hecho llenó a todo el mundo de sorpresa, hasta el punto de que los mismos sacerdotes del templo no pudieron contener su admiración».

El episodio es representado en un vitral de la Basílica del Espíritu Santo. A su vez, en la parte alta del vitral, se lee la frase "Pars mea Dominus", "Mi parte es el Señor". A ese texto aludimos en nuestra entrada del 13 de abril de este año. Se trata de un fragmento del salmo 15,  muy bien elegido para aludir al hecho de la Presentación de María en el templo, ya que alude a "la parte de la herencia" que le toca a quien se consagra plenamente al Señor:

Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Señor, tú eres mi bien.»
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡tú decides mi suerte!

Próxima entrada: 22 de noviembre (Cristo Rey)

18 de noviembre de 2020

18 de noviembre: Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo

El Calendario Romano universal recoge la Memoria del aniversario de la Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo. Al respecto dice el «Misal Diario para América» del padre Azcárate (Editorial Guadalupe, 1946):

«Las actuales Basílicas de San Pedro del Vaticano y San Pablo Extramuros se levantan en el lugar mismo donde ambos apóstoles fueron martirizados y donde Constantino edificó las primitivas basílicas consagradas por el Papa Silvestre. Con los siglos se fueron transformando y renovando por la piedad de los Papas. Pío IX determinó que la fiesta de la dedicación de ambas basílicas se celebrase este día en todo el mundo cristiano, porque ellas dos, junto con la de Letrán, constituyen el centro espiritual de todo el orbe católico».

El Evangelio de la misa de hoy es el siguiente:

Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven», le dijo Jesús. 
Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».

La frase de Jesús "«Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»", está transcripta en griego al pie de la imagen que ilustra esta entrada; se trata de un vitral en la Catedral Ortodoxa Griega de la Dormición de la Madre de Dios (Julián Álvarez 1030, Buenos Aires), dependiente del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla.

17 de noviembre de 2020

Martes de la Semana XXXIII Durante el Año


La Primera Lectura de la misa hoy (martes de la Semana XXXIII Durante el Año, en año par) es del libro del Apocalipsis (3, 1-6. 14-22). Transcribimos a continuación la perícopa:


Yo, Juan, oí al Señor que me decía:

Escribe al Ángel de la Iglesia de Sardes: 

«El que posee los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas, afirma: "Conozco tus obras: aparentemente vives, pero en realidad estás muerto. Permanece alerta y reanima lo que todavía puedes rescatar de la muerte, porque veo que tu conducta no es perfecta delante de mi Dios. Recuerda cómo has recibido y escuchado la Palabra: consérvala fielmente y arrepiéntete. Porque si no vigilas, llegaré como un ladrón, y no sabrás a qué hora te sorprenderé.
Sin embargo, tienes todavía en Sardes algunas personas que no han manchado su ropa: ellas me acompañarán vestidas de blanco, porque lo han merecido. El vencedor recibirá una vestidura blanca, nunca borraré su nombre del Libro de la Vida y confesaré su nombre delante de mi Padre y de sus Ángeles". 
El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias».


Escribe al Ángel de la Iglesia de Laodicea: 

«El que es el Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, afirma: "Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca.
Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Por eso, te aconsejo: cómprame oro purificado en el fuego para enriquecerte, vestidos blancos para revestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y un colirio para ungir tus ojos y recobrar la vista. Yo corrijo y reprendo a los que amo. ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete!
Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos. Al vencedor lo haré sentar conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono".
El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias».



Hemos destacado con negrita algunas palabras, referidas al "Libro de la Vida".  Esas palabras están transcriptas en un libro bellamente decorado al estilo medieval, que se exhibe detrás de un vidrio en un altar de la iglesia de Nuestra Señora de Aránzazu, en San Fernando. En la página opuesta el libro tiene a la vista, además, los nombres de varios argentinos canonizados, beatificados o en proceso.



Tomamos las fotos en noviembre del año  pasado.

Próxima entrada: 18 de noviembre 
(Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo)

14 de noviembre de 2020

14 de noviembre: San Serapio

San Serapio (o  Serapión) nació en Londres en 1179. Era hijo de un capitán y noble de la corte inglesa de Enrique II.  Siendo apenas un niño, participó con su padre en la Tercera Cruzada. Luchó a las órdenes de Ricardo Corazón de León.

A su regreso de las Cruzadas, el buque en que viajaba encalló en la costa de Venecia, por lo que debió continuar su viaje por tierra. Por el camino, junto a otros sobrevivientes, fue hecho prisionero por el Duque de Austria. Ricardo Corazón de León y el padre de Serapio fueron liberados, pero el joven quedó  detenido como de rehén. 

Le cayó en gracia al príncipe Leopoldo de Austria, que lo tomó a su servicio; a la muerte de sus padres decidió quedarse en la corte de Austria, donde se dedicó a obras de caridad y piedad. Formó parte del séquito de Leopoldo que fue en ayuda del Rey de España contra los moros. La expedición llegó a España cuando ya los moros habían sido derrotados en la batalla de Navas de Tolosa. Entonces Serapio permaneció al servicio del rey Alfonso VIII de Castilla. Cuando murió el rey,  en octubre de 1214, Serapio regresó a Austria, y luego partió con el duque Leopoldo a la Quinta Cruzada.

En España, Serapio tuvo la ocasión de conocer a Pedro Nolasco y a sus frailes que se dedicaban a la defensa de la  fe liberando de los moros a los cristianos cautivos. 

Pidió y recibió el hábito mercedario en 1222, dedicándose primero a la atención y la educación religiosa de los esclavos liberados, y luego pidiendo limosna para su rescate en España y Francia. Junto a San Ramón Nonato, en 1229, hizo la primera «redención» en Argelia; en el mismo año participó con San Pedro Nolasco en la conquista de las Islas Baleares, donde fundó el primer convento de la Orden. De nuevo volvió a Argel en 1232, con San Ramón. 

En 1239, San Pedro Nolasco lo envió a Inglaterra, su país natal, para difundir la Orden Mercedaria,  pero el barco fue atacado por piratas que lo apalearon salvajemente y, creyéndolo muerto, lo abandonaron desnudo en una playa desierta, de donde fue socorrido por unos pescadores. De Londres pasó pronto a Escocia e Irlanda. 

En 1240 regresó a España e hizo un rescate en Murcia de 98 esclavos, y otros 87 en Argelia, donde permaneció como rehén para liberar a otros infelices. Los moros estaban irritados por su predicación y por las conversiones que conseguía. Como no llegó a tiempo  el dinero del rescate,  los moros, defraudados, dieron atroz muerte a Serapio:  lo que lo ataron a una cruz de San Andrés y lo maltrataron salvajemente. Le rompieron todas las articulaciones de las extremidades, le extrajeron los intestinos, lo envolvieron con ellos y le cortaron la cabeza. El cruel martirio de Serapio fue consumado el 14 de noviembre de 1240.

En 1728, en el papado de Benedicto XIII,  fue promulgado el decreto que confirmaba el "culto inmemorial".

La imagen que ilustra esta entrada se venera en la Basílica de la Merced en Buenos Aires.

Próxima entrada: 17 de noviembre (Martes de la Semana XXXIII Durante el Año)

10 de noviembre de 2020

10 de noviembre: San León Magno

En el púlpito de la iglesia de Nuestra Señora de Balvanera encontramos, entre otras, esta pequeña estatua del Papa San León I "Magno".

Evocamos la figura del santo de hoy con palabras pronunciadas por Benedicto XVI en la audiencia del 5 de marzo de 2008:

«Continuando nuestro camino entre los Padres de la Iglesia, auténticos astros que brillan desde lejos, en el encuentro de hoy vamos a considerar la figura de un Papa que en 1754 fue proclamado por Benedicto XIV doctor de la Iglesia: se trata de San León Magno. Como indica el apelativo que pronto le atribuyó la tradición, fue verdaderamente uno de los más grandes Pontífices que han honrado la Sede de Roma, contribuyendo en gran medida a reforzar su autoridad y prestigio. Primer Obispo de Roma que llevó el nombre de León, adoptado después por otros doce Sumos Pontífices, es también el primer Papa cuya predicación, dirigida al pueblo que le rodeaba durante las celebraciones, ha llegado hasta nosotros. (...)

San León era originario de la Tuscia. Fue diácono de la Iglesia de Roma en torno al año 430, y con el tiempo alcanzó en ella una posición de gran importancia. Este papel destacado impulsó en el año 440 a Gala Placidia, que entonces gobernaba el Imperio de Occidente, a enviarlo a la Galia para resolver una situación difícil. Pero en el verano de aquel año, el Papa Sixto III, cuyo nombre está ligado a los magníficos mosaicos de la basílica de Santa María la Mayor, falleció; y como su sucesor fue elegido precisamente San León, que recibió la noticia mientras desempeñaba su misión de paz en la Galia.

Tras regresar a Roma, el nuevo Papa fue consagrado el 29 de septiembre del año 440. Así inició su pontificado, que duró más de 21 años y que ha sido sin duda uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. Al morir, el 10 de noviembre del año 461, el Papa fue sepultado junto a la tumba de San Pedro. Sus reliquias se conservan todavía hoy en uno de los altares de la basílica vaticana.

El Papa San León vivió en tiempos sumamente difíciles: las repetidas invasiones bárbaras, el progresivo debilitamiento de la autoridad imperial en Occidente y una larga crisis social habían obligado al Obispo de Roma —como sucedería con mayor evidencia aún un siglo y medio después, durante el pontificado de San Gregorio Magno— a asumir un papel destacado incluso en las vicisitudes civiles y políticas. Esto no impidió que aumentara la importancia y el prestigio de la Sede romana.

Es famoso un episodio de la vida de San León. Se remonta al año 452, cuando el Papa en Mantua, junto a una delegación romana, salió al encuentro de Atila, el jefe de los hunos, y lo convenció de que no continuara la guerra de invasión con la que ya había devastado las regiones del nordeste de Italia. De este modo salvó al resto de la península. Este importante acontecimiento pronto se hizo memorable y permanece como un signo emblemático de la acción de paz llevada a cabo por el Pontífice.

No fue tan positivo, por desgracia, tres años después, el resultado de otra iniciativa del Papa, que de todos modos manifestó una valentía que todavía hoy nos sorprende: en la primavera del año 455, San León no logró impedir que los vándalos de Genserico, tras llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del Papa que, inerme y rodeado de su clero, salió al encuentro del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada y logró que no fueran saqueadas las basílicas de San Pedro, San Pablo y San Juan, en las que se refugió parte de la población aterrorizada.

Conocemos bien la acción del Papa San León gracias a sus hermosísimos sermones —se han conservado casi cien en un latín espléndido y claro— y gracias a sus cartas, unas ciento cincuenta. En estos textos, el Pontífice se muestra en toda su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a través de un ejercicio asiduo de la palabra, que lo muestra a la vez como teólogo y pastor. San León Magno, constantemente solícito por sus fieles y por el pueblo de Roma, así como por la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó y promovió incansablemente el primado romano, presentándose como auténtico heredero del apóstol San Pedro: los numerosos obispos, en gran parte orientales, reunidos en el concilio de Calcedonia, fueron plenamente conscientes de esto.

Este concilio, que tuvo lugar en el año 451, con 350 obispos participantes, fue la asamblea más importante celebrada hasta entonces en la historia de la Iglesia. Calcedonia representa la meta segura de la cristología de los tres concilios ecuménicos anteriores: el de Nicea, del año 325; el de Constantinopla, del año 381; y el de Éfeso, del año 431. Ya en el siglo VI estos cuatro concilios, que resumen la fe de la Iglesia antigua, fueron comparados a los cuatro Evangelios: lo afirma San Gregorio Magno en una famosa carta (I, 24), en la que declara que «acoge y venera los cuatro concilios como los cuatro libros del santo Evangelio», porque sobre ellos —sigue explicando san Gregorio— «se eleva la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada». El Concilio de Calcedonia, al rechazar la herejía de Eutiques, que negaba la verdadera naturaleza humana del Hijo de Dios, afirmó la unión en su única Persona, sin confusión ni separación, de las dos naturalezas humana y divina.

Esta fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, fue afirmada por el Papa en un importante texto doctrinal dirigido al Obispo de Constantinopla, el así llamado «Tomo a Flaviano», que al ser leído en Calcedonia, fue acogido por los obispos presentes con una aclamación elocuente, registrada en las actas del Concilio: «Pedro ha hablado por la boca de León», exclamaron al unísono los padres conciliares. Sobre todo a partir de esa intervención, y de otras realizadas durante la controversia cristológica de aquellos años, resulta evidente que el Papa sentía con particular urgencia la responsabilidad del Sucesor de Pedro, cuyo papel es único en la Iglesia, pues «a un solo apóstol se le confía lo que a todos los apóstoles se comunica», como afirma San León en uno de sus sermones con motivo de la fiesta de San Pedro y San Pablo (83, 2). Y el Pontífice supo ejercer esta responsabilidad tanto en Occidente como en Oriente, interviniendo en diferentes circunstancias con prudencia, firmeza y lucidez, a través de sus escritos y mediante sus legados. Así mostraba cómo el ejercicio del primado romano era necesario entonces, como lo es hoy, para servir eficazmente a la comunión, característica de la única Iglesia de Cristo.

Consciente del momento histórico en el que vivía y de la transición que estaba produciéndose de la Roma pagana a la cristiana —en un período de profunda crisis—, San León Magno supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Impulsó la caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados, por las injusticias y por la pobreza. Se enfrentó a las supersticiones paganas y a la acción de los grupos maniqueos. Vinculó la liturgia a la vida diaria de los cristianos: por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y la limosna, sobre todo con motivo de las Cuatro Témporas, que marcan en el transcurso del año el cambio de las estaciones.

En particular, San León Magno enseñó a sus fieles —y sus palabras siguen siendo válidas para nosotros— que la liturgia cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada uno. Lo subraya en un sermón (64, 1-2) a propósito de la Pascua, que debe celebrarse en todo tiempo del año, «no como algo del pasado, sino más bien como un acontecimiento del presente». Todo esto se enmarca en un proyecto preciso, insiste el santo Pontífice: así como el Creador animó con el soplo de la vida racional al hombre modelado con el barro de la tierra, del mismo modo, tras el pecado original, envió a su Hijo al mundo para restituir al hombre la dignidad perdida y destruir el dominio del diablo mediante la nueva vida de la gracia.

Este es el misterio cristológico al que San León Magno, con su carta al Concilio de Éfeso, dio una contribución eficaz y esencial, confirmando para todos los tiempos, a través de ese concilio, lo que dijo San Pedro en Cesarea de Filipo. Con Pedro y como Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Por este motivo, al ser a la vez Dios y hombre, «no es ajeno al género humano, pero es ajeno al pecado» (cf. Serm. 64). Con la fuerza de esta fe cristológica, fue un gran mensajero de paz y de amor. Así nos muestra el camino: en la fe aprendemos la caridad. Por tanto, con San León Magno, aprendamos a creer en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y a vivir esta fe cada día en la acción por la paz y en el amor al prójimo».

Próxima entrada: 14 de noviembre (San Serapio)

7 de noviembre de 2020

7 de noviembre: Beato Francisco Palau y Quer

Francisco Palau y Quer nació en Lérida en 1811, de una familia pobre pero muy cristiana. En 1828 ingresó en el seminario de Lérida, donde estudió filosofía y teología durante cuatro años. En 1832 vistió el hábito de carmelita descalzo en Barcelona, donde profesó al año siguiente.  Fue ordenado sacerdote en 1836 y se entregó de lleno al apostolado y a la oración. Vivió doce años exiliado en Francia (1840-1851) y, vuelto a España, fue desterrado a Ibiza por el gobierno de entonces, que perseguía a la Iglesia. 

Allí en las Baleares fundó en 1860 dos congregaciones religiosas: las Hermanas Carmelitas Misioneras y las Hermanas Carmelitas Misiones Teresianas. 

Dotado por Dios con el don de profecía y milagros, tuvo que soportar varias denuncias y juicios por las numerosas curaciones que hacía sin ser facultativo. En varias ocasiones practicó los exorcismos con el más cumplido éxito. Pudo volver a la península gracias a la intervención de la Reina Isabel. Predicó diversas misiones populares en las islas y en el continente. Difundió grandemente la devoción a María.

Murió en Tarragona el 20 de marzo de 1872.  Fue beatificado en 1998 por el papa Juan Pablo II. 

La imagen que ilustra esta entrada se venera en la capilla del Seminario San Pablo VI de la Diócesis de Avellaneda-Lanús.


Oh Dios, que por medio de tu Espíritu enriqueciste al Beato Francisco, presbítero, con el don insigne de la oración y de la caridad apostólica; concédenos por su intercesión, que la amada Iglesia de Cristo, resplandeciente con la belleza de María, la Virgen Madre, sea más eficazmente sacramento universal de salvación. Amén.

Próxima entrada: 10 de noviembre (San León Magno)

1 de noviembre de 2020

1° de noviembre: Solemnidad de Todos los Santos



La Primera Lectura de hoy es del libro del Apocalipsis (7, 2-4. 9-14); transcribimos a continuación un fragmento de la perícopa:
(...) Vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: «¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!». Y todos los Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Ancianos y de los cuatro Seres Vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: «¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!».     Y uno de los Ancianos me preguntó: «¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?». Yo le respondí: «Tú lo sabes, señor». Y él me dijo: «Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero».
Bellamente está representado este episodio en el techo de la iglesia de Balvanera. 


Con la misma imagen ilustramos el año pasado, en el Domingo III de Pascua del Ciclo C, el fragmento del mismo libro del Apocalipsis  (5, 11-14) que se lee ese día como Segunda Lectura. Sin embargo, creemos que es aún más apropiado para el texto de hoy.

Próxima entrada: 7 de noviembre (Bto. Francisco Palau)