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15 de agosto de 2021

15 de agosto: Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María


Como es lógico, el misterio de la Asunción de María es especialmente venerado en el Paraguay, y de manera particular en su capital, fundada un día como hoy y que lleva el glorioso nombre de Asunción.  Por ello esta imagen de la Virgen llevada al cielo (que se venera en la iglesia asuncena de San José Obrero), como muchas otras que hemos visto en la nación vecina, lleva una cinta con los colores nacionales paraguayos. Completa esta entrada un hermoso fragmento de la encíclica "Redemptoris Mater" de San Juan Pablo II:

«María, por su mediación subordinada a la del Redentor, contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina en la tierra con la realidad escatológica y celestial de la comunión de los santos, habiendo sido ya «asunta a los cielos». La verdad de la Asunción, definida por Pío XII, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II, que expresa así la fe de la Iglesia: «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte». Con esta enseñanza Pío XII enlazaba con la Tradición, que ha encontrado múltiples expresiones en la historia de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente.

Con el misterio de la Asunción a los cielos, se han realizado definitivamente en María todos los efectos de la única mediación de Cristo Redentor del mundo y Señor resucitado: «Todos vivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego, los de Cristo en su Venida» (1 Co 15, 22-23). En el misterio de la Asunción se expresa la fe de la Iglesia, según la cual María «está también íntimamente unida» a Cristo porque, aunque como madre-virgen estaba singularmente unida a él en su primera venida, por su cooperación constante con él lo estará también a la espera de la segunda; «redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo», ella tiene también aquella función, propia de la madre, de mediadora de clemencia en la venida definitiva, cuando todos los de Cristo revivirán, y «el último enemigo en ser destruido será la Muerte» (1 Co 15, 26).

A esta exaltación de la «Hija excelsa de Sión», mediante la asunción a los cielos, está unido el misterio de su gloria eterna. En efecto, la Madre de Cristo es glorificada como «Reina universal». La que en la anunciación se definió como «esclava del Señor» fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera «discípula» de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, «sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar», y ha conseguido plenamente aquel «estado de libertad real , propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar!

«Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte y habiendo sido por ello exaltado por el Padre (cf. Flp 2, 8-9), entró en la gloria de su reino. A Él están sometidas todas las cosas, hasta que Él se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1 Co 15, 27-28)». María, esclava del Señor, forma parte de este Reino del Hijo. La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico, en el que se manifiesta la mediación materna, «hasta la consumación perpetua de todos los elegidos». Así aquella, que aquí en la tierra «guardó fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz», sigue estando unida a él, mientras ya «a El están sometidas todas las cosas, hasta que Él se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre». Así en su asunción a los cielos, María está como envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos, y su misma unión con el Hijo en la gloria está dirigida toda ella hacia la plenitud definitiva del Reino, cuando «Dios sea todo en todas las cosas»».

1 de mayo de 2020

1° de mayo: San José Obrero


Para celebrar la Memoria de San José Obrero elegimos una imagen que se venera en la iglesia de igual nombre en la ciudad de Asunción (tomamos ambas fotos en enero de 2019), y unos fragmentos del radiomensaje de San Juan XXIII  a los trabajadores el 1° de mayo de 1960.  

«Por segunda vez en el decurso del año litúrgico, presenta la Iglesia a la veneración de los fieles a su patrono universal. Hoy se presenta San José en su aspecto característico de un humilde artesano, de un obrero.

(...)

Cuán consolador es pensar que, con su ayuda, cada familia cristiana dedicada al trabajo puede reflejar fielmente el ejemplo y la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret, en la cual la constante laboriosidad, incluso a través de la brevedad de la vida, fue cumplida con el más ardiente amor a Dios y con la generosa adaptación a sus amables designios.

Es éste, en el fondo, el significado de la fiesta de hoy. Presentando el ejemplo de San José a todos los hombres, que en la ley del trabajo encuentran marcada su condición de vida, la Iglesia procura llamarles a considerar su gran dignidad y les invita a hacer de esa su actividad un poderoso medio de perfeccionamiento personal y de mérito eterno.

El trabajo es, en verdad, una alta misión; es para el hombre como una colaboración inteligente y efectiva con Dios Creador, del cual recibió los bienes de la tierra para cultivarlos y hacerlos prosperar. Y todo lo que para él es fatiga y dura conquista pertenece al designio redentor de Dios que habiendo salvado al mundo mediante el amor y los dolores de su Hijo Unigénito, convierte los sufrimientos humanos en precioso instrumento de santificación cuando se unen a los de Cristo.

¡Cuánta luz proyecta sobre esta verdad el ejemplo de Nazaret, donde el trabajo fue aceptado gustosamente como manifestación de la voluntad divina! ¡Y qué grandeza adquiere la figura silenciosa y oculta de San José por el espíritu con que cumplió la misión que le fue confiada por Dios. Pues la verdadera dignidad del hombre no se mide por el oropel de los resultados llamativos, sino por las disposiciones interiores de orden y de buena voluntad.


(...)

¡Oh San José, Custodio de Jesús, Esposo castísimo de María, que consumiste tu vida en el cumplimiento perfecto del deber, sustentando con el trabajo de tus manos a la Sagrada Familia de Nazaret; protege los propósitos de quienes confiadamente se dirigen a ti. Tú conoces sus aspiraciones, sus angustias, sus esperanzas; y a ti recurren porque saben que encontrarán en ti quien los comprenda y proteja. También tú experimentaste la prueba, la fatiga, el agotamiento pero también en medio de las preocupaciones de la vida material, tu ánimo, lleno de la más profunda paz exultó de alegría inenarrable por la intimidad con el Hijo de Dios a ti confiado y con María, su dulcísima Madre. Haz también que tus protegidos comprendan que no están solos en su trabajo sino que vean a Jesús junto a ellos; acógelos con tu gracia, protégelos fielmente como tú hiciste. Y obtén que en cada familia, en cada oficina, en cada laboratorio, donde quiera que trabaje un cristiano, sea todo santificado en la caridad, en la paciencia, en la justicia, en la prosecución del bien obrar para que desciendan abundantes los dones de la celestial predilección».



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