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12 de marzo de 2023

Domingo III de Cuaresma

En la misa de hoy, Tercer Domingo de Cuaresma del Ciclo A, se proclama un célebre fragmento evangélico de San Juan (Jn 4, 5-42; en su versión breve: Jn  4, 5-15. 19b-26. 39a. 40-42). 

Transcribimos a continuación la parte principal de la versión breve.


Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber».Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva».«Señor -le dijo ella-, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?».Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».«Señor -le dijo la mujer-, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla (...) Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo».Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».
Hemos destacado en negrita la frase de Jesús que está representada al pie de la bella imagen que evoca el episodio bíblico en uno de los vitrales de la iglesia parroquial de Bragado.

18 de octubre de 2021

18 de octubre: Nuestra Señora de Schoenstatt



Hoy se celebra a Nuestra Señora de Schoenstatt, porque en igual fecha de 1914 tuvo lugar la "Alianza de Amor con María"  que dio origen al Santuario de Schoenstatt. 

El padre José Kentenich, junto con los jóvenes a quienes dirigía, hizo un "pacto" con la Santísima Virgen el 18 de octubre de 1914, «también en representación de todos los que algún día lo realizarían. En aquel momento, el Padre Kentenich, al interpretar los deseos de Dios, pidió a María que se estableciera espiritualmente en el Santuario para transformarlo en un lugar de gracias; que se ocupara de la educación y crecimiento interior de los jóvenes y que los tomara como instrumentos en sus manos para la renovación religiosa y moral del mundo. Para colaborar con Ella, los jóvenes le entregarían su serio esfuerzo por alcanzar la santidad. Cada persona que sella la Alianza, se inserta en aquella primera Alianza de Amor que dio origen a Schoenstatt»  (→fuente).

María es venerada en Schoenstatt, ya desde entonces, como “Madre tres veces Admirable” (en latín Mater Ter Admirabilis,  a veces abreviado "MTA"). 

Más tarde, en 1939, se añadió al nombre oficial de la Virgen de Schoenstatt la palabra "Reina"; hacia el final de la vida del padre José Kentenich, en 1966, se agregó el título de "Victoriosa".  
Entonces la advocación quedó completa de esta manera: Madre, Reina y Victoriosa Tres veces Admirable de Schoenstatt.







La imagen de la foto -que tomamos en octubre de 2019- se venera en la iglesia de Nuestra Señora de Lima de la ciudad de Bragado.

30 de agosto de 2021

30 de agosto: Fiesta de Santa Rosa de Lima


La iglesia parroquial de la ciudad de Bragado está consagrada a Santa Rosa de Lima. Allí tomamos, en octubre de 2019, las fotos que publicamos en esta entrada. Corresponden a dos imágenes de la santa (una en el retablo mayor y otra en una dependencia menor del templo) y a una reliquia que se venera allí. 

Compartimos además la homilía que el Cardenal Bertone,
Secretario de Estado de Su Santidad,
pronunció el 30 de agosto de 2007
en el Santuario de Santa Rosa de Lima 
en la capital del Perú. 

«"El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza... Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es más alta que las hortalizas" (Mt 13, 31-32). En la página evangélica que la liturgia nos propone en la fiesta de Santa Rosa de Lima, Jesús compara el reino de los cielos con un grano de mostaza, una de las semillas más pequeñas que, en cambio, cuando crece, se convierte en un lozano arbusto de hasta tres metros de altura. No existe proporción entre la pequeñez de la semilla y el desarrollo posterior de la planta, con las flores y los frutos que produce. No resulta muy difícil entender la enseñanza que el Señor quiere darnos a través de esta metáfora. En efecto, de la misma manera que se aprecia una clara desproporción entre un arbusto alto que crece de una semilla muy pequeña, tampoco hay una proporción lógica entre las limitaciones del hombre y los prodigios de santidad que la gracia divina obra en él. ¿Acaso la vida de los santos y el camino de la Iglesia a lo largo de los siglos no son un testimonio constante de esta acción misteriosa del Señor? Todos nosotros somos como pequeñas semillas, pero de nuestra limitación Dios puede hacer surgir maravillosos portentos de bondad y amor. A este respecto, resulta muy elocuente la historia humana y espiritual de Santa Rosa. He aquí lo que es la santidad: una obra gratuita del Creador todopoderoso, cuando encuentra en la criatura humana una correspondencia fiel y humilde.


Pero podemos añadir una consideración más. En la actualidad, estamos preocupados, con razón, porque algunos cristianos abandonan la Iglesia atraídos por el señuelo de las sectas o seducidos por el espejismo del hedonismo moderno y por una cultura que, acentuando la autonomía del hombre, acaba por proponer un humanismo sin Dios o incluso contra Dios. ¿Qué podemos hacer? El texto evangélico nos indica una vía que hemos de seguir: toda acción pastoral y misionera es útil para una acción apostólica más incisiva, pero lo que más cuenta es que cada uno de nosotros sea la buena semilla que, gracias a la ayuda divina, es capaz de producir frutos abundantes. Los cristianos, por tanto, están llamados a testimoniar con su ejemplo su pertenencia convencida a Cristo y a su Iglesia. Así se convierten en fermento de santidad. Jesús lo afirma claramente cuando, en el mismo pasaje del evangelio de San Mateo, identifica el reino de los cielos no sólo con una pequeña semilla sino con la levadura que hace fermentar la masa. "El reino de los cielos —nos dice— se parece a la levadura... que se amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente" (Mt 13, 33). Para tener buen pan no basta simplemente otra masa aunque sea fresca; es necesaria la levadura que, cuando se pone en la harina, da lugar a un fenómeno casi mágico: la masa crece hasta desbordar el recipiente. En efecto, se trata de la fuerza de la vida que la levadura lleva en sí misma. Un autor cristiano de los primeros siglos llamado Orígenes ofrece un comentario interesante de esta breve parábola. Identifica las "tres medidas de harina", de las que habla el Evangelio, con los elementos de la persona humana: cuerpo, alma y espíritu, que para fermentar, es decir, para elevarse, necesitan el Espíritu Santo. También aquí podemos hacer una aplicación muy actual. Hoy es frecuente la tentación de un moderno gnosticismo que concibe la religión casi como una opción individual y privada que se ha de vivir de modo intimista. Pero aunque es verdad que la fe es ante todo amistad íntima con Cristo, cuando esta fe es auténtica no puede dejar de ser "contagiosa" hasta llegar a renovar la sociedad e incluso la creación, puesto que toda la creación forma parte del plan de salvación. El cristiano no debe conformarse con ser sólo "buen pan", sino que necesita ser levadura de santidad.



Esta ha sido la experiencia de Isabel Flores y de Oliva, llamada Rosa por el frescor de su rostro. Aunque provenía de una noble familia de inmigrantes españoles que se establecieron en el Perú, no dudó en afrontar la situación cuando sus parientes se encontraron con estrecheces económicas debido a una serie de desgracias. Desde la adolescencia optó por seguir a Jesús con pasión ardiente, entrando a formar parte de la Tercera Orden dominicana y teniendo como modelo y guía espiritual a Santa Catalina de Siena. Entregada al cuidado de los pobres y a los trabajos ordinarios que una chica desempeña cotidianamente en la casa, se impuso un régimen de vida austero marcado por una extraordinaria penitencia. A los veintitrés años se encerró en una celda de apenas dos metros cuadrados, que mandó a su hermano construir en el jardín de su casa y de la que sólo salía para ir a las funciones religiosas. Y es precisamente en esta estrecha prisión voluntaria donde transcurrió la mayor parte de sus días en contemplación, en intimidad con su Señor. Como a Santa Catalina de Siena, también a ella se le concedió la gracia mística de participar físicamente en la pasión de Jesús, al que eligió como su Esposo, y durante 15 años tuvo que atravesar la dura experiencia interior de la ausencia de Dios, ese sufrimiento del espíritu que San Juan de la Cruz, el reformador del Carmelo, llama la "noche oscura".

La de Rosa fue, pues, una vida escondida y atormentada que, dócil al Espíritu Santo, alcanzó las más altas cumbres de la santidad. El mensaje que sigue comunicando a los devotos que la invocan como protectora, no sólo en el Perú y en el continente latinoamericano, sino en todo el mundo, está bien expresado en uno de los misteriosos mensajes que recibió del Señor. "Que sepan todos —le confió Jesús— que la gracia sigue a la tribulación; entiendan que sin el peso de las aflicciones no se llega a la cumbre de la gracia; comprendan que en la medida en que crece la intensidad de los dolores, aumenta la de los carismas. Ninguno se equivoque ni se engañe; esta es la única y verdadera escalera hacia el paraíso y, fuera de la cruz, no hay otra vía por la que se pueda subir al cielo". Son palabras que hacen pensar enseguida en las condiciones exigentes que Jesús mismo pone a sus discípulos: "El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga... ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" (Mt 16, 24.26). Aquí está precisamente la paradoja evangélica, la verdadera sabiduría de la cruz, el escándalo de la cruz. "El mensaje de la cruz, en efecto —escribe San Pablo a los Corintios— es necedad para los que están en vías de perdición, pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios" (1 Co 1, 18). Que Santa Rosa nos ayude a abrazar la cruz con confianza como lo hizo ella, incluso cuando esto comporte sufrimientos y fracasos aparentes. En uno de sus escritos leemos: "Nadie se quejaría de la cruz y de los dolores que le tocan en suerte si conociera con qué balanzas son pesados al distribuirse entre los hombres".


Su breve existencia —murió con sólo 32 años— estuvo marcada por innumerables pruebas y sufrimientos, pero al mismo tiempo estuvo totalmente impregnada por el amor a Cristo y por una gran serenidad. Se puede decir perfectamente que en Santa Rosa se manifestó la potencia de la gracia divina: cuanto más débil es el hombre y confía en Dios, tanto más encuentra en él su consuelo y experimenta la fuerza renovadora de su Espíritu. La primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, nos exhorta a vivir en el abandono humilde y confiado en el Señor. "En tus asuntos —escribe el autor sagrado— procede con humildad, y te querrán más que al hombre generoso", y añade: "Grande es la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes" (Si 3, 17-20). "En el día de la tribulación Dios se acordará de ti" (Si 3, 15). En el día de su fiesta, Santa Rosa nos recuerda que Dios es bueno y misericordioso, nunca abandona a sus hijos en la hora de la prueba y de la necesidad; nos invita a tener siempre confianza en él y a ser sencillos y humildes. La sencillez y la humildad son virtudes que hemos de aprender a practicar si queremos seguir a Jesús. Él repite a sus amigos: "Vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, y yo les aliviaré. Carguen con mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 28-29).

Reliquia de Santa Rosa de Lima
en la iglesia parroquial de Bragado
Santa Rosa respondió a esta invitación con conciencia plena y disponible; se dejó abrazar por Dios, segura de estar en las manos de un Padre, sostenida por una intensa piedad eucarística y mariana. En una ocasión, el amor a la Eucaristía la impulsó a abrazarse al tabernáculo para defenderlo de las invasiones de los calvinistas holandeses que asediaron la ciudad de Lima. También acudía constantemente a María Santísima, invocándola sobre todo bajo el título de "Reina del Rosario". Incluso, como ustedes saben, fue precisamente la Virgen del Rosario la que le indicó la forma de vida con la que se debía consagrar para siempre a Jesús en la Tercera Orden dominicana. En efecto, sucedió que, cuando la familia se resignó a su negativa a casarse, Rosa entró en el monasterio de Santa Clara. Sin embargo, no estaba completamente segura de que fuese esa la elección justa, por lo que cuando, acompañada por su hermano, dejó la casa para ir definitivamente al monasterio, se detuvo delante de "su" Virgen. Rezó con tal intensidad que se sintió tan pesada como el plomo: ni su hermano, ni el sacristán lograron levantarla. Y sólo cuando prometió a la Virgen que volvería a casa, la Virgen le sonrió y Rosa pudo levantarse fácilmente. Se convenció entonces de que podía llegar a Jesús a través del amor materno de la Virgen María. Así vivió consagrándose totalmente a Jesús y a María; cuando murió, tenía en sus labios como últimas palabras: "Jesús, Jesús, Jesús, que esté siempre conmigo".

Queridos hermanos y hermanas, doy gracias al Señor que me ofrece la posibilidad de terminar mi estancia en el Perú con esta peregrinación a los pies de Santa Rosa, excelsa hija de su nación, en esta hermosa iglesia en la que se conservan sus reliquias. 
(...) 
En el momento en que me despido de su bello país con esta celebración eucarística, invoco sobre todos y cada uno la protección de Santa Rosa y la ayuda materna de María, tan venerada en cada rincón de esta nación. A ustedes les pido un recuerdo en la oración por mí, pero sobre todo por el Santo Padre Benedicto XVI, que sigue con paternal atención y afecto la vida y el camino de la Iglesia y de la nación peruana. Ojalá que el Perú pueda perseverar y crecer en una fe firme y llena de alegría, en la concordia y en la paz, bajo la mirada benevolente del Señor de los Milagros, de la Santísima Virgen y de Santa Rosa.

Que el Señor de los Milagros, la Virgen santa y Santa Rosa estén particularmente cercanos a cuantos sufren por el terremoto ocurrido recientemente y cuyas consecuencias todavía están muy presentes. Yo conservaré en el corazón las emociones y los sentimientos experimentados en estos días y seguiré recordándoles a todos ante el Señor. Al final de mi visita, queridos hermanos y hermanas, recemos por los difuntos, por los heridos, por las familias que han quedado sin casa; roguemos por todo el pueblo peruano, para que unido sepa superar también esta prueba y construir con confianza su propio futuro, confiando siempre en la ayuda divina. La palabra del Señor lo ha repetido hace poco: "En el día de la tribulación Dios se acordará de ti" (Sr 3, 15). Con esta segura esperanza celebramos el sacrificio divino, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia y del mundo redimidos por la cruz de Cristo. ¡Amén!»

23 de enero de 2021

23 de enero: Desposorios de la Virgen María con San José

«Para perpetuar la dedicación de toda la Iglesia al poderoso patrocinio del Custodio de Jesús, el Papa Francisco ha establecido» que desde el 8 de diciembre de 2020 (sesquicentenario del decreto de proclamación de San José como Patrono de la Iglesia Universal, «así como el día consagrado a la Virgen Inmaculada y esposa del casto José»), hasta el 8 de diciembre de 2021, se celebre un Año especial de San José, en el que cada fiel, siguiendo su ejemplo, pueda fortalecer diariamente su vida de fe en el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios.

«Todos los fieles tendrán así la oportunidad de comprometerse, con oraciones y buenas obras, para obtener, con la ayuda de San José, cabeza de la celestial Familia de Nazaret, consuelo y alivio de las graves tribulaciones humanas y sociales que afligen al mundo contemporáneo».

Por ese motivo, este año la figura de San José tendrá un especial protagonismo en este blog. Le dedicaremos varias entradas, la primera de las cuales es la de hoy, fecha en que -según el Calendario Litúrgico propio de los Hijos de la Sagrada Familia- se recuerdan los "Desposorios de la Virgen María con San José"

Respecto de esa Memoria litúrgica particular, dice en una publicación de los Hijos de la Sagrada Familia:

«Esta conmemoración se apoya teológicamente en el relato evangélico de esa unión realizada, o por lo menos concertada antes del anuncio del ángel a María, y ratificada formalmente después en la visión que iluminó a San José sobre su ministerio con relación a la Virgen María y al Niño Jesús. María y José, por obra y gracia de Dios, fueron elegidos para que en el seno de su comunidad de vida y de amor hallase el "ambiente" propicio la encarnación del Hijo de Dios. Con Cristo, la Alianza de Dios con la humanidad llega a su culminación: "Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo...".  Y en la alianza conyugal de María y José, se simbolizan, sintéticamente, las Alianzas que Dios ha ido entablando con los hombres. 

Históricamente, la Memoria está vinculada al desarrollo del culto litúrgico a San José. El canciller Gerson (+1428) compuso los textos del oficio y su celebración se fijó el día 23 de enero en memoria del canónigo fundador que falleció este día. A primeros del s. XV se celebraba en varias provincias de Francia. Paulo III y Benedicto XIII autorizaron y extendieron la fiesta hasta que quedó reducida "pro aliquibus locis"»

Los textos propios de la Misa de esta Memoria en el Propio de los Hijos de la Sagrada Familia son los siguientes:

Antífona de entrada: 
Salve, María, Madre de Dios,
desposada en nupcias sagradas a José,
el cual te custodió como Virgen y Madre

Primera Lectura: Is 44, 1-5 ó Is 61, 9-11

Salmo Responsorial: 44, 1-2, 11-12, 14-15

Aleluya y Versículo antes del Evangelio (Mt 1, 20)

Aleluya,  aleluya. 
José, Hijo de David, no temas en llevarte a María, tu mujer,  porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.

        Aleluya. 

Evangelio: Mt 1, 18-21

Prefacio del Común de la Virgen María, II

Antífona de Comunión (Mt 1, 20):

José, Hijo de David, no temas en llevarte a María, tu mujer,                        porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.

 

Finalmente, de entre las tres oraciones presidenciales de la Misa, compartimos aquí la Oración Colecta:

Padre Santo, 

que uniste en desposorio virginal a la Madre de tu Hijo 

con el varón justo, San José, 

para consagrarse al servicio del Verbo Encarnado, 

concédenos, por su intercesión, 

que los que estamos a ti consagrados 

con un vínculo nupcial (religioso) 

vivamos más íntimamente nuestra consagración con Cristo 

y progresemos con alegría de espíritu 

en el camino de la caridad. 

Por nuestro Señor Jesucristo...


El hermoso vitral que representan las bodas de José y María pertenece a la iglesia de Santa Rosa, en Bragado, y lo fotografiamos en octubre de 2019.

30 de junio de 2020

Martes de la Semana XIII Durante el Año

El Martes de la Semana XIII del Tiempo Ordinario se proclama en la misa este fragmento del Evangelio de San Mateo (8, 23-27):
En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: —«¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!». Él les dijo:—«¡Cobardes! ¡Qué poca fe!». Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma. Ellos se preguntaban admirados:—«¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!».

El célebre episodio de  la tempestad calmada y el desesperado pedido  de los apóstoles (transcripto aquí como «¡Señor! Sálvanos que perecemos»)  están representados en los vitrales de la iglesia parroquial de Bragado.

La perícopa de la tempestad calmada fue proclamada en el "momento extraordinario de oración" celebrado por el Papa en marzo, en la Plaza de San Pedro, con ocasión de la pandemia de Covid-19; pero se  leyó entonces en la versión de Marcos, que difiere en algunos detalles. Sin embargo, nos parece oportuno transcribir un par de fragmentos de la homilía pronunciada entonces por el Pontífice: 
Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
(...) La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.  

(...) Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor.