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24 de junio de 2022

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

 

««Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador» [Is 12,3]. Estas palabras con las que el profeta Isaías prefiguraba simbólicamente los múltiples y abundantes bienes que la era mesiánica había de traer consigo, vienen espontáneas a Nuestra mente (...) Innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón infunde en las almas: las purifica, las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas. Por ello, recordando las palabras del apóstol Santiago: «Toda dádiva, buena y todo don perfecto de arriba desciende, del Padre de las luces» [Sant 1, 17], razón tenemos para considerar en este culto, ya tan universal y cada vez más fervoroso, el inapreciable don que el Verbo Encarnado, nuestro Salvador divino y único Mediador de la gracia y de la verdad entre el Padre Celestial y el género humano, ha concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en el curso de los últimos siglos, en los que ella ha tenido que vencer tantas dificultades y soportar pruebas tantas. Gracias a don tan inestimable, la Iglesia puede manifestar más ampliamente su amor a su Divino Fundador y cumplir más fielmente esta exhortación que, según el evangelista San Juan, profirió el mismo Jesucristo: «En el último gran día de la fiesta, Jesús, habiéndose puesto en pie, dijo en alta voz: "El que tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí". Pues, como dice la Escritura, "de su seno manarán ríos de agua viva". Y esto lo dijo El del Espíritu que habían de recibir lo que creyeran en El» [Jn 7, 37-39]. Los que escuchaban estas palabras de Jesús, con la promesa de que habían de manar de su seno «ríos de agua viva», fácilmente las relacionaban con los vaticinios de Isaías, Ezequiel y Zacarías, en los que se profetizaba el reino del Mesías, y también con la simbólica piedra, de la que, golpeada por Moisés, milagrosamente hubo de brotar agua [Cf. Is 12, 3; Ez 47, 1-12; Zac 13, 1; Ex 17, 1-7; Núm 20, 7-13; 1 Cor 10, 4; Ap 7, 17; 22, 1.].

La caridad divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal del Padre y del Hijo, en el seno de la augusta Trinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol de las Gentes, como haciéndose eco de las palabras de Jesucristo, atribuye a este Espíritu de Amor la efusión de la caridad en las almas de los creyentes: «La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» [Rom 5, 5].

Este tan estrecho vínculo que, según la Sagrada Escritura, existe entre el Espíritu Santo, que es Amor por esencia, y la caridad divina que debe encenderse cada vez más en el alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, venerables hermanos, la íntima naturaleza del culto que se ha de atribuir al Sacratísimo Corazón de Jesucristo. En efecto; manifiesto es que este culto, si consideramos su naturaleza peculiar, es el acto de religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagrarnos al amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado. E igualmente claro es, y en un sentido aún más profundo, que este culto exige ante todo que nuestro amor corresponda al Amor divino. Pues sólo por la caridad se logra que los corazones de los hombres se sometan plena y perfectamente al dominio de Dios, cuando los afectos de nuestro corazón se ajustan a la divina voluntad de tal suerte que se hacen casi una cosa con ella, como está escrito: «Quien al Señor se adhiere, un espíritu es con El» [1 Cor 6, 17]».

Son palabras de las páginas iniciales de la encíclica Haurietis Aquas, del Venerable Pío XII, muy oportunas para la solemnidad de hoy. Ilustramos la entrada con fotos que tomamos en 2018 en la iglesia porteña dedicada a San Rafael Arcángel.

24 de octubre de 2019

24 de octubre: San Rafael Arcángel

Aunque en la Forma Ordinaria del Rito Romano los tres arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael son celebrados conjuntamente en la única fiesta del 29 de septiembre, en la Forma Extraordinaria se mantiene la práctica de honrarlos por separado. A San Rafael se le consagra la fecha de hoy, que elegimos para compartir estas imágenes.

Nos unimos a la memoria de San Rafael con fotografías que tomamos en julio del año pasado en el exterior de la iglesia porteña consagrada al santo arcángel.



La mayólica muestra los dos atributos clásicos de Rafael:  el bordón de peregrino y el pez.  Se lo invoca en la misma mayólica como «Patrono de los enfermos», «de los matrimonios» y «de los caminantes».  Tanto los atributos iconográficos como los patronazgos brotan de un episodio narrado en el libro de Tobías, que abarca varios capítulos pero que podemos resumir así:



Tobit, padre de Tobías, queda ciego; al mismo tiempo Sara, una mujer de otra comarca, sufre bajo la malvada acción de un demonio por lo que, cada vez que se casa, su marido muere. Cada uno de ellos ora rectamente a Dios y entonces «a un mismo tiempo, fueron acogidas favorablemente ante la gloria de Dios las plegarias de Tobit y de Sara, y fue enviado Rafael para curar a los dos: para quitar las manchas blancas de los ojos de Tobit, a fin de que viera con ellos la luz de Dios, y para dar a Sara, hija de Ragüel, como esposa de Tobías, hijo de Tobit, librándola del malvado demonio Asmodeo» (3, 16 s). 

Tobit envía a su hijo Tobías a un largo viaje, en el que es acompañado por el ángel, quien no se da a conocer y dice llamarse Azarías.

En un momento del camino, en el capítulo 6  (1-9) tiene lugar el episodio del pez:
El joven partió con el ángel, y el perro los seguía. Caminaron los dos y, al llegar la primera noche, acamparon a orillas del río Tigris. El joven bajó a lavarse los pies en el río, y de pronto saltó del agua un gran pez que intentó devorarle el pie. El joven gritó,  pero el ángel le dijo: «¡Agárralo y no lo dejes escapar!». Entonces él se apoderó del pez y lo sacó a tierra. El ángel le dijo: «Ábrelo, sácale la hiel, el corazón y el hígado, y colócalos aparte; luego tira las entrañas. Porque la hiel, el corazón y el hígado son útiles como remedios».  El joven abrió el pez, y le sacó la hiel, el corazón y el hígado. Asó una parte del pez y la comió, y guardó la otra parte después de haberla salado. Luego los dos juntos continuaron su camino hasta llegar cerca de Media.
Entretanto, el joven preguntó al ángel: «Hermano Azarías, ¿qué clase de remedio hay en el corazón, en el hígado y en la hiel del pez?». El ángel le respondió: «Si se quema el corazón o el hígado del pez delante de un hombre o de una mujer atacados por un demonio o espíritu maligno, cesan los ataques y desaparecen para siempre. En cuanto a la hiel, sirve para ungir los ojos afectados de manchas blancas: basta con soplar sobre esas manchas para que se curen». 
Poco después Rafael sugiere a Tobías  pasar esa noche en casa de Ragüel,  pariente de Tobías que tenía una única hija llamada Sara.  «Por ser tú el pariente más cercano -le dice-, tienes más derecho sobre ella que todos los demás, y es justo que recibas la herencia de su padre. Es una joven seria, decidida y muy hermosa, y su padre es una persona honrada»  (6, 11-12). 
Naturalmente, Tobías objeta la fama de esa mujer: «Hermano Azarías, he oído decir que ella se ha casado siete veces, y que todos sus maridos han muerto la noche misma de la boda, apenas se acercaban a ella. También he oído decir que es un demonio el que los mataba. Yo tengo miedo, ya que a ella no le hace ningún mal, porque la ama, pero mata a todo el que intenta tener relaciones con ella. Y soy hijo único, y si muero, mi padre y mi madre bajarán a la tumba llenos de dolor por mi causa. Y ellos no tienen otro hijo que les dé sepultura» (6, 14 ss).



El ángel le indica: «No te preocupes de ese demonio y cásate con ella. (...) Pero eso sí, cuando entres en la habitación, toma una parte del hígado y del corazón del pez, y colócalos sobre el brasero de los perfumes. Entonces se extenderá el olor, y cuando el demonio lo huela, huirá y nunca más aparecerá a su lado. Antes de tener relaciones con ella, levántense primero los dos para orar y supliquen al Señor del cielo que tenga misericordia de ustedes y los salve. No tengas miedo, porque ella está destinada para ti desde siempre y eres tú el que debe salvarla. Ella te seguirá, y yo presiento que te dará hijos que serán para ti como hermanos. No te preocupes» (6, 16-18).

Tobías se une a Sara no sin antes cumplir las indicaciones de Rafael; ora junto con su esposa -una plegaria hermosa que ocupa gran parte del capítulo 8- y ambos regresan acompañados por Rafael a la casa de Tobit. Allí, con la hiel del pez, Tobías cura la ceguera de su padre.  

Cuando Tobit se dispone a pagarle sus servicios al guía y acompañante de Tobías, el joven revela su verdadera identidad:  «Cuando tú y Sara hacían oración, era yo el que presentaba el memorial de sus peticiones delante de la gloria del Señor  (...)  Dios también me envió para curarte a ti y a tu nuera Sara.  Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están delante de la gloria del Señor y tienen acceso a su presencia» (12, 12-15).