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3 de noviembre de 2023

3 de noviembre: San Malaquías

 



En su fecha antigua (que no es la del actual Martirologio, que consigna el día 2) y siguiendo lo que indica el cartel ubicado a los pies de la imagen, honramos hoy a San Malaquías. Imagen y cartel pertenecen al templo consagrado a la Exaltación de la Cruz en la localidad de Capilla del Señor.

El elogio que le dedicaba el Martirologio de 1956 el 3 de noviembre decía:


En el monasterio de Claraval, en Francia, el tránsito de San Malaquías, Obispo de Connaught en Irlanda, que en su. tiempo resplandeció con muchas virtudes, y cuya vida escribió San Bernardo Abad. 

El actual Martirologio, el día 2 de noviembre, dice:  

En el monasterio de Clairvaux, en la Borgoña, sepultura de San Malaquías, obispo de Down y Connor, en Irlanda, que restauró allí la vida de la Iglesia, y cuando se dirigía a Roma, en dicho monasterio, y en presencia del abad San Bernardo, entregó su espíritu al Señor.


Una anécdota de su vida explica sus atributos iconográficos:

En el año 1129 murió San Celso, Obispo de Armagh, que había ordenado sacerdote a Malaquías.  «La sede metropolitana había estado en manos de su familia durante varias generaciones. Para romper esa nociva costumbre San Celso ordenó en su lecho de muerte que su sucesor fuese Malaquías, a quien envió su báculo pastoral»San Malaquías ya era obispo para ese entonces.  «Sin embargo, los parientes de San Celso instalaron en la sede a su primo Murtagh»;  durante los siguientes tres años, San Malaquías no intentó tomar posesión de la sede. Finalmente, Malaquías se dejó convencer por un legado pontificio, por el obispo Malco y por algunos otros y, asegurando que renunciaría al gobierno de la sede en cuanto hubiese restituido el orden, se trasladó a Armagh, donde intentó asumir el gobierno de su diócesis; «sin embargo, para evitar los desórdenes y el derramamiento de sangre, no intentó entrar en la cabecera de la diócesis ni apoderarse de la catedral. Murtagh murió en 1134, no sin haber nombrado por sucesor a Niall, hermano de San Celso. Ambos bandos estaban armados», y cuando Malaquías determinó hacerse entronizar en su catedral, los del bando de Niall se presentaron de improviso en una reunión de los partidarios de San Malaquías, «pero fueron dispersados por una tempestad tan violenta, que doce hombres murieron calcinados por el rayo. San Malaquías consiguió tomar posesión de su diócesis. Sin embargo, la paz no reinaba en ella, pues Niall se había llevado de Armagh dos reliquias muy veneradas, y el pueblo consideraba como legítimo arzobispo a quien las tenía en su poder. Consistían en un libro (probablemente el «Libro de Armagh») y el «Bachal Isu» o «báculo de Jesús»: el pueblo creía que ambas habían pertenecido a San Patricio. Esto explica por qué muchos eran partidarios de Niall y perseguían violentamente a Malaquías. Uno de ellos invitó al santo a una conferencia para asesinarle. San Malaquías, contra el parecer de sus amigos, acudió a la reunión, dispuesto a sufrir el martirio por la paz; pero su valor y tranquila dignidad desarmaron a sus enemigos, y se firmó la paz». Sin embargo, San Malaquías  debió recuperar el báculo y el libro para finalmente ser reconocido como arzobispo por todo el pueblo. «Habiendo roto así la tradición de la sucesión hereditaria y restablecido la disciplina y la paz en la sede, insistió en renunciar a la dignidad archiepiscopal y consagró por sucesor suyo a Gelasio, abad de Derry. En 1137 regresó a su antigua sede»  ¹.

En las imágenes que ilustran esta entrada, Malaquías es representado con un peculiar báculo y un voluminoso libro.

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¹ Fuente: El Testigo Fiel

3 de abril de 2023

Lunes Santo

La Segunda Lectura del Oficio de Lecturas del Lunes Santo está tomada de los sermones de San Agustín ¹ y dice:


«Gloriémonos también nosotros en la cruz de nuestro Señor Jesucristo

La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza de paciencia.  Pues, ¿qué dejará de esperar de la gracia de Dios el corazón de los fieles, si por ellos el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso incluso morir por mano de los hombres, que Él mismo había creado?

Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aún aquello que celebramos recordando lo que ya ha hecho por nosotros.  ¿Dónde estaban o quiénes eran los impíos, cuando por ellos murió Cristo?  ¿Quién dudará que a los santos pueda dejar el Señor de darles su vida, si Él mismo les entregó su muerte?  ¿Por qué vacila todavía la fragilidad humana en creer que un día será realidad el que los hombres vivan con Dios?

Lo que ya se ha realizado es mucho más increíble:  Dios ha muerto por los hombres.

Porque, ¿quién es Cristo, sino aquel de quien dice la Escritura:  En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios?  Esta Palabra de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros.  Porque no habría poseído lo que era necesario para morir por nosotros, si no hubiera tomado de nosotros una carne mortal.  Así el inmortal pudo morir, así pudo dar su vida a los mortales; y hará que más tarde tengan parte en su vida aquellos de cuya condición Él primero se había hecho partícipe.  Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad, ni Él, por la suya, posibilidad de morir.  Él hizo, pues, con nosotros este admirable intercambio:  tomó de nuestra naturaleza la condición mortal, y nos dio de la suya la posibilidad de vivir.

Por tanto, no sólo debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo:  pues al tomar de nosotros la muerte, que en nosotros encontró, nos prometió con toda su fidelidad, que nos daría en sí mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos.  Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo, después de habernos justificado, dejará de darnos lo que es justo?  Él, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?

Confesemos, por tanto, intrépidamente, hermanos, y declaremos bien a las claras que Cristo fue crucificado por nosotros:  y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo, no con vergüenza, sino con orgullo.

El apóstol Pablo, que cayó en la cuenta de este misterio, lo proclamó como un título de gloria.  Y, siendo así que podía recordar muchos aspectos grandiosos y divinos de Cristo, no dijo que se gloriaba de estas maravillas –que hubiese creado el mundo, cuando, como Dios que era, se hallaba junto al Padre, y que hubiese imperado sobre el mundo, cuando era hombre como nosotros-, sino que dijo:  Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo».



Dos fotos que tomamos en febrero del año pasado en la iglesia de la Exaltación de la Cruz de la localidad de Capilla del Señor ilustran muy bien este hermoso texto, y, con él, nos ayudan a vivir con intensidad estos días de Semana Santa.

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¹  Sermón Güelferbitano 3:  PLS 2, 545-546