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28 de mayo de 2022

Vigilia de la Solemnidad de la Ascensión del Señor

La Solemnidad de la Ascensión tiene Vigilia con misa propia (que se puede utilizar la tarde anterior a la solemnidad, antes o después de las Primeras Vísperas),  si bien el Prefacio y las lecturas son las mismas que en la misa del día. 

Transcribimos aquí la Antífona de Entrada y la Oración Colecta de la misa de la Vigilia, junto con una imagen de un vitral de la iglesia porteña consagrada a San Isidro.



Antífona de entrada           

Cf. Sal 67, 33. 35

Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad al Señor que asciende a lo más alto de los cielos; su majestad y su poder sobre las nubes. Aleluya.


Oración colecta

Oh Dios, cuyo Hijo asciende hoy a los cielos

en presencia de los apóstoles,

concédenos, según su promesa,

que permanezca siempre con nosotros en la tierra

y que nosotros merezcamos vivir con él en el cielo.

16 de mayo de 2021

Solemnidad de la Ascensión del Señor

La Primera Lectura de la misa de hoy, Solemnidad de la Ascensión, es de los los Hechos de los Apóstoles  (1, 1-11):

«En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido.

Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se le apareció y les habló del Reino de Dios.

En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días”.

Los que estaban reunidos le preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”.

El les respondió: No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”.

Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”».


En la Solemnidad de la Ascensión de 2009, en la Plaza Miranda de Cassino, dijo el papa Benedicto XVI:

«"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8). Con estas palabras, Jesús se despide de los Apóstoles, como acabamos de escuchar en la primera lectura. Inmediatamente después, el autor sagrado añade que "fue elevado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos" (Hch 1, 9). Es el misterio de la Ascensión, que hoy celebramos solemnemente. Pero ¿qué nos quieren comunicar la Biblia y la liturgia diciendo que Jesús "fue elevado"? El sentido de esta expresión no se comprende a partir de un solo texto, ni siquiera de un solo libro del Nuevo Testamento, sino en la escucha atenta de toda la Sagrada Escritura. En efecto, el uso del verbo "elevar" tiene su origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de la realeza. Por tanto, la Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del hombre crucificado y resucitado de la realeza de Dios sobre el mundo.

Pero hay un sentido más profundo, que no se percibe en un primer momento. En la página de los Hechos de los Apóstoles se dice ante todo que Jesús "fue elevado" (Hch 1, 9), y luego se añade que "ha sido llevado" (Hch 1, 11). El acontecimiento no se describe como un viaje hacia lo alto, sino como una acción del poder de Dios, que introduce a Jesús en el espacio de la proximidad divina. La presencia de la nube que "lo ocultó a sus ojos" (Hch 1, 9) hace referencia a una antiquísima imagen de la teología del Antiguo Testamento, e inserta el relato de la Ascensión en la historia de Dios con Israel, desde la nube del Sinaí y sobre la tienda de la Alianza en el desierto, hasta la nube luminosa sobre el monte de la Transfiguración. Presentar al Señor envuelto en la nube evoca, en definitiva, el mismo misterio expresado por el simbolismo de "sentarse a la derecha de Dios".

En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. El "cielo", la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.

Desde esta perspectiva comprendemos por qué el evangelista San Lucas afirma que, después de la Ascensión, los discípulos volvieron a Jerusalén "con gran gozo" (Lc 24, 52). La causa de su gozo radica en que lo que había acontecido no había sido en realidad una separación, una ausencia permanente del Señor; más aún, en ese momento tenían la certeza de que el Crucificado-Resucitado estaba vivo, y en él se habían abierto para siempre a la humanidad las puertas de Dios, las puertas de la vida eterna. En otras palabras, su Ascensión no implicaba la ausencia temporal del mundo, sino que más bien inauguraba la forma nueva, definitiva y perenne de su presencia, en virtud de su participación en el poder regio de Dios.

Precisamente a sus discípulos, llenos de intrepidez por la fuerza del Espíritu Santo, corresponderá hacer perceptible su presencia con el testimonio, el anuncio y el compromiso misionero. También a nosotros la solemnidad de la Ascensión del Señor debería colmarnos de serenidad y entusiasmo, como sucedió a los Apóstoles, que del Monte de los Olivos se marcharon "con gran gozo". Al igual que ellos, también nosotros, aceptando la invitación de los "dos hombres vestidos de blanco", no debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ir por doquier y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según san Mateo: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).



Queridos hermanos y hermanas, el carácter histórico del misterio de la resurrección y de la ascensión de Cristo nos ayuda a reconocer y comprender la condición trascendente de la Iglesia, la cual no ha nacido ni vive para suplir la ausencia de su Señor "desaparecido", sino que, por el contrario, encuentra la razón de su ser y de su misión en la presencia permanente, aunque invisible, de Jesús, una presencia que actúa con la fuerza de su Espíritu. En otras palabras, podríamos decir que la Iglesia no desempeña la función de preparar la vuelta de un Jesús "ausente", sino que, por el contrario, vive y actúa para proclamar su "presencia gloriosa" de manera histórica y existencial. Desde el día de la Ascensión, toda comunidad cristiana avanza en su camino terreno hacia el cumplimiento de las promesas mesiánicas, alimentándose con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y la Sangre de su Señor. Esta es la condición de la Iglesia —nos lo recuerda el Concilio Vaticano II—, mientras "prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva" (Lumen gentium,8)».

El hermoso vitral pertenece a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Nueva Pompeya.

24 de mayo de 2020

Solemnidad de la Ascensión del Señor


En la misa de hoy se proclama, como Primera Lectura, el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles  (1, 1-11):
En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se le apareció y les habló del Reino de Dios.En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «La promesa, les dijo, que yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días». Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?». Él les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra». Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir».
El hermoso relieve -que fotografiamos en diciembre de 2015 en la Basílica del Socorro- muestra el momento en que  «los Apóstoles lo vieron elevarse» a Jesús. «Les ha sido quitado y fue elevado al cielo», pero volverá «de la misma manera que lo han visto partir».

Próxima entrada: 26 de mayo (San Felipe Neri)

23 de mayo de 2020

Vigilia de la Solemnidad de la Ascensión del Señor


La Solemnidad de la Ascensión del Señor tiene Misa de Vigilia: una misa propia para la tarde del sábado, antes o después de las primeras Vísperas del domingo de la Ascensión. Las lecturas, sin embargo, son las mismas en la Vigilia y en el día propio de la fiesta.

Se lee en la misa de hoy el fragmento con el que termina el Evangelio de San Mateo (28, 16-20):
En aquel tiempo los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús había señalado, y, al verlo, lo adoraron. Algunos habían dudado hasta entonces. Jesús se acercó y les dijo:  
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

La última frase, que en latín comienza diciendo "Et ecce ego vobiscum sum omnibus diebus", es evocada en la cinta que sostiene un ángel en la Basílica del Santísimo Sacramento.


«Yo estaré con ustedes todos los días»:  la última frase de Jesús antes de su despedida, en el contexto del plan iconográfico y simbólico del templo, es interpretada en clave eucarística. Es en efecto el Santísimo Sacramento el modo en que el Señor Resucitado  permanece vivo y presente en medio de sus elegidos, aunque haya subido al cielo.

La Oración Colecta de la Misa de Vigilia alude a esa permanencia del Señor resucitado entre los suyos:

Dios nuestro, 
en este día tu Hijo ha subido a los cielos
ante la mirada de los apóstoles;
concédenos que, según su promesa,
él permanezca siempre con nosotros en la tierra
y nosotros merezcamos vivir con él en el cielo.

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2 de junio de 2019

Solemnidad de la Ascensión del Señor



Dios nuestro, en este día tu Hijo ha subido a los cielos
ante la mirada de los apóstoles;
concédenos que, según su promesa,
él permanezca siempre con nosotros en la tierra
y nosotros merezcamos vivir con él en el cielo.
Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

(Oración Colecta de la Misa vespertina de la Vigilia)


« ... Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, 
y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, 
y hasta los confines de la tierra». 
Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. 
Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, 
se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: 
«Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? 
Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, 
vendrá de la misma manera que lo han visto partir».

(Fragmento de la Primera Lectura de hoy)

Tomé las fotos en julio de 2017 en la iglesia ortodoxa rusa de Parque Lezama.

Próxima entrada: 7 de junio, Beata Ana de San Bartolomé

28 de mayo de 2017

Solemnidad de la Ascensión del Señor

En la iglesia porteña consagrada a la Asunción de María, ubicada en Gaona 2798, pueden verse hermosos vitrales; entre ellos, el que vemos junto a estas líneas.

Representa la Ascensión del Señor a los cielos, el misterio que confesamos en el Credo ("Et resurrexit tertia die, secundum Scripturas. Et ascendit in coelum") y que litúrgicamente celebramos hoy.


«Elevado fuiste a la gloria,
oh Cristo nuestro Dios,
llenando de gozo a los discípulos
con la promesa del Espíritu Paráclito;
con tu larga bendición
ellos tienen ya la certeza 
de que tú eres el Hijo de Dios,  el Redentor del mundo
».

(Apolytikion - Himno de despedida  de la Liturgia Bizantina)


«Cuando fuiste elevado a la gloria, 
oh Cristo nuestro Dios, 
ante la mirada de tus discípulos, 
las nubes te arrebataron con tu cuerpo. 
Se abrieron las puertas del paraíso 
y el coro de los Ángeles 
exultó de  gozo y alegría 
y las potencias celestiales 
cantaban diciendo: 
Portones, alzad los dinteles,
que va a entrar el Rey de la gloria. 
Mientras los discípulos, atemorizados, 
te decían: 
No he alejes, buen Pastor, de nosotros; 
envía sobre nosotros tu Espíritu santísimo 
como guía y fortaleza de nuestras almas».

(Liturgia bizantina de la Ascensión).




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