28 de enero de 2019

28 de enero: Santo Tomás de Aquino

La Basílica del Santísimo Rosario fue uno de los muchos templos que sufrió ataques vandálicos en la fatídica jornada del 16 de junio de 1955. Entre otros gravísimos daños, el magnífico retablo del altar mayor -procedente de las misiones guaraníes y con preciosas imágenes del siglo XVIII- quedó reducido a cenizas.

En 1956 y más tarde en 1961 fueron encaradas diversas obras de restauración, reforma y adecuación interior del templo, gravemente afectado por los incendios. Respecto de lo que hoy nos interesa en particular, en lugar del retablo del altar mayor se colocó en la parte superior del testero un mosaico de 100 metros cuadrados, mientras que la parte inferior es ocupada por un órgano tubular que cumple la misión de llenar ese espacio y completar el conjunto.

En ese gran mosaico, la escena principal corresponde a la Coronación de María, mientras que en la parte inferior aparecen seis santos en actitud de veneración y alabanza.

Hoy celebramos la Memoria de uno de esos santos, que -por otra parte- era antes venerado en un altar lateral propio  que también fue destruido por el vandalismo y el incendio provocado en 1955. Hablamos de Santo Tomás de Aquino, gloria de la Orden de Predicadores y lumbrera de la Iglesia Católica. Para la biografía y luego para el comentario litúrgico, seguimos a Enzo Lodi en "Los santos del Calendario Romano".

«Hijo de un conde de la Italia meridional, Tomás, que era por parte de madre de estirpe germánica, nació en el castillo de Roccasecca (Aquino), cerca de Montecassino, en 1226. Desde su infancia, pasada en la abadía de Montecassino, donde fue postulante, pero sin perseverar, fue un buscador de Dios. Habiéndose trasladado a Nápoles por motivos de estudio, a los dieciocho años, contra la voluntad de su padre, entró en la Orden mendicante de los hermanos predicadores en 1244 para realizar el carisma de Santo Domingo: "Proclamar la palabra de Dios ardientemente contemplada, solemnemente celebrada y científicamente investigada". Liberado de la prisión en el castillo paterno por quince meses, pudo ir a París en 1245 y, después de tres años, se trasladó al convento de Colonia, donde asistió a las clases del enciclopédico San Alberto Magno (1248-1251). Más tarde, en París (1256), llegó a maestro de teología a los treinta y un años. En la polémica del clero secular contra los hermanos mendicantes defendió la libertad de los religiosos dedicados al servicio de la Iglesia universal».

De regreso en Italia, se puso al servicio del Papa Urbano IV y compuso la "Catena Áurea" para ayudar al clero en la comprensión de la Palabra de Dios, así como la "Summa Contra Gentiles" para dotar de una sólida doctrina a los misioneros enviados a evangelizar el Islam. También compuso, a pedido del Papa, el Oficio para la fiesta de Corpus Christi. 

«En los años 1269-1272 fue de nuevo a París para defender la legitimidad de los nuevos institutos religiosos aprobados por la Iglesia y la ortodoxia de su propio talante filosófico y teológico, fundado en el realismo aristotélico». Para «una facción de la corriente agustiniana, representada especialmente por los franciscanos», su teología era sospechosa. de error. «Son de este período los célebres comentarios a las obras de Aristóteles, para justificar su uso en la enseñanza teológica, y la composición de la mayor parte de la Suma Teológica (1266-1273), que es la síntesis más creativa y original de su pensamiento».




Más tarde «fue a Nápoles con la perspectiva de fundar allí un estudio teológico; con esta intención enseña, escribe y predica en los años 1272-1274. El 6 de diciembre de 1273, durante la celebración de la misa, experimentó una inspiración interior que le persuadió a que dejara de escribir y enseñar. No obstante, aceptó la invitación de Gregorio X a participar en el concilio de unión con los griegos, que se celebraría en Lyon en 1274, dado que anteriormente había escrito la obra ecuménica De fide sanctissimae Trinitatis. Pero durante el viaje, al amanecer del 7 de marzo de 1274, expiró en el monasterio cisterciense de Fossanova. Fue canonizado por Juan XXII en 1323, más que por los milagros, por el esplendor de su doctrina, con la cual, según el papa, Tomás "hizo tantos milagros como artículos escribió"; su doctrina no hubiera sido posible sin un milagro. Desde el siglo XVI fue llamado también "Doctor Angelicus", después de habérsele atribuido el título de "Doctor Communis" por su gran capacidad de síntesis y el amplio conocimiento de la tradición».

«La fecha de su memoria obligatoria ha sido transferida ahora a la de la traslación de sus reliquias a la ciudad de Tolosa, prescrita por Urbano V en 1368, el 28 de enero».

La imagen de Tomás es, en el mosaico de la Basílica del Santísimo Rosario, la primera figura de la derecha. 



El Doctor Angélico es representado con hábito dominico y una suerte de sol en su pecho. Dice al respecto Chesterton en su "Santo Tomás de Aquino" que un artista que pintó al santo, «por alguna razón pintó sobre su pecho un emblema más bien curioso, algo como un simbólico y ciclópeo tercer ojo. Al menos no es un símbolo cristiano común, sino algo más semejante al disco del sol que podría haber tenido el rostro de un dios pagano; pero el rostro mismo está oscuro y oculto, y sólo los rayos que salen de él son un anillo de fuego. No sé si alguien le ha dado a esto algún significado tradicional, pero su significado imaginativo es extrañamente oportuno. Ese sol secreto, oscuro con exceso de luz – o no mostrando su luz salvo para iluminar a otros – podría muy bien ser el exacto emblema de aquella vida interior e ideal del santo que no sólo estaba oculta por sus palabras y acciones externas, sino hasta oculta por sus meramente externos y automáticos silencios y por sus arranques de reflexión».

Vayamos ahora a la liturgia de hoy, nuevamente de la mano de Enzo Lodi en "Los santos del Calendario Romano":  

«La colecta de la misa, renovada en la primera parte del texto, configura la fisonomía de este gran maestro con dos notas sintéticas: "el celo de la santidad y el estudio de la doctrina sagrada". Ante todo, su vida se alimentó con la oración y la penitencia. En el Oficio de Lectura, siguiendo el género literario de las "collationes", Tomás desarrolla, inspirándose en un fragmento de la Carta a los Hebreos, el tema de la imitación de Cristo crucificado, que hacia el fin de su vida, en uno de los diálogos diarios, elogió a su discípulo diciendo: "Tomás, has escrito bien de mí. ¿Qué quieres a cambio?". "Solamente a ti", respondió Tomás. 
El verdadero libro de donde Tomás sacó su doctrina fue el crucifijo, ya que el estudio era para él alimento para una contemplación cuyos frutos comunicaba. Por amor de Cristo "estudió, oró asiduamente y trabajó", como dice la antífona del Oficio de Laudes. La pasión por la verdad no le impidió observar la caridad con las personas, como atestiguó en el dossier de su canonización uno de sus adversarios ideológicos, Juan Peckam.

La otra nota es el estudio de la doctrina sagrada, que Tomás, como sumo maestro, indagó ante todo con el comentario de la Sagrada Escritura (...) y, después, con su doctrina, que mantuvo a raya al poderoso averroísmo, que amenazaba con apoderarse de los estudios parisinos.  (...) Con previsora sabiduría, Alberto Magno, al oírlo llamar entre irónica y admirativamente "el buey mudo de Sicilia", dijo: "Un día se oirán en el mundo entero los mugidos de su doctrina"».

(...) «Como se deduce de la mención hecha en el canon 252 del nuevo Código de Derecho Canónico, que propone el magisterio de Santo Tomás como ejemplo que imitar en la preparación y ejecución del carisma profético»,  sirve para todo cristiano, «llamado a dar testimonio consciente de su fe, el criterio "teniendo principalmente como maestro a santo Tomás". Realmente puede resumirse la gran lección que nos ha dado el Doctor Angélico con las palabras de la Liturgia de las Horas en la antífona del Magníficat: "Dios le concedió una sabiduría extraordinaria; él la aprendió sin malicia y la repartió sin envidia". Es el principio perenne del amor de la verdad de Tomás».





Oración Colecta:


Dios nuestro, que hiciste de Santo Tomás de Aquino
un modelo de santidad y de doctrina,
concédenos la gracia de comprender sus enseñanzas 
e imitar sus ejemplos.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.


Próxima entrada: 31 de enero (San Juan Bosco)

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