Al ritmo del Año Litúrgico
19 de noviembre de 2024
19 de noviembre: Santa Isabel de Hungría
16 de noviembre de 2024
16 de noviembre: Santa Gertrudis
En el mencionado Misal de Azcárate, en la fecha de hoy se dice de ella:
Se la considera como una de las mayores místicas de la Edad Media, y fue la primera confidente del Sagrado Corazón de Jesús, quien encontraba en el corazón de Gertrudis sus complacencias.
A los 25 años comenzó a tener maravillosas revelaciones, que nos ha dejado descritas en su "Heraldo del amor divino", libro en que se mezcla la liturgia del cielo con la liturgia de la Iglesia, en la tierra.
Santa Gertrudis es un guía seguro de la vida mística y de la perfección cristiana.
Murió en 1302.
Fue declarada patrona de las Indias Occidentales y sus escritos fueron traducidos y muy leídos en los siglos de oro de la literatura española, y aún hoy corren por las manos de los fieles en ediciones modernas».
13 de noviembre de 2024
13 de noviembre: San Estanislao de Kostka
En el Calendario Litúrgico propio de la Compañía de Jesús, el 13 de noviembre se recuerda a San Estanislao Kostka, que en el Martirologio aparece inscripto el 15 de agosto:
En Roma, San Estanislao de Kostka. Polaco de origen, con el deseo de entrar en la Compañía de Jesús huyó de la casa paterna y se dirigió a pie a Roma, siendo admitido allí en el noviciado por San Francisco de Borja y, consumado en breve tiempo realizando los mas humildes servicios, murió resplandeciente de santidad (1568).
Tomamos las fotos en la iglesia de la Inmaculada Concepción de Belgrano.
¹ Madrid, Ed. San Pablo, 2000
11 de noviembre de 2024
11 de noviembre: Solemnidad de San Martín de Tours
En la Solemnidad de San Martín de Tours, Patrono de Buenos Aires desde su fundación, compartimos imágenes que tomamos en la Catedral Metropolitana: un vitral que representa el episodio más famoso de la vida del santo.
Acompañamos dichas fotografías con fragmentos de la homilía pronunciada por el entonces Arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli, el 11 de noviembre de 2022. Se trata de la última vez que presidió la misa en honor del Patrono de Buenos Aires durante su pontificado en la ciudad, ya que en mayo siguiente dejó el cargo por haber cumplido la edad canónica.
«(...)
De la serie de parábolas sobre la vigilancia de Mateo 25, nos vuelve a interpelar la asombrosa imagen de un juicio que llevará a cabo el Hijo del hombre cuando regrese glorioso y convoque a todas las naciones. Es la última parábola sobre el Reino prometido y Jesús retoma la enseñanza de aquella bienaventuranza que declara: «Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
El texto que hemos escuchado, nos enseñó San Juan Pablo II, «… “no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo”. En este llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse».
Hoy la liturgia nos permite celebrar la memoria de un santo que sirvió a Jesús, misteriosamente presente en todos los pequeños.
En la Vida de Martín escrita por Sulpicio Severo –contemporáneo del santo– relata un célebre episodio en la ciudad de Amiens. Martín, compadecido de un pobre que padecía frío a las puertas de la ciudad, rasgó su capa militar por la mitad y se la ofreció. Por la noche Cristo se le apareció en una visión y le dijo: «Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido» (Vida de Martín, 3, 3). La iconografía mostrará una señalada preferencia por este hecho en las representaciones del santo.
Hoy, ante su imagen y su reliquia, deseo recordarlo con la semblanza salida de la pluma del poeta Francisco Luis Bernárdez, un grande de las letras argentinas:
«El soldado Martín detuvo su caballo
y se quedó mirando al mendigo
que le pedía una limosna
por el amor de Nuestro Señor Jesucristo,
y vio que tenía los ojos
de los que han llorado y llorado desde niños,
y vio que tenía las manos
de los que solamente saben este oficio
y vio que tenía los pies
de los que no conocen sino este camino.
Y vio que tenía la boca
de los que no han dicho palabras de cariño,
y vio que tenía la frente
de los que no saben dónde hallarán arrimo,
y vio que aquel cuerpo sediento y hambriento
estaba casi aterido de frío,
y vio que el alma de aquel cuerpo
también carecía de alimento y abrigo.
El soldado Martín detuvo su caballo
y, después de mirar al mendigo,
contempló la dulce campiña,
los árboles, los pájaros, el cielo y el río,
feliz cada cual en su mundo,
feliz cada cual en sus límites estrictos,
feliz cada cual en el orden impuesto a las cosas
por el Dedo infinito,
menos el hombre sin amparo
que le pedía una limosna en el camino
y aunque Martín aún no había recibido
las santas aguas del bautismo
que lavan el entendimiento
para que refleje los misterios divinos,
(aunque Martín era soldado de Roma
todavía no lo era de Cristo),
comprendió toda la miseria,
comprendió todo el horror del hombre caído,
y comprendió también que aquella debilidad
provenía del hombre mismo
y no de Dios, que todo, todo,
lo había creado fuerte, feliz y limpio.
El soldado Martín detuvo su caballo y,
volviendo a mirar al mendigo,
pensó en el valor que tendría la naturaleza humana
en el plan divino,
pensó en el valor que tendría la naturaleza
de aquel ser desvalido,
cuando, para restaurarla,
fue menester que lo grande se hiciera chico,
que lo infinito se volviera finito,
que lo eterno tuviera principio,
que la causa se hiciera efecto,
que lo absoluto se volviera relativo,
que se ofreciera en sacrificio nada menos
que la Palabra de Dios vivo;
y al pensar en esto el soldado,
no teniendo con qué socorrer al mendigo,
como aquella causa era justa,
desenvainó la espada que llevaba al cinto,
rasgó por el medio su capa,
le alargó la mitad y siguió su camino,
llevando la otra mitad para cubrir
espiritualmente al pueblo argentino,
que, con el andar de los años,
había de nacer aquí, donde nacimos».
La elección de San Martín como protector de la ciudad aconteció de una manera sorprendente. Dada la fundación definitiva de Buenos Aires en 1580 por el adelantado Juan de Garay, las ordenanzas reales exigían que, cuanto antes, se eligiese entre la Comunión de los Santos, a quien debía interceder ante Dios por los miembros presentes y futuros de lo que entonces era un centenar de personas. Los miembros del improvisado cabildo echaron suerte y por tres veces salió el obispo francés. La triple elección obedeció a la porfía de los cabildantes, que esperaban surgiese la figura de uno de los tantos mártires, beatos y santos con los que España contaba en su tradición.
La fe en Dios, la bondad y caridad con el prójimo que caracterizaron la vida de San Martín de Tours, hoy, durante más de cuatro siglos, siguen siendo un testimonio vivo del Evangelio de Jesús. La vida cotidiana que transcurre en nuestra ciudad tiene luces y sombras. Los millones que vivimos y otros tantos que transitan por distintos intereses, muchas veces se muestran indiferentes ante el dolor de los demás, y nuestro santo samaritano nos enseña a no pasar de largo ante el dolor y las necesidades ajenas. Esta es la razón por la que Dios quiso, en su gran misericordia, ponernos bajo su amparo y dirección espiritual».
8 de noviembre de 2024
8 de noviembre: «Synaxis de los Príncipes de la milicia celestial Miguel, Gabriel y de los otros espíritus incorporales»
Esta sinaxis se celebra el 8 de noviembre en el Calendario Litúrgico bizantino ¹.
El texto que sigue fue publicado en el sitio de la Iglesia Ortodoxa Rusa en la Argentina. Una aclaración: el texto menciona a siete arcángeles: los tres reconocidos en la tradición católica y cuatro más; hemos mantenido la mención a los siete, pero omitimos los párrafos que se refieren directamente a estos cuatro, no aceptados en la Iglesia Católica. También omitimos el que se refiere a San Rafael, para centrarnos en los dos que aparecen en el título de esta celebración.
La fiel Iglesia de Cristo celebra, una vez al año, a los Santos Arcángeles Miguel y Gabriel, junto a la legión de todos los ángeles.
La palabra “arcángel” significa “más importante que los ángeles” o “el primero de entre los ángeles”. Por su parte, la palabra “ángel” significa “anunciador”, porque los ángeles anuncian en la Tierra la voluntad de Dios. Los ángeles son “espíritus que trabajan”, como dice el profeta David en el Salmo 104. Ellos fueron creados por Dios antes del hombre y del mundo visible.
Según las enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia, los ángeles se pueden clasificar en nueve grupos, teniendo cada grupo una misión que cumplir en el cielo y en la tierra. Los ángeles son espíritus, es decir, cuerpos inmateriales, inmortales, o como dice San Pablo, tienen “cuerpos celestiales”, es decir, cuerpos angelicales que se diferencian de aquellos terrenales, que son mortales. El propósito principal para el que fueron creados los ángeles, que forman un mundo invisible, es para alabar incesantemente a Dios. Luego, para cumplir ante todo Su voluntad, para revelar a los hombres la voluntad de Dios y para ayudarlos a cumplir con Sus mandatos.
De entre todos los Santos Padres, quien habla más largamente sobre los ángeles, es San Dioniso el Aeropagita, discípulo del Santo Apóstol Pablo, él dice que los ángeles se dividen en nueve grupos, cada uno de ellos teniendo un nombre y una misión propia. Así, las legiones angelicales se dividen en tres jerarquías o grupos. Así, el grado más alto, que tiene su lugar cerca de la Santísima Trinidad, está formada por los Serafines, Querubines y Tronos. Estos están alrededor del trono de Dios, anunciando Su voluntad a los ángeles. La jerarquía del medio está formada por los Señoríos, Poderes y Soberanos, como los llama también el Apóstol Pablo. Ellos dominan sobre los ángeles de más abajo y sobre los poderes del infierno y del universo entero. La jerarquía más baja es la de los Principados, Arcángeles y Ángeles. Estos están mucho más cerca de los hombres, a quienes dan a conocer la voluntad de Dios y los ayudan a escapar de las astucias de los ángeles malos, de las tentaciones del enemigo.
Los Santos Arcángeles son siete, quienes están frente al trono glorioso de Dios, según las palabras del evangelista San Juan en el Apocalipsis (1, 4). Estos son: Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel, Salael, Gudiel y Varael. Cada uno de ellos tiene su propia misión divina qué cumplir.
Miguel, que se interpreta “el poder de Dios”, es el soberano de las huestes celestiales y el primero de los Arcángeles. Él sostiene una espada de fuego y tiene como mandato proteger la Ley de Dios y vencer al enemigo, Él mismo dijo “Yo soy el Jefe de los ejércitos del Señor y acabo de llegar” (Josué 5, 14).
Gabriel, que se interpreta como “hombre-Dios”, es el arcángel de las buenas nuevas de felicidad, quien tiene como misión el anunciar a los hombres los misterios divinos. Él no lleva una espada de fuego, sino un lirio de perfecta alegría. Se le representa con una mirada dulce y con gesto de divina serenidad. Por esto, fue el elegido y enviado por Dios para anunciar a la Virgen de Nazaret el gran misterio de la encarnación del Señor.
(...)
No olvidemos que los Santos Arcángeles son los primeros ángeles en interceder ante Dios por los hombres. Ellos cuidan y protegen a los cristianos, ayudándolos en el camino de la salvación. El Arcángel Miguel es el protector directo de los monjes, de los ejércitos cristianos, de los soberanos que portaban en momentos de batalla el ícono de este arcángel. El Arcángel Gabriel, es principalmente el protector de las vírgenes cristianas, de las familias cristianas, de las parturientas, de los niños y de las monjas.
Dos composiciones fotográficas, con imágenes tomadas en la Basílica de Nuestra Señora de los Buenos Aires, ilustran esta entrada.
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¹ Cfr. Revista Litúrgica Argentina, número 206-207 -dedicado a las Liturgias Orientales-, 1962. Editor: Abadía de San Benito.
4 de noviembre de 2024
4 de noviembre: San Carlos Borromeo
Hoy, 4 de noviembre, la Iglesia recuerda, como todos los años, la figura de San Carlos Borromeo, obispo y confesor. Puesto que he recibido en el bautismo precisamente el nombre de este Santo, deseo dedicarle la reflexión de la audiencia general de hoy (...).
A todos aquellos que en el día de mi Santo Patrono se unen a mí en la oración, deseo repetir una vez más las palabras de la Carta a los Efesios, que ya cité el miércoles pasado: Orad "por todos los santos, y por mí, a fin de que cuando hable me sean dadas palabras con que dar a conocer con libertad el misterio del Evangelio, del que soy embajador..." (Ef 6, 18-20).
San Carlos es precisamente uno de esos Santos, a quien le fue dada la palabra "para dar a conocer el Evangelio", del cual era "embajador", habiendo heredado su misión de los Apóstoles. Él realizó esta misión de modo heroico con la entrega total de sus fuerzas. La Iglesia le miraba y, al mirarle, se edificaba: en una primera época, en el período del Concilio Tridentino, en cuyos trabajos participó activamente desde Roma, soportando el peso de una correspondencia nutrida, colaborando para llevar a feliz éxito la fatiga colegial de los padres conciliares, según las necesidades del Pueblo de Dios de entonces. Y se trataba de necesidades apremiantes. Luego, el mismo cardenal, como arzobispo de Milán, sucesor de San Ambrosio, se convierte en el incansable realizador de las resoluciones del Concilio. traduciéndolas a la práctica mediante diversos Sínodos diocesanos.
La Iglesia —y no sólo la de Milán— le debe una radical renovación del clero, a la cual contribuyó la institución de los seminarios, cuyo origen se remonta precisamente al Concilio de Trento. Y otras muchas obras, entre las cuales la institución de las cofradías, de las pías asociaciones, de los oblatos-laicos, que prefiguraban ya a la Acción Católica, los colegios, los hospitales para pobres, y finalmente la fundación de la Universidad de Brera en 1572. Los volúmenes de las "Acta Ecclesiae Mediolanensis" y los documentos que se refieren a las visitas pastorales, atestiguan esta intensa y clarividente actividad de San Carlos, cuya vida se podría sintetizar en tres expresiones magníficas: fue un Pastor santo, un maestro iluminado, un prudente y sagaz legislador.
Cuando, algunas veces en mi vida, he tenido ocasión de celebrar el Santísimo Sacrificio en la cripta de la catedral de Milán, donde descansa el cuerpo de San Carlos, se me presentaba ante los ojos toda su actividad pastoral dedicada hasta el fin al pueblo al que había sido enviado. Concluyó esta vida el año 1584, a la edad de 46 años, después de haber prestado un heroico servicio pastoral a las víctimas de la peste que habla afligido a Milán.
He aquí algunas palabras pronunciadas por San Carlos, indicativas de esa total entrega a Cristo y a la Iglesia, que inflamó el corazón y toda la obra pastoral del Santo. Dirigiéndose a los obispos de la región lombarda, durante el IV Concilio Provincial de 1576, les exhortaba así: "Estas son las almas para cuya salvación Dios envió a su único Hijo Jesucristo... El nos indicó también a cada uno de los obispos, que hemos sido llamados a participar en la obra de la salvación, el motivo más sublime de nuestro ministerio y enseñó que, sobre todo, el amor debe ser el maestro de nuestro apostolado, el amor que El (Jesús) quiere expresar por medio de nosotros, a los fieles que nos han sido confiados, con la predicación frecuente, con la saludable administración de los sacramentos, con los ejemplos de una vida santa... con un celo incesante" (cf. Sancti Caroli Borromei Orationes XII, Romae 1963. Oratio IV).
Lo que inculcaba a los obispos y a los sacerdotes, lo que recomendaba a los fieles, él lo practicaba el primero de modo ejemplar.
En el bautismo recibí el nombre de San Carlos. Me ha sido otorgado vivir en los tiempos del Concilio Vaticano II, el cual, como antes el Concilio Tridentino, ha tratado de mostrar el sentido de la renovación de la Iglesia según las necesidades de nuestro tiempo. Pude participar en este Concilio desde el primer día hasta el último. Me fue dado también —como mi Patrono— pertenecer al Colegio Cardenalicio. Traté de imitarle, introduciendo en la vida de la archidiócesis de Cracovia las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Hoy, día de San Carlos, medito la gran importancia que tiene el bautismo, en el que recibí precisamente su nombre. Con el bautismo, según las palabras de San Pablo, somos sumergidos en la muerte de Cristo para recibir de este modo la participación en su resurrección. He aquí las palabras que escribe el Apóstol en la Carta a los Romanos: "Con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom 6, 4-5).
Mediante el bautismo, cada uno de nosotros recibe la participación sacramental en esa Vida que —merecida a través de la cruz— se ha revelado en la resurrección de nuestro Señor y Redentor. Al mismo tiempo, arraigándonos con todo nuestro ser humano en el misterio de Cristo, somos consagrados por primera vez en El al Padre. Se realiza en nosotros el primero y fundamental acto de consagración, mediante el cual, el Padre acepta al hombre como su hijo adoptivo: el hombre se entrega a Dios, para que en esta filiación adoptiva realice su voluntad y se convierta de manera cada vez más madura en parte de su Reino. El sacramento del bautismo comienza en nosotros ese "sacerdocio real", mediante el cual participamos en la misión de Cristo mismo, Sacerdote, Profeta y Rey.
El Santo, cuyo nombre recibimos en el bautismo, debe hacernos constantemente conscientes de esta filiación divina que se ha convertido en nuestra parte. Debe también ayudar a cada uno a formar toda la vida humana a medida de lo que ha sido hecho por obra de Cristo: por medio de su muerte y resurrección. He aquí el papel que San Carlos realiza en mi vida y en la vida de todos los que llevan su nombre.
(...)
Mirando mi vida en la perspectiva del bautismo, mirándola a través del ejemplo de San Carlos Borromeo, doy las gracias a todos los que hoy, en todo el período pasado, y continuamente, también ahora, me sostienen con la oración y a veces incluso con grandes sacrificios personales. Espero que, gracias a esta ayuda espiritual, podré alcanzar esa madurez que debe ser mi parte (así como también la de cada uno de nosotros) en Jesucristo crucificado y resucitado —para bien de la Iglesia y salvación de mi alma—, del mismo modo que ella fue la parte de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de tantos Sucesores de San Pedro en la Sede romana, a la cual, según las palabras de San Ignacio de Antioquía, corresponde "presidir en la caridad" (Carta a los Romanos, Inscr. Funk, Patres Apostolici, I, 252).
Un vitral de la Basílica del Santísimo Sacramento representa a San Carlos Borromeo.
2 de noviembre de 2024
2 de noviembre: Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
Hay varias alternativas de lecturas para la misa de la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. Entre los Evangelios que pueden elegirse, la primera opción -al menos en el Calendario Litúrgico de la Argentina- es el siguiente fragmento de Lucas (24, 1-8):
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Porqué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: «Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día»". Y las mujeres recordaron sus palabras.
La escena está bellamente representada en la iglesia de los Heraldos del Evangelio ubicada en Ypacaraí, en el Paraguay, y consagrada a la Madre del Buen Consejo.
Las fotos y el vídeo son de enero de este año.