14 de mayo de 2019

14 de mayo: San Miguel de Garicoïts


A fines del siglo XVIII, en un pueblecito de los Bajos Pirineos, vivía el humilde y devoto matrimonio Garicoïts, que siempre recibía a los sacerdotes perseguidos durante la Revolución Francesa y los años subsiguientes.  El primogénito de la familia, Miguel, nació el 15 de abril de 1797.
Aunque tuvo que trabajar desde niño, Miguel les manifestó varias veces a sus padres su deseo de ser sacerdote. Pero sus padre eran demasiado pobres para enviarlo al seminario y lo necesitaban trabajando en el campo.
Sin embargo, la abuela de Miguel decidió consultar a un sacerdote que se había escondido con frecuencia en la cabaña de los Garicoïts. Gracias a su ayuda, Miguel pudo ingresar en el colegio de Saint-Palais, de donde pasó más tarde a Bayona. Trabajó en la cocina del obispo y prestó pequeños servicios al clero, con lo que ganaba lo suficiente para no ser un peso económico sobre su familia. Después de sus estudios en el seminario (donde sus compañeros lo llamaban «nuestro San Luis Gonzaga») fue ordenado sacerdote en diciembre de 1823 en la Catedral de Bayona.

«Ejercitó sus primeras armas apostólicas en la parroquia de Cambo, a donde fue enviado como vicario, por razón de la mala salud del párroco. En los dos años que vivió ahí, consiguió grandes éxitos en su lucha contra el jansenismo con la práctica de la comunión frecuente y la introducción de la devoción al Sagrado Corazón. Su fervor desconcertaba a los librepensadores. Uno de ellos exclamó en cierta ocasión: «¡Este pobre diablo será capaz de dar la vida por salvar el alma de un enemigo!». Más tarde, el P. Garicoïts fue nombrado profesor del seminario mayor de Bétharram, del que llegó a ser superior. En este puesto se distinguió por su extraordinaria habilidad y prudencia. Pero súbitamente, el obispo decidió fundir el seminario de Bétharram con el de Bayona y dejó al P. Garicoïts y a otros dos sacerdotes la cura de almas de la ciudad.


Por aquella época, en que los recursos económicos no eran abundantes, el P. Miguel concibió el proyecto de formar misioneros para los diferentes pueblos. Junto con otros dos o tres compañeros empezó a vivir en comunidad y, para mejor conocer la voluntad de Dios, fue a hacer un retiro a Bayona bajo la dirección del padre jesuita Le Blanc. Dicho religioso, a quien abrió su corazón, le alentó a perseverar en la obra emprendida: «Seréis el fundador de una congregación que será hermana de la Compañía de Jesús», le dijo. En efecto, en 1838 el P. Garicoïts redactó unas constituciones que seguían de cerca a las de San Ignacio. Los nuevos misioneros, como los jesuitas, hacían votos perpetuos y estaban destinados a esparcirse por toda la tierra. Pronto se unieron al santo otros compañeros. Todo parecía ir viento en popa, cuando el obispo que había ordenado al P. Garicoïts y era su protector, fue sustituido por otro que veía con malos ojos la fundación de una nueva congregación. Dicho obispo no se contentó con modificar profundamente las constituciones, sino que ordenó al santo que se limitase a trabajar en la diócesis, bajo su propia dirección. La comunidad no pudo elegir a su superior sino hasta 1852 y ni siquiera entonces gozó de plena libertad de acción. El P. Garicoïts se sometió, pero no sin experimentar gran pena. En cierta ocasión dijo a uno de sus hijos: «¡Qué doloroso es dar a luz a una congregación!». A pesar de todo, soportó con paciencia y silenciosamente todas las pruebas»  (Fuente: El Testigo Fiel).

Miguel de Garicoïts murió el 14 de mayo de 1863, fiesta de la Ascensión. Catorce años después, la Santa Sede aprobó la Compañía de Sacerdotes del Sagrado Corazón de Bétharram y las constituciones redactadas por el fundador.  Miguel, que fue canonizado en 1947, está ligado de manera especial con la Argentina, pues los dos milagros requeridos por la Iglesia para la canonización ocurrieron en la ciudad de La Plata, y a la ceremonia de su canonización asistió la señora María Eva Duarte de Perón.

En noviembre de 1856 habían pisado tierra argentina los primeros miembros de la congregación de Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram enviados a América. Lo hicieron al desembarcar en el puerto de Buenos Aires de un buque procedente del puerto francés de Bayona, de ahí que en la Argentina se los llama popularmente como Padres Bayoneses.  
     
La venida de los padres betharramitas obedeció a la necesidad de asistencia religiosa de que carecían las muchas familias vascas y vasco-francesas establecidas en el país. Gracias a las tramitaciones del cónsul argentino Celestino Roby con el entonces Obispo de Bayona, monseñor Lacroix, el propio fundador del Instituto del Sagrado Corazón aceptó la misión en octubre de 1854.  Ocho misioneros, encabezados por el padre Diego Barbé, partieron entonces de Bayona en agosto de 1856 para llegar a Buenos Aires en noviembre, como se dijo. Tras ejercer el apostolado sacerdotal en diversas iglesias porteñas, en setiembre de 1862 se establecieron en la iglesia de San Juan Bautista, que desde entonces pasó a ser la sede de los vascos y vascos-franceses de Buenos Aires.

La principal obra de los padres bayoneses fue la fundación del colegio San José el 19 de marzo de 1858. El padre Barbé eligió un lugar en las proximidades de la Plaza Miserere, que por entonces era parada terminal de los lecheros vascos procedentes del pueblo de San José de Flores.  

La congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram fue el primer instituto religioso masculino admitido en el país después de la organización constitucional.  Su colegio, que fue el primer instituto docente organizado en Buenos Aires para la educación de la juventud, excede en antigüedad a todos los Colegios Nacionales, que sólo comenzaron a abrirse en 1863. 

En la Capital Federal, además de la iglesia de San Juan Bautista, donde tomamos las tres fotos de esta entrada, y del mencionado colegio San José, los padres betharramitas tienen el colegio del Sagrado Corazón, en el barrio de Barracas, y atienden la parroquia del Sagrado Corazón, cuya sede es la monumental basílica homónima, uno de los más grandiosos y bellos templos de Buenos Aires. 

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