En la ciudad de Santa Fe se celebra hoy como Memoria Obligatoria (y en el resto de la Arquidiócesis como Memoria Libre) la conmemoración de Nuestra Señora de los Milagros.
La ciudad de Santa Fe, fundada en 1573, contó desde 1609 con la presencia de sacerdotes jesuitas. «En 1634 de paso por la ciudad rumbo a la Reducción de San Ignacio Miní, un artista de fina sensibilidad, el Hermano Luis Berger», accediendo al pedido de los Congregantes Marianos, pintó en un cuadro a la Mujer del capítulo 12 del Apocalipsis. «El cuadro se llamó como la Congregación Mariana: “de la Pura y Limpia Concepción”. Fue plasmada en un lienzo que mide 1,33 x 0,96 mts».
El 9 de mayo de 1636, en el templo de la Compañía de Jesús, «el Padre Rector del Colegio y de la Iglesia, Pedro de Helgueta, oraba arrodillado frente al cuadro de Nuestra Señora, como todas las mañanas. Habiendo finalizado la Misa, alrededor de las ocho horas, el Padre levantó la vista hacia el cuadro y se sorprendió por lo que creyó era humedad del ambiente condensada en la pintura. Pero pronto comprendió que el brillo tenía un origen distinto. Incorporándose descubrió que de la mitad de la imagen para arriba la pintura estaba totalmente seca, mientras que hacia abajo corrían hilos de agua resultantes de innumerables gotas emanadas en forma de sudor. Siguió recorriendo con la vista hacia abajo y comprobó que el caudal ya estaba mojando los manteles del altar y el piso. Al ver el asombro del sacerdote, varias personas que aún permanecían en la iglesia se acercaron y pudieron conocer lo que estaba ocurriendo. Comenzaron a embeber aquel agua en algodones y lienzos, mientras el número de fieles y curiosos crecía junto al júbilo y las exclamaciones. Las campanas de la iglesia no pararon de repicar, para anunciar a todo el pueblo lo que estaba sucediendo». Poco después llegaron importantes funcionarios civiles y eclesiásticos que constataron el hecho milagroso. Se levantó un acta que aun se conserva.
Desde entonces hubo numerosas curaciones asombrosas, también recopiladas por el Escribano del Rey. Por ello los santafesinos empezaron a invocar a su Madre con el título de “Nuestra Señora de los Milagros”.
Monseñor Cristóbal de Aresti, Obispo de Asunción del Paraguay, de la que dependía entonces Santa Fe, reconoció poco después al sudor como auténtico milagro, debido a la cantidad de testimonios probatorios, las actas labradas, la calidad y cantidad de los testigos y las reliquias guardadas por el pueblo fiel (algunos algodones aún se conservan en el santuario). El obispo fue personalmente al lugar en diciembre del mismo año.
Entre 1651 y 1660, aproximadamente, la ciudad fue trasladada al sitio que hoy ocupa, a unos 80 kilómetros más al sur de la ubicación original. En la nueva ciudad, que pasó a llamarse Santa Fe de la Vera Cruz, los padres jesuitas ocuparon también un lugar frente a la Plaza Mayor, como en Santa Fe la Vieja. «El templo actual, declarado Monumento Histórico Nacional, se terminó de construir en 1670»
Al cumplirse los 300 años del milagro, el templo fue erigido como Santuario, el mismo día -9 de mayo de 1936- en que tuvo lugar la Coronación Pontificia del cuadro. En el intervalo, la imagen -después de la expulsión de los jesuitas- había estado un tiempo en la Iglesia Matriz de Santa Fe.
Los párrafos entrecomillados y en cursiva fueron tomados del sitio oficial del Santuario. Las fotos -como absolutamente todas las de este blog- son propias. Fueron tomadas durante un viaje a Santa Fe en julio de 2018.
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