21 de enero de 2025

21 de enero: Santa Inés

«La extraordinaria difusión del culto de Inés, a partir al menos de la primera mitad del s. IV, fue debida a los entusiastas elogios de algunos santos padres de la Iglesia (Ambrosio, Agustín de Hipona, Dámaso, Jerónimo,  Máximo de Turín,  Gregorio  Magno y Beda el Venerable), quienes propusieron a la niña romana como modelo ejemplar de virgen, de fe inquebrantable y de gran fuerza de ánimo, contrapuestas a la fragilidad de su cuerpo de adolescente. Todos los testimonios recogen una tradición oral precedente, cuyos únicos datos ciertos son el nombre, derivado del griego agne = casta, pura; la joven edad, 12 o 13 años; el martirio sufrido en Roma en época indeterminada, probablemente a mediados del s. III, durante una persecución anterior a la de Diocleciano, quizá de Decio (250-251) o Valeriano (258-260), porque el acontecimiento ya resultaba remoto para el papa Dámaso (366-384). En torno a este núcleo se fueron añadiendo poco a poco otros particulares, que llevaron a la redacción de la passio, en las versiones siriaca, griega y latina del s. V ca., retomada por la Legenda Aurea de Jacobo de Vorágine en el s. XIII (…)».

La leyenda «presenta a Inés sometida a juicio, como todos los primeros mártires, con la amenaza de torturas y muerte si no sacrificaba a los ídolos, contraponiendo su debilidad física y la minoría de edad, que por la ley le negaba la capacidad jurídica, a su ejemplar heroísmo para afrontar la decapitación, buscada con el ansia gozosa de una esposa que sale al encuentro del esposo, hasta el punto de turbar al juez y al verdugo. En el himno Agnes beatae virginis, atribuido a Ambrosio, se añaden las particularidades de la fuga de Inés de la casa donde sus padres la tenían escondida y, en el momento del martirio, el gesto púdico de cubrirse con la ropa y taparse el rostro con las manos al caer herida en la garganta: en este caso la pena es la degollación. En el elogio métrico del papa Dámaso, la joven, desnudada ante una hoguera encendida y amenazada de muerte, sueltos los cabellos para cubrirse el cuerpo, con un gesto que repetirá la hagiografía posterior, afrontó las llamas con valor, tal vez lanzándose en ellas, como Apolonia, o bien, según otros, sin ceder al miedo, acabando después decapitada. 


Prudencio retoma la tradición del interrogatorio, de la invitación a sacrificar, en este caso a Minerva, y de la decapitación, añadiendo la infamante pena de la exposición en un rincón de la calle a las puertas de un prostíbulo. Incluye también el primer milagro, la curación, por intercesión de la santa, de un joven que había osado mirarla, cayendo al suelo ciego y desmayado. Todos estos elementos convergen en la legenda griega, y en su variante siriaca, donde Inés es presentada como una muchacha culta, tan preparada como para enseñar a las matronas que se reúnen en torno a ella y poder discutir con el juez sobre el sentido que asume la amenazada desnudez, nada temible, por cierto, pues mostrando un cuerpo creado por Dios no se prejuzga la nobleza del alma. Ulteriormente es elaborado el episodio de la exposición en un lupanar, con la presencia de un ángel vestido de blanco a su lado que la defiende de los calaveras, y la transformación del milagro de la curación en una resurrección del joven libidinoso, gracias a la intercesión de Inés solicitada por el mismo juez. Esto no le evita la muerte, porque, acusada de magia, es condenada a la hoguera. La passio latina añade aspectos novelescos, introduciendo la figura del hijo del prefecto Sempronio o Sinfronio prendado de la bellísima muchacha, según un topos literario difundido en la hagiografía relativa a las jóvenes vírgenes, que defendieron su pureza y su fe a costa de la vida, tentadas y denunciadas después por enamorados rechazados. 

Imperturbable a las lisonjas y amenazas, conducida desnuda al prostíbulo, Inés, cubierta por la abundante cabellera que le ha crecido milagrosamente, encuentra a un ángel que le entrega una blanca estola y la hace intangible aplacando a los jóvenes conducidos a ella por el vengativo pretendiente, que cae muerto al intentar violarla. Con gran caridad, la muchacha intercede por su vuelta a la vida, compadecida de las lágrimas del padre, que no tiene sin embargo el valor de salvarla de la acusación de hechicería, entregándola a su vicario Aspasio, identificado por algunos con la figura histórica de Aspasio Paterno, que desterró a San Cipriano de Cartago durante el reinado de Valeriano. Condenada a la hoguera, sale indemne de las llamas, que se revuelven contra la muchedumbre amenazante, y es degollada. A esta versión, ya conocida por Máximo de Turín y que por ello se remonta aproximadamente al s. V, se añade, con probabilidad en el s. VII, una última parte, formada por cinco párrafos, con algunos episodios posteriores al martirio, que después fueron recogidos en el texto definitivo, texto que entra en la liturgia occidental, transcrito en verso por un anónimo poeta carolingio y retomado por la Legenda Aurea, alcanzando un éxito enorme a lo largo de toda la Edad Media. (…). 

Otro episodio, que se ha hecho famosísimo, es la aparición de Inés a sus padres en el octavario de la muerte: la joven avanza entre una falange de vírgenes vestidas de oro acompañada por un cándido corderillo. Este particular será recogido por la iconografía de la santa, convirtiéndose en su símbolo característico. 

(...)

El último episodio es el más fabuloso: un sacerdote, Paulino, de la iglesia de Inés, solicita al obispo poderse casar, y recibe un anillo de esmeraldas con la exhortación a pedir el permiso al retrato de la santa; así lo hace, e Inés alarga milagrosamente el anular recibiendo el anillo, que permaneció después impreso en la imagen. Según otra versión, estando en ruinas el edificio, el papa pidió a un sacerdote si quería custodiar y alimentar a una esposa, entregándole un anillo para que se casase con la imagen, que alargó y retiró el dedo. 

La fecha del martirio, el 21 de enero, es recordada ya en la Depositio martyrum y figura en todos los martirologios y los textos litúrgicos más antiguos con pocas variantes. En el lugar de la Depositio se levantó un cementerio tanto subterráneo como en la superficie y sobre la tumba surgió (...) una primera basílica por deseo de Constantino; reparada varias veces, fue reedificada en estilo bizantino por Honorio 1 (625-638) y embellecida por el espléndido mosaico absidal; a lo largo de los siglos sufrió varias reformas hasta la ordenada por Pío IX entre 1855 y 1856. (…)». 

La iconografía de Santa Inés es riquísima; desde el siglo III,  «Inés ya es representada con el cordero al lado, que se convertirá en su símbolo característico, constantemente presente, sobre todo a partir del s. XII, en recuerdo del nombre y también del sueño de sus padres. En la Alta Edad media prevaleció la tipología de la hierática virgen bizantina, cubierta de joyas, tal como la veían los peregrinos en el mosaico absidal de su basílica en la vía Nomentana. Los más grandes artistas europeos, a partir de Giotto, se inspiraron en su passio, repetida a menudo en las elaboradas historias narradas por la Legenda Aurea, y Borromini transformó la iglesia de Santa Inés en plaza Navona en el triunfo del barroco. 

El motivo del cordero está presente también en el culto popular, en particular en la bendición de los corderos en la basílica ad corpus (el 21 de enero), cargando de valores simbólicos un gesto en origen sólo relacionado con un canon en especie que había que pagar en Letrán. Con la lana de estos corderos las benedictinas de Santa Cecilia tejen los palios sagrados, bendecidos después por el pontífice en el sepulcro de San Pedro la tarde del 28 de junio, víspera de su fiesta».  

(Leonardi, Riccardi y Zarri: "Diccionario de los Santos". 
Ed. San Pablo, Madrid, 2000)

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