11 de octubre de 2025

Santa María "en sábado"

En una nueva memoria sabatina de Santa María, que en este caso se da en la víspera del día en que en la Argentina se celebra la Jornada Mundial de las Misiones, compartimos esta hermosa imagen de María, Reina de las Misiones, que se venera en la cripta de la Basílica de Luján.

Completan esta entrada las palabras finales de la encíclica Redemptoris Missio, de Juan Pablo II, dedicadas a la Virgen María:

«Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo con «María, la madre de Jesús» (Hech 1, 14), para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu.

(...) Toda la Iglesia es invitada a vivir más profundamente el misterio de Cristo, colaborando con gratitud en la obra de la salvación. Esto lo hace con María y como María, su madre y modelo: es ella, María, el ejemplo de aquel amor maternal que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres. Por esto, «la Iglesia, confortada por la presencia de Cristo, camina en el tiempo hacia la consumación de los siglos y va al encuentro del Señor que llega. Pero en este camino ... procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (Enc. Redemptoris Mater, 2)
.
A la «mediación de María, orientada plenamente hacia Cristo y encaminada a la revelación de su poder salvífico» (Enc. Redemptoris Mater, 22), confío la Iglesia y, en particular, aquellos que se dedican a cumplir el mandato misionero en el mundo de hoy. Como Cristo envió a sus Apóstoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, así, mientras renuevo el mismo mandato, imparto a todos vosotros la Bendición Apostólica, en el nombre de la Santísima Trinidad. Amén».

10 de octubre de 2025

10 de octubre: San Daniel

Daniel, oriundo de Calabria, y otros seis hermanos menores franciscanos (Ángel, Samuel, Domno, León, Hugolino y Nicolás), partieron para Marruecos en 1227, a predicar el Evangelio. En Ceuta predicaron primero la fe cristiana a los mercaderes italianos, y luego, en las calles, también a los mahometanos. Los apresaron y, como se negaban a renegar de su fe, los condenaron a muerte. Sus cadáveres recibieron toda suerte de afrentas, hasta que personas piadosas los sepultaron en Ceuta.


La Segunda Lectura del Oficio de Lecturas en el Propio de los franciscanos está tomada de la narración del martirio de San Daniel y sus compañeros en la Passio escrita por un contemporáneo (Analecta Franciscana III, pp. 613–616):

«Fray Daniel, varón religioso, sabio y prudente, anteriormente ministro de la provincia de Calabria, con otros seis hermanos, llenos de espíritu de Dios, deseosos de la salvación de los sarracenos, no temieron exponer sus vidas con tal de ganar las almas para Cristo.

Un viernes, lo dedicaron en privado a tratar con calma los asuntos de su propia salvación y la de los demás; el sábado siguiente, recibieron todos ellos de manos del padre Daniel la absolución de sus pecados en el sacramento de la penitencia, y se acercaron con gran fervor a recibir la sagrada eucaristía, ofreciéndose incondicionalmente al Señor.

Estos atletas de Cristo, fortalecidos en su espíritu, el domingo, muy de mañana, se introdujeron clandestinamente en la ciudad, cubiertas sus cabezas con ceniza, proclamando por todas las calles y plazas el nombre del Señor, y, con el fervor que les confortaba interiormente, anunciaban con plena libertad que no existe salvación fuera de Cristo.

Este mensaje divino inflamaba de tal forma sus corazones, que parecían desfallecer de gozo, no pudiendo reprimir el ardor interior que los llenaba. Los sarracenos los prendieron y los colmaron de injurias y denuestos y los golpearon duramente. Después fueron conducidos ante el rey. Recibidos en audiencia, sirviéndose de un intérprete, explicaron al rey su misión: que eran mensajeros de Dios para predicarles el nombre del Señor. El rey y sus cortesanos se mofaron de ellos y, considerándolos unos ilusos, los enviaron a las mazmorras.

Desde la prisión escribieron una carta conmovedora al capellán mayor de los genoveses, de nombre Ruga, a otros dos sacerdotes, uno franciscano y el otro dominico, quienes por aquellos días retornaban del interior del país, y también a otros cristianos que residían en Ceuta. El contenido de esta carta venía a decir: 

"Bendito sea, Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de toda misericordia y Dios de todo consuelo, que nos conforta en nuestras tribulaciones, y que también presentó a tiempo la víctima de propiciación al patriarca Abrahán, a quien el mismo Dios había mandado salir de su patria, sin marcarle rumbo fijo; todo lo cual fue reputado para justicia, y por ello fue llamado amigo de Dios. Así, pues, el sabio, para que se considere como tal, que se haga primero necio, porque la sabiduría de este mundo es necedad ante el Señor. Tened presentes las palabras de Jesús, que padeció por nosotros: Id y predicad el Evangelio a toda criatura, y no será mayor el siervo que su señor, y si a mí me persiguieron, también a vosotros. Él dirigió nuestros pasos por el camino recorrido por él mismo en su vida para gloria suya, salvación de los fieles y honor de los cristianos, y también para la condenación de los que no le creyeran, como afirma el Apóstol: Nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo; para unos, olor de muerte que lleva a la muerte; para otros, olor de vida que lleva, a la vida. Y añade Cristo: Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. Éste y no otro fue el motivo que nos indujo a predicar ante el rey el nombre de Cristo y proclamar que, fuera de él, no hay salvación, y procuramos también confirmarlo con argumentos firmes ante los consejeros y sabios que se encontraban junto al rey; sirviéndonos para esto de un competente intérprete.

Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén".

El día diez de octubre, domingo, por la mañana, mientras nosotros recitábamos el Oficio divino, estos hermanos fueron sacados de la cárcel y conducidos de nuevo a la presencia del rey. Interrogados si estaban dispuestos a retractarse de cuanto habían afirmado contra sus leyes y contra Mahoma, ellos se reafirmaron en lo dicho, y añadieron que no había salvación en su ley, sino que era necesario recibir el bautismo, aceptando la fe de Cristo, por la que ellos estaban dispuestos a ofrecer su propia vida.

A los invictos atletas de Cristo, despojados de sus vestidos, mientras derramaban abundantes lágrimas, les ataron las manos a la espalda, los sacaron del palacio real y los condujeron fuera de la ciudad, llevados como corderos al matadero y cargando con el improperio de Cristo. Manteniéndose gozosos, se dirigían a la muerte como si fueran invitados a un banquete.

Llegados al lugar del suplicio, fueron decapitados, entregando al Señor sus almas, enrojecidas en la púrpura de su sangre».

La imagen de este mártir franciscano se venera en la Basílica de San Francisco de Asís en Buenos Aires. Tomamos las fotos en septiembre del año pasado, al día siguiente de la reapertura del templo después de su largo cierre de siete años, debido a la restauración allí encarada.

8 de octubre de 2025

8 de octubre: Santa Pelagia


En un gran mural de la iglesia ortodoxa griega de San Jorge, en Buenos Aires, estaban representados -como reza la placa- numerosos "hombres y mujeres santos de la Sede Ortodoxa de Antioquía". Actualmente ese mural ya no se encuentra en el templo.

Entre ellos se encuentra Santa Pelagia, a quien la Iglesia Católica también venera como virgen y mártir, recordando -en el elogio del Martirologio- que San Juan Crisóstomo ¹ le «dedicó grandes alabanzas».

El nombre de Santa Pelagia aparece en el canon de la misa ambrosiana de Milán; también San Ambrosio se refirió elogiosamente a ella.

Transcribimos a continuación un fragmento del artículo correspondiente del sitio El Testigo Fiel:

Pelagia era una jovencita cristiana de quince años nacida en Antioquía y discípula tal vez de San Luciano. Se hallaba sola en su casa cuando llegaron los soldados para aprehenderla, en tan gran número, que rodearon todo el sector, como si se tratase de un peligroso criminal. Algunos soldados entraron a la casa, y Pelagia, con la seguridad de que antes de darle muerte abusarían de ella, recurrió a una estratagema para salvar el honor: graciosamente pidió permiso para cambiarse de ropa y volver a ellos mejor presentada. Los soldados accedieron muy complacidos y la joven corrió escaleras arriba hasta llegar a la azotea de su casa y, desde ahí, sin el menor titubeo, se echó a la calle. Los soldados, que esperaban abajo, la mataron en el mismo lugar donde había caído. Pelagia había salvado su castidad que, evidentemente, apreciaba más que la vida. San Juan Crisóstomo afirma que la jovencita actuó inspirada por Dios, a quien llevaba en su corazón y que la exhortaba, la fortalecía y le evitaba sentir temor.

Esta es la Santa Pelagia histórica cuyo nombre fue utilizado por dos biógrafos, o mejor dicho, novelistas, para fabricar sobre él un par de historias enteramente distintas e igualmente fantásticas. La conmemoración original de Pelagia ocurría -como ahora ha sido restaurado en el Martirologio Romano- el 8 de octubre; con esa fecha aparece en el breviario sirio y en el Hieronymianum. Sin embargo la celebración pasó durante siglos al 9 de junio. Quizás por compensación, porque la «memoria popular» conserva todo, aunque sea de forma confusa, el 8 de octubre comenzó a celebrarse a otra Santa Pelagia, enteramente ficticia, surgida de una de esas novelas que menciona el Butler. Se la llamaba Santa Pelagia la penitente, y su «historia» -de una bailarina y pecadora arrepentida que se retira a la vida eremítica- no tiene relación alguna con la de la Pelagia histórica; pero la hagiografía legendaria ha tenido buen cuidado de mezclar sus historias con los sermones del Crisóstomo (que se referían al 8 de octubre), de modo que Pelagia la penitente quedó prestigiada y sobrevivió hasta la última reforma del calendario santoral.

(...)

En la iconografía tradicional los atributos de Pelagia mártir se confunden con los de Pelagia penitente, y no es raro que una imagen muestre a una mártir, pero mayor que la niña de apenas quince años de la historia, o que a la palma (mártir) se sume la calavera (penitente), o que aparezcan como accesorios de la escena instrumentos músicos (por el oficio de bailarina de la penitente). La historia de la penitente se repite en otras santas penitentes tradicionales, legendarias pero muy famosas, como Santa Tais o Santa Marina (que no debe confundirse con «La gran virgen Santa Marina», del 20 de julio).



¹ Ver Migne, Patrología Griega, vol. I, cc 579-585. 

7 de octubre de 2025

7 de octubre: Nuestra Señora del Rosario del Río Blanco y Paypaya

Tomé la foto que encabeza esta entrada hacia 1980 en una de las plazoletas que, a través de la calle Charcas,  unen la Plaza Güemes de la ciudad de Buenos Aires con la avenida Coronel Díaz.

Se trata de una procesión con la imagen de la Virgen del Rosario del Río Blanco y Paypaya, que se veneraba, si no me falla la memoria, en la iglesia de San Ildefonso, ubicada muy cerca de donde se tomó la foto.

Esta antigua fotografía nos permite celebrar hoy aquí a Nuestra Señora del Rosario del Río Blanco y Paypaya, Patrona de Jujuy.

Con información tomada del sitio Verdad en Libertad y del libro "María, Reina y Madre de los argentinos" (Buenos Aires, H.M.E., 1947) redactamos la información que sigue:

Nuestra Señora del Rosario de Río Blanco y Paypaya, cuya fiesta se celebra el 7 de octubre, es la patrona de la provincia de Jujuy. 

La advocación surgió en el siglo XVII. En 1583, tras la fundación de la ciudad de Salta, se repartieron las tierras del valle de Jujuy a distintos encomenderos. La tribu paypaya, nombre que tomó del cacique Domingo Paypay, residía en las márgenes del río Corral de Piedras. entre Tilquiza y Ocloyas. En 1584 el gobernador de Salta, Hernando de Lerma, otorgó esa tribu en encomienda al capitán Gonzalo de Tapia. Los paypayas fueron trasladados hasta la confluencia del Arroyo Seco (de los Blancos) con otros dos cursos de agua, donde formaron una población importante. Luego de la muerte de Gonzalo de Tapia, la encomienda pasó a manos de su hijo Alonso,  quien conformó una aldea construyendo casas y una capilla precaria según estipulaban las Leyes de Indias, a la cual puso por nombre San Francisco de Paypaya. 

Franciscanos y jesuitas fueron los primeros evangelizadores de la región.

En 1660 el Beato Pedro Ortiz de Zárate, que había recibido la encomienda de los paypayas a corta edad debido a la muerte de su padre,  adquirió la hacienda de Río Blanco, donde levanta una capilla a la que nombró ‘Nuestra Señora de Paypaya del Rosario’ o ‘Nuestra Señora en el pueblo de Paypaya’ continuando con la devoción a la Virgen, que habría comenzado entre los años 1650 y 1660.  

Ella fue la misionera, redentora, libertadora y defensora de estos pueblos; los misioneros se valían de su imagen para la conquista pacífica, ya que ante su divina presencia aquellos salvajes caían rendidos como por un impulso sobrenatural. 

Ante su imagen, en los tiempos coloniales, vinieron a postrarse reverentes los conquistadores; en la época de la independencia hicieron lo mismo los próceres, entre otros Manuel Belgrano, Juan Antonio Álvarez de Arenales y Martín Miguel de Güemes.

La imagen de la Virgen del Rosario del Río Blanco y Paypaya presidió el acto de bendición de la bandera argentina celebrado el 25 de mayo de 1812 en la iglesia matriz de Jujuy.

El Papa Benedicto XV decretó la coronación pontificia de la imagen de la Virgen del Rosario de Río Blanco, la cual se realizó en San Salvador de Jujuy, por el Delegado Pontificio, el 31 de octubre de 1920. 

En 1960, a pedido del obispo local, Enrique Mühn, el Papa Juan XXIII la nombró Patrona de la Diócesis de Jujuy. «Los cristianos jujeños manifiestan una singular devoción a la Santísima Virgen María del Rosario de Río Blanco cuya imagen se ostenta en el templo catedralicio. El pueblo de Dios suele peregrinar todos los años a su Santuario en Río Blanco movido por su amor que se traduce entre otras cosas, en la ofrenda de sus votos», señala el decreto.

Actualmente, la imagen de Virgen del Rosario de Río Blanco y Paypaya se venera en el camarín construido para ella en Cayedral de Jujuy.  Tradicionalmente la feligresía peregrina cada domingo del mes de octubre desde la Catedral al santuario de la patrona de Jujuy en Río Blanco, ubicado en el departamento de Palpalá, a 9 kilómetros de la capital, acompañados de la imagen peregrina.  A medida que la peregrinación avanza por la ciudad, se van incorporando a ella más y más personas, lo cual constituye a ese acto de fe en uno de los más importanates de la provincia.

(A falta de una etiqueta más apropiada, incluimos esta entrada en la categoría "estampitas"). 

4 de octubre de 2025

4 de octubre: San Francisco de Asís

En la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, templo de la Parroquia San Pedro de Chivilcoy, se exhibe para veneración de los fieles esta bella imagen de San Francisco de Asís.

Completa esta entrada el texto de la catequesis del papa Benedicto XVI en la Audiencia General del 27 de enero de 2010.


Hoy quiero presentaros la figura de San Francisco, un auténtico "gigante" de la santidad, que sigue fascinando a numerosísimas personas de todas las edades y religiones.

"Nacióle un sol al mundo". Con estas palabras, el sumo poeta italiano Dante Alighieri alude en la Divina Comedia (Paraíso, Canto XI) al nacimiento de Francisco, que tuvo lugar a finales de 1181 o a principios de 1182, en Asís. Francisco pertenecía a una familia rica —su padre era comerciante de telas— y vivió una adolescencia y una juventud despreocupadas, cultivando los ideales caballerescos de su tiempo. A los veinte años tomó parte en una campaña militar y lo hicieron prisionero. Enfermó y fue liberado. A su regreso a Asís, comenzó en él un lento proceso de conversión espiritual que lo llevó a abandonar gradualmente el estilo de vida mundano que había practicado hasta entonces. Se remontan a este período los célebres episodios del encuentro con el leproso, al cual Francisco, bajando de su caballo, dio el beso de la paz, y del mensaje del Crucifijo en la iglesita de San Damián. Cristo en la cruz tomó vida en tres ocasiones y le dijo: "Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas". Este simple acontecimiento de escuchar la Palabra del Señor en la iglesia de San Damián esconde un simbolismo profundo. En su sentido inmediato San Francisco es llamado a reparar esta iglesita, pero el estado ruinoso de este edificio es símbolo de la situación dramática e inquietante de la Iglesia en aquel tiempo, con una fe superficial que no conforma y no transforma la vida, con un clero poco celoso, con el enfriamiento del amor; una destrucción interior de la Iglesia que conlleva también una descomposición de la unidad, con el nacimiento de movimientos heréticos. Sin embargo, en el centro de esta Iglesia en ruinas está el Crucifijo y habla: llama a la renovación, llama a Francisco a un trabajo manual para reparar concretamente la iglesita de San Damián, símbolo de la llamada más profunda a renovar la Iglesia de Cristo, con su radicalidad de fe y con su entusiasmo de amor a Cristo. Este acontecimiento, que probablemente tuvo lugar en 1205, recuerda otro acontecimiento parecido que sucedió en 1207: el sueño del Papa Inocencio III, quien en sueños ve que la basílica de San Juan de Letrán, la iglesia madre de todas las iglesias, se está derrumbando y un religioso pequeño e insignificante sostiene con sus hombros la iglesia para que no se derrumbe. Es interesante observar, por una parte, que no es el Papa quien ayuda para que la iglesia no se derrumbe, sino un pequeño e insignificante religioso, que el Papa reconoce en Francisco cuando este lo visita. Inocencio III era un Papa poderoso, de gran cultura teológica y gran poder político; sin embargo, no es él quien renueva la Iglesia, sino el pequeño e insignificante religioso: es San Francisco, llamado por Dios. Pero, por otra parte, es importante observar que San Francisco no renueva la Iglesia sin el Papa o en contra de él, sino sólo en comunión con él. Las dos realidades van juntas: el Sucesor de Pedro, los obispos, la Iglesia fundada en la sucesión de los Apóstoles y el carisma nuevo que el Espíritu Santo crea en ese momento para renovar la Iglesia. En la unidad crece la verdadera renovación.

Volvamos a la vida de San Francisco. Puesto que su padre Bernardone le reprochaba su excesiva generosidad con los pobres, Francisco, ante el obispo de Asís, con un gesto simbólico se despojó de sus vestidos, indicando así que renunciaba a la herencia paterna: como en el momento de la creación, Francisco no tiene nada más que la vida que Dios le ha dado, a cuyas manos se entrega. Desde entonces vivió como un eremita, hasta que, en 1208, tuvo lugar otro acontecimiento fundamental en el itinerario de su conversión. Escuchando un pasaje del Evangelio de San Mateo —el discurso de Jesús a los Apóstoles enviados a la misión—, Francisco se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación. Otros compañeros se asociaron a él y en 1209 fue a Roma, para someter al Papa Inocencio III el proyecto de una nueva forma de vida cristiana. Recibió una acogida paterna de aquel gran Pontífice, que, iluminado por el Señor, intuyó el origen divino del movimiento suscitado por Francisco. El "Poverello" de Asís había comprendido que todo carisma que da el Espíritu Santo hay que ponerlo al servicio del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; por lo tanto, actuó siempre en plena comunión con la autoridad eclesiástica. En la vida de los santos no existe contraste entre carisma profético y carisma de gobierno y, si se crea alguna tensión, saben esperar con paciencia los tiempos del Espíritu Santo.

En realidad, en el siglo XIX y también en el siglo pasado algunos historiadores intentaron crear detrás del Francisco de la tradición, lo que llamaban un Francisco histórico, de la misma manera que detrás del Jesús de los Evangelios se intenta crear lo que llaman el Jesús histórico. Ese Francisco histórico no habría sido un hombre de Iglesia, sino un hombre unido inmediatamente sólo a Cristo, un hombre que quería crear una renovación del pueblo de Dios, sin formas canónicas y sin jerarquía. La verdad es que San Francisco tuvo realmente una relación muy inmediata con Jesús y con la Palabra de Dios, que quería seguir "sine glossa", tal como es, en toda su radicalidad y verdad. También es verdad que inicialmente no tenía la intención de crear una Orden con las formas canónicas necesarias, sino que, simplemente, con la Palabra de Dios y la presencia del Señor, quería renovar el pueblo de Dios, convocarlo de nuevo a escuchar la Palabra y a obedecer a Cristo. Además, sabía que Cristo nunca es "mío", sino que siempre es "nuestro"; que a Cristo no puedo tenerlo "yo" y reconstruir "yo" contra la Iglesia, su voluntad y sus enseñanzas; sino que sólo en la comunión de la Iglesia construida sobre la sucesión de los Apóstoles se renueva también la obediencia a la Palabra de Dios.

También es verdad que no tenía intención de crear una nueva Orden, sino solamente renovar el pueblo de Dios para el Señor que viene. Pero entendió con sufrimiento y con dolor que todo debe tener su orden, que también el derecho de la Iglesia es necesario para dar forma a la renovación y así en realidad se insertó totalmente, con el corazón, en la comunión de la Iglesia, con el Papa y con los obispos. Sabía asimismo que el centro de la Iglesia es la Eucaristía, donde el Cuerpo de Cristo y su Sangre se hacen presentes. A través del Sacerdocio, la Eucaristía es la Iglesia. Donde sacerdocio y Cristo y comunión de la Iglesia van juntos, sólo aquí habita también la Palabra de Dios. El verdadero Francisco histórico es el Francisco de la Iglesia y precisamente de este modo habla también a los no creyentes, a los creyentes de otras confesiones y religiones.

Francisco y sus frailes, cada vez más numerosos, se establecieron en "la Porziuncola", o iglesia de Santa María de los Ángeles, lugar sagrado por excelencia de la espiritualidad franciscana. También Clara, una joven de Asís, de familia noble, se unió a la escuela de Francisco. Así nació la Segunda Orden franciscana, la de las clarisas, otra experiencia destinada a dar insignes frutos de santidad en la Iglesia.

También el sucesor de Inocencio III, el Papa Honorio III, con su bula Cum dilecti de 1218 sostuvo el desarrollo singular de los primeros Frailes Menores, que iban abriendo sus misiones en distintos países de Europa, incluso en Marruecos. En 1219 Francisco obtuvo permiso para ir a Egipto a hablar con el sultán musulmán Melek-el-Kâmel, para predicar también allí el Evangelio de Jesús. Deseo subrayar este episodio de la vida de San Francisco, que tiene una gran actualidad. En una época en la cual existía un enfrentamiento entre el cristianismo y el islam, Francisco, armado voluntariamente sólo de su fe y de su mansedumbre personal, recorrió con eficacia el camino del diálogo. Las crónicas nos narran que el sultán musulmán le brindó una acogida benévola y un recibimiento cordial. Es un modelo en el que también hoy deberían inspirarse las relaciones entre cristianos y musulmanes: promover un diálogo en la verdad, en el respeto recíproco y en la comprensión mutua (cf. Nostra aetate, 3). Parece ser que después, en 1220, Francisco visitó la Tierra Santa, plantando así una semilla que daría mucho fruto: en efecto, sus hijos espirituales hicieron de los Lugares donde vivió Jesús un ámbito privilegiado de su misión. Hoy pienso con gratitud en los grandes méritos de la Custodia franciscana de Tierra Santa.

A su regreso a Italia, Francisco encomendó el gobierno de la Orden a su vicario, fray Pietro Cattani, mientras que el Papa encomendó la Orden, que recogía cada vez más adhesiones, a la protección del cardenal Ugolino, el futuro Sumo Pontífice Gregorio IX. Por su parte, el Fundador, completamente dedicado a la predicación, que llevaba a cabo con gran éxito, redactó una Regla, que fue aprobada más tarde por el Papa.

En 1224, en el eremitorio de la Verna, Francisco ve el Crucifijo en la forma de un serafín y en el encuentro con el serafín crucificado recibe los estigmas; así llega a ser uno con Cristo crucificado: un don, por lo tanto, que expresa su íntima identificación con el Señor.

La muerte de Francisco —su transitus— aconteció la tarde del 3 de octubre de 1226, en "la Porziuncola". Después de bendecir a sus hijos espirituales, murió, recostado sobre la tierra desnuda. Dos años más tarde el Papa Gregorio IX lo inscribió en el catálogo de los santos. Poco tiempo después, en Asís se construyó una gran basílica en su honor, que todavía hoy es meta de numerosísimos peregrinos, que pueden venerar la tumba del santo y gozar de la visión de los frescos de Giotto, el pintor que ilustró de modo magnífico la vida de Francisco.

Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. También fue denominado "el hermano de Jesús". De hecho, este era su ideal: ser como Jesús; contemplar el Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera Bienaventuranza en el Sermón de la montaña —Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3)— encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de San Francisco. 

Queridos amigos, los santos son realmente los mejores intérpretes de la Biblia; encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atractiva que nunca, de manera que verdaderamente habla con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales.

En Francisco el amor a Cristo se expresó de modo especial en la adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En las Fuentes franciscanas se leen expresiones conmovedoras, como esta: "¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote! ¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad: que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!" (Francisco de Asís, Escritos, Editrici Francescane, Padua 2002, p. 401).

En este Año Sacerdotal me complace recordar también una recomendación que Francisco dirigió a los sacerdotes: "Siempre que quieran celebrar la misa ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo" (ib., 399). Francisco siempre mostraba una gran deferencia hacia los sacerdotes, y recomendaba que se les respetara siempre, incluso en el caso de que personalmente fueran poco dignos. Como motivación de este profundo respeto señalaba el hecho de que han recibido el don de consagrar la Eucaristía. Queridos hermanos en el sacerdocio, no olvidemos nunca esta enseñanza: la santidad de la Eucaristía nos pide ser puros, vivir de modo coherente con el Misterio que celebramos.

Del amor a Cristo nace el amor hacia las personas y también hacia todas las criaturas de Dios. Este es otro rasgo característico de la espiritualidad de Francisco: el sentido de la fraternidad universal y el amor a la creación, que le inspiró el célebre Cántico de las criaturas. Es un mensaje muy actual. Como recordé en mi reciente encíclica Caritas in veritate, sólo es sostenible un desarrollo que respete la creación y que no perjudique el medio ambiente (cf. nn. 48-52), y en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año subrayé que también la construcción de una paz sólida está vinculada al respeto de la creación. Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. Él entiende la naturaleza como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad se vuelve transparente y podemos hablar de Dios y con Dios.

Querido amigos, Francisco fue un gran santo y un hombre alegre. Su sencillez, su humildad, su fe, su amor a Cristo, su bondad con todo hombre y toda mujer lo hicieron alegre en cualquier situación. En efecto, entre la santidad y la alegría existe una relación íntima e indisoluble. Un escritor francés dijo que en el mundo sólo existe una tristeza: la de no ser santos, es decir, no estar cerca de Dios. Mirando el testimonio de San Francisco, comprendemos que el secreto de la verdadera felicidad es precisamente: llegar a ser santos, cercanos a Dios.

Que la Virgen, a la que Francisco amó tiernamente, nos obtenga este don. Nos encomendamos a ella con las mismas palabras del "Poverello" de Asís: "Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros... ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro" (Francisco de Asís, Escritos, 163).

2 de octubre de 2025

2 de octubre: San Cipriano de Antioquía


Las Iglesias orientales celebran hoy la «Memoria del santo hieromártir Cipriano y de la santa virgen mártir Justina († 304)». Por primera vez en la vida de este blog nos referiremos a este santo.

En el frente de la iglesia iglesia de San Jorge del Patriarcado de Antioquía, junto a la puerta, hay una imagen de San Cipriano junto con su biografía, como puede apreciarse en la foto adjunta. 

Transcribimos a continuación el texto que aparece en el cartel.

«San Cipriano de Libia, Cartago  creció en Antioquía, Siria, durante el reinado del Emperador Zakios a partir del 250 d.C. Fue un hombre noble y rico, un filósofo y brujo famoso. Destacado en la brujería hasta el punto de que los paganos lo visitaban desde todos los lugares para pedirle que actuara con la ayuda de los demonios, y que les proporcione servicios específicos como por ejemplo causar daño a algunas personas. Cipriano desarrolló su trabajo en varios libros de diferentes tipos de magia, visitando lugares famosos por su magia y de allí tomo más conocimiento sobre ello. Y por todo esto se convirtió en un hombre rico y temeroso. No hay duda de que causó, consciente o inconscientemente, mucho dolor a otros sin importarle.

Se sintió atraído por la fe cristiana de la siguiente manera: Sucedió que había una virgen entre las vírgenes de Antioquia cuyo nombre era Justina quien era de origen pagano y vivía sola con sus padres. Ella se volvió hacia el Señor Jesús y se bautizó junto a sus padres y juró castidad en búsqueda de Cristo. En una época de gran locura y engaño, un joven griego llamado Aglaidas se enamoró de ella, pero ella lo rechazó. ¿Por qué falló su intención? ¿Qué hizo? Recurrió a Cipriano, el brujo, para alcanzar su malvada intención. Cipriano procedió, después de leer los libros de magia que tenía, enviando diferentes tipos de demonios con el propósito de engañar a la joven virgen hasta que ella se enamore de Aglaidas y luego enviando al principal de entre los demonios sin tener éxito y todos los demonios fracasaron. Y cuando Cipriano fue consciente del poder de Cristo no luchó más contra Él, después de que los demonios eran vencidos por Justina y volvían a él abatidos y derrotados, abandonó su error y creyó en Cristo Habiéndose encontrado dispuesto a reconocer al Dios de los cristianos, el Dios Todopoderoso que supera todos sus demonios y su hábil magia, se dedicó a aprender sobre el cristianismo.

Así de esta manera, él fue llevado también a Jesucristo. Entonces para dar mayor prueba al Obispo, decidido a ser bautizado en Cristo, trajo todos sus libros de magia y los quemó frente al Obispo. También juntó su dinero y lo distribuyó a los pobres, y tuvo como preocupación principal el perdón de sus pecados, con cálidas lágrimas y actos de amor para saldar el mal y el daño que había hecho contra muchas personas. Así, a través de la gracia del Espíritu Santo, se convirtió en un cordero racional de las ovejas de Cristo. Luego fue gradualmente ordenado como lector, hipodiacono, diácono, sacerdote y por último como Obispo. Él es quien llamo a la Santa con su nombre Justina, porque antes ella se llamaba Justa. Ella fue contada entre las diaconisas y luego se convirtió en Madre Abadesa del monasterio de las ermitas que se encontraban esparcidas allí.

Cuando su rebaño creció por sus palabras y su vida virtuosa y divina, llenó el este y el oeste con su conocimiento. Una persona denunció a Cipriano enfrente del emperador Zakios y cuando el Santo estuvo enfrente de él, no les dio importancia a todas las condenaciones y amenazas por parte del emperador, entonces fue exiliado. Pero, desde el exilio no se detuvo y siguió mostrando su interés en su rebaño fortaleciéndolo con escritos pues deseaba dejar de lado la orientación pagana. Por lo tanto, el gobernador de Oriente en Damasco lo llevó a la prisión junto con la virgen Justina y luego se presentaron frente al tribunal donde confesaron a Cristo abiertamente.

Como castigo a Cipriano lo colgaron, golpearon y desgarraron, mientras que a Justina la golpearon en la cara sin piedad. Después de torturarlos los tiraron juntos en un horno de leña, pero con el Poder de Cristo se mantuvieron a salvo del peligro del tormento.

Cuando vieron el milagro, un hombre llamado Atanasio estaba sentado junto al gobernador, se agitó violentamente y con necedad quería mostrar cómo sus dioses eran más poderosos que Cristo e invocando a los dioses "Dia y Asclepton" corrió y saltó sobre el fuego, pero se quemó inmediatamente. Entonces después de esto el gobernador no supo qué hacer, entonces envío a los santos a Nicomedia, donde se encontraba el rey Claudio en el año 268 d.C. Cuando este comprobó la valentía y la firmeza de los dos santos, les cortó las cabezas. De esta manera, recibieron la gloria trinitaria con la corona del martirio que no decae. Sus santos restos fueron devueltos a Roma junto con los cristianos que venían de esas zonas y trajeron con ellos los documentos y los testimonios del martirio de ambos santos. Y guardaron sus reliquias en la montaña más elevada en la ciudad de Roma y donde sucedieron muchos milagros a quienes acudieron a ellos con fe.

Por las intercesiones de San Cipriano y Santa Justina, ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén.

La Iglesia recuerda a los dos Santos el 2 de octubre».