En la iglesia de San Ignacio, la más antigua de Buenos Aires, se venera a Santa Casilda de Toledo.
Era hija de un rey musulmán, cruel enemigo de los cristianos. A los discípulos de Cristo a quienes su padre enviaba a la cárcel hasta dejarlos morir, Casilda les llevaba alimentos en secreto. Cuando su padre escuchó los rumores de que su hija visitaba las mazmorras, decidió espiarla para sorprenderla. Pero los panes que llevaba se transformaron en rosas. Autorizada a seguir su camino después del encuentro con su padre, las flores volvieron a convertirse en panes.
Casilda empezó a padecer luego una enfermedad incurable. Pero le fue revelado que recuperaría la salud en Burgos, al bañarse en el lago de San Vicente. Pidió a su padre permiso para ir allí; éste, a regañadientes, finalmente cedió a sus súplicas. Casilda viajó a Burgos y se curó de su mal. Para expresar su agradecimiento, hizo construir cerca del lago un oratorio junto al cual, después de hacerse bautizar, pasó retirada el resto de su vida. Muchos milagros se obraron en su tumba; su culto se extendió por toda España.
Pese a que la placa indica "9 de mayo", su nombre está inscripto en el Martirologio hoy, 9 de abril, en recuerdo del día en que tuvo lugar la traslación de sus reliquias a la iglesia de Burgos: «En el lugar llamado San Vicente, cerca de Briviesca, en la región española de Castilla, Santa Casilda, virgen, que, nacida en la religión mahometana, ayudó con misericordia a los cristianos detenidos en la cárcel, y después, ya cristiana, vivió como eremita».
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