El 4 de febrero de 2020 nos ocupamos de esta popular santa, cuya memoria, sin embargo, no figura en el Martirologio. Hoy es otra de las varias fechas en que suele celebrarse a Verónica, la mujer que, según la tradición, enjugó con un paño el rostro de Jesús durante el camino del Calvario. Este hecho, como es sabido, no aparece en los Evangelios canónicos.
En el apócrifo titulado "Vindicta Salvatoris" se relata la historia de un tal Tito, que sufría de una enfermedad incurable, quien conoce por casualidad a Natán, un ismaelita errante. Natán le cuenta:
Si hubieses vivido en Jerusalén, habrías encontrado a un profeta, elegido de Dios, que tenía por nombre Emmanuel, y que curaba al pueblo de sus pecados. Y fue su primer milagro transformar el agua en vino, en Caná de Galilea. Y con su palabra curaba a los leprosos, devolvía la vista a los ciegos, sanaba a los paralíticos, y expulsaba a los demonios. Y resucitó tres muertos, y salvó a una mujer sorprendida en delito de adulterio, y que los judíos habían condenado a ser lapidada. Y otra mujer, llamada Verónica, padecía de doce años atrás un flujo de sangre, y, habiéndose aproximado a él por su espalda y tocado la franja de su vestidura, fue curada. Y con cinco panes y cinco peces alimentó a cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, y aun quedaron trozos bastantes para llenar doce canastos. Y todas estas cosas y otras muchas se cumplieron antes de su pasión. Y, después de su resurrección, nosotros lo hemos visto en su forma carnal, como antes estaba.
Verónica es identificada aquí, como en otros apócrifos, con la hemorroísa que se cura al tocar el manto de Jesús.
Por la fe en el Señor, Tito es curado y se hace bautizar; luego resuelve dirigirse a Jerusalén junto con Vespasiano para vengar el daño hecho contra Jesús. Tras tomar la ciudad y apresar o matar a los jefes judíos, Tito y Vespasiano
empezaron a buscar la faz de Cristo. Y hallaron a una mujer, llamada Verónica, que la tenía.
Aparece en escena un tal Velosiano, enviado desde Roma por Tiberio, quien también sufría una enfermedad y confiaba en curarse por medio de Jesús. Ante el enviado imperial declaran José de Arimatea y Nicodemo y también Verónica, quien dijo:
"Yo, entre la multitud, toqué la franja de su vestido, porque padecía desde doce años antes un flujo de sangre, y me curé". (...)
Y Velosiano preguntó por el rostro o la faz del Salvador. Y cuantos allí estaban dijeron: "La mujer que se llama Verónica es la que tiene en su casa la faz del Salvador".
Y él ordenó que la condujesen ante sí. Y le preguntó: "¿Tienes la faz del Salvador en tu casa?" Y ella lo negó. Y Velosiano ordenó que se le diese tormento hasta que entregase la imagen del Señor. Y, cediendo a la violencia, Verónica dijo: "Yo la tengo en un lienzo, y la adoro a diario". Y diciéndole Velosiano: "Muéstramela", ella mostró el rostro del Señor. Y viéndola, Velosiano, se prosternó en tierra y, con fe sincera y corazón encendido, la tomó, la envolvió en una tela dorada, la cerró en una caja, y la selló con su anillo. E hizo un juramento: "Por el Dios vivo y por la salud del César, que no verá su faz nadie hasta que vea yo la de mi señor, Tiberio".
Velosiano se embarca rumbo a Roma con la imagen de la Santa Faz, pero Verónica
abandonó, por el amor de Cristo, cuanto poseía, y siguió a Velosiano.
Y él le dijo: "Mujer, ¿qué buscas, o qué quieres?"
Y ella contestó: "Busco la faz de Nuestro Señor Jesucristo, que me ha iluminado no por mis merecimientos, sino por su piadosa misericordia. Devuélveme la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, porque me mata el dolor de no tenerla. Si no me la devuelves, yo no te abandonaré hasta que vea dónde la has depositado, pues quiero, miserable de mí, servirla todos los días de mi vida. Porque creo que es mi redentor, y que vive en la eternidad".
Y Velosiano ordenó que se admitiese a Verónica con él en el buque.
La imagen que compartimos hoy forma parte del Vía Crucis de la iglesia porteña consagrada a San Vicente de Paul.
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