17 de diciembre de 2022

17 de diciembre: San Lázaro

En el Martirologio Romano anterior al actualmente vigente, en la entrada correspondiente al 17 de diciembre, se leía lo siguiente:




La creencia de que Lázaro, el amigo de Jesús, llorado a su muerte y resucitado por  Él,  haya sido luego Obispo de Marsella, tiene su origen en una curiosa leyenda medieval para cuya comprensión compartimos a continuación fragmentos de la entrada correspondiente del "Año Cristiano" de Juan Croisset:


(...) Entre todos los discípulos de Jesucristo, fue San Lázaro uno de los que tuvieron más parte así en las humillaciones como en su gloria (...). Amándole San Lázaro tan extremadamente, no se duda que sería uno de los testigos ordinarios de sus apariciones después de su resurrección, y que recibiría el Espíritu Santo con los apóstoles y demás discípulos el día de Pentecostés.
Habiendo el furor de los judíos contra los discípulos de Jesucristo hecho morir a San Esteban, el primero de los mártires, se excitó una furiosa persecución contra todos los fieles, en la que fueron echados de Jerusalén, y la mayor parte precisados a salir de Judea; pero la rabia de los príncipes de los sacerdotes, y de todos los que ocupaban los primeros puestos entre los judíos, descargó con más particularidad contra Lázaro y su familia. Ninguna cosa los confundía más, ni probaba más invenciblemente que habían quitado la vida al Mesías, al verdadero Hijo de Dios, que este hombre resucitado, mientras estuviese en vida. El hacerle morir era un delito que manifestaba su injusticia y su impiedad. Era Lázaro un hombre de calidad, irreprensible en sus costumbres, que no podía tener otro delito que el ser amigo de Jesucristo, y el haber sido resucitado por medio del más insigne milagro. Dejarle en la Judea era dejar una prueba viva de la divinidad del Salvador y de su horrendo deicidio; y así tomaron el partido de hacer desaparecer a Lázaro y a sus hermanas, que durante la sublevación del pueblo de Jerusalén contra los fieles se habían retirado á Jope, hoy Jafa, ciudad marítima, distante seis o siete leguas de Jerusalén;  y habiéndolos metido en una nave muy maltratada, sin timón, sin mástiles, sin pertrechos, con todos los fieles que se encontraron con ellos , los expusieron de esta suerte a un evidente naufragio. Esto nos dicen muchos antiguos manuscritos, fundados en una antigua y piadosa tradición (...).

La divina Providencia, que saca siempre su gloria de los designios más siniestros y más malignos de los enemigos de Jesucristo, permitió que esta nave aportase dichosamente a las costas de Marsella. Esta maravilla aturdió a aquellos pueblos gentiles, naturalmente corteses y tratables, y dispuso los espíritus para oír a unas gentes a quienes protegía el cielo de una manera tan visible. No se duda que los apóstoles consagraron obispos a la mayor parte de los discípulos de Jesucristo, antes de esparcirse por el universo; y sobre todo a Lázaro, como que era el más ilustre y más privilegiado de todos los discípulos. Luego que esta santa colonia de héroes cristianos desembarcó, anunciaron la fe de Jesucristo en aquella célebre ciudad, que después de Roma era de las más considerables del mundo (...).

San Lázaro, que sabía bien que Dios le había destinado para ser apóstol de ella, y su primer pastor, dio desde luego muestras de su celo. Marsella era a la sazón muy célebre, no solo por su antigüedad, sino también por sus victorias, por su alianza con los Romanos y por su academia. Las ciencias y las artes florecían en ella, y había un gran número de personas hábiles, a quienes se confiaba la educación de la juventud de todas las Galias y aun de Roma; lo. que adquirió a Marsella el nombre de ciudad de las ciencias, y a los antiguos marselleses la gloria de haber civilizado casi toda la Galia, y haber aumentado y dado lustre a la religión. A esta ilustre ciudad fue a quien dio el Señor por primer obispo a San Lázaro, su grande amigo. El buen acogimiento que hacían a los extranjeros en ella, dio a nuestro santo toda la libertad de anunciar a sus habitantes las divinas verdades del Evangelio; oyéronle con gusto al principio, y muy pronto con admiración: un aire noble y agraciado, unos modales suaves, afables y corteses; una religión tan pura, tan santa, tan racional; una moral que, reglando el corazón y el entendimiento, rectificaba la razón; una doctrina sostenida y confirmada con toda especie de milagros; todo esto hizo triunfar en breve la fe de Jesucristo, y convertirse a ella un prodigioso número de personas. San Lázaro veía aumentarse todos los días su rebaño; su maravilloso celo consiguió que en menos de un año se levantase la religión cristiana, y se fundase en todas partes sobre las ruinas del paganismo. Se vio cuánto contribuyeron a esta milagrosa obra Santa Magdalena y Santa Marta con sus palabras y sus ejemplos. El célebre templo de Diana , convertido con el tiempo en una iglesia con el título de Nuestra .Señora la Mayor, que es la catedral, es un augusto monumento de este insigne triunfo del cristianismo sobre los paganos, y del prodigioso celo de San Lázaro. En el siglo IV se creía ya que tenía treinta años cuando fue resucitado, y las actas de la iglesia de Marsella le dan treinta años de obispado, durante los cuales el santo obispo hizo un prodigioso número de conversiones, derribó muchos templos dedicados a los falsos dioses, e hizo pedazos una pasmosa multitud de ídolos.

Se cree que fue en el imperio de Vespasiano cuando el procónsul, que había sido enviado a Marsella por gobernador, infatuado de las supersticiones paganas, solicitado por los sacerdotes de los ídolos, rabiosos por ver su reputación y sus rentas reducidas a nada después que San Lázaro convirtió a la fe de Jesucristo una parte de la ciudad, mandó prender al santo obispo, y habiéndole hecho comparecer ante su tribunal, le echó en cara con un tono áspero todo lo que había hecho contra la religión y el culto de los dioses del imperio. Después, con un aire colérico y dominante, le dijo: 'Es preciso, o que sacrifiques a nuestros dioses, o que pierdas la vida en medio de los mayores suplicios'. Por lo que mira al sacrificio, respondió el santo, no puedo ofrecerle sino al verdadero Dios, y tú, señor, tienes demasiadas luces para no ver que los que llamas tus dioses no merecen sacrificios; por lo que mira al último suplicio con que me amenazas, sé que no me puede suceder cosa más dulce ni más gloriosa que el dar la vida por aquel que me la volvió a dar a mí después de haberla perdido, y que se dignó morir por mí para que yo viva eternamente'. El prefecto, irritado con esta generosa respuesta, le hizo despedazar con látigos armados de puntas de hierro, con tanta crueldad, que su cuerpo quedó hecho todo una llaga. Acabado este cruel suplicio, le encerraron en un horrible calabozo: se creyó que este tormento le hubiera hecho negar la fe, pero habiéndole preguntado de nuevo el prefecto si permanecía todavía en su creencia, y habiéndole encontrado siempre más inflexible, le hizo atar a un poste, y atravesar con una multitud de flechas; más Dios le conservó la vida en medio de este suplicio. Cada llaga, dicen las actas de su martirio, era una boca que publicaba la gloria y el poder de su Dios. Le aplicaron después sobre el cuerpo planchas de hierro hechas ascuas: el tormento era espantoso, pero la constancia del santo no se disminuyó ni aflojó un punto. Finalmente, corrido el juez de verse vencido de la paciencia heroica del santo, mandó que le cortaran la cabeza, lo que se ejecutó el día 17 de diciembre del año 76 de nuestro Señor Jesucristo, a los setenta y tres de su edad, y treinta de su obispado. Su cuerpo fue enterrado por los cristianos en una cueva con los ornamentos pontificales de que se servía en la celebración de los divinos misterios. Se ve todavía el horrible calabozo donde fue encerrado en el célebre monasterio de religiosas de San Benito, llamado San Salvador, delante del cual está la plaza donde le cortaron la cabeza.

 

Se guarda con mucha veneración en la iglesia catedral de Marsella la cabeza de San Lázaro en un relicario de plata sobredorado, que pasa por el más rico y de más bello gusto que hay en Francia. Se asegura que el año 957 el resto de sus reliquias se llevó a Autun por el obispo Vivaldo, en el reinado de Lotario, rey de Francia. Lo cierto es que se conserva en Marsella, en la misma caja donde está la preciosa cabeza, un escrito muy antiguo, hecho por un sacerdote que parece haber sido sacristán de esta iglesia, y firmado por dos testigos, en que afirman que, habiendo sabido que querían llevarse el cuerpo de San Lázaro, el sacerdote había quitado secretamente la cabeza, y había sustituido otra en su lugar. Este escrito, que se leyó durante la visita de la catedral que hizo monseñor Guillelmo de Veintimilla de Luco, entonces Obispo de Marsella, y después Arzobispo de París, tiene todas las señales de autenticidad que se pueden desear en uno de los más antiguos testimonios. (...) 

San Lázaro ha tenido ilustres sucesores, entre los cuales se cuentan veintiuno reconocidos por santos. Las crueles persecuciones contra los fieles, que dieron a la Iglesia tantos malones de mártires desde el año 180 hasta el 306, han hecho perder el nombre de un gran número de ilustres prelados que gobernaron esta iglesia durante aquel largo intervalo. (...)

Nótese que se da por sentado que las hermanas de Lázaro son Marta y María Magdalena, por la identificación de la María mencionada en Jn 11 («Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos») con la María Magdalena mencionada en Lc 8 («...algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios...») y de esta última con la mujer pecadora mencionada en el mismo Evangelio unos párrafos antes («...una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume»). Acerca de esta tradicional pero incorrecta identificación, hablamos en nuestra entrada del 22 de julio de 2016.

Esa identificación de las tres mujeres, que determinaba cierto vínculo litúrgico entre celebración de Santa María Magdalena (el 22 de julio) y la de su supuesta hermana Marta (en la octava de Magdalena, es decir el 29 de julio), terminó "oficialmente" el año pasado con un decreto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino que estableció «la celebración de los santos Marta, María y Lázaro en el Calendario Romano General» el mismo día 29 de julio.

Las dos fotos de esta entrada son muy similares, pero la primera la tomamos en 2015 y la segunda en 2017. La imagen se venera en San José de Flores.

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