La iglesia parroquial de la ciudad de Bragado está consagrada a Santa Rosa de Lima. Allí tomamos, en octubre de 2019, las fotos que publicamos en esta entrada. Corresponden a dos imágenes de la santa (una en el retablo mayor y otra en una dependencia menor del templo) y a una reliquia que se venera allí.
Compartimos además la homilía que el Cardenal Bertone,
Secretario de Estado de Su Santidad,
pronunció el 30 de agosto de 2007
en el Santuario de Santa Rosa de Lima
en la capital del Perú.
Compartimos además la homilía que el Cardenal Bertone,
Secretario de Estado de Su Santidad,
pronunció el 30 de agosto de 2007
en el Santuario de Santa Rosa de Lima
en la capital del Perú.
«"El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza... Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es más alta que las hortalizas" (Mt 13, 31-32). En la página evangélica que la liturgia nos propone en la fiesta de Santa Rosa de Lima, Jesús compara el reino de los cielos con un grano de mostaza, una de las semillas más pequeñas que, en cambio, cuando crece, se convierte en un lozano arbusto de hasta tres metros de altura. No existe proporción entre la pequeñez de la semilla y el desarrollo posterior de la planta, con las flores y los frutos que produce. No resulta muy difícil entender la enseñanza que el Señor quiere darnos a través de esta metáfora. En efecto, de la misma manera que se aprecia una clara desproporción entre un arbusto alto que crece de una semilla muy pequeña, tampoco hay una proporción lógica entre las limitaciones del hombre y los prodigios de santidad que la gracia divina obra en él. ¿Acaso la vida de los santos y el camino de la Iglesia a lo largo de los siglos no son un testimonio constante de esta acción misteriosa del Señor? Todos nosotros somos como pequeñas semillas, pero de nuestra limitación Dios puede hacer surgir maravillosos portentos de bondad y amor. A este respecto, resulta muy elocuente la historia humana y espiritual de Santa Rosa. He aquí lo que es la santidad: una obra gratuita del Creador todopoderoso, cuando encuentra en la criatura humana una correspondencia fiel y humilde.
Pero podemos añadir una consideración más. En la actualidad, estamos preocupados, con razón, porque algunos cristianos abandonan la Iglesia atraídos por el señuelo de las sectas o seducidos por el espejismo del hedonismo moderno y por una cultura que, acentuando la autonomía del hombre, acaba por proponer un humanismo sin Dios o incluso contra Dios. ¿Qué podemos hacer? El texto evangélico nos indica una vía que hemos de seguir: toda acción pastoral y misionera es útil para una acción apostólica más incisiva, pero lo que más cuenta es que cada uno de nosotros sea la buena semilla que, gracias a la ayuda divina, es capaz de producir frutos abundantes. Los cristianos, por tanto, están llamados a testimoniar con su ejemplo su pertenencia convencida a Cristo y a su Iglesia. Así se convierten en fermento de santidad. Jesús lo afirma claramente cuando, en el mismo pasaje del evangelio de San Mateo, identifica el reino de los cielos no sólo con una pequeña semilla sino con la levadura que hace fermentar la masa. "El reino de los cielos —nos dice— se parece a la levadura... que se amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente" (Mt 13, 33). Para tener buen pan no basta simplemente otra masa aunque sea fresca; es necesaria la levadura que, cuando se pone en la harina, da lugar a un fenómeno casi mágico: la masa crece hasta desbordar el recipiente. En efecto, se trata de la fuerza de la vida que la levadura lleva en sí misma. Un autor cristiano de los primeros siglos llamado Orígenes ofrece un comentario interesante de esta breve parábola. Identifica las "tres medidas de harina", de las que habla el Evangelio, con los elementos de la persona humana: cuerpo, alma y espíritu, que para fermentar, es decir, para elevarse, necesitan el Espíritu Santo. También aquí podemos hacer una aplicación muy actual. Hoy es frecuente la tentación de un moderno gnosticismo que concibe la religión casi como una opción individual y privada que se ha de vivir de modo intimista. Pero aunque es verdad que la fe es ante todo amistad íntima con Cristo, cuando esta fe es auténtica no puede dejar de ser "contagiosa" hasta llegar a renovar la sociedad e incluso la creación, puesto que toda la creación forma parte del plan de salvación. El cristiano no debe conformarse con ser sólo "buen pan", sino que necesita ser levadura de santidad.
Esta ha sido la experiencia de Isabel Flores y de Oliva, llamada Rosa por el frescor de su rostro. Aunque provenía de una noble familia de inmigrantes españoles que se establecieron en el Perú, no dudó en afrontar la situación cuando sus parientes se encontraron con estrecheces económicas debido a una serie de desgracias. Desde la adolescencia optó por seguir a Jesús con pasión ardiente, entrando a formar parte de la Tercera Orden dominicana y teniendo como modelo y guía espiritual a Santa Catalina de Siena. Entregada al cuidado de los pobres y a los trabajos ordinarios que una chica desempeña cotidianamente en la casa, se impuso un régimen de vida austero marcado por una extraordinaria penitencia. A los veintitrés años se encerró en una celda de apenas dos metros cuadrados, que mandó a su hermano construir en el jardín de su casa y de la que sólo salía para ir a las funciones religiosas. Y es precisamente en esta estrecha prisión voluntaria donde transcurrió la mayor parte de sus días en contemplación, en intimidad con su Señor. Como a Santa Catalina de Siena, también a ella se le concedió la gracia mística de participar físicamente en la pasión de Jesús, al que eligió como su Esposo, y durante 15 años tuvo que atravesar la dura experiencia interior de la ausencia de Dios, ese sufrimiento del espíritu que San Juan de la Cruz, el reformador del Carmelo, llama la "noche oscura".
La de Rosa fue, pues, una vida escondida y atormentada que, dócil al Espíritu Santo, alcanzó las más altas cumbres de la santidad. El mensaje que sigue comunicando a los devotos que la invocan como protectora, no sólo en el Perú y en el continente latinoamericano, sino en todo el mundo, está bien expresado en uno de los misteriosos mensajes que recibió del Señor. "Que sepan todos —le confió Jesús— que la gracia sigue a la tribulación; entiendan que sin el peso de las aflicciones no se llega a la cumbre de la gracia; comprendan que en la medida en que crece la intensidad de los dolores, aumenta la de los carismas. Ninguno se equivoque ni se engañe; esta es la única y verdadera escalera hacia el paraíso y, fuera de la cruz, no hay otra vía por la que se pueda subir al cielo". Son palabras que hacen pensar enseguida en las condiciones exigentes que Jesús mismo pone a sus discípulos: "El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga... ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" (Mt 16, 24.26). Aquí está precisamente la paradoja evangélica, la verdadera sabiduría de la cruz, el escándalo de la cruz. "El mensaje de la cruz, en efecto —escribe San Pablo a los Corintios— es necedad para los que están en vías de perdición, pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios" (1 Co 1, 18). Que Santa Rosa nos ayude a abrazar la cruz con confianza como lo hizo ella, incluso cuando esto comporte sufrimientos y fracasos aparentes. En uno de sus escritos leemos: "Nadie se quejaría de la cruz y de los dolores que le tocan en suerte si conociera con qué balanzas son pesados al distribuirse entre los hombres".
Su breve existencia —murió con sólo 32 años— estuvo marcada por innumerables pruebas y sufrimientos, pero al mismo tiempo estuvo totalmente impregnada por el amor a Cristo y por una gran serenidad. Se puede decir perfectamente que en Santa Rosa se manifestó la potencia de la gracia divina: cuanto más débil es el hombre y confía en Dios, tanto más encuentra en él su consuelo y experimenta la fuerza renovadora de su Espíritu. La primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, nos exhorta a vivir en el abandono humilde y confiado en el Señor. "En tus asuntos —escribe el autor sagrado— procede con humildad, y te querrán más que al hombre generoso", y añade: "Grande es la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes" (Si 3, 17-20). "En el día de la tribulación Dios se acordará de ti" (Si 3, 15). En el día de su fiesta, Santa Rosa nos recuerda que Dios es bueno y misericordioso, nunca abandona a sus hijos en la hora de la prueba y de la necesidad; nos invita a tener siempre confianza en él y a ser sencillos y humildes. La sencillez y la humildad son virtudes que hemos de aprender a practicar si queremos seguir a Jesús. Él repite a sus amigos: "Vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, y yo les aliviaré. Carguen con mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 28-29).
Reliquia de Santa Rosa de Lima en la iglesia parroquial de Bragado |
Queridos hermanos y hermanas, doy gracias al Señor que me ofrece la posibilidad de terminar mi estancia en el Perú con esta peregrinación a los pies de Santa Rosa, excelsa hija de su nación, en esta hermosa iglesia en la que se conservan sus reliquias.
(...)
En el momento en que me despido de su bello país con esta celebración eucarística, invoco sobre todos y cada uno la protección de Santa Rosa y la ayuda materna de María, tan venerada en cada rincón de esta nación. A ustedes les pido un recuerdo en la oración por mí, pero sobre todo por el Santo Padre Benedicto XVI, que sigue con paternal atención y afecto la vida y el camino de la Iglesia y de la nación peruana. Ojalá que el Perú pueda perseverar y crecer en una fe firme y llena de alegría, en la concordia y en la paz, bajo la mirada benevolente del Señor de los Milagros, de la Santísima Virgen y de Santa Rosa.
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En el momento en que me despido de su bello país con esta celebración eucarística, invoco sobre todos y cada uno la protección de Santa Rosa y la ayuda materna de María, tan venerada en cada rincón de esta nación. A ustedes les pido un recuerdo en la oración por mí, pero sobre todo por el Santo Padre Benedicto XVI, que sigue con paternal atención y afecto la vida y el camino de la Iglesia y de la nación peruana. Ojalá que el Perú pueda perseverar y crecer en una fe firme y llena de alegría, en la concordia y en la paz, bajo la mirada benevolente del Señor de los Milagros, de la Santísima Virgen y de Santa Rosa.
Que el Señor de los Milagros, la Virgen santa y Santa Rosa estén particularmente cercanos a cuantos sufren por el terremoto ocurrido recientemente y cuyas consecuencias todavía están muy presentes. Yo conservaré en el corazón las emociones y los sentimientos experimentados en estos días y seguiré recordándoles a todos ante el Señor. Al final de mi visita, queridos hermanos y hermanas, recemos por los difuntos, por los heridos, por las familias que han quedado sin casa; roguemos por todo el pueblo peruano, para que unido sepa superar también esta prueba y construir con confianza su propio futuro, confiando siempre en la ayuda divina. La palabra del Señor lo ha repetido hace poco: "En el día de la tribulación Dios se acordará de ti" (Sr 3, 15). Con esta segura esperanza celebramos el sacrificio divino, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia y del mundo redimidos por la cruz de Cristo. ¡Amén!»
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