5 de febrero de 2017

5 de febrero: Santa Águeda

En el barrio de Barracas, en la avenida Montes de Oca 550,  se encuentra el Santuario de  Santa Lucía, Virgen y Mártir, uno de los quince santuarios de la Arquidiócesis de Buenos Aires. 

La foto junto a estas líneas, que tomé en 2012, es de la puerta de ese templo.

Pero no es de Santa Lucía de quien hablaremos hoy, sino de aquella santa cuyo nombre precede inmediatamente al de Lucía en el Canon Romano: Santa Águeda, cuya Memoria figura hoy en el Martirologio, también bajo los títulos de Virgen y Mártir (si bien por regla general la celebración es impedida este año por caer en domingo).

Águeda vivió en el siglo III en Catania, Sicilia. Había decidido consagrar su virginidad a Cristo, pero a causa de su belleza era pretendida por el prefecto romano. Ante su negativa, el funcionario la sometió a diversos vejámenes y torturas; finalmente, un verdugo le arrancó los pechos con una tenaza. Este hecho es evocado habitualmente en la representación iconográfica de la santa. 

Curada milagrosamente, es nuevamente sometida a crueles apremios y muere al ser arrojada sobre carbones encendidos. Esto ocurrió hacia el año 250. En el primer aniversario de su muerte, fue invocada su intercesión para salvar a la ciudad de una erupción del Etna, cuya lava se detuvo sin causar daños. Las actas de su martirio son tardías,  pero las noticias de su culto son muy antiguas. Águeda es venerada al menos desde el siglo VI en diversos lugares, entre ellos en Roma, siempre recordándola en la fecha del 5 de febrero.  Se atribuye a San Gregorio Magno la introducción del nombre de Águeda en el Canon Romano.



En el Oficio de Lecturas de hoy se lee esta homilía de San Metodio, Patriarca de Constantinopla, natural de Sicilia:
Hermanos, como sabéis, la conmemoración anual de esta santa mártir nos reúne en este lugar para celebrar principalmente su glorioso martirio, que pertenece ya al pasado, pero que es también actual, ya que también ahora continúa su victorioso combate por medio de los milagros divinos por los que es coronada de nuevo todos los días y recibe una incomparable gloria.
Es una virgen, porque nació del Verbo inmortal (quien también por mi causa gustó de la muerte en su carne) e indiviso Hijo de Dios, como afirma el teólogo Juan: A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.
Esta mujer virgen, la que hoy os ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo.
Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente ante sus ojos.
De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en sí la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también la blancura resplandeciente de su virginidad.
Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.
En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.
Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es sólo Dios.

Oración Colecta: 
Te rogamos, Señor, que la virgen Santa Águeda nos alcance tu perdón, pues ella fue agradable a tus ojos por la fortaleza que mostró en su martirio y por el mérito de su castidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

Próxima entrada: 10 de febrero, Santa Escolástica

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