San Antonio María Claret, en palabras de Juan Pablo II, «nos ofrece su elocuente testimonio de amor apasionado a Dios, pues su vida fue un consumirse de celo apostólico para que él fuera conocido, amado y servido (cf. Autobiografía, 233)».
El amor al Padre, agrega el Papa, lo llevó «a querer seguir e imitar siempre a Jesucristo en el orar, trabajar y sufrir (ib., 494) y abrirse a la acción del Espíritu Santo, quien le inspiró la misión de evangelizar a los pobres (ib., 687)».
Dirigiéndose a los claretianos, el Pontífice añadió en su mismo mensaje: «Entre los elementos que configuran vuestra identidad religiosa está la presencia de María. De su Corazón Inmaculado los hijos de Claret han aprendido su actitud contemplativa en la acogida de la Palabra, su caridad y sencillez en transmitirla y su adhesión cordial al plan misericordioso de Dios, que lleva a estar cerca de los pobres y necesitados. Por ello, los misioneros claretianos deben seguir siendo portadores del mensaje profético de esperanza que, con el lenguaje del corazón, María propone hoy a la familia humana, tan lastimada en sus valores y aspiraciones más profundas. (...) Deseo confiar al Corazón de la Madre de Dios vuestros proyectos apostólicos, vuestro afán misionero y las esperanzas que os animan, para que os conceda la alegría de ser instrumentos dóciles y generosos en el anuncio del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo».
Los fragmentos que hemos transcripto pertenecen al mensaje de Juan Pablo II al Superior General de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (claretianos) en el sesquicentenario de la fundación de la congregación. Está fechado en Varsovia el 12 de junio, fiesta del Inmaculado Corazón de María, del año 1999.
El vitral pertenece a la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo (Consolata). Lo fotografiamos en 2017.
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