«En los escritos de Santa Teresa de Ávila se pueden encontrar varias alusiones a una joven hermana lega, llamada Ana de San Bartolomé, compañera suya predilecta y a quien describió como «una muy buena sierva de Dios». (...) La muchacha fue pastora hasta los veinte años, cuando consiguió que la admitiesen en el convento de carmelitas de San José de Ávila; fue entonces cuando conoció a Santa Teresa», quien «durante los últimos siete años de su vida la llevó consigo a todas partes y declaró que, para sus trabajos de fundaciones y reformas, no había mejor compañera que Ana». Pese a la insistencia de la santa para que hiciera profesión religiosa, Ana prefería ser hermana lega. «La propia Ana nos ha dejado una crónica muy gráfica de la jornada que hizo, en compañía de la «Doctora de Ávila», de Medina hasta Alba de Tormes, así como una narración sobre los últimos momentos de la santa (...) Fue en los brazos de Ana de San Bartolomé donde santa Teresa exhaló su último aliento».
Ana continuó luego su vida en el convento de Ávila durante otros seis años; entonces le tocó -a instancia de Ana de Jesús, la sucesora de Teresa- encabezar el establecimiento de las Carmelitas Descalzas en Francia. Para ello la superiora decidió que la antigua compañera de Teresa debía ser religiosa y la hizo profesar sus votos inmediatamente. Por diversas dificultades, «cinco de las seis monjas españolas se trasladaron a Holanda en busca de un ambiente más propicio. Ana se quedó en Francia y fue nombrada superiora en la casa de Pontoise y luego en la de Tours». La perspectiva de gobernar una comunidad la hundió al principio en el desconsuelo; cuando oraba ante el Santo Cristo insistía en su incapacidad y en su indignidad para desempeñar el cargo «y repetía, una y otra vez, que ella no era más que un poco de paja. Ahí mismo, al pie de la cruz, recibió una contestación que la dejó llena de consuelo y fortaleza: «Con la paja yo enciendo mis hogueras», respondió el Señor. A los pocos días se anunció que ya se habían abierto casas de carmelitas en los Países Bajos». Tras un año en la ciudad de Mons, «en 1612 hizo su propia fundación en Amberes, y ahí acudieron pronto y en gran número las herederas de las más nobles familias holandesas, ansiosas todas de emprender la marcha por el camino de la perfección, conducidas por una religiosa que, aun en vida, era considerada como una santa, dotada con los dones de profetizar y hacer milagros. En dos ocasiones en que Amberes quedó sitiada por las fuerzas del príncipe de Orange y a punto de ser capturada, la madre Ana estuvo en oración toda la noche y la ciudad quedó a salvo. A raíz de esto, la monja carmelita fue declarada, por aclamación popular, defensora y protectora de Amberes. Su muerte, ocurrida en 1626, dio motivo a una extraordinaria demostración de duelo, en la que más de veinte mil personas desfilaron ante su cadáver, expuesto durante tres días, para tocarlo con rosarios y otros objetos de devoción. Muchos años más tarde, la ciudad seguía venerando su memoria con procesiones anuales en las que los miembros del Concejo Municipal, con velas en las manos, encabezaban la marcha hasta el convento. Ana de San Bartolomé fue beatificada en 1917».
Los párrafos entrecomillados y en cursiva pertenecen a El Testigo Fiel.
La imagen se venera en la iglesia y convento carmelita de Corpus Christi en Buenos Aires.
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