¡Amigo de los hombres!
ayudándonos
con tu ministerio.
Estamos rodeados
de enemigos terribles
que aumentan su audacia
al ver nuestra debilidad.
Ven en nuestra ayuda
y fortifica nuestro valor.
Asiste a los cristianos
en este tiempo
de conversión
y de penitencia.
Haznos comprender
lo que debemos a Dios
por el misterio de la Encarnación
cuyo primer testigo fuiste.
Hemos olvidado nuestros deberes
para con el Hombre-Dios
y le hemos ofendido.
Enséñanos, pues,
a fin de que seamos fieles a sus mandatos y ejemplos.
Eleva nuestros pensamientos hacia la morada que habitas.
Ayúdanos a merecer en las filas de tu jerarquía las sillas que los ángeles malos dejaron vacías por su pecado y que están prometidas a los elegidos.
Ruega, oh Gabriel, por la Iglesia militante y defiéndela contra el infierno. Los tiempos son malos; los espíritus malignos están desencadenados, no podemos resistir delante de ellos si el socorro del Señor no viene en nuestra ayuda; por medio de sus ángeles concede Él la victoria a su Esposa. Rechaza la herejía, contén el cisma, disipa la falsa sabiduría, confunde la política vana, quita la indiferencia, a fin de que el Cristo, que has anunciado, reine sobre la tierra que Él rescató y para que podamos cantar contigo y con toda la milicia celestial "¡Gloria a Dios y paz a los Hombres!"
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