En un sitio web de los italianos en Buenos Aires se relata la historia de la Virgen de Pollino, cuya imagen se venera en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús Buen Pastor:
«La historia de la Madonna del Pollino empezó en el lejano 1725 en un pequeño pueblo de la Basilicata, San Severino Lucano. Una mujer llamada Rosa María decidió con la ayuda de su hermana Vittoria subir al Monte Pollino, la montaña más alta de la zona. Rosa María había escuchado que un pastor había visto allí a la Virgen María y pensaba que era la última posibilidad para salvar a su marido, Antonio Perrone, que padecía de una enfermedad incurable.
El camino a la montaña no era fácil. Las dos mujeres tenían mucha sed, que no podían saciar. Todo parecía imposible hasta que apareció, de repente, un chorro de agua, que brotaba enérgicamente de una cueva. Al acercarse, sintieron el impulso de entrar en ella y ahí descubrieron una pequeña estatua de la Virgen y el Niño Jesús. La sonrisa de María parecía un poco descolorida y desgastada por el tiempo pero bastó para apaciguar las almas de las dos aventureras.
Una vez que se hizo tarde, empezaron a bajar, y al llegar a San Severino se encontraron con una emocionante sorpresa: Antonio estaba bien. Las lágrimas de la mujer no se contuvieron y Antonio al oír la historia no perdió tiempo para decidir construir una pequeña capilla arriba en el monte. Desde aquel entonces, el monte se convirtió en un lugar de fe donde el peregrino busca saciar su sed espiritual y encontrar la paz.
A los inicios del siglo XX la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor sintió la necesidad de construir en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires un oratorio y una parroquia para cobijar a sus fieles. La iglesia fue un proyecto del ingeniero Rómulo Ayerza. Es una iglesia neorrománica adornada por rosetones, columnillas y ventanas largas y angostas. Entre las numerosas estatuas, se encuentra nuestra Virgen, que fue querida desde la fundación de la parroquia por la comunidad calabro-lucana del barrio, que sentía la necesidad de tener cerca el recuerdo de su verde y salvaje montaña, y de poder revivir tres veces por año con una pequeña procesión las fiestas de su añorada tierra».
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