En la fiesta de la Epifanía de 1925 entregó su alma a Dios la religiosa a la que hoy recordamos: Santa Rafaela María del Sagrado Corazón, en el siglo Rafaela María del Rosario Francisca Porras y Ayllón.
Para conocer mejor su vida y obra, transcribiremos aquí fragmentos de la homilía de Pablo VI en la misa de su canonización:
[...] Estamos ante una figura peculiar, cuyos ricos y múltiples matices personales no dejan de causar impresión (...). Nace en el pueblo español de Pedro Abad, cerca de Córdoba, el 1 de marzo de 1850. Perdidos muy pronto sus padres se dedica con su hermana Dolores a la oración y a la caridad.
Este género de vida, tan opuesto a las aparentes conveniencias de su alta posición social, suscita el contraste con los deseos de la familia; hasta tal punto que la presión familiar les hace sentir la necesidad de abrazar la vida religiosa.
El 24 de enero de 1886, el Instituto recibe el Decretum Laudis y un año después es aprobado definitivamente con el nombre de Congregación de «Esclavas del Sagrado Corazón».
La Madre Rafaela María dirige el nuevo Instituto durante 16 años con gran dedicación y tacto. Demuestra también claramente su extraordinaria profundidad espiritual y su virtud heroica, cuando por motivos infundados ha de renunciar a la dirección de su obra. En esta humillación aceptada, morirá en Roma, prácticamente olvidada, el día 6 de enero de 1925.
La vida y la obra de la Santa, si las observamos por dentro, son una apología excelente de la vida religiosa, basada en la práctica de los consejos evangélicos, calcada en el esquema ascético-místico tradicional, del que España ha sido maestra con figuras tan señeras como Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, Santo Domingo, San Juan de Ávila y otras.
Esta forma de vida consagrada queda como típica en la Iglesia (aunque existen otras formas y van surgiendo otras más), en la que Cristo es el único maestro, el inspirador, el modelo, el motivo de las más generosas donaciones, de las más íntimas confidencias, del más valiente esfuerzo de transformación de la humana existencia. Se trata de la superación de la renuncia a tantas cosas humanas, para sublimarlas en una entrega eclesial, en un vivir únicamente para el Señor, asociándose con la plegaria y el apostolado a la obra de la redención y a la dilatación del reino de Dios (Cfr. Perfectae Caritatis, 5).
Este ha sido el objetivo, este ha sido el ideal egregiamente puesto en práctica por las Esclavas del Sagrado Corazón, Instituto para el que la fundadora quiso como carisma propio el culto público al Santísimo Sacramento expuesto, en actitud de reparación por las ofensas cometidas contra el amor de Cristo, el apostolado de formación de las jóvenes, con preferencia por la educación de las pobres, y el mantenimiento de centros de espiritualidad que faciliten a las personas que así lo deseen un encuentro con Dios.
(...)
No podemos menos de recordar dos aspectos característicos del Instituto de las Esclavas del Sagrado Corazón, que la nueva Santa pone magníficamente de relieve y que son de palpitante actualidad: la adoración a la Eucaristía y el apostolado pedagógico.
La adoración al Santísimo Sacramento, renovada, no desvirtuada, con la reforma litúrgica, constituye una fisonomía típica de Santa Rafaela María del Sagrado Corazón. En ella centra su espiritualidad, en ella educa a sus hijas, de ahí espera la eficacia del apostolado; por mantener ese punto de su regla, no dudará en tomar decisiones urgentes, aunque muy dolorosas y arriesgadas. Y es que «para ella era inconcebible una obra apostólica desvinculada del deber sagrado de la adoración eucarística». En un momento como el actual en que la vida de fe sufre no pocos quebrantos en medio de la sociedad moderna, es un compromiso de perenne validez el que las Esclavas del Sagrado Corazón, en consonancia con sus esencias fundacionales, sepan dar pleno significado eclesial y modélico a la adoración eucarística.
El apostolado, sobre todo pedagógico, en favor de la formación completa de la joven, es otra característica de la vida y obra de la nueva Santa. Ella lo vio bien claro desde el principio, partiendo de la realidad que la circundaba y buscando con ello «no sólo el bien espiritual de la Iglesia, sino la salvación y regeneración social». Su fina intuición le indicaba cuánto puede esperarse de una formación adecuada de la juventud femenina.
Las fotos, que tomé en enero de 2018, corresponden a la imagen de la santa que se veneran en la iglesia del Corazón Eucarístico de Jesús, donde -como se ve en la última foto- se estaba exponiendo ese día el Santísimo Sacramento.
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