3 de febrero de 2020

3 de febrero: San Blas


Dice el Martirologio Romano con sobriedad: «San Blas, obispo y mártir,  que por ser cristiano, en tiempo del emperador Licinio padeció el martirio en la ciudad de Sebaste, en la antigua Armenia». Sin embargo, San Blas de Sebaste es objeto de gran veneración popular, y ello por motivos que no surgen de  la escueta mención del catálogo de los santos. 

En efecto, San Blas es patrono de innumerables ciudades y oficios, y se lo invoca como protector contra diversas enfermedades, de manera particular contra dolores y males de garganta.

Ocurre que a los escasos datos históricos sobre San Blas, se han agregado numerosos episodios legendarios, que brevemente evocaremos aquí.

Fue consagrado obispo cuando todavía era bastante joven. Al comenzar la persecución contra los cristianos, «por inspiración divina se retiró a una cueva en las montañas, frecuentada únicamente por las fieras. San Blas recibía con afecto a sus salvajes visitantes y cuando estaban enfermos o heridos, los atendía y los curaba. Se dice que los animales acudían en manadas para que los bendijera. Cierta vez unos cazadores que buscaban atrapar fieras para el anfiteatro, encontraron al santo rodeado por ellas. Repuestos de su asombro, los cazadores intentaron capturar a las bestias, pero San Blas las espantó y entonces le capturaron a él. Al saber que era cristiano, lo llevaron preso ante el gobernador Agrícola» *. En el camino ayudó a una mujer a quien un lobo acababa de robarle uno de sus lechones; ante el llamado de San Blas, la fiera apareció con el cerdo y lo dejó intacto a los pies de la mujer. Los cazadores, no obstante, continuaron su camino arrastrando al prisionero.  «En cuanto el gobernador se enteró de que el reo era un obispo cristiano, mandó que lo azotaran y después lo encerraran en un calabozo, privado de alimentos. San Blas soportó con paciencia el castigo y tuvo el consuelo de que la mujer, dueña del lechón que había salvado, se presentara en la oscura celda para ayudarle, llevándole provisiones y velas para alumbrarse. Pocos días más tarde, fue torturado para que renegara de su fe; sus carnes fueron desgarradas con garfios y, como el santo se mantuviera firme, se dio orden de que fuera decapitado. Así murió San Blas en Capadocia y, años más tarde, sus supuestas reliquias se trasladaron al Occidente, donde se extendió su culto enormemente en razón de las curaciones milagrosas que, al parecer, se realizaban por su intercesión» *.

Una variante de la misma historia sugiere que «el santo, camino del suplicio, curó el mal de un niño que se había atragantado con una espina. (...)  En algunas partes, el día de la fiesta de San Blas, se administra una bendición especial a los enfermos, colocando dos velas (al parecer en memoria de las que llevaron al santo en su calabozo) en posición de una cruz de San Andrés, en el cuello o sobre la cabeza del suplicante, pronunciándose estas palabras: «Per intercessionem Sancti Blasi liberet te Deus a malo gutturis et a quovis alio malo» (Por intercesión de San Blas te libere Dios de todo mal de la garganta y de todo otro mal)» *. 

La imagen que vemos hoy, tomada en 2017 en la iglesia de la Consolata, muestra al santo obispo, justamente, portando sobre su pecho dos velas cruzadas.

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Fuente: El Testigo Fiel

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