Francisca Javier Cabrini, conocida como "la santa de los emigrantes", nació en Sant'Angelo Lodigiano el 15 de julio de 1850, en una cristiana familia de agricultores.
Era una niña pequeña y muy frágil, características que conservó toda la vida, pero que no fueron un impedimento sino un medio para dar mayor gloria a Dios.
La primera formación la recibió de su madre y de Rosa, su hermana mayor, que era maestra superior. Francisca, ya a temprana edad, demostró gran capacidad tanto para aprender como para enseñar.
Al terminar la escuela primaria, Francisca se inscribió en la escuela normal de Arluno, dirigida por la Hijas del Sagrado Corazón. Allí comenzó a tener los primeros contactos con la espiritualidad del Sagrado Corazón, la que con el tiempo tomará como propia para el instituto que más tarde habría de crear.
Terminados sus estudios, hizo sus primeras experiencias como educadora en S. Angelo, en la escuela privada fundada y dirigida por su hermana Rosa. Luego fue llamada a Vidardo a realizar una suplencia durante dos años.
En 1880 fundó el instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón. Con esto Francisca Cabrini hizo realidad el sueño que alimentaba desde la infancia: ser misionera. Pero además, ella deseaba ser misionera en la China. Sin embargo, al escudriñar la voluntad de Dios y en fidelidad a su Iglesia, recibe del papa León XIII el envío misionero, que la llevó, no al Oriente, sino al Occidente: no a la China, como ella deseaba, sino a América.
Al inicio, la actividad misionera-pastoral de las Misioneras del Sagrado Corazón fue dirigida hacia las escuelas y parroquias. En América, a la actividad escolar se le agregó el trabajo destinado a los emigrantes italianos. Específicamente en los Estados Unidos, la Madre Cabrini trabajó a favor y en defensa de los derechos humanos de los inmigrantes: educación, vivienda, salud, alimentación, etc. Para tal fin fundó hospitales, orfanatorios, escuelas... con la tonalidad propia de su carisma y de la espiritualidad del amor misericordioso y reparador de Dios, por lo que estos centros tienen como características particulares la acogida y la familiaridad.
Era una mujer frágil, pero fortalecida en Cristo; no dejaba pasar un instante de su vida sin trabajar por la difusión del Reino de Dios con pasión. Decía:
Albergaba en su corazón el deseo de abrazar el mundo entero para llevarlo a Cristo en un abrazo sin fin:Con tu gracia, oh Amantísimo Jesús, yo correré detrás de Ti hasta el fin de la carrera, es decir, por siempre y para siempre. Ayúdame Jesús, porque los quiero hacer ardientemente y velozmente…
El mundo es demasiado pequeño para limitarnos a un punto; yo quisiera abrazarlo enteramente, y llegar a todas partes…
Ella no concebía su vida sino era en una total disponibilidad y entrega total a Dios y en fidelidad a una espiritualidad, la del Corazón de Cristo. Eso la unía a tantas hermanas dispersas por el mundo, con las que compartía el ideal de hacer amar el Amor, reparar el mundo y consolar al Cristo traspasado en los crucificados de la historia.
Era una viajera incasable. Entre muchos otros destinos, visitó Buenos Aires, donde fundó una escuela.
La Madre Cabrini, educadora, fundadora, misionera, murió en Chicago el 22 de diciembre de 1917. En su corazón jamás dejaron de estar presentes las palabras que pronunció León XIII:
Trabajemos, Cabrini, trabajemos, que hay toda una eternidad para descansar
Ella trabajó sin descansar con la convicción que era Dios el que actuaba, que Jesús vivía en ella y ella no sabía vivir si no era en Jesús:
Señor me has hecho tocar casi palpablemente que tú eres el que actúa, que tú has hecho todo y que yo no soy sino instrumento en tus manos... Tu sólo eres el que hace todo, y yo no soy más que espectadora de las bellas y grandes obras que Tú sabes hacer…
La imagen de la santa que ilustra esta entrada corresponde a una estatua en la vía pública porteña, sobre la avenida Antártida Argentina.
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