27 de septiembre de 2024

27 de septiembre: San Vicente de Paúl

 

San Vicente de Paul vio la luz en 1581. Al cumplirse cuatro siglos de su nacimiento, Juan Pablo II dirigió un mensaje al Superior General de la Congregación de la Misión, fundada por el santo. Transcribimos algunos párrafos de esa carta.

«Hace 400 años —el 24 de abril de 1581, en el pueblo de Pouy, en las Landas— nacía San Vicente de Paúl. La Iglesia debe tanto al tercer hijo de Juan Depaul y de Bertranda Demoras que se siente en la obligación de señalar este aniversario. En efecto, a lo largo de los siglos, ya en vida y más aún después de su muerte, los santos testimonian la amorosa presencia y la acción salvadora de Dios en el mundo. El IV centenario del nacimiento de Vicente de Paúl es ciertamente una oportunidad —para las familias religiosas nacidas de su carisma, como para el pueblo cristiano— de meditar sobre las maravillas realizadas por el Dios de la ternura y de la conmiseración, mediante un hombre que se ha entregado a El sin reservas, con los vínculos irrevocables del sacerdocio. Deseando vivamente manifestar a la Congregación de la Misión, a la Compañía de las Hijas de la Caridad, a las Conferencias de San Vicente de Paúl y a todas las obras de inspiración vicentina, cuánto valora la Iglesia el trabajo apostólico que ellas realizan, siguiendo los pasos de su fundador, tengo empeño en expresarles, por mediación de usted, los pensamientos que este acontecimiento me sugiere y mis alientos más fervientes para avivar siempre y en todas partes el fuego de la caridad evangélica (cf. Lc 12, 49) que ardía en el corazón de San Vicente.


Y, ante todo, la vocación de este genial iniciador de la acción caritativa y social, ilumina todavía hoy la senda de sus hijos y de sus hijas, de los seglares que viven de su espíritu, de los jóvenes que buscan la clave de una vida útil y radicalmente gastada en el don de sí mismos. El itinerario espiritual de Vicente Depaul es fascinante. Después de su ordenación sacerdotal y de una extraña aventura de esclavitud en Túnez, parece dar la espalda al mundo de los pobres al irse a París, con la esperanza de conseguir un beneficio Eclesiástico. Logra obtener un puesto de limosnero de la Reina Margarita. Este empleo le lleva a caminar junto a la miseria humana, especialmente en el nuevo Hospital de la Caridad. Así las cosas, el p. Bérulle, fundador del Oratorio de Francia, escogido como guía espiritual por el joven sacerdote landés, va a proporcionarle —mediante una serie de iniciativas aparentemente poco coherentes— la ocasión de unos descubrimientos que estarán en los orígenes de las grandes realizaciones de su vida. Bérulle envía a Vicente, primero a ejercer las funciones de cura en los alrededores de París, en Clichy-la-Garenne. Cuatro meses después, lo llama junto a la familia de Condi, como preceptor de los hijos del General de las galeras. La Providencia tenía sus designios. Acompañando siempre a los Gondi en sus castillos y propiedades de provincia, Vicente de Paúl hace allí el estremecedor descubrimiento de la miseria material y espiritual del "pobre pueblo de los campos". Desde entonces se pregunta si tiene todavía el derecho de reservar su ministerio sacerdotal a la educación de unos niños de buena familia, mientras que los campesinos viven y mueren en tan extremoso abandono religioso. Acogiendo las inquietudes de Vicente, Bérulle lo encamina hacia la parroquia de Chátillon-les-Dombes. En esta parroquia sumamente descuidada, el nuevo párroco hace una experiencia determinante. Llamado, un domingo de agosto de 1617, junto a una familia cuyos miembros estaban todos enfermos, empieza a organizar la abnegación de los vecinos y de las gentes de buena voluntad: había nacido la primera "Caridad" que servirá de modelo a otras muchas más. Y la convicción de que el servicio de los pobres debería ser su vida, morará en él hasta su último aliento. Este rápido recuerdo de la "andadura interior'' de San Vicente de Paúl, durante los veinte primeros años de su sacerdocio, nos evidencia un sacerdote extremadamente atento a la vida de su tiempo, un sacerdote que se deja conducir por los acontecimientos, o mejor, por la Divina Providencia, sin "pasar por encima de ella", tal como le gustaba decir. Tal disponibilidad, ¿no es, hoy como ayer, el secreto de la paz y de la alegría evangélicas, el camino privilegiado de la santidad?».

La imagen del santo que mostramos hoy se expone a la piedad de los fieles en la Basílica del Socorro, en Buenos Aires. Tomamos la foto el año pasado.

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