El Calendario de las Fiestas Fijas de las Liturgias Orientales trae para el día de hoy, 17 de septiembre, la «Memoria de la santa mártir Sofía y de sus tres hijas vírgenes victoriosas Fe, Esperanza y Caridad († 117-138)» ¹.
En Occidente, Sofía ya no aparece en el Martirologio; en la edición de 1956 y anteriores, su memoria aparecía el 30 de septiembre: «En Roma, Santa Sofía, viuda, madre de las santas vírgenes Fe, Esperanza y Caridad».
Tomamos de Catholic.Net los datos de esta breve biografía
Santa Sofía, sabiamente, educó a sus tres hijas en el temor de Dios. Cuando ellas eran todavía unas niñas, su madre se mudó a Roma y las llevó con ella. Todos los domingos, las cuatro visitaban juntas las diversas iglesias de la ciudad.
Santa Sofía hizo amistad con muchas matronas romanas y logró convertir a varias de ellas. Alguien denunció este hecho ante el emperador Adriano, quien al conocer a las tres niñas quedó tan prendado de ellas y de su hermosura que intentó adoptarlas como hijas, pero como a este proyecto se enfrentaran firmemente tanto las niñas como su madre, el emperador las condenó a diferentes tormentos.
De torturar a Fe, la mayor, se encargaron treinta y seis soldados, quienes primero la azotaron, y luego, delante de una enorme multitud, le arrancaron de cuajo los pechos. Cuantos presenciaron tan terribles escenas fueron testigos de que mientras las heridas que los azotes produjeron en el cuerpo de la jovencita brotaba leche en vez de sangre, de las de sus senos manaba sangre en lugar de leche. En vista de este milagro, el público empezó a protestar y a insultar al césar, calificando su proceder de injusto. Fe, a pesar de que estaba contenta de padecer aquellos suplicios por Cristo, unió sus voces a las de la multitud e despreció también al emperador. Entonces éste ordenó que colocaran a la doncella sobre una parrilla de hierro incandescente. Ilesa salió la niña de tan terrible tormento, tercero de la serie de ellos a que fue sometida, e ilesa salió del cuarto que a continuación le aplicaron, que consistió en ser arrojada a una sartén llena de aceite y de cera hirviendo, visto lo cual Adriano mandó a sus verdugos a que la degollaran, y a través de esta quinta tortura la santa niña murió.
Inmediatamente el emperador hizo comparecer a Esperanza, y como no logró doblegar su voluntad para que sacrificara ante los ídolos, ordenó que la metieran en una caldera en la que hervía a borbotones un líquido compuesto de grasas, cera y resina derretidas. Al introducir a la muchachita en el recipiente, las gotas que de él saltaron produjeron quemaduras en los infieles que presenciaban el espectáculo; pero, como a Esperanza aquel baño no le producía ni la más mínima lesión, Adriano mandó que la sacaran de la caldera y que le cortaran la cabeza con una espada.
Mientras duraron los martirios de sus dos hijas mayores, Sofía permaneció al lado de Caridad dándole ánimos, y ésta, a pesar de ser tan pequeñita, ni trató de congraciarse con el emperador, ni cuando le llegó el turno hizo caso alguno de los halagos ni de sus amenazas, por lo cual el impío Adriano mandó que la tendieran en el suelo y que le descoyuntaran todos sus miembros; después, la apalearon, luego la azotaron con varas, seguidamente la arrojaron a un horno encendido del que salían aparatosas y prolongadas llamas que alcanzaron y abrasaron a muchos idólatras que se encontraban cerca, presenciando el macabro espectáculo. La niña, sin embargo, totalmente ilesa, y radiante como el oro, risueña y feliz, iba de un lugar a otro, paseando contenta, entre el fuego de la hoguera. Desde el exterior los verdugos atravesáronle el cuerpo con barras de hierro al rojo vivo; mas como tampoco esto hiciera mella en el ánimo de la pequeña, Adriano mandó que la degollaran, como a sus hermanas. De este modo, Caridad, que había sufrido alegremente las pruebas a las que fue sometida, conquistó también la corona del martirio.
La santa madre, ayudada por alguno de los presentes, enterró los cuerpos de sus santas hijas, y postrada ante la tumba común, exclamaba:
- ¡Hijas mías queridísimas! ¡Yo quiero reunirme con vosotras!
Algún tiempo después Sofía murió en la paz del Señor. Su cuerpo fue enterrado por los cristianos en la misma sepultura de sus hijas. También ella fue mártir, puesto que padeció en sus entrañas maternales cada uno de los tormentos que padecieron sus tres hijas.
Es muy probable que muchos de estos datos sean espurios; de hecho, no hay datos históricos que puedan comprobarlos. De todos modos, la veneración por Santa Sofía y sus hijas sigue viva en muchos lugares.
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¹ Revista Litúrgica Argentina N° 206-207 (julio-diciembre de 1962): "Las Liturgias Orientales". Artículo "El Año Litúrgico", por Ligorio Lell, OSB.
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