El miércoles XXIV del Tiempo Durante el Año, en los años pares, se lee la famosa perícopa en que San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios (12, 31—13, 13), se refiere a la primacía del amor y al final menciona a las tres virtudes teologales:
«En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor».
Las virtudes teologales «adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf. 2 Pe 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino.
Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf. 1 Co 13, 13)» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1812-1813).
Las virtudes teologales suelen ser representadas alegóricamente: la fe mediante una cruz, la esperanza a través de una ancla, y la caridad mediante un corazón ardiente, como en el vitral que mostramos hoy, que pertenece a la iglesia de Nuestra Señora del Huerto.
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