En la Memoria de Santa Rita, compartimos fragmentos de las palabras pronunciadas por San Juan Pablo II en Roma el 20 de mayo de 2000 durante la audiencia a la Peregrinación Jubilar de los devotos de Santa Rita de Casia y a la de la Federación Italiana de los Caballeros del Trabajo.
«(...) ¿Cuál es el mensaje que nos transmite esta santa? Es un mensaje que brota de su vida: la humildad y la obediencia fueron el camino que Rita recorrió hacia una asimilación cada vez más perfecta con Cristo crucificado. El estigma que brilla en su frente es la autenticación de su madurez cristiana. En la cruz con Jesús culminó el amor que ya había conocido y expresado de modo heroico en su hogar y mediante la participación en las vicisitudes de su ciudad.
Siguiendo la espiritualidad de San Agustín, se hizo discípula del Crucificado y, "experta en sufrimiento", aprendió a comprender las penas del corazón humano. De este modo, Rita se convirtió en abogada de los pobres y los desesperados, obteniendo innumerables gracias de consuelo y fortaleza a quien la ha invocado en las más diversas situaciones.
Rita de Casia fue la primera mujer canonizada durante el gran jubileo de comienzos del siglo XX, el 24 de mayo de 1900. Al decretar su santidad, mi predecesor León XIII observó que había agradado tanto a Cristo, que él quiso recompensarla con el signo de su caridad y de su pasión. Le fue otorgado este privilegio por su humildad singular, por su desapego interior de los deseos terrenos y por su admirable espíritu penitencial, que acompañaron cada momento de su vida (cf. bula Umbria gloriosa sanctorum parens, Acta Leonis XIII, XX, pp. 152-153).
Me complace hoy, cien años después de su canonización, volver a proponerla como signo de esperanza, especialmente a las familias. Queridas familias cristianas, imitando su ejemplo, encontrad también vosotras en la adhesión a Cristo la fuerza para cumplir vuestra misión al servicio de la civilización del amor.
Si preguntáramos a Santa Rita cuál fue el secreto de esta extraordinaria obra de renovación social y espiritual, nos respondería: la fidelidad al Amor crucificado. Rita, con Cristo y como Cristo, llegó a la cruz siempre y sólo por amor. Por eso, como ella, dirijamos nuestra mirada y nuestro corazón a Jesús, muerto en la cruz y resucitado por nuestra salvación. Él, nuestro Redentor, es quien hace posible, como hizo con esta querida santa, la misión de unidad y fidelidad propia de la familia, incluso en los momentos de crisis y dificultad. También es él quien hace concreto el compromiso de los cristianos en favor de la construcción de la paz, ayudándoles a superar los conflictos y las tensiones, por desgracia tan frecuentes en la vida diaria.
La santa de Casia es una de las numerosas mujeres cristianas que "han incidido significativamente tanto en la vida de la Iglesia como en la sociedad" (Mulieris dignitatem, 27). Rita interpretó bien el "genio femenino": lo vivió intensamente, tanto en la maternidad física como en la espiritual.
En el sexto centenario de su nacimiento, recordé que su lección "se concentra en estos elementos típicos de espiritualidad: el ofrecimiento del perdón y la aceptación del sufrimiento, no en una forma de resignación pasiva (...) sino por la fuerza de aquel amor hacia Cristo que precisamente en el episodio de la coronación (...) soportó, junto a otras humillaciones, una parodia atroz de su realeza" (Carta al arzobispo de Espoleto, 10 de febrero de 1982: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de junio de 1982, p. 18).
Amadísimos hermanos y hermanas, la devoción a Santa Rita en el mundo está simbolizada por la rosa. Es de esperar que también la vida de todos sus devotos sea como la rosa recogida en el jardín de Roccaporena durante el invierno anterior a la muerte de la santa. En otras palabras, que sea una vida animada por el amor apasionado al Señor Jesús; una existencia capaz de responder al sufrimiento y a las espinas con el perdón y la entrega total de sí, para difundir por doquier el buen olor de Cristo (cf. 2 Co 2, 15), mediante el anuncio coherente y vivido del Evangelio. A cada uno de vosotros, queridos devotos y peregrinos, Santa Rita os entrega su rosa: al recibirla espiritualmente, comprometeos a vivir como testigos de una esperanza que no defrauda, y como misioneros de la vida que vence a la muerte».El vitral -que fotografiamos dos veces en sendas ocasiones distintas- pertenece a la iglesia de la Consolación.
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