15 de agosto de 2020

15 de agosto: Dormición de la Madre de Dios

Con el nombre que da título a esta entrada y también con un nombre más extenso («Memoria de la Dormición de nuestra Santísima y Gloriosa Señora, la Madre de Dios, María») aparece la solemnidad de hoy en el calendario del Año Litúrgico bizantino ¹. Corresponde al ciclo de las Fiestas Fijas y es una fiesta de primera clase.

Elegimos esta denominación de la solemnidad que en Occidente se conoce como la Asunción porque, como anunciamos el 2 de julio, vamos a compartir imágenes del "cuadrito" de la Dormición que forma parte del "evento" de Montallegro, que se venera de manera particular en la iglesia porteña dedicada al Tránsito de María.

Para la descripción del icono seguimos en general la que aparece en el sitio oficial del santuario de Montallegro, de la que extraemos párrafos que traducimos con libertad. 

Hay que decir además que la versión del icono que se ve en la iglesia porteña no es exactamente igual que la que se muestra en el sitio italiano.
Se trata de un icono greco-bizantino de la Asunción o Dormición de la Virgen, que se remonta al siglo XI. Es una tablita de madera de álamo de dimensiones modestas (18 x 15 cm), arqueada en la parte superior y en la cual, hace ya cuatro siglos, los signos del tiempo y algunos agujeros de gusano eran visibles;  prodigiosamente, no ha habido desde entonces más deterioro y hoy aparecen en toda su vivacidad los colores originales.María  aparece en un ataúd cubierto hasta el suelo por un paño rojo, mientras el cuerpo está envuelto en una manta oscura. Los brazos de la Virgen se extienden sobre el pecho y tiene las manos cruzadas, los pies descalzos y la cabeza rodeada por una aureola. Sobre la aureola leemos las siglas griegas MP OY: «Madre de Dios». Las tres estrellas doradas en el oscuro velo de la Virgen, en el hombro derecho, en el izquierdo y en la frente, significan su virginidad antes, durante y después del parto.
En el centro, una solemne representación de la Trinidad se destaca sobre un resplandor de rayos dorados.  La  Trinidad aparece representada en un solo cuerpo humano envuelto en paños rojos; de su cuello emergen tres cabezas idénticas. El eje horizontal de la Virgen acostada y el vertical de la Trinidad simbolizan la unión entre el cielo y la tierra.  Junto a Dios Uno y Trino,  la Virgen aparece nuevamente envuelta en un manto claro, como una niña que se eleva hacia la Asunción. Las mismas inscripciones griegas vistas antes aparecen también cerca de la cabecita aureolada de la Asunción.
Alrededor de estas figuras centrales gira la vida de la Iglesia. Por un lado, abajo, los apóstoles contemplan el misterio de la muerte en el cuerpo rígido y sereno de la Madre; algunos nos miran,  como para hacernos participes en el acontecimiento. Por otro lado, un anciano de aspecto noble (un obispo o Padre de la Iglesia) mantiene abierto el Libro de las Escrituras Los tonos cálidos y vivos en los que predominan el rojo y el dorado,  el cuerpo de la Virgen, rígido pero como ingrávido, las caras  tristes pero no desesperadas, la actitud serena pero no estática de los personajes, e incluso el apóstol que parece estar incensando lentamente, solo insinúan la idea de la muerte. La Virgen, que duerme tranquilamente, duerme en la gloria que desciende sobre ella;  quienes la rodean no la lloran, sino que la honran; prevalece la santidad sobre la muerte y la luz sobre la oscuridad.
Por encima de la Trinidad, a la derecha y a la izquierda, dos ángeles vuelan en vuelo bajo, tocando con delicadeza los dos lados de la almendra que rodea a la Trinidad; ellos también se inclinan ante Dios.
Esta imagen ocupa un lugar excepcional en la vasta iconografía sobre la representación de la Dormición; tanto que, por su peculiaridad, ha puesto en dificultad a los expertos para una interpretación válida. 


«Verdaderamente, oh María, aunque hayas emigrado de esta  tierra, no te has alejado, sin embargo, del pueblo cristiano. No te has alejado de este mundo que está envejeciendo, tú que eres, al igual que Cristo, vida incorrupta; incluso a aquellos que te invocan te acercas más aún y te haces encontrar por aquellos que te buscan con fe. (...) 
No podía suceder que tú, vaso sagrado capaz de contener a Dios, te disolvieras en el polvo de la muerte que corrompe. El que se había anonadado en ti era Dios desde el principio: "Él estaba en el principio con Dios y  era la vida" (Jn 1, 2.4); era, pues, conveniente que la  madre de la Vida fuera asimismo compañera de la Vida y, recibida la muerte como un sueño, como madre de la Vida, su salida de esta tierra fuera parecida a un despertar» (San Germán de Constantinopla: Homilía I sobre la Virgen).

Próxima entrada: 18 de agosto (San Alberto Hurtado)

¹ Cfr. Revista Litúrgica Argentina, número 206/207, de 1962

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