Dice el Martirologio en la entrada de hoy: «Memoria de la bienaventurada Virgen María Reina, que engendró al Hijo de Dios, príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y a la que el pueblo cristiano saluda como Reina del cielo y Madre de la misericordia».
En el exterior del templo porteño dedicado a María Reina se exhibe esta imagen: una sencilla mayólica que, sin embargo, es muy expresiva. Representa a la Titular de esa iglesia parroquial.
Aunque el célebre texto del Apocalipsis (12, 1) que habla de la mujer vestida de sol, coronada de estrellas y con la luna a sus pies no se proclama en la Memoria de María Reina, evidentemente la imagen alude a él.
Un detalle distintivo es el orbe o globo crucífero, que la Reina sostiene entre sus manos en actitud más de protección que de dominio.
Recordemos aquí un fragmento de la consagración a la Virgen que Luis María Grignon de Montfort expone en su Tratado de la Verdadera Devoción:
«Te saludo, pues, ¡oh María Inmaculada!,
tabernáculo viviente de la Divinidad,
en donde la Sabiduría eterna escondida
quiere ser adorada por los ángeles y los hombres.
Te saludo, ¡oh Reina del cielo y de la tierra!,
a cuyo imperio está todo sometido,
todo lo que está debajo de Dios.
Te saludo, ¡oh refugio seguro de los pecadores!,
cuya misericordia no falta a nadie;
escucha los deseos que tengo de la divina Sabiduría,
y recibe para ello los votos y las ofertas
En el exterior del templo porteño dedicado a María Reina se exhibe esta imagen: una sencilla mayólica que, sin embargo, es muy expresiva. Representa a la Titular de esa iglesia parroquial.
Aunque el célebre texto del Apocalipsis (12, 1) que habla de la mujer vestida de sol, coronada de estrellas y con la luna a sus pies no se proclama en la Memoria de María Reina, evidentemente la imagen alude a él.
Un detalle distintivo es el orbe o globo crucífero, que la Reina sostiene entre sus manos en actitud más de protección que de dominio.
Recordemos aquí un fragmento de la consagración a la Virgen que Luis María Grignon de Montfort expone en su Tratado de la Verdadera Devoción:
«Te saludo, pues, ¡oh María Inmaculada!,
tabernáculo viviente de la Divinidad,
en donde la Sabiduría eterna escondida
quiere ser adorada por los ángeles y los hombres.
Te saludo, ¡oh Reina del cielo y de la tierra!,
a cuyo imperio está todo sometido,
todo lo que está debajo de Dios.
Te saludo, ¡oh refugio seguro de los pecadores!,
cuya misericordia no falta a nadie;
escucha los deseos que tengo de la divina Sabiduría,
y recibe para ello los votos y las ofertas
que mi bajeza te presenta...».
Próxima entrada: 24 de agosto (San Bartolomé)
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