En un vitral de la iglesia porteña de la Santísima Trinidad se ve esta imagen de la Beata Isabel Canori Mora (junto a Nuestra Señora de Roverano):
Nació en Roma en 1774, en el seno de una familia de posición acomodada y profundamente cristiana. Estudió con las Hermanas Agustinas de Cascia y se destacó por su inteligencia, su profunda vida interior y su espíritu de penitencia. En 1796 se casó con un joven abogado romano, Cristóforo Mora. Lamentablemente, las actitudes de Cristóforo comprometieron la serenidad de la familia: tuvo una amante, humilló a su esposa en distintas formas, dejó de ejercer la abogacía, y derrochó su dinero. Sin embargo, Isabel respondió siempre con fidelidad, trató a su marido con paciencia y lo amó y lo perdonó esperando su conversión, por la que ofreció oraciones y penitencias.
En 1801 Isabel padeció una misteriosa enfermedad de la que se recuperó de forma inexplicable, y vivió su primera experiencia mística. Tuvo visiones relativas a las terribles tribulaciones de la Iglesia en los últimos tiempos.
Tuvo cuatro hijos, pero los dos primeros murieron a poco de nacer. A causa del abandono en que la dejaba su esposo, debió trabajar para cuidar a sus otras dos hijas.
Su hogar fue un centro de ayuda material y espiritual para muchas personas; se dedicó especialmente a cuidar de las familias en necesidad.
En 1807 Isabel se unió a la Orden Terciaria Trinitaria. Ello explica la presencia de la santa en la iglesia de los trinitarios en Buenos Aires, así como el símbolo trinitario que lleva en su pecho.
Murió el 5 de febrero de 1825; fue enterrada en una iglesia trinitaria de Roma. Poco después de su muerte, como ella misma había predicho, su esposo se convirtió uniéndose también a la Orden Terciaria Trinitaria; más tarde se ordenó sacerdote de los franciscanos conventuales.
San Juan Pablo II beatificó a Isabel -junto a Isidore Bakanja y a Gianna Beretta Molla- el 24 de abril de 1994, en el Año Mundial de la Familia. En la ocasión dijo el Papa:
En medio de muchas dificultades conyugales, ella demostró una fidelidad total al compromiso asumido en el sacramento del matrimonio y a las responsabilidades derivadas de él. Constante en oración y heroica dedicación a la familia, ella pudo educar a sus hijas de una manera cristiana y obtuvo la conversión de su esposo.
Señalando a estas dos mujeres [i.e. Isabel Canori Mora y Gianna Beretta Molla] como modelos de perfección cristiana, queremos rendir homenaje a todas las madres valientes que se dedican con entusiasmo a sus familias, que sufren al dar a luz a sus hijos, y están listas para hacer cualquier esfuerzo y cualquier sacrificio, para transmitirles lo mejor que conservan en sí mismos.
La maternidad puede ser una fuente de alegría, pero también puede convertirse en una fuente de sufrimiento y, a veces, de grandes decepciones. En este caso, el amor se convierte en una prueba, no pocas veces heroica, que cuesta tanto al corazón de una madre. Hoy queremos venerar no sólo a estas dos mujeres excepcionales, sino también a aquellas que no escatiman esfuerzos para educar a sus hijos.
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