Dice el Martirologio: «En Kiev, ciudad de Rusia, San Vladimiro, príncipe, bautizado con el nombre de Basilio, que se preocupó en propagar la fe ortodoxa entre los pueblos que gobernaba».
La biografía que transcribimos a continuación procede de El Testigo Fiel:
«Los primeros santos de Rusia, tanto príncipes como monjes, están relacionados con Kiev, «la madre de las ciudades de Rusia, protegida por Dios». Kiev es, actualmente, la capital de Ucrania, pero en la época a la que nos referimos, era el centro de un principado eslavo-finlandés, gobernado por señores de origen escandinavo, ya que los piratas y comerciantes «varangianos» habían venido del norte por las vías fluviales. Durante la última parte del siglo X, el gran príncipe de Kiev era Vladimiro, quien no sólo había sido educado en la idolatría, sino que se entregaba abiertamente a los bárbaros excesos permitidos a los hombres de su posición. Era un hombre brutal y sanguinario. Un cronista árabe de la época, Ibn-Foslán, habla de sus cinco esposas y numerosísimas esclavas, lo cual confirma la frase de la «Crónica» de Néstor, donde se dice que «la lujuria de Vladimiro era insaciable». Se ha discutido y aún se discute mucho sobre las circunstancias de la conversión de Vladimiro al cristianismo. Lo cierto es que se convirtió, probablemente hacia el año 989, cuando tenía unos treinta y dos años. Poco después, se casó con Ana, hija del emperador Basilio II de Constantinopla. La conversión y el matrimonio estuvieron muy relacionados entre sí y la conversión del pueblo ruso data de aquella época. Algunos autores piadosos atribuyen a Vladimiro una perfecta pureza de intención en su conversión, pero es evidente que le movió en gran parte la consideración de las ventajas políticas y económicas de la unión con Bizancio y con la Iglesia católica. Sin embargo, esto último no debe hacernos olvidar que, una vez que aceptó la fe, Vladimiro fue un magnífico cristiano. Inmediatamente se separó de sus esposas, despidió a sus concubinas y cambió de vida. Igualmente, mandó destruir en público los ídolos y prestó un apoyo enérgico y entusiasta a los misioneros griegos; en ciertos casos su entusiasmo rayaba en la exageración, pues quienes se rehusaban a recibir el bautismo incurrían en la cólera del príncipe. Pero, aparte de esta especie de «bautismo por la fuerza», se ha exagerado mucho la rapidez de la conversión de Rusia. Durante la época de Vladimiro, la nueva religión no llegó probablemente más que a los nobles y a los comerciantes ricos. Y tampoco el desarrollo posterior del cristianismo fue tan rápido como se ha pretendido, ya que el paganismo fue cediendo el terreno muy poco a poco. El culto que se tributó desde antiguo a Vladimiro se debió no sólo a que había sido un pecador arrepentido, sino a que había iniciado la reconciliación del pueblo ruso con Dios y había sido el Apóstol de Rusia, elegido por el cielo.
«Los locos y dementes vencieron al demonio», dice la «Crónica» de Néstor, y subraya que San Vladimiro recibió el perdón y la gracia de Dios, en tanto que «muchos otros hombres rectos y religiosos se apartaron del camino de la verdad y perecieron». A lo que parece, el arrepentimiento y la fidelidad de Vladimiro a sus nuevos compromisos tenía ese carácter de sinceridad y entereza que existirá siempre en la Iglesia, aun en sus formas más desarrolladas y complejas. Un cronista dice a ese propósito: «Cuando se dejaba llevar de la pasión y había caído en pecado, trataba inmediatamente de compensarlo con la penitencia y la limosna». Aun hay quienes afirman que Vladimiro, después de su conversión, se preguntaba si tenía derecho a castigar con la pena de muerte a los bandoleros y a los asesinos. Tales escrúpulos sorprendieron a los misioneros griegos, quienes apelaron al testimonio del Antiguo Testamento y de la historia de Roma para probar que los príncipes cristianos tenían el deber de castigar a los malvados. Pero tales argumentos no convencieron del todo a Vladimiro. Por razón de las circunstancias de la conversión de Vladimiro, su pueblo dependió en lo religioso del patriarcado de Bizancio. Pero ciertamente que Vladimiro no tenía nada de particularista: envió embajadores a Roma, ayudó al obispo alemán San Bonifacio (Bruno) de Querfurt durante su misión entre los pechenegs y aun llegó a copiar ciertas costumbres canónicas del Occidente, como la de los diezmos, que no existía entre los bizantinos. En realidad, Rusia no interrumpió sus relaciones con la Iglesia de Occidente sino hasta la época de las invasiones de los mongoles.
San Vladimiro murió en 1015, después de haber repartido todos sus bienes entre sus amigos y los pobres, según se cuenta. Los rusos, los ucranios y otros pueblos, celebran solemnemente su fiesta. Nieto de la princesa Santa Olga, en la Iglesia rusa es celebrado también con el grandilocuente título de «Equiapostólico», es decir, «igual a los Apóstoles»».
En la entrada del 26 de julio de 2010, en el Blog hermano Heráldica en la Argentina, hicimos referencia a la estatua de San Vladimiro en la plazoleta que lleva su nombre, en Palermo. De esa entrada procede la foto que cierra esta nota:
No hay comentarios:
Publicar un comentario