31 de mayo de 2021

31 de mayo: Fiesta de la Visitación de la Virgen María


«La liturgia de hoy nos presenta el pasaje de la Visitación de la Virgen María. Es muy conocido su camino después de la Anunciación: desde Nazaret se dirige a la aldea de montaña de Judea donde habitaba su prima Isabel. María va para ayudarla en los días de su preparación para la maternidad. Camina por las sendas de su tierra llevando en su interior el sumo misterio.

Leemos en el evangelio que la revelación de ese misterio aconteció de una manera desacostumbrada. «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno!» (Lc 1, 42). Con estas palabras Isabel saludó a María. «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1, 43). Isabel ya conoce el plan de Dios y lo que, en ese instante, es un misterio suyo y de María. Sabe que su hijo, Juan Bautista, deberá preparar el camino del Señor, deberá convertirse en el heraldo del Mesías, de aquel que la Virgen de Nazaret ha concebido por obra del Espíritu Santo. El encuentro de las dos madres, Isabel y María, anticipa los acontecimientos que habrán de cumplirse y, en cierto sentido, prepara para ellos. ¡Feliz tú, por haber creído en la palabra de Dios que te anuncia el nacimiento del Redentor del mundo!, dice Isabel. Y María responde con las palabras del Magnificat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador» (Lc 1, 46-47). Realmente las maravillas de Dios, los grandes misterios de Dios, se cumplen de manera oculta, dentro de la casa de Zacarías. Toda la Iglesia se referirá continuamente a ellos; repetirá con Isabel: «¡Feliz la que ha creído!» y, con María, cantará el Magnificat.

En efecto, el acontecimiento que tuvo lugar en la tierra de Judea encierra un contenido inefable. Dios vino al mundo. Se hizo hombre. Por obra del Espíritu Santo fue concebido en el seno de la Virgen de Nazaret, para nacer en el pesebre de Belén. Pero antes de que todo eso suceda, María lleva a Jesús, como toda madre lleva en sí al hijo de su seno. No sólo lleva su existencia humana, sino también todo su misterio, el misterio del Hijo de Dios, Redentor del mundo. Por eso, también la visita de María a la casa de Isabel es, en cierto sentido, un acontecimiento común y, al mismo tiempo, un evento único, extraordinario e irrepetible.

Juntamente con María viene el Verbo eterno, el Hijo de Dios. Viene para estar en medio de nosotros. De la misma manera que entonces el tiempo anterior al nacimiento lo había vinculado a Nazaret y luego a Judea, donde vivía Isabel, y definitivamente a la pequeña aldea de Belén, donde debía venir al mundo, así ahora cada visita suya lo vincula siempre a otro lugar de la tierra, donde la celebramos en la liturgia».

Las palabras que acabamos de transcribir fueron pronunciadas en  Zamosc, Polonia, por San Juan Pablo II.  Se refieren al texto evangélico de hoy (Lc 1, 39-45), aunque el Papa las dijo en otro contexto litúrgico.

La imagen, por su parte -María e Isabel uniéndose en un abrazo- es uno de los medallones que, representando los misterios del Rosario, adornan el altar de Santo Domingo Penitente en la Basílica del Santísimo Rosario, en San Miguel de Tucumán. 

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