11 de noviembre de 2024

11 de noviembre: Solemnidad de San Martín de Tours

En la Solemnidad de San Martín de Tours, Patrono de Buenos Aires desde su fundación, compartimos imágenes que tomamos en la Catedral Metropolitana: un vitral que representa el episodio más famoso de la vida del santo.

Acompañamos dichas fotografías con fragmentos de la homilía pronunciada por el entonces Arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli, el 11 de noviembre de 2022. Se trata de la última vez que presidió la misa en honor del Patrono de Buenos Aires durante su pontificado en la ciudad, ya que en mayo siguiente dejó el cargo por haber cumplido la edad canónica.


«(...) 

De la serie de parábolas sobre la vigilancia de Mateo 25, nos vuelve a interpelar la asombrosa imagen de un juicio que llevará a cabo el Hijo del hombre cuando regrese glorioso y convoque a todas las naciones. Es la última parábola sobre el Reino prometido y Jesús retoma la enseñanza de aquella bienaventuranza que declara: «Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».

El texto que hemos escuchado, nos enseñó San Juan Pablo II, «… “no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo”. En este llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse».

Hoy la liturgia nos permite celebrar la memoria de un santo que sirvió a Jesús, misteriosamente presente en todos los pequeños. 

En la Vida de Martín escrita por Sulpicio Severo –contemporáneo del santo– relata un célebre episodio en la ciudad de Amiens. Martín, compadecido de un pobre que padecía frío a las puertas de la ciudad, rasgó su capa militar por la mitad y se la ofreció. Por la noche Cristo se le apareció en una visión y le dijo: «Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido» (Vida de Martín, 3, 3). La iconografía mostrará una señalada preferencia por este hecho en las representaciones del santo. 

Hoy, ante su imagen y su reliquia, deseo recordarlo con la semblanza salida de la pluma del poeta Francisco Luis Bernárdez, un grande de las letras argentinas:

«El soldado Martín detuvo su caballo 

y se quedó mirando al mendigo

que le pedía una limosna 

por el amor de Nuestro Señor Jesucristo,

y vio que tenía los ojos 

de los que han llorado y llorado desde niños,

y vio que tenía las manos 

de los que solamente saben este oficio

y vio que tenía los pies 

de los que no conocen sino este camino.

Y vio que tenía la boca 

de los que no han dicho palabras de cariño,

y vio que tenía la frente 

de los que no saben dónde hallarán arrimo,

y vio que aquel cuerpo sediento y hambriento 

estaba casi aterido de frío,

y vio que el alma de aquel cuerpo 

también carecía de alimento y abrigo.

El soldado Martín detuvo su caballo 

y, después de mirar al mendigo,

contempló la dulce campiña, 

los árboles, los pájaros, el cielo y el río,

feliz cada cual en su mundo, 

feliz cada cual en sus límites estrictos,

feliz cada cual en el orden impuesto a las cosas 

por el Dedo infinito,

menos el hombre sin amparo 

que le pedía una limosna en el camino

y aunque Martín aún no había recibido 

las santas aguas del bautismo

que lavan el entendimiento 

para que refleje los misterios divinos,

(aunque Martín era soldado de Roma

todavía no lo era de Cristo),

comprendió toda la miseria, 

comprendió todo el horror del hombre caído,

y comprendió también que aquella debilidad

provenía del hombre mismo

y no de Dios, que todo, todo, 

lo había creado fuerte, feliz y limpio.

El soldado Martín detuvo su caballo y,

volviendo a mirar al mendigo,

pensó en el valor que tendría la naturaleza humana 

en el plan divino,

pensó en el valor que tendría la naturaleza

de aquel ser desvalido,

cuando, para restaurarla, 

fue menester que lo grande se hiciera chico,

que lo infinito se volviera finito, 

que lo eterno tuviera principio,

que la causa se hiciera efecto, 

que lo absoluto se volviera relativo,

que se ofreciera en sacrificio nada menos

que la Palabra de Dios vivo;

y al pensar en esto el soldado, 

no teniendo con qué socorrer al mendigo,

como aquella causa era justa, 

desenvainó la espada que llevaba al cinto,

rasgó por el medio su capa, 

le alargó la mitad y siguió su camino,

llevando la otra mitad para cubrir

espiritualmente al pueblo argentino,

que, con el andar de los años, 

había de nacer aquí, donde nacimos».


La elección de San Martín como protector de la ciudad aconteció de una manera sorprendente. Dada la fundación definitiva de Buenos Aires en 1580 por el adelantado Juan de Garay, las ordenanzas reales exigían que, cuanto antes, se eligiese entre la Comunión de los Santos, a quien debía interceder ante Dios por los miembros presentes y futuros de lo que entonces era un centenar de personas. Los miembros del improvisado cabildo echaron suerte y por tres veces salió el obispo francés. La triple elección obedeció a la porfía de los cabildantes, que esperaban surgiese la figura de uno de los tantos mártires, beatos y santos con los que España contaba en su tradición.

La fe en Dios, la bondad y caridad con el prójimo que caracterizaron la vida de San Martín de Tours, hoy, durante más de cuatro siglos, siguen siendo un testimonio vivo del Evangelio de Jesús. La vida cotidiana que transcurre en nuestra ciudad tiene luces y sombras. Los millones que vivimos y otros tantos que transitan por distintos intereses, muchas veces se muestran indiferentes ante el dolor de los demás, y nuestro santo samaritano nos enseña a no pasar de largo ante el dolor y las necesidades ajenas. Esta es la razón por la que Dios quiso, en su gran misericordia, ponernos bajo su amparo y dirección espiritual».


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