El célebre y popular mártir diácono romano, según la Depositio Martyrum, sufrió el martirio el 10 de agosto del año 258, cuatro días después que el papa Sixto II y otros miembros del colegio de diáconos de Roma. Su fiesta se celebra desde muy antiguo en Roma y en otras partes.
Según la tradición, San Lorenzo sería de origen español y lo habría llevado desde Toledo a Roma el papa Sixto; habría sido martirizado por haber desobedecido la orden de entregar a una funcionario romano los supuestos tesoros de la Iglesia (después de haber reunido a todos los pobres y enfermos a quienes ayudaba, le habría dicho al juez: «He aquí los tesoros de la Iglesia»). El prefecto entonces le dijo: «Osas burlarte de Roma y del Emperador, y perecerás. Pero no creas que morirás en un instante, lo harás lentamente y soportando el mayor dolor de tu vida». La misma tradición legendaria señala que, en consecuencia, Lorenzo habría sido quemado en una parrilla, que se convirtió en el atributo iconográfico principal del santo, como vemos en la imagen.
Su sepultura se halla en la Vía Tiburtina, en el Campo Verano (el actual cementerio romano), donde Constantino hizo construir una basílica sobre su tumba; esa iglesia es hoy una de las siete basílicas mayores de Roma (San Lorenzo Extramuros). Muchísimos milagros se le atribuyen al santo desde los primeros siglos.
En Buenos Aires, una parroquia lleva el nombre de San Lorenzo Mártir; en el templo parroquial tomamos la foto que ilustra esta entrada.
En el Misal Ambrosiano hay este prefacio en honor del santo: «Cristo, tu Hijo, ofreciendo su vida por nuestro rescate, nos amó hasta el fin y así nos enseñó que no hay amor más grande que el de aceptar la muerte por los hermanos. Lorenzo, discípulo auténtico y fiel, dio a los hombres, con su martirio, la prueba suprema de amor».
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