La escena representa muy bien el elogio que le dedica el Martirologio: «Santo Tomás de Villanueva, obispo, que, siendo religioso de la Orden de Ermitaños de San Agustín, aceptó por obediencia el episcopado, donde sobresalió, entre otras virtudes pastorales, por un encendido amor hacia los pobres hasta entregarles todos los bienes, incluida la propia cama. Falleció en Valencia, ciudad de España, el 8 de septiembre».
Tomás nació en Castilla en 1488. En 1516 ingresó a la orden de los agustinos. Fue nombrado Arzobispo de Valencia, sede de la que tomó posesión en 1545. Después de un ejemplar episcopado (fue llamado en vida «prototipo de obispos» y «padre de los pobres»), murió santamente en 1555.
«¡Oh, maravillosa bendición! ¡Dios nos promete el Cielo como recompensa por amarlo! ¿No es acaso Su amor mismo, la mayor, la más deseable, la más preciosa de las recompensas y la más dulce de las bendiciones? Sin embargo, hay todavía otra recompensa, un premio inmenso para agregar al de Su amor. ¡Maravillosa bondad! Tú nos diste tu amor y por causa de ese amor nos entregas el Paraíso» (Santo Tomás de Villanueva).
Desde 1975 tengo una especial devoción por Santo Tomás de Villanueva, por un hecho personal que tuvo lugar el 22 de septiembre de aquel año. Esa era la fecha en que se celebraba al santo en el Calendario Litúrgico anterior al Concilio Vaticano II; yo solía consultar un antiguo misal de mis padres.
Próxima entrada: 12 de octubre (Nuestra Señora del Pilar)
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