1 de octubre de 2021

1° de octubre: Santa Teresita del Niño Jesús

En la iglesia porteña de Nuestra Señora de las Mercedes hay una capilla, separada de la nave del templo, dedicada a Santa Teresita.


«Teresa Martín, carmelita descalza de Lisieux, -decía Juan Pablo II el día en que la declaró Doctora de la Iglesia, el Domingo Misional de 1997- deseaba ardientemente ser misionera. Y lo fue, hasta el punto de que pudo ser proclamada patrona de las misiones. Jesús mismo le mostró de qué modo podía vivir esa vocación: practicando en plenitud el mandamiento del amor, se introduciría en el corazón mismo de la misión de la Iglesia, sosteniendo con la fuerza misteriosa de la oración y de la comunión a los heraldos del Evangelio. Así, ella realizó lo que subrayó el Concilio Vaticano II, cuando enseñó que la Iglesia, por su naturaleza, es misionera (cf. Ad Gentes, 2). No sólo los que escogen la vida misionera, sino también todos los bautizados, de alguna manera, son enviados ad gentes. Por eso, he querido escoger este domingo misionero para proclamar Doctora de la Iglesia universal a Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz: una mujer, una joven y una contemplativa.

(...) Santa Teresa de Lisieux no pudo acudir a universidades ni realizar estudios sistemáticos. Murió muy joven y, a pesar de ello, desde hoy tendrá el honor de ser Doctora de la Iglesia, un notable reconocimiento que la exalta en la estima de toda la comunidad cristiana más de lo que pudiera hacer un "título académico". En efecto, cuando el Magisterio proclama a alguien Doctor de la Iglesia, desea señalar a todos los fieles, y de modo especial a los que prestan en la Iglesia el servicio fundamental de la predicación o realizan la delicada tarea de la investigación y la enseñanza de la teología, que la doctrina profesada y proclamada por una persona puede servir de punto de referencia, no sólo porque es acorde con la verdad revelada, sino también porque aporta nueva luz sobre los misterios de la fe, una comprensión más profunda del misterio de Cristo. El Concilio nos recordó que, con la asistencia del Espíritu Santo, crece continuamente en la Iglesia la comprensión del "depositum fidei", y a ese proceso de crecimiento no sólo contribuyen el estudio rico de contemplación a que están llamados los teólogos y el magisterio de los pastores, dotados del "carisma cierto de la verdad", sino también el "profundo conocimiento de las cosas espirituales" que se concede por la vía de la experiencia, con riqueza y diversidad de dones, a quienes se dejan guiar con docilidad por el Espíritu de Dios (cf. Dei Verbum, 8). La Lumen Gentium, por su parte, enseña que en los santos "nos habla Dios mismo" (n. 50). Por esta razón, con el fin de profundizar en los divinos misterios, que son siempre más grandes que nuestros pensamientos, se atribuye un valor especial a la experiencia espiritual de los santos, y no es casualidad que la Iglesia escoja únicamente entre ellos a las personas a quienes quiere otorgar el título de "Doctor".

Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los "Doctores de la Iglesia", pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu. En la carta apostólica que he escrito para esta ocasión, he señalado algunos aspectos destacados de su doctrina. Pero no puedo menos de recordar, en este momento, lo que se puede considerar el culmen, a la luz del relato del conmovedor descubrimiento que hizo de su vocación particular dentro de la Iglesia. "La caridad escribe me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no le faltaba el más noble de todos: comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón ardía de amor. Comprendí que sólo el Amor hacía actuar a los miembros de la Iglesia: que si el Amor se apagara, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires no querrían derramar su sangre (...). Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones (...). Entonces, con alegría desbordante, exclamé: oh Jesús, Amor mío, (...) por fin he encontrado mi vocación. Mi vocación es el amor" (Ms B, 3 v). Es una página admirable (...)

Teresa de Lisieux no sólo captó y describió la profunda verdad del amor como centro y corazón de la Iglesia, sino que la vivió intensamente en su breve existencia. Precisamente esta convergencia entre la doctrina y la experiencia concreta, entre la verdad y la vida, entre la enseñanza y la práctica, resplandece con particular claridad en esta santa, convirtiéndola en un modelo atractivo especialmente para los jóvenes y para los que buscan el sentido auténtico de su vida. Frente al vacío espiritual de tantas palabras, Teresa presenta otra solución: la única Palabra de salvación que, comprendida y vivida en el silencio, se transforma en manantial de vida renovada. A una cultura racionalista y muy a menudo impregnada de materialismo práctico, ella contrapone con sencillez desarmante el "caminito" que, remitiendo a lo esencial, lleva al secreto de toda existencia: el amor divino que envuelve y penetra toda la historia humana. En una época, como la nuestra, marcada con gran frecuencia por la cultura de lo efímero y del hedonismo, esta nueva Doctora de la Iglesia se presenta dotada de singular eficacia para iluminar el espíritu y el corazón de quienes tienen sed de verdad y de amor».

En una de las paredes de la misma capilla se lee una frase de la santa, que sintetiza su mensaje y lo que San Juan Pablo II expresaba en la homilía de la que acabamos de transcribir algunos fragmentos escogidos:

«Para vivir en un acto de perfecto amor, me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro amor misericordioso, suplicando que me consumáis sin cesar, dejando desbordar, en mi alma, los raudales de amor que en Vos se encierran...». Son palabras que forman parte de la consagración o "acto de ofrenda al amor misericordioso" que hizo Teresita en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1895.

No hay comentarios:

Publicar un comentario