La llamada del Señor irrumpió tempranamente en la vida de Judith (este era el nombre que sus padres le habían dado en el bautismo). Pero responder "sí" a Jesús le resultó más difícil de lo esperado. De hecho, tuvo que superar diversas tribulaciones antes de poder realizar su sueño de consagrar totalmente su vida a su amado Jesús y a sus queridos enfermos.
Judith se quedó huérfana de ambos padres a la edad de cuatro años. Aceptó con gran sufrimiento separarse de sus dos hermanitos y vivió entre los huérfanos en una casa en Roma, dirigida por las Hijas de la Caridad de San Vincenzo de Paul. Este sería su primer sí a la invitación de acompañar con amor a Jesús. En el orfanato maduró pronto su vocación y entró al noviciado de las Hijas de la Caridad de Siena. Pero ese instituto religioso no respondía cabalmente a sus deseos. En efecto, durante su noviciado tuvo que ser trasferida varias veces y luego fue despedida por motivos de salud.
Regresó a Roma con su tía, y luego fue a Nápoles, donde trabajó como maestra de un jardín de niños, pero aún seguía muy inquieta e insatisfecha. En 1891 participó en un curso de ejercicios espirituales para jóvenes con las Hermanas de Nuestra Señora del Cenáculo en Roma, donde conoció al padre camiliano Luis Tezza, llamado a último momento para reemplazar al predicador invitado originalmente. El último día Judith se acercó al inesperado predicador y le confió su propia historia. El Padre Tezza, que como Procurador General había recibido la tarea de restaurar las Terciarias Camilianas, comprendió la providencia del plan divino y le sugirió participar en ese proyecto. Judith se tomó un tiempo para reflexionar y luego aceptó: "Aquí estoy a su disposición", dijo; "no soy capaz de nada, pero confío en la providencia de Dios".
La nueva comunidad tomó forma con Judith y otras dos jóvenes, el 2 de febrero de 1892, con la imposición del escapulario con la cruz roja de San Camilo en una ceremonia que tuvo lugar en la sala en la que había muerto San Camilo de Lellis. Judith tomó entonces el nombre de María Josefina; tres años más tarde se convirtió en la Superiora General. El nuevo instituto necesitaba, sin embargo, la aprobación definitiva de la autoridad eclesiástica: el Papa León XIII la había rechazado ya dos veces, y luego había impuesto a la nueva familia que abandonara Roma y se transformara en una Pía Asociación. Además, se difundieron rumores calumniosos sobre la conducta del padre Tezza, a quien le fue prohibido reunirse con las monjas. Descorazonado y herido por la dolorosa situación, pero siempre en total obediencia, en 1900 el padre Tezza se marchó a Perú y nunca más regresó, dejando a la Madre Josefina sola pero llena de fe en los misteriosos caminos de la providencia divina.
En el momento de la muerte de Josefina, en 1911, las Camilianas ya contaban con 156 religiosas profesas y dieciséis casas religiosas entre Europa y América. El principal legado que la fundadora dejó a sus hermanas fue la asistencia física y espiritual de los enfermos, ejercida tantos en sus casas como en hospitales, leprosarios y asilos, y en los centros de rehabilitación tanto europeos como en tierras de misión, tal como Jesús le había inspirado:
"Cuida de los pobres enfermos con el mismo amor con el que una madre cariñosa cuida de su único hijo enfermo".
Fue beatificada por Juan Pablo II en 1994 y canonizada en 2019 por Francisco I.
La biografía fue adaptada de la publicada en Vatican News.
Tomamos las fotos en 2021 en el frente del Hogar Clara María Morgan en la localidad bonaerense de San Antonio de Areco.
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