El Calendario Litúrgico propio de la Orden de los Frailes Menores (franciscanos) trae para hoy la Fiesta de la «Impresión de las llagas a nuestro Seráfico Padre San Francisco de Asís».
Transcribimos la Segunda Lectura del Oficio de Lecturas de hoy: un fragmento de la «Leyenda Menor» de San Buenaventura ¹ ("Por las llagas se convirtió Francisco en
imagen del Crucificado"):
Francisco, fiel siervo y ministro de Cristo, dos años
antes de entregar su espíritu a Dios,
habiendo iniciado en
un lugar elevado
y solitario, llamado
monte Alverna, la
cuaresma de ayuno
en honor del
arcángel San Miguel
–inundado más abundantemente que de ordinario por la dulzura de la
suprema contemplación y abrasado
en una llama
más ardiente de
deseos celestiales–, comenzó a experimentar un mayor cúmulo de
dones y gracias divinas.
Elevándose,
pues, a Dios
a impulsos del
ardor seráfico de
sus deseos y transformado, por
el efecto de su tierna
compasión, en aquel
que, en aras de su extremada
caridad, aceptó ser
crucificado, una mañana
próxima a la
fiesta de la
Exaltación de la
Santa Cruz, mientras
oraba en uno
de los flancos
del monte, vio bajar de lo más
alto del cielo así como la figura de un serafín, que tenía seis
alas tan ígneas
como resplandecientes. En
vuelo rapidísimo avanzó
hacia el lugar
donde se hallaba
el varón de
Dios, deteniéndose en
el aire. Y apareció no
sólo alado, sino
también crucificado: tenía
las manos y
los pies extendidos y clavados a la cruz, y las alas
dispuestas, de una parte a otra, en forma
tan maravillosa, que
dos de ellas
se alzaban sobre
su cabeza, las
otras dos estaban extendidas para
volar, y las dos restantes rodeaban y cubrían todo el cuerpo.
Ante tal visión
quedó lleno de
estupor y experimentó
en su corazón
un gozo mezclado
de dolor. En
efecto, el aspecto
gracioso de Cristo,
que se le presentaba de
forma tan misteriosa como
familiar, le producía
una intensa alegría, al par que la contemplación de la
terrible crucifixión atravesaba su alma con
la espada de
un dolor compasivo.
Al desaparecer la
visión después de
un arcano y
familiar coloquio, quedó
su alma interiormente
inflamada en ardores
seráficos y exteriormente
se le grabó
en su carne
la efigie conforme
al Crucificado, como si a la
previa virtud licuefactiva del fuego le hubiera seguido una cierta grabación
configurativa.
Al
instante comenzaron a
aparecer en sus
manos y pies
las señales de los
clavos, viéndose las cabezas de los mismos en la parte interior de las manos y en
la superior de
los pies, mientras
que sus puntas
se hallaban al
lado contrario.
Asimismo, el costado derecho –como si hubiera sido
traspasado por una lanza– llevaba una roja cicatriz, que derramaba con
frecuencia sangre sagrada.
Y, luego que este hombre nuevo Francisco fue marcado
con este nuevo y portentoso milagro –singular
privilegio no concedido
en los siglos
pretéritos–, descendió del monte
el angélico varón llevando consigo la efigie del Crucificado, no esculpida por
mano de algún artífice en tablas de piedra o de madera, sino impresa por el
dedo de Dios vivo en los miembros de su carne.
El vitral que vemos hoy, que representa este episodio de la vida de San Francisco, se encuentra en la iglesia Madre Admirable (Arroyo 917). Tomé ambas fotos en julio de 2017.
¹ (Núm. 6, 1–4; BAC 399,San Francisco de Asís, Madrid 1980, pp. 520–522)
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