10 de enero de 2022

10 de enero: San Pablo el Ermitaño

«San Pablo había nacido en Egipto, en la baja Tebaida, y había perdido a sus padres cuando tenía catorce años. Se distinguía por su conocimiento del griego y de la cultura egipcia. Era bondadoso, modesto y temeroso de Dios. La cruel persecución de Decio perturbó la paz de la Iglesia el año 250; el demonio trataba no tanto de matar los cuerpos cuanto las almas con sus sutiles artificios. Durante esos peligrosos días, Pablo permaneció oculto en la casa de un amigo; pero al saber que un cuñado suyo, que codiciaba sus propiedades, se aprestaba a denunciarle, huyó al desierto. Allí encontró unas cavernas que, según la tradición, habían sido el taller de los acuñadores de moneda en la época de Cleopatra, reina de Egipto. Escogió por morada una de dichas cavernas, cerca de la cual había una fuente y una palmera. Las hojas de la palmera le proporcionaban el vestido, su fruto el alimento y la fuente le daba el agua. Pablo tenia veintidós años cuando llegó al desierto. Su primer propósito había sido el de gozar de libertad para servir a Dios durante la persecución; pero, habiendo gustado las dulzuras de la contemplación en la soledad, resolvió no volver jamás a la ciudad y olvidar totalmente el mundo. Bastante tenía con saber que el mundo existía y con orar por su conversión. Pablo vivió del fruto de la palmera hasta los cuarenta y tres años. Desde entonces hasta su muerte, fue milagrosamente alimentado, como Elías, por el pan que le traía cada día un cuervo. Ignoramos en qué forma vivió y se ocupó hasta su muerte, ocurrida cuando tenía noventa años; pero Dios se encargó de dar a conocer a su siervo después de su muerte.

El gran San Antonio, que contaba entonces noventa años, fue asaltado por una tentación de vanidad. El diablo le hacía creer que nadie había servido a Dios tantos años como él en la soledad, inclinándole a imaginar que él había sido el primero en adoptar tan extraordinaria forma de vida. Pero Dios le reveló en un sueño que estaba equivocado, y le ordenó partir inmediatamente en busca de un solitario con más perfecciones que él. El santo se puso en marcha en cuanto amaneció. San Jerónimo relata que San Antonio encontró en el camino a un centauro, mitad caballo y mitad hombre, y que el monstruo o fantasma (San Jerónimo no se atreve a determinarlo) desapareció cuando el santo trazó la señal de la cruz, no sin antes haberle indicado el camino que debía seguir. El mismo autor añade que San Antonio encontró poco después a un sátiro, quien le dio a entender que habitaba en el desierto y que era uno de los seres a quienes los paganos adoraban como divinidades. [...] Tras dos días de búsqueda, San Antonio descubrió la morada de San Pablo, gracias a una luz que guió sus pasos hasta la entrada. Muchas veces llamó san Antonio a la puerta de la celda, y San Pablo le abrió por fin, con la sonrisa en los labios. Los dos santos se abrazaron y se llamaron por sus nombres, que conocieron por revelación divina. San Pablo preguntó si la idolatría reinaba aún en el mundo. Mientras se hallaban conversando, un cuervo vino volando hacia ellos y dejó caer una pieza de pan. San Pablo dijo: «Nuestro buen Señor nos manda la comida. Durante los últimos sesenta años yo he recibido cada día media pieza de pan en esta forma. Como tú has venido a visitarme, Cristo ha doblado la ración para que nada falte a sus servidores». Habiendo dado gracias a Dios, se sentaron a comer junto a la fuente. Pero surgió una ligera discusión entre ellos para determinar quién de los dos debía partir el pan. San Antonio hacía valer la mayor edad de San Pablo, y éste a su vez alegaba que san Antonio era su huésped. Finalmente, decidieron partir el pan entre los dos. Al terminar la comida bebieron un poco de agua, y pasaron toda la noche en oración.

A la mañana siguiente, San Pablo anunció a su huésped que se acercaba la hora de su muerte y que Dios le había enviado para que se encargase de darle sepultura: «Ve a traer la túnica que te regaló Atanasio, el obispo de Alejandría -le dijo-, porque quiero que en ella envuelvas mi cadáver». Esto era probablemente un simple pretexto para permanecer solo, en oración, hasta el momento en que Dios le llamara a Sí, y también para mostrar su veneración por Atanasio y la gran estima en que tenía la fe y la comunión de la Iglesia católica, por la que el santo obispo sufría entonces grandes pruebas. San Antonio se sorprendió al oírle mencionar esa túnica, cuya existencia sólo podía conocer por revelación. Cualquiera que haya sido el motivo por el que quería ser enterrado con ella,Ssan Antonio se acomodó a su deseo y partió apresuradamente a su monasterio para traerla. Más tarde confesaba a sus monjes que él no era más que un simple pecador que se decía siervo de Dios, pero que le había sido dado ver a Elías y a Juan Bautista en el desierto. Habiendo tomado la túnica, volvió a toda prisa, temeroso de encontrar a Pablo ya muerto, como sucedió en efecto. Cuando se hallaba todavía en camino, Dios permitió que viera subir al cielo el alma de San Pablo, acompañada de coros de ángeles, profetas y apóstoles. Aunque se alegró por el santo, no pudo dejar de entristecerse por haber perdido un tesoro tan recientemente descubierto. En la cueva encontró el cadáver del santo, arrodillado, con las manos extendidas en cruz. Viéndole en tal posición, creyó que estaba aún vivo y, lleno de gozo, se arrodilló a orar con él. El silencio total de San Pablo le hizo pronto comprender que estaba muerto. Mientras San Antonio se preguntaba cómo podría cavar la tumba, dos leones se acercaron quedamente, como si estuvieran tristes, y abrieron un agujero con sus zarpas. San Antonio depositó ahí el cadáver, cantando los salmos del ritual de la Iglesia en aquel tiempo. Después volvió a su monasterio alabando a Dios, y relató a sus monjes lo que había visto y hecho. Hasta su muerte conservó como un tesoro la vestidura de San Pablo, tejida de hojas de palmera y él mismo la revestía en las grandes festividades. San Pablo murió el año 341 a los ciento trece de su edad y a los noventa de vida eremítica. Se le conoce generalmente con el título de «el primer ermitaño», para distinguirle de los otros santos del mismo nombre. Los ritos copto y armenio le conmemoran en el canon de la misa».

El texto de la biografía lo tomamos de El Testigo Fiel. La imagen de Pablo el Ermitaño se exhibe en el museo anexo a la iglesia de San Francisco Solano, en Santiago del Estero.

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