22 de agosto de 2018

22 de agosto: María Reina

Una hermosa imagen de María, sentada en un trono con su Hijo y coronada como Reina, rodeada de una corte de santos y santas, se venera detrás de un cristal en la capilla del Santo Cristo, junto a la iglesia de San Benito.


En uno de los laterales del mismo conjunto se ve a Cristo coronando a su Madre:




Creemos oportuno acompañar estas hermosas imágenes, en la fiesta de María Reina, con algunos fragmentos de la encíclica Ad Caeli Reginam del Venerable Pío XII, emitida el 11 de octubre de 1954. En ese documento, el Papa instituyó la fiesta de hoy, en honor de María Reina, fijándola para el 31 de mayo; los cambios posconciliares del calendario movieron la celebración a la fecha actual,  en la Octava de la Asunción.
A la Reina del Cielo, ya desde los primeros siglos de la Iglesia católica, elevó el pueblo cristiano suplicantes oraciones e himnos de loa y piedad, así en sus tiempos de felicidad y alegría como en los de angustia y peligros; y nunca falló la esperanza en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció aquella fe que nos enseña cómo la Virgen María, Madre de Dios, reina en todo el mundo con maternal corazón, al igual que está coronada con la gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial.


María Santísima supera en dignidad a todas las criaturas, y (...), después de su Hijo, tiene la primacía sobre todas ellas. «Tú finalmente —canta San Sofronio— has superado en mucho a toda criatura... ¿Qué puede existir más sublime que tal alegría, oh Virgen Madre? ¿Qué puede existir más elevado que tal gracia, que Tú sola has recibido por voluntad divina?».  Alabanza, en la que aun va más allá San Germán: «Tu honrosa dignidad te coloca por encima de toda la creación: Tu excelencia te hace superior aun a los mismos ángeles». Y San Juan Damasceno llega a escribir esta expresión: «Infinita es la diferencia entre los siervos de Dios y su Madre».
Para ayudarnos a comprender la sublime dignidad que la Madre de Dios ha alcanzado por encima de las criaturas todas, hemos de pensar bien que la Santísima Virgen, ya desde el primer instante de su concepción, fue colmada por abundancia tal de gracias que superó a la gracia de todos los Santos.
Por ello —como escribió Nuestro Predecesor Pío IX, de f. m., en su Bula— «Dios inefable ha enriquecido a María con tan gran munificencia con la abundancia de sus dones celestiales, sacados del tesoro de la divinidad, muy por encima de los Ángeles y de todos los Santos, que Ella, completamente inmune de toda mancha de pecado, en toda su belleza y perfección, tuvo tal plenitud de inocencia y de santidad que no se puede pensar otra más grande fuera de Dios y que nadie, sino sólo Dios,  jamás llegará a comprender».

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